21

¿POR QUÉ YO?

Carmen estaba tumbada en la cama. Borja, tirado también sobre la colcha, le acariciaba las piernas.

Hacía un rato que Borja había impuesto la ya clásica pausa, medida cautelar ante el brío con el que Carmen se le enroscaba. Y ella empezaba a estar algo frustrada…, por no mentar el resto de sensaciones que campaban a sus anchas por su cuerpo. Tenía unas ganas locas de desnudarse frente a Borja y echarse sobre la cama con las piernas abiertas, a ver si él podía evitar la tentación.

Tras unos minutos callados, él se inclinó hacia ella en la cama.

—Carmen…

—¿Sí?

—¿Estás enfadada?

Ella se incorporó sorprendida.

—¿Enfadada?

—Sí, no sé. Enfadada o…, no sabría decirlo.

Ella se revolvió el pelo y luego giró en el colchón hasta apoyarse sobre su cuerpo. Él la agarró poniendo las manos sobre su trasero.

—No estoy enfadada, Borja.

—Pero…

—No hay pero. —A Carmen le daba vergüenza confesar que empezaba a estar más caliente que una adolescente.

Se besaron en la boca y las lenguas dibujaron un soez círculo perfecto. Carmen se sentó a horcajadas y ella misma se abrió el sujetador y lo lanzó por encima de su hombro. Borja pareció desenfrenarse y se echó sobre su cuerpo acariciándole un pecho con desespero; ella gimió cuando la boca de Borja descendió por su cuello, pero de pronto él respiró hondo y se echó a un lado, mirando, como ella, hacia el techo.

—Borja… —susurró Carmen.

—¿Qué?

—Es evidente, porque lo es y no me hagas dar más datos, que tú también estás excitado.

—¿Cómo no iba a estarlo?

—Entonces… ¿por qué no seguimos?

—Pues…

—Venga, venga, ¿pues qué? —replicó impaciente.

—Pues la verdad es que te va a sonar pasado de moda, pero quiero que sea especial, no quiero hacerlo a lo loco y…

—Por Dios, Borja, ni que fuéramos vírgenes.

Hubo un silencio en la habitación y Borja se levantó de la cama, se abrochó el pantalón y se encendió un cigarrillo.

Carmen se incorporó, asustada de pronto.

—Borja…, ¿eres virgen?

—¡Claro que no soy virgen, por Dios, tengo treinta años!

¿Entonces?

—Yo… —Se sonrojó y le dio una honda calada al cigarro—. Yo solo he tenido una pareja.

—¿Y?

—Estuve con la misma chica desde los dieciocho hasta los veinticinco. No tengo más experiencia que esa y llevo cuatro años sin…

—¿Y qué hay de malo? Bueno, no es que lo de los cuatro años no me deje alucinada, pero…

—Pues que…, que no quiero parecer torpe contigo. No quiero hacerlo en un calentón y que no signifique nada. Quiero…

—Vamos a ver —Carmen se rio mientras se incorporaba en la cama—, yo no soy el equivalente femenino a Julio Iglesias, Borja. No me he acostado con dos mil hombres. Y lo del calentón…, bueno, es lo que viene siendo normal, ¿sabes? Es lo que suele hacer la gente que se gusta…, se calientan y…

—Lo sé, pero… yo no soy así. —Se quedaron callados. Borja la miró y enarcó las cejas, interrogante—. ¿Cuántas parejas has tenido? —le preguntó.

—Salí con un chico durante tres años y durante un año y medio con otro.

—¿Y solo has estado con esos hombres?

—Humm… —dudó. Tenía miedo de parecer una cualquiera—. No exactamente.

—Me siento intimidado —sonrió abiertamente Borja—. No quiero hacerlo contigo hasta que no desaparezca esta sensación. Y quiero que signifique cosas que, a lo mejor, es pronto para decir, ¿me entiendes?

Carmen se quedó pensativa. Conociendo a Borja, aquella situación iba a dilatarse en el tiempo de manera indeterminada…, mucho más tiempo del que ella deseaba. ¿Sería ese el momento de hacerle caso a Lola y comprarse un vibrador?