EL LUNES MÁS FELIZ DE LA HISTORIA…
Carmen no estaba acostumbrada a sentirse tan poderosa y no sabía, siendo sincera consigo misma, si iba a saber llevar la situación como esta se merecía. No quería que se le fuera de las manos y en un ataque de ansias asesinas terminara con toda la diversión en media hora. ¡Orgía de odio y rencor! Y ella se imaginaba a sí misma empapada en sangre y riéndose en plan malvada.
Iba a ser un gran lunes y era una oportunidad fenomenal para ponerse esa falda lápiz que siempre le daba corte estrenar. Se calzó unos stilettos preciosos y una blusa negra, entallada, que no abrochó hasta donde solía hacerlo.
Borja estaba sentado en su silla cuando Carmen entró por la puerta y se la comió con los ojos sin tener fuerza alguna para disimular. No habían hablado mucho de lo que iba a pasar a partir de ahora, pero para ambos era bastante evidente. Estaban enamorados.
Carmen dejó el bolso sobre la mesa, encendió el ordenador y fue a por un café a la máquina. Cuando volvió tenía dos emails categorizados como urgentes en la bandeja de entrada de su Outlook; uno era de Dani…, el otro de Borja.
Abrió el de Daniel y se apuntó en la agenda la reunión que le solicitaba. Solo tendría que revisar un par de documentos para ir allí, a su despacho, y alcanzar el clímax. Sonrió para sí. Abrió el de Borja.
«Esta noche quiero repetir. Quiero, quiero, quiero. Qué guapa estás, joder. Y te miro y pienso: ¿todo eso es para mí? Me vuelves loco».
Carmen miró de reojo a Borja y, mientras se ponía las gafas de pasta negras, se recogió el pelo utilizando un bolígrafo para sujetarlo…
Eran las diez y media cuando entró en el despacho de Daniel y cerró la puerta a su espalda. No había tenido tiempo de planearlo demasiado, pero sabía que tenía que estar muy alerta para poder ir ligándolo todo sobre la marcha. Le entregó una carpeta llena de documentación a Daniel y, al tiempo que se sentaba, empezó a exponer su trabajo. Daniel hojeó el proyecto.
—Por cierto —la cortó él, sonriéndola—, Borja y tú desaparecisteis de la fiesta el sábado sin despediros…
Carmen se desesperó. Estaba hablando de su trabajo y él sacaba el temita de la fiesta. Era un crío inmaduro y superficial al que no le interesaba nada que no fuera él mismo. ¿Qué habría visto Nerea en él? Pensó que era poco inteligente dar una contestación cortante sin más, pero no podía evitar la tentación.
—Bueno, tampoco es que fuera de ese tipo de fiestas en las que se te pasa el tiempo volando. Escapé cuando pude.
—¿Te aburriste?
—Soberanamente —sonrió Carmen.
Era evidente que aquello había molestado a Daniel. Llevaba un par de años alardeando de ser el mejor anfitrión y organizador de fiestas de la empresa y todo porque a un par de tocapelotas se les ocurría darle la enhorabuena por la de su cumpleaños todos los años. Pero ¡vamos a ver! ¡Si era un suplicio lleno de imbéciles y chupaculos!
Daniel se humedeció los labios antes de lanzar una contestación que Carmen ya sabía que iría a matar.
—Supongo que estás acostumbrada a otro tipo de fiestas y a estar rodeada de otro tipo de gente más de tu pueblo, ¿no? Verbenas, calimochos a tres euros y tíos tatuados.
—Para encontrar a tíos que se tatúan ideogramas chinos en el pubis no hace falta irse a mi pueblo, me parece a mí.
Los dos se miraron. Ninguno dijo nada, pero Carmen, por dentro, ronroneó por fin de placer. A Daniel le costó tragar. Ahora sí. Glin, glin, glin, las tres cerezas en línea y el premio gordo. Pasaron al menos treinta segundos en silencio y después Daniel tiró la carpeta a las manos de Carmen.
—Dale una vuelta más al asunto y ven cuando lo tengas. No hay prisa. Es importante.
Aquella noche Borja y ella se bebieron una botella de vino tinto de cincuenta euros a morro y se besaron como adolescentes, pero tampoco pasaron de la ropa interior y él no se quedó a dormir.
A la una, cuando el efecto del vino solamente afectaba a Carmen, se despidieron en la puerta del estudio. Lo único que la hizo sentir mejor fue pensar que él también se marchaba con un evidente calentón y que no tardaría mucho en caer…