LA MUJER QUE VIVE DENTRO DE TU ARMARIO DICE…
«En aquel momento sus ámame siempre no me importaban. Ya carecían de sentido él y su nombre, él y sus ojos profundos y ese pestañeo decadente. Ya nada era lo que parecía. Miró a David esperando que al menos él reaccionara, pero, al igual que Héctor, se quedó impasible. ¿Qué más se podía decir? La callada por respuesta y rumbo a casa. Ya no había nada que defender allí. No era su guerra».
Resoplé. Aquello iba de mal en peor. Tenía ganas de quemarme a lo bonzo. El mojón de mi historia seguía creciendo y, con él, mi ansiedad.
Adrián estaba tirado en la cama escuchando música en su iPod y repasando algunas fotografías en su ordenador portátil a unos seis pasos de distancia, pero lo sentía mucho más lejos. Seguramente, llevaba más tiempo distante del que yo misma quería confesarme. Durante una temporada pensé ingenuamente que sería pasajero y ni siquiera le presté atención. Cuando vi que era la tónica general creí que se debía a su trabajo y ahora, simplemente, estaba segura de que el vínculo «sublime» que nos había unido tanto tiempo estaba a punto de caer muerto panza arriba. Al menos parecía que ya nos hablábamos con naturalidad. Naturalidad quizá no sea la palabra más adecuada, pero nos hablábamos.
Me miré en el espejo, con mi moño en lo alto de la cabeza, las gafas escurriéndose en la nariz…, la camiseta vieja y desbocada de Adrián… A lo mejor no era extraño que no se sintiera atraído por mí. ¿Y si yo era la persona que estaba boicoteando nuestra relación a base de dejadez?
El teléfono sonó sin que ni siquiera Adrián se inmutase. Solía poner la música tan alta que era completamente imposible que ni un elefante paseando por el salón pudiera sacarlo de su concentración y de su mundo.
Un solo vistazo al número de teléfono desde el que llamaban y sonreí antes de contestar:
—Hogar del hastío y la frustración, dígame…
—Aquí la Viagra. —Lola. La imaginé esbozando una preciosa sonrisa con los labios pintados de rojo.
—Vaya…, has resurgido de tus cenizas cual ave fénix.
—Bah, lo dices como si hubiera caído en un pozo sin fondo. —No contesté a la espera de que ella misma dejara de quitarle importancia al daño que le hacía estar con Sergio, pero cuando ya estaba resuelta a intervenir para aclarárselo yo misma, añadió—: Caía y caía, pero los dos paquetes de donuts y los dos litros de coca cola que tragué antes de ayer amortiguaron la caída. En una orgía de azúcar y cafeína, de pronto vi la verdad.
—¿Qué dices que le pusiste a la coca cola, Lola? Suena a historia de Mayo del 68.
—No, no, escúchame. El azúcar me abrió los ojos y compartió conmigo la verdad universal.
—¿Y cuál es? Si se me permite la pregunta…
—La verdad es que ayer intenté ponerme unos vaqueros y cuando conseguí subirme la bragueta me di cuenta de que por encima de la cinturilla, donde antes no había más que dos sexis curvas, ahora había dos ristras de chorizos adosados bajo mi piel.
Me reí a carcajadas.
—¿Y esa es la verdad del universo? —le pregunté.
—Los donuts no te pueden salvar.
—Lo tendré en cuenta.
—Ni la pizza. —Seguí riéndome hasta que ella volvió a interrumpirme—. Después de esa revelación me sobrevino otra, no te vayas a pensar.
—Vaya, ¡qué domingo tan productivo, Lolita!
—¡Si yo te contara!
—Ilumíname con tu nueva sabiduría.
—El azúcar engorda y Sergio no lo merece.
Me sorprendí.
—Me alegra que digas eso, cariño —susurré comprensiva, tratando de eliminar de mi tono el inevitable «ya te lo dijimos».
—Y…
—¿Hay más?
—Mucho más. Descubrí lo loca que puede llegar a volverse Carmen después de un revolcón.
Abrí los ojos de par en par.
—¿Cómo? —Y lo grité con voz aguda y una sonrisa enorme en los labios.
—Ayer fue al cumpleaños de su jefe.
—Lo sé, yo la animé a ir.
—Brillante idea, Valeria —dijo con un tonito impertinente.
—¿Y eso? Tenía pinta de necesitar despejarse.
—Pues porque Daniel aprovechó la ocasión para sacar de paseo a su nueva novia. Su nueva novia…, ¿espera? ¿No es esa Nerea la Fría? Me es familiar…
—Ya lo he entendido… —dije de mala gana.
—Pero tranquila, Nerea no vio a Carmen. Ella salió de allí corriendo y el pobre Borja salió detrás pensando que le había entrado un telele porque estaba enamorada del cabrón de su jefe.
—¿Cómooo? —solté.
—La cuestión, y resumiendo: Borja se le declaró y pasaron la noche juntos.
—¡¡¡Oh!!! —dije presa de la emoción.
—Besándose toda la noche —añadió con sorna—. Y he dicho besándose, no follando, que quede claro.
—¿Besándose? Oh, oh, Carmen ha vuelto a la adolescencia.
—No, qué va. Ella está más caliente que un mono de la India, pero él le dijo una ñoñería tipo: «He esperado durante demasiado tiempo como para metértela la primera noche».
—Si a ese comentario le eliminamos tu malintencionada mediación, es precioso.
—Sí, bueno…, un poco meapilas. Pero a lo que voy… Carmen ha decidido utilizar todo lo que sabe de su jefe y que la carcome en contra de él mismo. Estuvimos planeando un par de ataques furtivos mientras nos emborrachábamos a las once de la mañana con ginebra. ¡Y en ayunas!
—¡Jo! ¡Siempre hacéis las cosas más interesantes sin mí!
Hubo un breve silencio que se traducía en una sonrisa.
—Carmen tiene novio, Valeria. Ahora sí soy la única, ¿te das cuenta?
—Lola, abre la agenda y saca a algún ex del armario —dije mientras me miraba las uñas pintadas de rojo brillante.
—Ya lo he hecho.
—¡Qué rápida eres!
—El viernes salimos con unos amigos —dijo con seguridad.
—¿Quiénes?
—Tú y yo.
—Te has vuelto loca. —Y al decirlo, lo pensaba sinceramente, no era una pregunta.
—No, y espero que te pongas esos vaqueros que te quedan de vicio. A ti tampoco te irá mal lo de salir y airear tu berberecho.
—No voy a salir por ahí de discotecas contigo y un par de chalados que ni conozco.
—Valeria, no te lo estoy pidiendo.
Lola en ese plan me daba miedo.
—Pero, Lola…, yo ya no… No sé. No es lo mismo salir a tomar una copa a Maruja Limón…
—Por eso vas a desempolvar a la mujer que vive en el fondo de tu armario ¿Te acuerdas de esa Valeria? Sí, la que molaba y no tenía la misma vida social que un percebe, que no sé si sabes que es casi todo pene. Pues eso, que cogerás a esa Valeria y la sacarás a bailar…, porque no es lo mismo.