QUIERO SABER ALGO PERO NO SÉ EL QUÉ
A Carmen algo le olía raro. No sabía qué era, pero mientras se tomaba un café rápido apoyada en una de las paredes prefabricadas de la oficina, no podía dejar de mirar a Daniel y de sospechar que algo tenía que ver él en su sensación de mal augurio.
Borja, desde su mesa, veía cómo Carmen clavaba sus ojos sobre la nuca de Daniel. Para él hacía tanto tiempo que aquello era evidente que no podía evitar sonreír. Había tantas cosas que no comprendía… Pero, claro, él no podía pedir ningún tipo de explicación, porque no se veía con derecho. ¿Qué iba a decirle? «Carmen, ¿te gusta de verdad Daniel lo mucho que creo que te gusta?». ¿Qué justificación podría tener él para hacer esa pregunta?
A media mañana, Carmen me llamó desde su mesa y en susurros me preguntó si todo iba bien. Yo, sorprendida por su don para la premonición, le dije que no.
—En realidad es una tontería, pero Adrián y yo tuvimos una bronca anoche y… esta mañana se ha ido sin darme ni los buenos días.
—Pero ¿por qué?
—Pues lo peor es que no sabría decirte cuál es el motivo. Está muy raro y yo estoy harta de ir contracorriente intentando que esto marche bien.
—No exageres, Adrián es un pedazo de pan. Te adora. Es un poco seco, pero eso lo has sabido siempre.
—¡Ya estamos con la misma cantinela! Entonces ¿soy yo la que tengo la culpa?
—No digas eso. Venga, si es una tontería… Esta noche os dais un revolcón y se os olvida todo.
—¡Ja! —espeté secamente.
Mi irónica respuesta soltó el mochuelo.
—Humm… —murmuró Carmen—. Creo que deberíamos tomarnos algo cuando salga del trabajo.
Refunfuñé y quedamos en vernos a las siete en el Broker Café, enfrente del trabajo de Nerea.
Lola se sentó en la taza del váter un momento. Tenía ansiedad y le costaba respirar. Parecía que los botones de su camisa iban a reventar si seguía respirando tan fuerte.
No era de esas que se encierran en el cuarto de baño a lloriquear, de manera que debía salvaguardar su dignidad. Ella era una perra del desierto de las que no lloran, sino de las que hacen llorar. Y así estaba…, escondida. Y entonces alguien llamó a la puerta y Lola se calló.
—Sé que estás ahí; ábreme la puerta antes de que alguien me vea entrar en el baño de mujeres, Lola.
La voz de Sergio sonaba tan suave… No era un reproche, que conste, más bien una súplica.
Lola quitó el pestillo y le dejó pasar al pequeño cubículo donde se encontraba. Él la miró a los ojos, le abrazó la cintura y le preguntó qué le pasaba desde tan cerca que ella no supo contestar. Ay, la perra del desierto empezaba a parecer un cachorrillo de las nieves.
—Algo te sucede. Estás muy rara. Sé que ayer me pasé, pero de verdad que pensaba que lo que yo te dijera jamás podría hacerte daño, que estabas muy lejos de mí en ese sentido.
—No sé lo que me pasa, Sergio, pero desde luego esta situación no me gusta.
Sergio la besó detrás de la oreja, como a ella le gustaba, y sus manos empezaron a subir su falda, palpando las ligas de sus medias, mientras abría la boca sobre su cuello.
—Sergio…, no creo que sea el momento de echar un polvo en el retrete.
—Bien, Lola. —La soltó desesperanzado—. Dime lo que quieres decirme, no le des más vueltas.
—No… —Ella sonrió con tristeza—. Es que no tengo nada que decirte.
—Pensaba que ibas a pedirme que dejara a Ruth.
—¿Ruth? Ni siquiera sabía cómo se llama. —Lanzó una risa triste—. No, no quiero que dejes a Ruth.
Se sintió de pronto con ánimo de decir que quería que la dejase a ella, pero entonces Sergio la besó en la frente y, al tiempo que la abrazaba contra su pecho, le dijo que no debía preocuparse por nada.
—Si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde encontrarme. Me da la impresión de que esto no tiene que ver conmigo.
Sergio sonrió y Lola no supo qué contestar. El silencio ni siquiera llegó a incomodarle, porque antes él se escabulló de allí sin ser visto.
Lola suspiró y se sentó nuevamente en la taza.
—Memo de mierda —murmuró.
Su móvil le alertó en aquel momento de que acababa de recibir un mensaje de texto:
«A las siete en el Broker Café. Estaremos todas».
Y sonrió. Nuevamente la salvábamos de tener que sentirse débil y desgraciada.
Nerea recibió un email mío en el que le proponía vernos cerca de su trabajo en un bar de lo más cool en la zona de negocios de la ciudad. Le hice un chantaje emocional grado uno y le dije que no estaba bien con Adrián y que necesitaba sentir a mis amigas cerca. Me las daba de escritora, evidentemente sabía cómo utilizar las palabras para manipularlas… Además, creo que las pintas con las que últimamente me dejaba ver ya les habían puesto sobre aviso de que algo no andaba lo que se dice bien. ¡Con lo que yo había sido!
Al leer mi correo electrónico cogió el teléfono de la oficina y llamó a Daniel para decirle que no la esperase a cenar porque le había surgido un imprevisto. Nos demostraba, otra vez, que no se convertiría en una de esas mujeres en edad casadera que abandonan a sus amigas ante la posibilidad de casarse…, al menos por el momento.
A las siete de la tarde la vimos entrar deslumbrante en el bar, con su melena dorada de estrella de cine y subida a unos tacones de infarto. Nos saludó a todas con una sonrisa dulce y, tras sentarse con las piernas cruzadas, pidió un vino blanco al camarero. Varios hombres del local murieron de priapismo en aquel momento.
Nerea lanzó una mirada hacia Lola, que estaba repantingada en su sillón comiendo unos cacahuetes con desgana, y me susurró que debíamos hablar cuando esta se fuera. Asentí. Me imaginaba que se estaba refiriendo a la relación que mantenía con Sergio, así que no quise ahondar en el tema con ella delante.
—Bueno, ¿qué es lo que pasa aquí? Y no me digáis que es la primavera…
—Ayer discutí con Adrián —dije mientras alcanzaba mi copa de vino.
—Odio a mi jefe —contestó Carmen.
—Aborrezco a mi ligue —balbuceó Lola.
—Vaya tela… —masculló Nerea desesperada—. Vamos por partes. ¿Qué pasa con Adrián?
—Lo que pasa con Adrián —se adelantó Lola mientras se incorporaba— es que tiene una ayudante jovencita y guapa y parece que a Valeria no le ha sentado muy bien.
Todas me miraron.
—No he venido aquí a que me juzguéis. He discutido con Adrián porque está muy raro, nunca quiere hacer nada y siempre que estamos juntos lo único que oigo salir de su boca son ronquidos. —Todas me escrutaron levantando las cejas y yo confesé—: Y luego está, claro, esa… niñita tetona…
—Pero, Valeria, ¿son eso celos? —dijo Carmen sorprendida.
—Sí —reconocí sin mirarlas.
—No, no tiene sentido —contestó tajante Nerea.
—Es que me siento… —me alboroté el pelo—, me siento rara y desganada. Él ya no…, y yo no…
En realidad, lo que pensaba pero no quería confesar era que Adrián llevaba muchos meses sin mirarme como un marido mira a su mujer. Vamos, que de folleteo mejor ni hablábamos. El capítulo de masturbación con mujer en vez de con mano había sido la guinda del pastel, por no hablar del «estoy demasiado cansado para que me comas el rabo». Y es que no veía en él esa chispa que tienen las parejas jóvenes que buscan cualquier excusa para sobarse a manos llenas y besuquearse. Vale que llevábamos juntos muchos años pero ¡es que se había apagado de golpe y porrazo! Aun así…, no quería confesarlo. Decirlo en voz alta sería hacerlo más real, materializarlo. No quería sentirme más humillada. Creo que mi imagen ya valía por mil palabras. Respiré hondo y, después de mirarlas a todas, añadí:
—Le pediré disculpas por ser tan bruja en cuanto llegue a casa.
—No eres una bruja, estás nerviosa y ves fantasmas. Eso es todo —susurró dulcemente Carmen.
—Valeria…, Adrián te quiere, lo sé y tú deberías saberlo también. Es algo que va más allá de la pasión, del enamoramiento, el compañerismo o la comprensión. Tenéis una relación sublime.
¿Sublime? Tuve ganas de pedirle a Nerea que definiera qué era para ella lo sublime. Tres minutos de folleteo para terminar e ir corriendo a coger una llamada.
—Pero, Nerea…, ¿y si…? —me atreví a decir.
—No termines la frase, Valeria, o caerá un mito —musitó Lola.
—Me parece increíble que una mujer como tú se sienta intimidada por una niñata con tetas grandes. Valeria, es una racha. —Y Nerea dio a su última frase cierto tono imperativo.
La explicación de Nerea no me satisfizo pero me tranquilizó. A lo mejor sí era yo el problema y Adrián necesitaba un poco más de apoyo. Quizá había algo que le preocupaba y yo no alcanzaba a darme cuenta y encima vagaba como alma en pijama y pena por casa. Estaba enfadada con su reacción, pero pensé que los dos debíamos poner de nuestra parte para que aquello funcionara. Quizá Carmen tenía razón y lo que nos hacía falta era una noche de pasión.
Después de cuatro copas más y de una disertación por parte de Carmen sobre todo lo que le daba mala espina de Daniel, Lola decidió hacer mutis por el foro y, tras pedirnos disculpas, se justificó con que el vino le provocaba mucho sueño. Nos dio unos besos de despedida y dejó un billete sobre la mesa.
Todas la seguimos con la mirada mientras salía del local. Ver a Lola tan apagada era extraño y triste. Carmen abrió la boca para decir algo, seguramente al respecto, pero Nerea la interrumpió cambiando de tema. Eso quería decir que lo que Nerea quería comentar prefería hacerlo solamente conmigo. No creo que se tratase de desconfianza hacia Carmen, sino que prefería no darle publicidad al asunto.
Después de que Nerea nos contase los avances de su nueva relación y que nos volvieran a servir más frutos secos, miré mi reloj de pulsera y dije que se me hacía un poco tarde. Eran las diez y no quería empeorar las cosas con Adrián. Era mejor replegar velas.
Carmen se despidió de nosotras con un abrazo y un beso en la mejilla derecha. Carmen siempre dice que odia que nos demos dos besos; eso es para la gente que se acaba de conocer y los conocidos a los que no quieres ver más de lo que ya los ves, aunque sea una vez al año. Esa es Carmen…, ya se sabe. Las manías no las curan los médicos.
Como Carmen, la de solo un beso, vivía muy cerca de allí, decidió ir paseando. Quedamos en vernos aquel fin de semana y Nerea y yo nos marchamos hacia el aparcamiento.
Cuando nos sentamos en el coche, Nerea suspiró y entendí por su expresión que buscaba las palabras adecuadas para expresar algo que le parecía demasiado duro.
—¿Es por Lola? —Atajé las mil vueltas que seguro Nerea daría para encauzar la conversación.
—A ver, no quiero que malinterpretes nada de lo que voy a decir… Lola me encanta; es genial, muy desinhibida y, por una parte, hasta me da envidia. Probablemente, además de ser una persona mucho más sexual que yo, disfruta una infinidad más del sexo, se siente muy a gusto con su cuerpo y con lo que hace con él y, piénsalo, es completamente libre en ese sentido…
Reflexioné en silencio sobre las cosas que Lola nos contaba acerca de su vida sexual; era algo así como la versión porno de La vuelta al mundo en ochenta días. Un viaje alucinante. Lo que decía Nerea era cierto. No tenía tabúes, ni vergüenzas, ni temores entre las sábanas; se conocía y disfrutaba, era una mujer completamente satisfecha, al menos en la cama. Si yo tenía alguna pregunta, sin duda acudía a ella.
—Pero… —siguió mientras se concentraba en el tráfico que había a aquellas horas en el paseo de la Castellana— me da la impresión de que paga un altísimo precio por ello y que lo de Sergio le está costando su dignidad.
—Bueno, ella dice que lo tiene claro… —Quise posicionarme como el abogado del diablo, para no demonizar a Sergio y Lola como posible pareja y para no extremar la opinión que todas en realidad compartíamos sobre el asunto.
—Ella no lo tiene nada claro, Valeria, ella mendiga amor y lo único que recibe es sexo. ¿Es cuando ella quiere o cuando a él le viene bien?
—Más bien lo segundo, pero esa es nuestra opinión y, si bien es cierto que medio mundo juzga a la otra mitad, nosotras ahí no tenemos mucho más papel.
—Debemos hacer algo.
—Bah, Nerea, ¿qué vamos a hacer? Se lo decimos, ella se enfada, no nos habla en dos semanas y al final, cuando decide volver a llamarnos, no se vuelve a hablar del tema. Y eso en el mejor de los casos. Ya lo hemos intentado. Ella ya sabe lo que pensamos sobre esto.
—Y ¿entonces?
—¿Entonces? Pues tenemos que esperar a que sea ella la que se dé cuenta e intentar no juzgarla, por mucho que nos cueste en algunos momentos.
—¿Tú sabes por quién la va a tomar ese tipo?
—Pero eso… —puse mi mano sobre su brazo—, Nerea, al final carece de sentido. A mí me preocupa más su situación laboral cuando todo esto acabe.
Nerea se quedó pensativa. Estaba visiblemente preocupada. Cuando le daba vueltas a algo fruncía el ceño, y eso que en su casa lo de fruncir el ceño estaba muy mal visto. Estoy segura de que su madre empezó a ponerles antiarrugas ya en la cuna para mantenerlas jóvenes, lozanas y casaderas. Educación decimonónica aparte, sé que estos asuntos a Nerea le revolvían el estómago. No podía soportar pensar que alguien tomase a alguna amiga suya como una fresca y creo que era así porque a ella misma, por mucho que minimizara ese pensamiento, tampoco le parecían lícitas algunas costumbres de Lola. Pero era su amiga…, ¿no estaba en su derecho de opinar?
Rompió el silencio cuando nos acercábamos a mi casa.
—Hay demasiadas cosas que no me cuadran, Valeria. No entiendo por qué Lola aguanta todo esto por Sergio. Quiero saber por qué y quiero, si no puedo ayudarla, al menos poder entenderla.
—Pero eso es muy fácil, Nerea…
—¿Sí? —Me miró sorprendida desviando un momento la vista de la calzada.
—Lola o bien está enamorada de Sergio por mucho que quiera negarlo o bien está enamorada de la situación que viven.
Nerea movió la cabeza.
—No la entiendo. —Paró el coche y yo, sonriendo, le di un beso y le pedí que no se preocupara tanto—. Ahora no podré pensar en otra cosa.
—Sí que podrás. —Sonreí socarrona—. Estás perfecta, ¿por qué no le haces una visita sorpresa a tu chico?
Sonrió y desvió la mirada hacia el volante.
—Quizá te haga caso.
El coche de Nerea se fue después calle abajo, pero yo sabía que iría directa a su casa, como el protocolo mandaba. ¿Ella presentarse sin avisar en algún sitio? Qué locura la mía.