OH, OH…
Carmen estaba enfrascada en su trabajo. Las gafas se le escurrían de la nariz y habría deseado poder atarlas a su cabeza con una cuerda y olvidarse de que las llevaba puestas. Tenía el pelo recogido en un moño; nunca se dejaba el pelo suelto para ir a trabajar.
Daniel pasó por su lado y, apoyándose en su mesa, le preguntó distraído, mientras miraba su móvil, por el avance de un proyecto.
—Tengo solucionado el tema del briefing y en Creatividad me han dicho que se ponen con ello esta semana. Te pasé ayer por email el archivo adjunto con el estudio paralelo de medios que hicimos y unas anotaciones referentes a esto. Creo que podríamos utilizar lo que ya tenemos para… —Se calló porque se acababa de dar cuenta de que hablaba sola—. Daniel, ¿me estás escuchando?
—Sí, sí, perdona. Todo bien, sigue así. —Le dio una palmadita en la espalda y se fue por el pasillo.
Carmen se giró con los ojos como platos esperando que alguien hubiese visto ese gesto de confraternización. Se encontró con la sonrisa divertida de Borja.
—¿Lo has visto? —le preguntó ella desde su mesa.
Borja asintió y con un gesto le indicó la máquina de café y ella, extrañada por tanto secretismo, anduvo a saltitos hasta allí y esperó a que llegara su informador confidencial.
—Carmen, ¿sabes que eres malísima disimulando? —se rio Borja.
—¡Qué va!
—Has venido andando hasta aquí como si fueras Chiquito de la Calzada.
Los dos se rieron por lo bajini y ella le preguntó si había echado algún tipo de opiáceo en el café del jefe.
—No, no, qué va. Lo que pasa es que… —se acercó a ella para cuchichear— Daniel está saliendo con alguien. Escuché cómo se ponía tierno ayer por teléfono. ¡Si le hubieses visto la cara!
—Ohm… —¿Daniel tierno? Imposible—. Vaya, vaya. Ya veo… ¿Y qué le decía?
—No sé, cariñitos. Se quiso apartar para que nadie le escuchara pero yo puse la oreja. —Se quedaron callados mirándose—. ¡Ah! —saltó Borja—. Ya me acuerdo de una cosa que le decía que me hizo mucha gracia. Le decía: «Tienes razón, tu número de teléfono es como una canción». Y me dieron ganas de decirle: «Macho, tú eres definitivamente retrasado mental».
Carmen se quedó parada. Nerea siempre daba la coña con que los números de teléfono tenían musicalidad. ¡Qué coincidencia!
—¿Y qué más? —preguntó ávida de cotilleos.
—Escuché que le pedía a Maite que le reservara mesa para dos. Se ve que se iba de cena romántica.
Daniel cruzó por delante de ellos y los miró, parándose un segundo frente a ambos. Ellos se habían callado de súbito al intuir que se acercaba.
—Un cafecito, ¿no?
—Sí, sí.
Aquel asintió y siguió su camino mientras ellos se partían de risa en un rincón.
Durante la hora de la comida, Carmen se quedó trabajando sola en su mesa pensando acerca de los beneficios que podía tener que Daniel hubiese cambiado el estado de su página de Facebook de cabrón infeliz a tonto enamorado. Mientras se comía la ensalada frente al ordenador, lo veía sentado en su mesa. Estaba visiblemente más feliz, signo inequívoco de que había pasado un fin de semana agitadito. Sonrió. No podía imaginar a aquel hombre siendo tierno con nadie…
No vio cómo Borja la miraba desde un rincón, con un café en la mano…
Antes de irse a casa llamó a Lola para rajar un rato. Lola estaba muy entretenida con el tema de lo que aquella desconocía y a Carmen no le pasó por alto; empezaba a picarle la curiosidad de cuál era el motivo por el que Lola le preguntaba tanto por su jefe. Y es que Lola tiene la boca como un buzón, no puede callarse nada. Pero Carmen no fue capaz de encontrarle una explicación lógica, como a la mayoría de los comentarios de Lola.
A las ocho de la tarde Nerea nos envió a todas un email en el que decía que su Dani y ella ya eran oficialmente pareja y podría referirse a él como novio. Lo habían establecido el día anterior en su restaurante favorito: un japonés escondido y pequeño que había en el centro, muy romántico. Era uno de esos mensajes protocolarios que tanto gustaban a Nerea y tan impersonales nos parecían al resto.
Carmen se fue a casa en autobús. Llovía a cantaros y no le apetecía meterse de lleno en el metro, con toda la gente agolpada, oliendo sudores ajenos y a gentío, escuchando las conversaciones de las personas que la rodeaban, mojándose los pies con los paraguas de todo el mundo y sin poder seguir con la novela guarrindonga que llevaba a medias y estaba tan interesante.
Llegó a casa empapada, de modo que se quitó los zapatos y se puso el pijama. Se soltó el pelo para que se secase y encendió el ordenador. Llamó a su hermano, revisó las cartas del correo y después se echó de cabeza a su entretenimiento preferido: mirar las fotos nuevas de sus contactos de Facebook. Le parecía muy divertido y, además, era tema de conversación asegurado en el trabajo. Quería estar al día.
Cuando accedió le llamó la atención ver que había cambios en la página de Nerea, así que entró a cotillear un poco. Un par de comentarios: uno de Lola, otro de Jaime, su ex. Tenía fotos nuevas. Se sobreexcitó. ¡Podrían ser las de su nuevo novio!
Y…
Un trueno sonó en la lejanía, poniéndole la piel de gallina, y de pronto… todas las luces de la casa parpadearon y el ordenador se apagó con un ruido extraño justo antes de quedarse en la penumbra más absoluta.
Carmen tuvo que acabar la noche leyendo su libro a la luz de una vela. De todas formas no había nada que temer. Nerea nunca colgaría las fotos de su recién estrenado novio…, aún.