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¡OH, CÁLLATE, POR DIOS!

Cuando llegamos, Lola y yo solo compartimos una mirada que lo decía todo. Algo así como un «disimula como una campeona, por el amor de Dios».

Después de que Nerea se desahogara diciéndole a Carmen lo mucho que sentía haber sido tan superficial y Carmen le contase los avances nulos de la protorrelación que mantenía con Borja, Nerea añadió:

—De verdad que lo siento. No me di cuenta de la metedura de pata hasta que no lo hablé con Dani, mi chico.

Miré a Lola de reojo. Genial, ahora, si alguna vez se descubría el asunto, el jefe de Carmen tendría información privilegiada de su vida privada para poder martirizarla con mayor naturalidad.

—¿Se llama Dani? ¡Maldición, como mi jefe! Está en todas partes el muy cabrón.

—No lo sabes tú bien —susurró Lola.

—Y exactamente ¿qué le contaste? —pregunté haciéndome la descomida.

—Pues eso, que a mi amiga Carmen le gustaba un compañero de trabajo y yo había hecho comentarios poco apropiados y algo infantiles sobre el aspecto físico del chico.

—Bueno, bueno, ¡olvidémoslo ya! —dijo Carmen.

Lola, sadomasoquista por naturaleza, le preguntó si había algún motivo concreto para reunirnos con tanta premura.

—Bueno, algo hay.

Carmen se emocionó y dio un saltito en el cojín sobre el que estaba sentada.

—¿Sí? ¡Cuéntamelo todo!

Miré a otra parte tratando de disimular mi gesto de: «Ya desearás no saber tanto». Pero Nerea comenzó.

—Es que…, ya pasó. Después de tanto tiempo de sequía…

—¡Ya te han regado! —rio Lola.

—Vaya tela, Lola, lo tuyo es fuerte —añadí yo tensa como un espagueti por cocer.

—Dani y yo hemos pasado todo el fin de semana juntos…

—¿Sí? ¡Qué bien! Cuenta, cuenta —la apremió Carmen.

—Sí, sí, pero trae algo con alcohol antes, por favor —murmuré.

Unas claras con limón y unos cuantos ganchitos y Nerea se desató. Hacía tantísimo tiempo que no vivía aquellas pasiones que todo le resultaba tan emocionante…

—… entonces nos tumbamos en la cama y empezó a besarme el cuello y el estómago. Chicas, yo después de toda la noche aún estaba a cien, de verdad que nunca nadie me había tocado de esa manera. Y creo que ya…, ya había esperado suficiente, ¿verdad?

El momento de mayor tensión fue cuando Carmen empezó a hacer preguntas sobre tamaños y envergaduras. Yo no sabía dónde meterme y Lola no paraba de reírse.

Enterarse de que el jefe de Carmen era un amante genial, con muchísima experiencia, con un tamaño de talento bastante importante y un tatuaje escondido, me resultó desagradable sobremanera. Y no porque el chico fuera repugnante, a decir verdad estaba de buen ver (vamos, que yo también le habría hecho algún roto si no supiera quién era), pero para mí, en mi recuerdo, seguía siendo el mamón que «maltrataba» a su sutil manera a Carmen día tras día y por el cual las subidas de sueldo anuales siempre lucían más en unos casos que en otros. Además, recordaba el comentario de Lola sobre la almorrana gigante…

—¿Y qué tiene tatuado? Me lo imaginaba un hombre serio, de los de oficina, siempre trajeado y repeinado —dijo Carmen, soñadora.

—Bueno, debió de tener una juventud loca. Lleva un par de ideogramas japoneses.

—¿Dónde?

—Pues en una zona muy íntima. —Se rio removiéndose la melena.

—¿Y qué significan?

—Conocido en común —susurró Lola hablando hacia mí.

—¡Calla! —contesté en un susurro.

—Pues significan algo sobre el honor —respondió Nerea con cara de enamorada, como si aquello fuese una proeza de otro tiempo.

—Bueno, resumiendo, ¿qué tal folla? —soltó Lola con la boca llena.

—Lola, por Dios, eres mala —lloriqueé yo al ver la cara de interés de Carmen.

—A pesar de lo soez que eres —contestó digna Nerea—, te diré que muy bien, al menos en mi opinión, que en este caso es la que vale. Me fui dos veces.

—¡¿Dos?! Ese tío debe de ser una máquina —comentó Carmen estupefacta.

—Por Dios, no quiero escuchar más. —Me levanté—. Me voy a casa con mi marido. —Luego, sonriendo, mentí y dije que se me hacía tarde.

—Te recuerdo que mañana no trabajas —dijo con sorna Lola.

—Lo que me extraña es que tú sí. —Nos echamos a reír y añadí—: En serio, me voy. Tengo la mosca detrás de la oreja con Adrián; lo encuentro raro.

—Te vas a perder los detalles más escabrosos. —Lola levantaba las cejas una y otra vez.

—Pero seguro que luego tú me pondrás al día, sádica.

Carmen se rio sin saber en realidad que se reía de sí misma.

Anduve hasta casa, aunque se estaba haciendo de noche y había más de media hora de casa de Nerea a la mía. Llevaba zapato plano, como venía siendo costumbre, y prefería quedarme un rato conmigo misma para cavilar. Al principio iba sonriente, convencida de que al final el hecho de que Nerea saliese con el jefe de Carmen iba a ser hasta divertido. Luego me puse a pensar en los líos de folletín por los que pasábamos año tras año. Cuando no era una, era la otra. Como siempre, dando saltitos entre pensamiento y pensamiento acabé en la novela.

Tenía casi veintiocho años y aunque llevaba nueve años con Adrián había visto muchas cosas: desde mi experiencia antes de conocerle hasta cada una de las relaciones de mis amigas. Y la conclusión es que no existía el tipo de relación que yo quería hacer creer en lo que estaba escribiendo y, por mucho que alguna gente buscara en la literatura referentes verosímiles de sus propias fantasías, aquello no había quien se lo tragara. Era incluso presuntuoso y obscenamente ñoño.

Había relaciones intensas y ponzoñosas, autodestructivas, como la de Lola y Sergio; las había idealistas e inocentes, como la de Carmen y Borja; contemporáneas y reales, como la de Nerea y Daniel, pero… ¿qué era realmente lo que yo quería contar? ¿Cuál de ellas me interesaba más?

Me había perdido por el camino de lo que estaba escribiendo y nada tenía sentido. El planteamiento estaba bien, pero tampoco era para tirar cohetes; y el desarrollo había sido aún peor de lo que esperaba. Era ingenuo, superficial e infantil y me daba la sensación de que incluso podría parecer pretencioso. Lo tenía todo para ser un fracaso total y no podía jugarme mi carrera a la espera de que la historia se recondujera sola, pues parecía que cobraba vida y mandaba ella.

Lo importante era… ¿qué quería contar? Quería algo real.

Llegué a casa y encontré a Adrián sentado en el suelo viendo unas fotos en el ordenador portátil. Sonrió tímidamente al verme entrar.

—¿Qué tal con las chicas?

—Bueno, Lola le ha sonsacado a Nerea toda clase de detalles íntimos sobre su nuevo novio y ella y yo somos las únicas que conocemos el embrollo completo.

—Os lo habréis pasado pipa…

—Pse… —rebufé—. Cerveza y ganchitos light. En casa de Nerea todo es light y demasiado sano.

Olía a su cena preferida y al asomarme a la cocina comprobé cómo andaban las sartenes.

—¿Ibas a cenar sin mí?

—No, iba a llamarte para ver si venías ya o iba a por ti en moto.

—Oye Adrián. —Saqué dos cervezas de la nevera y me senté a su lado.

—Dime. —Me rodeó con el brazo.

—Llevamos una temporada un poco… rara, ¿no?

Me miró con el ceño fruncido.

—¿Rara?

—Sí, bueno, fría…, ya sabes…

—No, no, qué va —me interrumpió, y sonrió tirante, como si no quisiera hablar de ello.

De pronto, sin venir a cuento y por primera vez, me entró pánico. Empecé a imaginar a Adrián enamorado de otra mujer. La posibilidad de que Adrián terminara besando a una chiquilla guapa y moderna de las que le acompañaban en las sesiones me resultaba monstruosa. Y sentí unos celos inútiles, fuertes y crueles tras mirarme en el espejo.

—¿Qué plan tienes mañana? —dije de pronto.

Dio un trago directamente al botellín y luego suspiró y comentó que tenía una sesión a media mañana, una cosa de publicidad que no le apetecía nada.

—Es un encargo que no puede cubrir un colega y, bueno, es dinero. La publi la pagan muy bien…

—Oye, ¿y si te acompaño? —Me miró sorprendido. Yo nunca, jamás, le había querido acompañar a ninguno de sus trabajos y tampoco es que él me invitase constantemente a hacerlo—. A lo mejor así me inspiro —añadí sonriente.

—Venga, vale. Por mí no hay problema. Avisaré a mi ayudante de que no comeremos juntos. Así vamos a picar algo los dos, ¿te parece?

Sonreí. Qué bien, hacía mucho que Adrián y yo no nos sentábamos con tranquilidad mientras otro nos servía la comida. Así mi ataque de pánico se diluiría.

Suponía que Álex, su joven ayudante, no se sentiría molesto porque su jefe no le acompañase a esa hora. Sabía que comían a menudo juntos, porque a veces lo escuchaba hablar con él por teléfono. Sé que solían quedar para llevarse un bocadillo o un tupper para los dos. Me encantaba que se llevara así de bien con su joven pupilo, aunque tampoco habláramos mucho de cuestiones de trabajo, claro. Ya ni pensé…, porque ¿qué sorpresa podría llevarme?