LA RESPUESTA A TODAS LAS PREGUNTAS PENDIENTES
La primera en llegar a mi casa el viernes por la noche fue Lola. Venía exultante.
—¡Qué buena pinta traes! —le dije mientras la dejaba pasar.
—Sí, como un plato de lasaña recién sacado del horno.
—En serio, estás muy guapa. —Metí la botella de vino que me tendía en la nevera.
—Será porque estoy recién follada.
Abrí los ojos de par en par y me giré de nuevo hacia ella.
—Por Dios, Lola…
—Bah, no está Nerea, puedo decir estas cosas.
—Hablando de Nerea y dejando a un lado el tema de tu actividad sexual, que, no creas, voy a retomar en breve, ¿la has visto últimamente?
—Sí, la vi la semana pasada. Quedamos a tomar algo después del trabajo mientras tú sorbías caracoles con Víctor.
—¿Le dijiste que tenía una lorza? —Obvié lo de Víctor.
—Sí —asintió, tranquila, al tiempo que se servía ella misma una copa de Martini de la botella que guardaba en la nevera—. La tenía. Se la vi con estos.
Señaló sus dos ojos, abriéndolos cuanto pudo.
—Pues yo no vi esa supuesta lorza anoche cuando vino a lloriquear por tu culpa.
—No está gorda, Val, eso lo sé de sobra. Está rara de narices. ¡Más que de costumbre! Empezó a decir que si el local olía a lejía, que si el vino le sabía rancio…, ¿tienes aceitunas? —me preguntó.
—Déjate de aceitunas. Lola…, creo que está embarazada.
—¡Qué va a estar embarazada! Lo que pasa es que está criando barriga con eso de echarse novio. ¿En la nevera o en los armarios?
—No, Lola, Nerea no está engordando. Está embarazada.
—¿En qué te basas? —dijo con la cabeza dentro del frigorífico.
—Víctor lo notó en cuanto la vio.
—Ah, bueno, si Víctor lo dijo… ¿Fue antes o después de hacerle la exploración y la citología? —Me quedé callada mirando cómo abría todos los armarios de la cocina hasta dar con un bote de aceitunas rellenas—. ¡Gracias! Como agradecimiento te voy a hacer una cubana. Mira: hola mi amol —murmuró imitando el acento cubano. Al ver que yo no me reía chasqueó la lengua, me enseñó el dedo corazón de su mano derecha y añadió—: ¡Venga ya, Valeria, ya sabes cómo es Nerea! Es imposible que esté embarazada. Pero ¡si yo creo que ni siquiera folla! Nerea se multiplica por esporas, te lo he dicho muchas veces. Eso o folla con el consolador ese enorme que esconde en algún sitio. Y los consoladores… no preñan.
Saqué una prueba de embarazo. Lola me miró con los brazos en jarras, incrédula.
—No me lo puedo creer. ¿Le has comprado una prueba de embarazo?
—No, la tenía aquí de una vez que creí que… Adrián y yo…
—Usadas no sirven.
—¡Vale ya de sarcasmos, Lola! No la tuve que usar porque me bajó la regla mientras volvía de la farmacia. Soy así de inútil.
—Le va a sentar fatal que se lo digas.
—Ya lo sé, pero si lo está acabará agradeciéndomelo. Así que se lo diremos juntas y con sutileza.
—¡Huy, sí! —Se rio a carcajadas—. Yo paso. Díselo tú. Igual te hace madrina del crío.
—Estás tú muy dicharachera. —Le lancé una mirada de fingido desprecio.
—Sí, ya te lo dije. Recién folladita. —Sonrió—. ¡Y bien follada, qué conste!
Sacó la lengua y empezó a hacer movimientos soeces. Puse los ojos en blanco.
—¿Carlos?
—¡No! —Y se le dibujó cara de asco.
—¿Rubén?
—¿Quién es Rubén? Ah, no, no. Rubén, ja, ja. —Se rio secamente—. Esto es un coño, Valeria, no una hermanita de la caridad.
Ay, por Dios santo…
—Lola, ¿has vuelto con Sergio?
—No. —Y alargó la o de manera sospechosa.
—Lola, te lo voy a volver a preguntar: ¿has vuelto con Sergio?
—¡Solamente quedamos para follar! —confesó en un grito antes de salir corriendo hacia mi cama con la copa en la mano.
Llamaron al timbre.
—Dame un segundo, esto no se va a quedar así —le dije mientras me acercaba a la puerta.
Abrí y Nerea apareció con una botella de vino y una bandeja de pastelitos.
—Hola, cariño —saludó sonriente.
—No hacía falta que trajeras nada. Te lo dije en el mensaje.
—Es por lo de anoche, para pedirte disculpas.
—Nerea…, sobre lo de anoche… quería hablar contigo.
Dejó la botella en la cocina y miró la prueba de embarazo. Me miró a mí. Miró la caja y volvió a mirarme a mí.
—¡Oh, Dios, Valeria! ¿Estás embarazada?
Lola se echó a reír desde la cama, donde se bebía su copa de Martini.
—No, chata, cree que lo estás tú.
Joder, Lola. Gracias. Por si no era lo suficientemente molesto que se riera en esa situación, encima se dedicaba a ponerme las cosas más difíciles todavía.
Nerea me miró con resentimiento y yo le devolví la mirada a Lola con más odio aún.
—Bien, Lola, bien. Apúntate un diez.
—¿Anoche me dices que no me ves gorda y ahora me compras una prueba de embarazo? ¿Tengo pinta de tener quintillizos dentro? —dijo Nerea alterada.
—No saquemos las cosas de quicio. ¿Tienes una falta? —pregunté dulcemente.
—¡Yo siempre tengo faltas! —gritó Nerea.
—Si te tomas la píldora, esa falta no es normal, Nerea. Hazte la prueba. No pierdes nada.
—Pero ¿qué dices? ¿Te has vuelto loca?
—Hazte la puta prueba y dejémonos de tonterías. Si no lo estás, Valeria paga las copas la próxima vez que salgamos y ya está —sentenció Lola mientras se comía la aceituna que había dejado caer en su Martini.
—¿Y si lo está? ¿Me regala el niño? —Miré a Lola.
Nerea fue hacia la puerta.
—No, no. Nerea, ven. Por favor. Ven. —Le sostuve el brazo y la arrastré hasta el baño.
—¡¡No pienso hacerme esa estúpida prueba!!
—¿Por qué?
—¡¡Porque no estoy embarazada!!
—Pues si no lo estás ¿qué más te da?
Me sostuvo la mirada unos segundos. Luego cogió la caja y, muy digna, se metió en el baño. Lola me miró.
—Yo no me fío. Fijo que la moja con agua.
Entramos las dos a la vez en el baño y nos quedamos encajadas en el marco de la puerta. Lola hizo más fuerza y entró disparada. Nerea estaba abriendo el grifo.
—¡Ves! ¡Te lo dije! —gritó señalándola.
—¡Nerea! —me quejé.
—¡¡Sois muy pesadas!!
Nerea, con todo lo protocolaria que es, se subió la falda, se bajó la ropa interior y se sentó en el váter.
—Pásame el cacharro ese y cállate de una vez.
Lola y yo nos sorprendimos tanto que nos quedamos paralizadas…
—¡Y abre el grifo!
Esperamos sentadas en el borde de la bañera. Nerea encontró mis pinzas de depilar y se dedicó a quitarse pelitos de las piernas mientras Lola y yo fumábamos nerviosas. Tras un par de minutos, nos quedamos esperando a que Nerea saltara sobre la prueba con angustia, pero ella allí seguía, pasando el rato.
—¿No lo miras? —preguntó Lola.
—No, le dejo los honores a la que piensa que estoy preñada.
Chasqueé la boca y lo consulté. A ver…, lo revisaría. Dos rayitas rosas eran resultado positivo, una azul negativo. No había duda. Tanteé con la mano en busca del borde de la bañera, para tener dónde sentarme. Allí había dos rayitas rosas.
—No puede ser —murmuré.
—¡Ves! —me recriminó ella.
—No, Nerea, ha dado positivo.
—Muy graciosa.
—Nerea, ha dado positivo, mírala.
Lo cogió, comparó el resultado con el prospecto y se sentó nuevamente en la taza del váter.
—Nerea, ¡estás embarazada! —la reprendí.
Esta cogió la caja y tras leerla detenidamente nos la tiró.
—Está caducada. La próxima vez, por lo menos, aseguraos de dármela en buenas condiciones.
—Nerea…, ha dado positivo, aunque esté caducada —Lola asentía con la caja en la mano—, tienes que ir al médico.
—Bah, callaos ya —exigió al tiempo que salía del cuarto de baño.
Estaba claro que negaba la evidencia, pero antes de que pudiéramos ahondar en el tema, sonó el teléfono de casa. Lo cogió Lola.
—Antro de la perversión, el Predictor y las aceitunas en el Martini, buenas noches. —Hizo una pausa tras la que le cambió el rictus—. Sí, hola. Ahora se pone.
Tapó el auricular.
—¿Es Víctor? —pregunté.
—No, es el gilipollas de Adrián.
Me quedé mirándolas sin saber muy bien qué hacer mientras Lola agitaba el auricular como quien quiere deshacerse de algo que quema. Allí estaba: lo que había temido y para lo que aún no estaba preparada. Adrián.
Cogí el teléfono resuelta de pronto y me fui al baño de nuevo. Necesitaba un mínimo de intimidad para aquella conversación. Respiré hondo y contesté.
—Hola.
—Hola —dijo con su voz grave—. ¿Cena con las chicas?
—Sí.
—Ahora le he dejado la casa libre a Lola para campar a sus anchas.
—Sí, y hacer sus fechorías. —Me reí, nerviosa.
—¿Qué tal?
—Ya sabes, como siempre. ¿Y tú? ¿Qué tal?
—Compré tu libro ayer.
—¿Ayer? —Pero ¡si hacía más de dos semanas que estaba a la venta!
—Sí, estuve trabajando fuera esta semana. He estado leyendo la contraportada y… no sé si leerlo. —Se rio amargamente—. ¿Tú qué me recomiendas?
—Pues… —resoplé— la verdad es que deberías hacerlo, por más que me pese.
—¿Voy a enterarme de cosas nuevas?
—Lo que hay ya lo sabes. Quizá no con tanto detalle…, eso quizá…, quizá te duela. No quiero que…
—Valeria, ¿estás con alguien?
Arqueé las cejas, confusa por su pregunta.
—¿Cómo que si estoy con alguien? Con las chicas…, ya escuchaste a Lola.
—No, no me refiero a ese tipo de «estar».
Un silencio.
—Ah, ya… —Me molesté—. ¿Llamas por eso?
—¿Importa por qué llamo?
—Obviando esa contestación, te diré que prefiero no responderte, Adrián.
—Pues yo prefiero que lo hagas. Quiero saber a qué atenerme. —Su tono también cambió.
—¿Me estás pidiendo explicaciones?
—Sí. Y no tienes razones para ponerte así. Soy tu marido.
Resoplé.
—¿Vas a darme tú las explicaciones que aún me debes? —le dije.
—No te debo ninguna explicación.
—¡Pues entonces yo a ti tampoco! Puedes hacer tu vida. Vive como te plazca. Solo te pido que me dejes hacer lo mismo a mí.
—Si te estás tirando a ese tío prefiero saberlo porque, que yo sepa, tú y yo aún estamos casados. Estoy empezando a perder la paciencia, ¿sabes?
—Lo primero es que si piensas que estamos casados el problema es tuyo, no mío. Si necesitas que lo formalicemos, es tan simple como que mi abogado se ponga en contacto contigo —levanté la voz.
—¿Y lo segundo?
—Lo segundo es que me acuesto con quien me da la gana. El voto de castidad ya lo cumplí cuando estaba casada contigo.
Lola y Nerea se asomaron al cuarto de baño y abrieron los ojos como platos ante mi contestación.
—Esto es una tontería —resopló.
—¡No es ninguna tontería!
—¡Claro que lo es! Cuando ese chico te dé puerta, ¿qué harás? Querrás volver y los dos lo sabemos. ¿Necesitas jugar un rato más a la soltera moderna? Pues ¡hala! ¡Diviértete! ¡Gástate todos tus ahorros y después vuelve llorando porque no puedes pagar la hipoteca!
—Pero… ¡claro que me voy a divertir! ¡Porque tengo edad de hacerlo! ¡Ya te divertiste tú lo suficiente por tu cuenta cuando estábamos casados como para que encima tenga que guardarte duelo! ¡Y si crees que voy a acudir a ti cuando mis ahorros se terminen es que no me conoces una mierda!
—Eres una cría.
—¡¡No era feliz!! ¡¡No me hacías feliz!! Tú estabas casado con la fotografía y te follabas a tu ayudante. Yo era un trasto más en casa. Por cierto, ¡¡mi casa, que para eso la pago yo!! ¡¡Métetelo en la cabeza!! —chillé.
—No me grites, Valeria.
—Voy a colgar. —Respiré hondo—. No necesito que me amargues la noche. El lunes te llamará Eduardo para formalizar los papeles.
Colgué el teléfono, tiré el inalámbrico al lavabo y me quedé callada. Lola y Nerea tampoco hablaron. Apreté los labios conteniendo la rabia y deseé estar sola para poder liarme a patadas con el cesto de la ropa sucia, que por cierto estaba a rebosar, pero me dio vergüenza que me vieran así. Nerea se sentó a mi lado y me pasó el brazo por la cintura, olvidando que hacía unos minutos ella también estaba enfadada conmigo.
—No te preocupes, Valeria.
—No estoy preocupada. Estoy rabiosa. Adrián…, es que… —Apreté los puños—. Valiente gilipollas.
—Comemierdas, soplapollas, lamehuevos… Sigue, Valeria, sigue —me animó Lola—. Te sentirás mejor.
Nerea y yo no pudimos evitar esbozar una sonrisa pese a lo tenso de la situación.
—¿De verdad no eras feliz? —preguntó Nerea volviéndose hacia mí.
Asentí. Cogí aire y contesté:
—Claro que no. —Crucé las piernas y dejé salir una bocanada de aire contenido.
—Pero ¿le quieres?
Me callé. Echaba de menos a Adrián, pero no a aquel Adrián.
—No lo sé. No. Creo que ya no.
—¿Y Víctor?
—Víctor es… —Sonreí sin poder evitarlo—. Víctor es diferente.
—Valeria…, ¿te estás enamorando de Víctor? —preguntó Lola con voz aguda.
—No. No, qué va… —Negué vehementemente con la cabeza—. No creo que esto sea amor.
—¿Y lo del abogado? —inquirió Nerea.
Y como si no pudiera evitarlo, escuché a Lola murmurar:
—El que tengo aquí colgado.
Nerea y yo la miramos y ella con disimulo se miró las uñas pintadas de Roig Noir de Chanel (podría distinguirlo entre un millón de esmaltes). Miré a Nerea y le contesté después de ignorar a Lola:
—Hasta que no tenga los papeles en las manos va a seguir pensando que es una pataleta.
—Eso no está bien por su parte —dijo Nerea.
—Adrián se está cubriendo de gloria —refunfuñó Lola.
Volvió a sonar el teléfono. Ella misma alargó la mano y lo cogió. Sin preocuparse por preguntar quién era, contestó:
—¡Eres un poco pesado, ¿no?! —Se calló—. Ay, Víctor…, no, no. —Se carcajeó—. ¡Calla, imbécil! Espera. Sí, ahora te la paso.
Tapó el auricular y sonrió socarrona.
—Es el tío este del que «no» te estás enamorando.
Cogí el teléfono de malas maneras y las eché del baño de nuevo rezando por que Víctor no hubiera escuchado a Lola.
—¿Qué pasa? ¿Ante mi acoso has decidido contratar a Lolita como guardaespaldas? —Rio él.
—No, qué va, llamó… Adrián, ya sabes. —Se quedó callado. Yo retomé la conversación—: Pero dime…
—¿Vas a estar con las chicas? —El tono de su voz era ostensiblemente más tirante.
—Sí, han venido a cenar.
—Llámame cuando se vayan, ¿vale?
—¿Estás serio?
—No —suspiró—, solo estoy un poco descolocado.
—¿Por qué?
—Porque tengo demasiadas ganas de estar contigo, es todo. Soy nuevo en esto. —La que no supo contestar entonces fui yo—. ¿Me llamarás? —murmuró.
—Claro que sí.
Salí del baño. Carmen había llegado y tenía cara de circunstancias y la mirada perdida en Nerea.
—¿Qué pasa? ¿Ya te has enterado? —le dije refiriéndome al enigmático resultado positivo del test de embarazo.
Carmen frunció el ceño. Lola y Nerea me hicieron señas detrás de ella, negando con los brazos. Bien mirado, era mejor que Carmen se ahorrara todo el trajín de si Nerea estaba o no embarazada de su exjefe, al que sin duda atropellaría con un tanque.
—¿De qué me tendría que enterar?
—Pues de que… ¡el de la tienda china de la esquina no nos vende cerveza ya a partir de las diez de la noche! —me inventé.
—Bah, pobre hombre. Tú dale cháchara, que está muy solo ahí en su tienda, con sus películas de chinos.
Todas nos reímos.
—Entonces ¿por qué pones esa cara? —pregunté.
—Porque he conocido a los padres de Borja y creo que jamás podré sacarlo de allí.
—¿Su madre es una bruja? Seguro que es una bruja cabrona —dijo Lola frotándose las manos.
—No, qué va, es encantadora y adora a Borja. Y su padre… es como Papá Noel. Ese es el problema. Su hermano mayor vive lejos y ellos… —hizo una mueca y bajó el volumen de su voz— son viejos, ¿sabéis?
—Bueno, tampoco creo que os vayáis a vivir a Sebastopol —dije mientras masticaba una aceituna.
—Ya, pero… si vierais cómo lo mira su pobre madre…
—Esa es una vieja cabrona y te está haciendo chantaje emocional. Si no cedes, sacará su verdadera cara y te vas a cagar patitas abajo —afirmó Lola—. ¡Pues no saben las viejas!
—Por Dios, Lola.
—Ya verás, ya me darás la razón. Por cierto, ¿qué hay de cena? —Se puso a revisar los estantes de la nevera, el horno y el microondas.
—¿Y tú y Víctor? Me acaban de poner al día de la discusión con Adrián. —Carmen hizo una mueca de desagrado.
—Pues mira, no lo sé, vamos a cambiar de tema. Hablemos de Nerea —concluí.
—No, no, a ver, ¿qué te decía Víctor? —contestó Nerea rápidamente.
—Pues… ahora ha estado algo tirante. Dice que está preocupado porque tiene muchas ganas de verme.
—Ohhh —exclamaron las tres pestañeando forzosamente.
Me apoyé junto a ellas en uno de los armarios de la cocina y me serví una copa rebosante de Martini.
—No sé por qué bebemos esta mierda —dije mirando el líquido transparente—. En fin… —Todas me miraron, a la espera de que dijera algo más. Chasqueé la lengua y seguí—: El otro día fue su madre a casa sin avisar y yo me escondí en la habitación. Soy ese tipo de mujer. Una que folla en el suelo del pasillo y después corre desnuda para que no la descubran.
—Como si tuvierais quince años. —Se rio Carmen.
—Sí, como si fuera Lola con quince años —asentí.
La aludida me arreó con el paño de secar los platos.
—Yo a los quince era candorosa como una flor —sentenció.
—¿Y te la presentó? —preguntó Nerea al tiempo que enrollaba un mechón de pelo en un dedo y evaluaba el estado de sus puntas.
—¿Que si me la presentó? —Me eché a reír—. ¿A quién?
—A su madre —contestó como si fuera evidente.
—¿A su madre? No, qué va. No creo que esto vaya por ahí. —Me reí.
—Vale, ya te has hecho la dura. Ahora dinos qué pasó para que su madre fuera a su casa y para que tú terminaras dentro de un armario —demandó Lola.
—No estaba dentro de un armario —contesté con un tono de voz cansino.
—Desembucha.
Suspiré hondo.
—La cuestión es que empezaron a hablar y le preguntó por «su chica». Al parecer su hermana la ha puesto al día… y hablaron sobre algún tipo de evento familiar. Le preguntó si llevaría a alguien y Víctor dijo que no lo sabía. Es mañana y no me ha dicho nada.
—¿Y tú quieres ir? —preguntó Carmen extrañada mientras masticaba palitos de zanahoria.
—No, pero… esto sirve para dejarme claro que lo que tenemos Víctor y yo no es una de esas relaciones sanas en las que al final ella conoce a los padres de él y todos se adoran. Es la historia de la chica que se cuelga y el chico que huye…
—A lo mejor te invita mañana —concluyó Nerea.
—No creo. Pero tampoco sé si quiero ir. En cuestión de meses se cansará. No sé si realmente estoy haciendo bien alargando esto.
—¿Y si no es así? —preguntó Nerea—. Quiero decir, si cada vez te pide más, ¿qué vas a hacer?
—En el remoto caso de que pasase eso, sería cuestión de meditarlo.
—Vaya por Dios, os estáis colgando —dijo Lola sin mirarme—. No sé si podré soportar veros dándoos besitos de periquito. ¡Un favor te voy a pedir! ¡No me lo domes, por el amor de Dios! Ese hombre es un salvaje y está bien que lo sea. El mundo se equilibra así. Con Víctor follando como una bestia.
Ni le contesté. Yo sigo creyendo que Lola toma algún tipo de psicotrópico, aunque ella lo niegue. Pero no pude evitar pensar en silencio en Víctor. En él en todo su esplendor.
De pronto recordé el olor del cuello de sus camisas… Lo echaba de menos y me asustaba. ¿Y si era un capricho pasajero? ¿Y si me plantaba en un par de meses?
Nerea señaló una marca en el cuello de Lola y esta, orgullosa, expuso detalladamente todo lo que había hecho o dejado de hacer con Sergio aquella semana. Yo me abstraje, no porque no me interesara, sino porque de pronto tenía un nudo en el estómago…