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EL SIGUIENTE Y ÚLTIMO PASO HACIA TI

Después de soportar estoicamente durante una hora una de las charlas de Nerea, tuve que escuchar todas las razones por las que según Carmen tenía que andarme con cuidado. Lola solo levantó las cejas, sonrió y las acusó de frígidas.

—Fóllatelo. Mucho, muy fuerte y hasta que te desmayes. La vida son dos días, el mundo se acaba. ¡Follemos!

En total, hora y media de reflexión sobre los últimos meses de mi vida y mi relación con Víctor. A todos nos gusta hablar sobre nosotros mismos, sobre todo si estamos inmersos en una situación algo confusa, pero la verdad es que a mí no me apetecía para nada estar allí charlando y charlando sobre lo que hacer y lo que no, sobre lo que era lícito y lo que era honesto, sobre lo que era sexo y lo que era amor. Yo solo deseaba volver a sentir los brazos de Víctor alrededor de mi cuerpo y dejar que me quitara toda la ropa que quisiera.

De modo que cuando se marcharon no pude sino sentir cierto alivio. Pensaba que necesitaba estar sola. Creía que en cuanto se fueran me daría una ducha, escucharía música y podría dejar de pensar en el asunto.

Ilusa.

Dos minutos después de que las chicas se marcharan el timbre volvió a sonar. Salí de la cocina, donde estaba tirando las botellas de vino en el cubo del cristal, y abrí la puerta. Sobre la pequeña mesa del espacio que hacía las veces de salón aún había cuatro copas y un cenicero con algunas colillas. El ambiente olía a tabaco, a principios de otoño y a perfume de mujer, exactamente al de Carmen. Y ahora, por la puerta se colaba también el jodidamente narcótico perfume de Víctor.

Al verlo me quedé un poco descolocada y no supe qué decir. Lo dejé pasar y cerré la puerta.

Cuando me giré, Víctor se estaba quitando la chaqueta despacio.

—¿Has vuelto? —pregunté confusa.

—No me he ido.

—¿Llevas una hora y media en el coche?

—Sí.

Me toqué los labios con nerviosismo, y Víctor me tiró de la camiseta hacia él.

—¿Por qué?

—Estaba esperando a que se fueran —contestó con seguridad.

—¿Sabías que estaban aquí?

—Claro.

—¿Tengo un topo en la organización?

—No. Instalé cámaras y micrófonos.

Sin hacer preguntas, sin hablar sobre nada en especial, Víctor me quitó la camiseta y yo hice lo mismo con la suya. En el fondo no podía evitar que me molestase que diera por hecho que yo iba a acostarme con él.

—¿Siempre das por sentado que las mujeres queremos acostarnos contigo? —dije apartándolo un poco.

—Aquí no veo más que una mujer.

—¿Y qué te dice que…?

No dijimos más. Nos besamos con entrega y Víctor me subió a la cama, donde me dejé caer mientras él me besaba en el estómago y me desabrochaba el pantalón vaquero.

—¿Llevas condones? —le pregunté.

—¿Desde cuándo…? —dijo arqueando una ceja.

—No sé dónde has estado estos meses. No sé dónde ni con quién —respondí con la intención de sonar firme.

—Si quieres saber algo, la manera más eficaz de calmar tu curiosidad es preguntar.

Me incorporé y decidí hacerle caso.

—¿Has estado con chicas durante este tiempo?

—Concreta un poco más.

—Sabes perfectamente a lo que me refiero.

—Pero quiero comprobar si puedes decirlo o explotas después de decir algo sucio —explicó con una expresión sádica.

—¿Has estado follando por ahí, Víctor?

—¿Quieres saberlo de verdad, Valeria? —imitó mi tono.

—¿Por qué no iba a querer saberlo? —Lo vi levantar las dos cejas. Me acarició la cintura con la yema de los dedos en dirección descendente, quizá tratando de desviar la atención, pero era un tema que él mismo había provocado, así que… Era hora de ser valiente y saber—. ¿Sabes? Sí quiero saberlo. ¿Has estado follando por ahí?

—Sí. ¿Qué esperabas?

—¿Con Virginia?

—Con Virginia. Entre otras.

¿Entre otras? Me dieron ganas de alargar la mano, alcanzar un cojín y hacer que se lo tragara. Maldito patán. Hola, Valeria nena, tú habrás estado muy jodida, pero yo he tenido la picha a remojo este tiempo.

—Vale, no quiero saber nada más.

Me levanté de la cama y resoplé. La mano de Víctor se cernió sobre mi muñeca y tiró con suavidad de mí.

—Valeria…

—No, no, tú y yo no estamos juntos. Tú puedes hacer lo que quieras y yo no tengo nada que decir ni que opinar sobre eso. —Y la verdad es que aquella enorme mentira sonó verosímil.

—¿Puedes venir un momento? —preguntó Víctor.

—No. Prefiero estar sola y… no sé si quiero que estés aquí. Tampoco te invité, ¿sabes?

—Me acabas de preguntar si traía condones —dijo levantando las cejas.

—He cambiado de idea.

—¿Has cambiado de idea porque me he acostado con otras después de que tú me dejaras? ¿Has oído? Me dejaste tú, Valeria. —Se levantó de la cama y se acercó a mí—. Escúchame. Como has dicho, tú y yo no estamos juntos. Tú me dejaste. Y follar es follar. Nada más.

—Follar es follar para ti. —Localicé mi camiseta. Estar hablando de aquello vestida con los vaqueros y un sujetador de encaje no me hacía sentir muy cómoda.

—No para mí, solo si no es contigo.

Arqueé la ceja izquierda perdida en la forma de sus labios, en la sombra de su barba de tres días y en lo verdes que parecían sus ojos rodeados por esas pestañas tan negras. Me obligué a concentrarme. Follar es solo follar si no es contigo. Eso había dicho… ¿Por qué entonces parecía todo tan complicado?

—Creo que deberías irte —le dije sin moverme ni un ápice.

—No quiero irme, Valeria.

Se acercó un poco más a mí.

—Es que me superas y… —empecé a decir sin saber muy bien cómo terminar la frase.

Un silencio. Cerré con fuerza los ojos, deseando no haberlo dicho, pero él se aclaró la voz.

—Tú también me superas a mí. Y te he echado demasiado de menos. Tu olor…

Con una mano me acarició el final de la espalda. La otra se posó en mi cuello y me acercó hasta su boca. ¿Qué decir de aquel beso? Que fue estupendo. Fue dulce, fue sexi y parecía decir muchas cosas.

No me resistí demasiado. Eché los brazos alrededor de su cuello y seguimos besándonos desesperados, abriendo la boca, mordiéndonos, incluso gimiendo levemente. Víctor se dejó caer sobre la cama y yo me acomodé sobre él a horcajadas. Estaba extremadamente excitado y su erección se me clavaba en la entrepierna.

Posó sus labios entreabiertos en mi escote a la vez que intentaba desabrocharme el vaquero. De ahí al infinito sexual, estaba claro. Valeria…, ni pizca de fuerza de voluntad.

Muy mal.

Me levanté, me quité los pantalones y en ropa interior volví a echarme sobre Víctor, a comérmelo entero. Le besé en la boca con desesperación. No sé cómo no pensó que me había vuelto loca. Pero él…, él no pareció hacerse ninguna pregunta y solo me desabrochó el sujetador. Pensé vagamente en que él había estado echando polvos por ahí mientras yo me sentía ridícula y sola… Iba a indignarme, pero el contacto de mis pechos sobre el suyo nos enervó y sus manazas los atraparon con fuerza.

Víctor se encargó de quitarse toda la ropa y de quitarme también a mí lo que quedaba de mi indumentaria. Pronto ya volvíamos a estar desnudos, uno sobre otro. Lo único que se escuchaba en la habitación eran gemidos, jadeos y algún suspiro.

Bajé besándole el pecho, dejando las manos sobre su fuerte abdomen, que se hinchaba histéricamente.

—¿Adónde vas? —preguntó con morbo.

—¿Adónde crees que voy?

—Dilo. —Y su lengua acarició sus dientes en cada letra.

—Voy a metérmela en la boca —dije sentándome en la cama de rodillas— y voy a hacerte sufrir.

Cogí su erección, la llevé hasta mis labios y la posé sobre ellos, cerrados. Después fui abriéndolos y saqué la lengua, con la que rodeé toda la punta para bajar de un lametazo hasta la base. Víctor gimió.

—¿Qué más darán las demás, nena? Si eres la única que me hace sentir así.

Fue como una inyección de libido. La metí entera en la boca y succioné sacándola deprisa. Se retorció, maldiciendo entre dientes. Seguí rápido, dentro, fuera, dentro, fuera, hasta el fondo de mi garganta y otra vez a mis labios. Su mano, como siempre, me asió del pelo, entretejiendo los dedos entre los mechones desordenados. Empezó a gemir más fuerte. Estaba tan excitada…

—Para —me pidió. Seguí un poco más—. No, Valeria, en serio, para, por favor.

Su respiración se fue haciendo cada vez más fuerte, con jadeos más evidentes que podían de nuevo traspasar las paredes de mi habitación. Apretó las sábanas con la mano izquierda e hizo de ellas un nudo. Murmuró algo. Lo ignoré. Me miró, levantó la cabeza de la almohada y la volvió a dejar caer. Deslizó la mano entre mi pelo y empezó a ejercer más fuerza mientras yo tragaba y saboreaba ese sabor a sexo.

—Valeria… —Me encantó escuchar mi nombre de su boca de bizcocho—. Para, para, para…

Me aparté de él cuando lo sentí palpitar. Sonrió mientras respiraba con dificultad.

Me acerqué y nos besamos en la boca.

—Casi haces que me corra —me regañó—. Si no me hubiera controlado ahora tendrías los labios húmedos y te habrías quedado sin fiesta.

—Yo no me quedo sin fiesta —contesté—. Ya se te habría ocurrido algo, te lo aseguro.

Tomó la iniciativa y, tras colocarme sobre su erección humedecida por mi saliva, me penetró brutalmente en una sola estocada, haciéndome arquear la espalda y gritar. En el fondo sentí miedo, enmascarado detrás de la excitación y del placer, pero no le hice caso. Miedo de que aquello no fuera más que sexo y solo me trajera más problemas. Pero no era momento de frenar. Me preocuparía por lo que significara aquello después, cuando ya hubiera acabado.

—Para y ponte un condón —le dije.

—No tengo, cariño.

—Para… —pedí con los ojos cerrados.

Apoyó las manos sobre mis caderas y fue marcándome el ritmo, levantándome a su antojo y dejándome caer… Su boca entreabierta gemía hoscamente.

—No puedo —contestó—. Y tú no quieres.

—¿Y las demás? Todas esas chicas…

—Siempre fue con condón. Nunca como contigo… Nunca lo haría con nadie, Valeria. Contigo es… más.

Más. Más. Más.

Dimos la vuelta en el colchón y se colocó sobre mí, entre mis piernas, que enrollé alrededor de su cintura. Me sujetó los brazos contra el cojín y, removiéndose, encontró esa tecla que me derretía. Me penetró con fuerza una, dos, tres veces. En menos de dos minutos me corrí sin poder controlar ninguna de mis expresiones guturales de placer.

—¡Joder! —grité—. ¡Córrete! ¡Córrete!

Cuando terminé, retorciéndome, Víctor se agarró al cabecero de la cama y, embistiéndome brutalmente, gruñó mientras se corría.

Y dos gemidos de alivio llenaron la habitación.

La respiración se escuchaba agitada y por la ventana abierta se colaban, además del olor de principios de otoño, el trajín de la calle y las conversaciones difusas de la gente que paseaba por allí abajo.

Pero en la cama…, nada. Silencio.

Silencio.

Después de unos segundos dentro de mí, mientras recuperaba el resuello, Víctor se dejó caer a mi lado en el colchón. Miramos al techo sin hablar, pero tampoco hacía falta decir mucho. Quedaba bastante claro que había algo allí que antes, cuando salíamos, no estaba. Y era una incómoda y brutal tensión.

El ambiente se cargó de una electricidad extraña y, pasado el momento de pasión más caliente, solo quedaban por allí el recuerdo de los sonidos y las palabras subidas de tono. Y Víctor respiraba hondo, con la mirada clavada en el techo del estudio y con el estómago hinchándose sobre su respiración. Callado. Demasiado callado. Su ceño demasiado fruncido. Su boca demasiado nerviosa, mordisqueando sus labios y tironeando de ellos.

Cuando la situación empezó a ser demasiado violenta para los dos, Víctor se levantó, se puso la ropa interior, recogió el resto de sus prendas y se metió en el cuarto de baño.

Le esperé enrollada en la sábana. Así me encontró apoyada en la pared cuando volvió a aparecer en el dormitorio. Sonrió, pero lo relativamente poco que le conocía me alcanzaba para saber que era una sonrisa incómoda que no tenía nada sincero.

—¿Te vas ya? —le dije.

—Sí. Mañana tengo cosas que hacer.

—Ajá —repuse con resquemor.

Víctor recogió su cárdigan, que se había caído al suelo, y me sonrió otra vez. Mi expresión había ido mutando desde el placer del orgasmo a la incertidumbre, el miedo y ahora a la decepción llena de rabia. Me sentía…, me sentía como una más. ¿Y si siempre había estado equivocada acerca de Víctor? ¿Y si esta era la situación que realmente había estado buscando desde el principio? Me sentía tan tonta que casi toda la rabia iba dirigida a mí misma. Por imbécil y crédula.

Víctor caminó hacia la puerta y apoyó la mano derecha en el pomo, pero antes de salir se giró y me miró. Dedicó un momento a suspirar, fijó la vista en el suelo y después al tiempo que daba un paso hacia mí dijo:

—Valeria…, no es lo que parece, de verdad.

—Vete —le pedí de mala gana.

—Sé lo que estás pensando. Esto no ha sido mi venganza ni nada por el estilo, pero…

—Pero ¿qué? —dije apretando la sábana aún más.

—Tienes que hacer el esfuerzo de ponerte en mi lugar. Sé que las cosas no han sido fáciles para ti, pero para mí tampoco.

—Todo esto me suena tan… —Cerré los ojos y me senté en el borde de la cama.

—No. Estoy siendo sincero por completo, Valeria. Yo… no es que no quiera estar contigo. Quiero y mucho. No he dejado de pensar en ti en estos dos meses. Pero…, pero no quiero que esto se ponga serio. No quiero nada serio.

—No quieres… ¿nada serio?

—No. Creo que es lo mejor.

—¿Y de qué estás hablando exactamente?

—Podemos…, podemos retomar el contacto, ¿sabes? Pero no quiero…, no quiero ser tu pareja, porque me hace daño. Prefiero saber a qué atenerme contigo.

—Claro, y así de paso puedes gestionar tú solo con quién compartes tu tiempo libre… —Suspiré.

—Esto es… complicado. —Se encogió de hombros—. Yo prefiero no engañarte ni prometerte cosas que ahora mismo no soy capaz de cumplir. Pero… no has sido la única a la que no le ha resultado divertido.

—Ya… —Bajé la mirada hacia el suelo, sin saber qué hacer, qué decir, cómo reaccionar…

Víctor se frotó la cara.

—Me dejaste cuando más me estaba esforzando para que lo nuestro saliera bien. No me quedó mucha fe en poder hacer las cosas mejor.

—¿Entonces?

—Sin explicaciones —dijo muy firmemente—. Ni tú a mí ni yo a ti. Pero, si quieres seguir viéndome, te prometo que no habrá otras.

Le miré sorprendida. ¿Y qué diferencia habría entre aquello y una relación?

—No entiendo.

—Iremos entendiéndolo, pero no voy a implicarme.

No sé si él había ido buscando aquella situación desde el principio, pero sé a ciencia cierta que era en la que más cómodo se movía. Como pez en el agua.

¿Qué haces, Valeria? ¿Le dejas llevar a él el timón?

—Está bien. Iremos hablando —respondí con un hilo de voz, avergonzada por claudicar.

Vale. Le tenía. Tenía a Víctor. Pero… ¿cómo? Agarrado con alfileres…, y empezaba a levantarse tanto viento…