LA SOLUCIÓN FINAL
Nerea estaba mirando a Lola reírse a carcajadas, sin inmutarse. Incluso yo que había pretendido aguantar la risa por respeto a Carmen había tenido que resoplar un par de veces para disimular como si tosiera. Pero es que a Nerea no le hacía gracia. Ni la más mínima. Estaba horrorizada.
—Puedes reírte, Nerea, no me voy a enfadar. —Suspiró Carmen mientras se llenaba la copa de vino más de lo que dicta el protocolo.
—Es que no me hace falta reírme. Es horrible. No entiendo por qué a estas dos —nos señaló a golpe de melena— les parece tan gracioso.
—En el fondo sé que lo es. Y si no fuera porque era yo la que estaba desnuda sobre aquella colcha, también me habría descojonado.
—Es horrible —repitió Nerea—. Horroroso.
Lola se quejó del dolor de barriga y aspiró con fuerza, tratando de tranquilizarse, y yo sonreí.
—¿Y cómo terminó la cosa? —pregunté mientras yo también me llenaba la copa.
—Pues fatal. Perdí el sujetador y los gritos me alcanzaron en el rellano, donde tuve que ponerme las bragas. Decía que se iba a morir de vergüenza y de pena. ¡De pena!
—De pena de que no le metan un rabo a ella también con más asiduidad —sentenció Lola con una risita.
—¡Qué va! Dijo que no se lo esperaba de él. Que él jamás había sido así de sinvergüenza. ¡¡Que ha perdido el pudor y que esas cosas son sucias!!
—¿Eso lo dijo delante de ti? —Levanté las cejas.
—No, me lo ha contado Borja esta mañana por teléfono. Seguro que le dijo que soy una mala influencia —añadió compungida.
—Y llamó al párroco del barrio para exorcizar la colcha. —Se rio Lola otra vez.
—Tú ríete… —susurró Carmen antes de apurar su copa.
—Pero ¿¡por qué te afecta!? ¡Está loca!
—Estará todo lo loca que quieras, pero esa señora es mi suegra, la madre de mi futuro marido y la futura abuela de mis hijos. ¿Te parece poco?
—Lo de decirle que os casáis casi que lo dejamos para otro día, ¿no? —bromeó Lola.
—Se lo dijo Borja después, en el fragor de la batalla. Yo ya… me desentiendo —afirmó ella mesándose su bonito pelo color caramelo.
—Oye…, ¿y el padre de Borja?
—Pues lo primero que hizo fue darle una palmadita a Borja en la espalda, decirle que era un machote y después arrearle una colleja y añadir que guardara el pito mientras viviera en su casa. —Lola y yo volvimos a carcajearnos y Carmen sonrió con cara de circunstancias—. Ya lo sé. Es surrealista. —Alargué la mano y acaricié a Carmen en el brazo. Ella suspiró—. Cambiemos de tema, por favor.
—Pues entonces creo que deberíamos preguntarle a Valeria si tiene algo que contarnos… —susurró malignamente Lola.
La miré sorprendida.
—¿Cómo?
—Me ha contado un pajarito que el otro día te fuiste a tomar un par de copas de vino con cierto ex tuyo…
—¡¿Con Adrián?! —gritó Nerea.
—¿Y quién te ha contado eso? —le dije directamente a Lola, obviando a Nerea.
—¿Tú quién crees que me lo ha dicho?
—¿Habláis mucho? —inquirí un poco molesta.
—¿Celosa?
—Inquieta. No sabía que te callabas tantas cosas.
—¡Venga, Valeria! ¿Querías que te contara cosas de él mientras estabas hecha un moco tirada en la cama? ¡Por supuesto que hablamos!
—No me entero de nada —dijo Carmen al tiempo que se levantaba hacia la nevera, donde se enfriaba otra botella de vino blanco.
Suspiré, me revolví el pelo y dije en voz suficientemente alta como para que Carmen también me oyera:
—Me encontré a Víctor el otro día, saliendo de El Corte Inglés del centro.
—¡Dime que ibas divina de la muerte! —repuso Nerea dando palmaditas.
—Eso dice él —contestó Lola mientras le robaba la botella a Carmen y la abría en un santiamén.
—¿Eso dice él? —pregunté.
—Me dijo que se quedó alucinado. Que te vio tremendamente cambiada, para bien, puntualizó. En realidad, como habló en mi idioma, dijo otras cosas que suenan peor pero que a mí me gustan más.
—¿Como qué?
—Como que se la pusiste de la consistencia del cemento armado solo con oler tu pelo.
Le lancé una miradita de soslayo. Esta Lola…
—¿Te pusiste retozona? —preguntó Carmen sentándose a mi lado.
—No. Me puse chulita. Chulita como me ponía a los diecisiete en una discoteca. Creo que… —El sonido del teléfono fijo me interrumpió y, tras alcanzar el auricular desde el rincón donde estaba sentada, contesté sin ceremonias—: ¿Sí?
—Si algo eres es una mujer de palabra.
—¿Cómo? —dije sin terminar de creerme que era él y que había comenzado la conversación de aquella manera.
—Sí, eres una mujer de palabra. Dijiste que no volverías y no lo hiciste. —Pulsé el manos libres y todas contuvieron una expresión de sorpresa—. Y dijiste que no me llamarías y no lo has hecho.
—Lo dices como si ser una mujer de palabra fuera algo de lo que tuviera que avergonzarme.
Lanzó una carcajada muy sensual y sin más rodeos preguntó:
—¿Nos vemos?
—¿Cuándo?
—Ahora —contestó resuelto—. Ahora. Ya.
—No puedo.
Las tres se pusieron a hacer aspavientos, cada una por un motivo. Lola porque quería que me marchara con él, Nerea porque quería que me quedara en casa y Carmen porque lo que quería es que conservara la calma.
—¿Tengo que pedir disponibilidad? —preguntó como si hiciera un mohín.
—Sí, a mi secretaria y al menos con veinticuatro horas de antelación.
—Te lo planteo de otra manera…, quizá más lamentable por mi parte, pero no importa, me dejo con el culo al aire y confieso que estoy en el coche, en la calle de detrás de tu casa, esperando a que me digas que sí.
—No puedo.
—¿O no quieres?
Lancé una carcajada y las tres me levantaron el pulgar en señal de consentimiento, como si se hubieran puesto de acuerdo para hacerlo.
—Baja y nos fumamos un cigarrillo juntos.
—Tú ya no fumas —respondí.
—Si bajas sí lo haré.
—Entonces no debo bajar.
—Pues… si no bajas, volveré a fumar. Igual hasta me paso al crack.
Las miré a las tres indecisa, con una mueca. Lola me señaló la puerta, Carmen me pasó su brillo de labios y Nerea lo negó con fuerza. Chasqueé la lengua fuertemente contra el paladar.
—Eres muy insistente.
—Lo sé. ¿Bajas?
—Pero solo un rato. Me pillas a destiempo y…
—No te molestaré. Solo…, solo baja. Deja que te vea otra vez. Aún no me puedo creer lo del otro día.
—¿Qué no te puedes creer?
—Joder, Valeria. —Se echó a reír—. Después de verte apenas pude ni dormir.
Carmen y Nerea aplaudieron en «mudo» y Lola hizo un gesto soez con su mano derecha mientras susurraba la palabra «pajillero».
—No me creo que estés ahí abajo, sentado dentro del coche como un acosador. Dame diez minutos.
Mientras las chicas terminaban con todas mis reservas de vino, bajé por las escaleras con tranquilidad. Nada de trotar por los descansillos hasta el último tramo, esperando que él no me notase los nervios. Es que, simplemente, como no terminaba de entender qué hacía allí, necesitaba todo el tiempo que pudiera repelar para pensar qué actitud iba a tomar con él.
Me había dado tiempo a arreglarme un mínimo, pero supongo que no estaba exultante, como en nuestro último encuentro. Llevaba el pelo suelto con la raya en medio, una camiseta azul marino con rayas marineras y escote en barca y unos vaqueros campana, en plan retro. Como maquillaje, solamente un poco de colorete, eyeliner y rímel.
Lo encontré apoyado en la puerta, en el rellano. Iba vestido con unos vaqueros, una camiseta blanca y un cárdigan gris. Por el amor de Dios. Salivo de acordarme. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, pero cuando me vio, los dejó caer hacia los lados mientras se erguía.
—Hola —dije.
—Hola.
Por el momento no dijimos nada. Él sonrió y a mí se me contagió la expresión. Saqué un arrugado paquete de Lucky Strike del bolsillo de detrás de mi vaquero y me encendí un cigarrillo.
—¿Tengo de tiempo hasta que se consuma? —preguntó señalando el cigarrillo. Sonreí—. Estás muy guapa —añadió.
—Gracias.
—Me lo pasé muy bien el otro día.
—Y yo.
Nos callamos y le di una calada al cigarrillo.
—¿Me das un poco?
—¿Quieres uno?
—No. Solo una calada.
Le tendí la mano con el cigarro cogido entre el dedo índice y el corazón, se lo pegó a sus labios y fumó.
—Bueno, ¿qué te cuentas? —dije rompiendo el hielo.
—¿Y tú?
—Poca cosa.
—¿Te he pillado trabajando? —preguntó.
—No. Me he dado unos días más de vacaciones antes de ponerme con el nuevo proyecto.
—¿La segunda parte de…?
—¿Te gustaría que hubiera segunda parte?
—Me encantaría leer cómo me pones a caldo. —Metió las manos en los bolsillos y apoyó la espalda contra la pared.
—¿Y por qué tendría que ponerte a caldo?
—No sé. Es lo que siempre hacéis las mujeres cuando no funciona una historia. Ponernos a caldo a nosotros. Seguro que añades algo de ficción y conviertes a mi personaje en un mujeriego al que terminas por encontrar en la cama con dos rusas.
Levanté las cejas sorprendida.
—¿Dos rusas? Eso suena a fantasía recurrente, muy pensada y manoseada…
Asintió.
—Dos rusas y tú —puntualizó en voz muy baja—. Me la pelo pensando en eso todas las noches.
—Ah, ¿sí? Creía que lo de pelártela no te hacía falta. Pensé que fantasearías con ello con los ojos cerrados mientras tu follamiga, la decoradora, te la comía.
¡Toma!
—Buf…, qué perversa. —Y sus cejas dibujaron un arco precioso—. Dejemos el tema o terminaré confesándote que sí me acuerdo de ti cuando no debo, pero sin rusas. Entonces ¿no habrá segunda parte? ¿Nos vas a dejar a todos colgados?
—No estoy segura de que escribir sobre mí misma sea una buena idea. —¡Claro que iba a haber segunda parte!
—¿Te ha traído problemas?
—Alguno que otro.
—Estás un poco monosilábica, ¿no?
—Es que me has pillado por sorpresa. No te esperaba.
Víctor sonrió con seguridad y entendí que estuviera seguro de sí mismo. Debía de ser imposible que alguien tan guapo y tan sexi no estuviera al tanto de lo que sus gestos provocaban en el género contrario. Y no quiero pararme a enumerar todo lo que me estaba haciendo sentir en aquel momento.
Para mi sorpresa, alargó la mano y me cogió la muñeca. Miré cómo sus dedos se cernían sobre mi mano y me dejé llevar hasta él. Cuando me quise dar cuenta, estaba apoyada en su pecho. Una nube del olor de su colonia se mezcló con el humo del cigarrillo, que dejé caer al suelo en cuanto Víctor acercó sus labios a los míos.
Supongo que pude haberlo evitado, pero no lo hice porque estaba muerta de ganas de que estampara su boca mullida contra la mía con esa violencia con la que Víctor siempre besaba. Yo era de la misma creencia que él: los besos hay que darlos como si no hubiera mañana, como si ese beso que das fuera el último que se te permitiera. Los besos no son cualquier cosa y, desde luego, aquel no lo fue, porque estaba cargado de deseo.
Entreabrimos los labios a la vez, humedeciéndonos con la saliva del otro. Cogí a Víctor del cuello y lo pegué a mí, mientras con sus manos me agarraba el trasero. Su lengua se enrolló en torno a la mía y gemí casi en silencio, como en un ronroneo.
Un carraspeo en el rellano nos hizo separarnos de golpe. La vecina del primero B, una cincuentona que siempre iba de negro, nos miró y contuvo una sonrisa benévola y le dimos las buenas tardes. Cuando la puerta se volvió a cerrar, Víctor me arrolló contra la pared contraria, levantándome a pulso, de manera que mis piernas se abrazaran a su cintura.
Nos dimos un par de besos desesperados más antes de que Víctor suplicara, susurrandome al oído, que subiéramos a mi casa.
—No —le dije bajando de nuevo al suelo en todos los sentidos—. No puedo.
—Valeria…
Sonreí y le pasé los dedos por los labios secándoselos.
—No puedo. No es una excusa. Ahora no puedo. Tengo que subir.
—Pero… —balbuceó mientras me alejaba.
Subí los tres primeros escalones, me tiró del brazo y me besó otra vez. Los movimientos de su lengua eran fuertes, desesperados y muy sexuales. Me resistí a dejarme llevar y volví a agarrarme al pasamanos de la escalera.
Antes de que terminara de subir el primer tramo me pidió que lo llamara.
—No lo haré —respondí sin mirarle.
—Pues entonces lo haré yo.
Cuando entré en casa, Lola y Carmen se habían terminado ya la botella de vino y Nerea seguía bebiéndose su copa con sorbitos delicados. Las pillé de pleno hablando de mí.
—¿Tú crees que debería fiarse? —preguntaba Carmen con el ceño algo fruncido.
—Hola —dije.
—Hola. —Al unísono.
Las tres se quedaron mirándome los labios, enrojecidos. Carmen se rio por lo bajini, Nerea me reprendió y Lola lanzó una carcajada.
Pero… ¿qué significaba aquello?