IMPOSIBLE
Eran las siete y media de la tarde y hacía un calor bestial. Se trataba de uno de esos días de calor húmedo inaguantable que me había obligado a cancelar una cita con Lola para salir a ayudarla a elegir un nuevo guardarropa de soltera y resguardarme en casa con el aire acondicionado a tope. Iba a morir de un golpe de calor si salía.
Sin embargo, Víctor podía llegar a ser muy insistente y había reservado mesa a las nueve en un restaurante para cenar, en la terraza. Llevaba tiempo hablando de aquel sitio y estaba muy ilusionado con ir. Era una villa a las afueras, en medio de un jardín enorme donde, seguro, me zamparían entera los mosquitos. Pero no supe decir que no. Habíamos quedado a las ocho y media en su casa y yo, muy «previsora», correteaba por casa esperando poder llegar a tiempo.
Estaba a punto de salir cuando llamaron al timbre. Abrí sin ceremonias porque, por mucho que me gustara la idea, no tenía poderes extrasensoriales que me previnieran de este tipo de cosas. Y ¿quién estaba ahí? Evidentemente, Adrián. Adrián, sí. Adrián mi exmarido. Adrián, el hombre con el que me casé a los veintidós y del que ya apenas me acordaba. Y no era un Adrián amigable. No. No era un Adrián dispuesto a restablecer una mínima relación cordial conmigo y de paso hablar de los papeles formales del divorcio. Era un Adrián que no me gustaba un pelo.
Traía la cara desencajada, estaba ojeroso y despeinado, casi podría decir que hecho un asco. Por si se me escapaba la verdadera razón de su visita, en su mano derecha llevaba mi novela, manoseada y arrugada. No pintaba bien.
Me miró de arriba abajo e hizo una mueca.
—¿Salías? —dijo con chulería, apoyándose en el marco de la puerta.
—Pasa. Tengo diez minutos.
—Oh, diez minutos, qué bien.
Entró, se quedó de pie y, mirándome, tiró el libro sobre la cama.
—Te dije que antes debías acabarlo —sentencié.
—Tenías toda la razón del mundo. —Nunca había visto a Adrián tan enfadado. Me dio miedo—. La verdad es que lo he leído dos veces, para hacerme a la idea. Quise venir a verte cuando lo terminé la primera vez, pero entonces apareció Natalia y me contó que te había visto sobándote como una cualquiera con otro tío en la cola de un cine… Alto, moreno, guapo. Víctor, supongo, aunque no me sorprendería que ahora estuvieras con otro… —Suspiró—. Entonces lo empecé de nuevo. La primera vez es posible que las ganas de morirme me hicieran perderme algún detalle.
No supe qué contestar. No estaba acostumbrada a ver a Adrián en aquellas condiciones. Me temblaban las piernas. Me descalcé y me senté en el sillón, subiendo los pies sobre él y encogiéndome.
—¿Tienes alguna queja en concreto, Adrián?
—Sí. Tengo millones de quejas en concreto.
—Pues va a ser mejor que empieces ya.
—Publicar esto es lo peor que has hecho en tu vida. No te denuncio por no darte más publicidad. —Asentí, sin contestar. Él siguió—: Si querías hacerme daño te bastaba con una patada en los cojones. Me has ridiculizado y humillado.
—No lo pretendía. Quería contar una historia real y esta es real como la vida misma.
—Esta es una verdadera mierda —espetó con los ojos muy abiertos—. Has pasado de ser escritora a ser… —Miró el libro— eso: una puta que presume de serlo y que encima se cree guay.
—Adrián, no te pases. —Fingí convincentemente tranquilidad.
—Me has humillado.
—Yo no te he humillado.
—Soy un cornudo que encima sabe las maravillas que un cretino le hace a su mujer en la cama. ¿No te parece humillante? —Bajé la cabeza. No tenía contestación para eso. Pero yo también era una cornuda—. ¿Crees que necesitaba enterarme de cómo te toca ese tío? —me preguntó señalándose con el dedo en el pecho.
—Adrián, ¿no has aprendido nada de ese libro?
—Sí —dijo violentamente—. Que me casé con una guarra y lo peor es que en el fondo siempre lo supe.
Me quedé quieta. Adrián nunca me había faltado al respeto. No supe reaccionar durante demasiados segundos. Fue como cuando un golpe te deja fuera de juego durante un rato.
—Y tú ¿qué eres, Adrián? —contesté cuando pude.
—Según ese folletín, soy un engreído que va de artista, un cobarde, un aburrido, un mal amante y un gilipollas integral. Eyaculador precoz también, ¿no, cielo?
—¡No mentí en nada! ¡No exageré en nada! ¡Te acostaste con otra! —le grité.
—¿Antes o después de que tú jugaras a las posturitas con ese tío en su cama? ¿Antes o después de que soñaras que te tocaba? ¿Antes o después de que te metieras medio desnuda en un probador con él? O que durmieras con él, le besaras, os tocarais y…
—No intentes darle la vuelta a la tortilla. Eres un hipócrita. ¡Llevabas meses sin tocarme! ¡Te escuché gemir con otra, Adrián! ¿Cuánto tiempo llevabais haciendo eso a mis espaldas? ¡Vienes aquí hecho una puta furia a echarme esto en cara, como si yo me hubiera arrastrado a tus pies para pedirte otra oportunidad! ¿¡¡Qué más te da!!? ¡Yo ya no te quiero, ni te quería cuando hice todas esas cosas!
Se giró hacia la pared y se tapó la cara con las manos. Entonces mi móvil empezó a vibrar.
—Te suena el móvil —dijo mirándome.
No contesté, esperando que se olvidara del teléfono. Yo sabía que era Víctor. Sin embargo, Adrián se acercó a la mesa auxiliar sobre la que estaba el móvil, lo alcanzó y dijo:
—Víctor. Es él. ¿No vas a cogerlo?
—Déjalo sobre la mesa, Adrián.
—¿No vas a contestar y a decirle que el gilipollas de tu marido ha venido a pedir explicaciones?
—Tú ya no eres mi marido.
Lanzó el teléfono a la otra punta de la habitación; este rebotó en la pared y terminó en el suelo. La batería salió rodando por una parte y la carcasa por otra.
—Pero ¡¿¿qué haces??! —le grité al tiempo que me ponía de pie.
—No sufras, llamará a casa o vendrá a salvarte, como si fuera el príncipe del cuento. Y se encontrará conmigo, ese imbécil que ni te toca ni te folla ni te comprende, pobrecita mía.
—¡¡Tú ya no eres mi marido!! —repetí con rabia.
—Ah, ¿no?
—¡No, no lo eres desde hace años! ¡Me quieres cuando ya me tiene otro! ¡¡Eres patético!!
—Debe de ser que no te follaba lo a menudo que tú necesitas, ¿no? Las tías como tú necesitáis cantidad y variedad, por lo visto.
—Vete a la puta mierda, Adrián.
—¿¡Que me vaya a la mierda!? ¡Es donde he estado metido durante años! ¡¡En la mierda!! —añadió rojo de ira.
—No, no te engañes. Esto no siempre fue así —contesté tratando de tranquilizarme—. Antes nos queríamos.
—Y…, en tu opinión, ¿qué lo estropeó? —Se apoyó en la pared, respirando con fuerza.
—Los dos. Lo estropeamos los dos. Si hubiéramos tenido un mínimo de conocimiento, esto no habría pasado.
Se calló y se giró, con la frente apoyada sobre la pared lisa. Resopló, encogiéndose.
—Te he querido tanto… —Se llevó las manos hasta la cabeza y se revolvió el pelo.
—Creo que somos lo suficientemente adultos para solucionar esto, Adrián. Pero no ahora. Vete.
—No hay nada que solucionar. —Se volvió, con el gesto desencajado—. Lo has roto del todo.
Sonó el teléfono de casa. Insistente. Lo escuchamos los dos en silencio. Finalmente Adrián se acercó, tiró del cable y lo desconectó, llevándose con el hilo también parte de la pintura de la pared.
—¡¡Para!! ¡¡Para de una puta vez!! Vas a conseguir que venga. ¿Es lo que quieres? —grité histérica.
—A lo mejor él tiene una explicación convincente de por qué me has hecho un desgraciado.
—Tú no me quieres, Adrián. ¡Haz tu vida! ¡Haz tu puta vida y déjame que yo rehaga la mía! ¡¡En lo único que me equivoqué es en no dejarte antes!! ¿Me has oído? ¡¡En no dejarte antes para que no tuvieras nada que reprocharme!!
—¿Quererte es tragar con todo, puta niñata? ¿En serio crees que esto durará? ¿En serio crees que te va a querer ni la mitad que yo?
—Adrián, déjalo. Te estás poniendo en evidencia. —Si hubiera podido me habría sentado en el suelo y me habría tapado las orejas—. Él me abraza, ¿sabes? Y cuando lo hace, hasta tú me importas una mierda.
—¡Cállate, por Dios! —contestó.
—¡¡Cállate tú!! ¡Vete de mi casa, joder!
—¡No me da la gana! ¡No me da la gana! —Y cada vez gritaba más.
—¿Cuándo te convertiste en esto? —Le miré con resentimiento.
—¿Cuándo me hiciste así, dirás?
—¿Yo? ¿¡¡Yo!!? —Me reí irónicamente—. ¡Sí, claro! ¡Yo te convertí en esta mierda de persona que primero me engaña con una niñata y después me echa en cara que yo le hiciera lo mismo con una persona mejor! ¡Pues mira, a lo mejor te hice así poco a poco! ¡Sí, hombre, todas las noches que ni siquiera nos hemos rozado durmiendo en la misma cama o los días que has preferido repasar trabajos acabados a estar conmigo o todas y cada una de las veces que me presionaste para que acabase tomando la decisión que a ti te parecía adecuada!
—Soy un hijo de puta, ¿no? ¿No es eso? ¡Todo lo he hecho mal!
—¡¡No, lo hemos hecho mal!!
—Cuando te canses de él y vengas a buscarme, me va a dar asco hasta mirarte —dijo levantando las cejas.
—Adrián, no voy a ir a buscarte.
—Sí, lo vuestro será eterno y comeréis perdices.
—Si mañana mismo dejara de ver a Víctor para siempre, serías la última persona con la que querría estar. A mí también me da asco hasta mirarte. ¿Y Alejandra? ¿Es que te ha plantado ya?
Nos callamos. Me lanzó una mirada envenenada y una mueca en sus labios imitó a una sonrisa.
—¿Sabes? Me ha hecho mucha gracia leer tus licencias literarias. No tienes ni idea de lo que pasó entre Álex y yo, pero tú…, tú lo escribes como si hubieras estado sentada en el sillón tomando notas.
—Nunca me aclaraste lo que realmente pasó en esa habitación, a lo mejor por eso tengo que imaginarlo.
—Te quedaste muy corta. —Me miró con rabia—. Te quedaste muy corta y no tienes ni puta idea de lo que fue lo nuestro…
—¿Te das cuenta? Vienes a echarme en cara que has tenido que leer lo que pasó entre Víctor y yo y ahora te regodeas con tu revolcón con una niñata. Pues ¡enhorabuena! ¿Qué quieres que te diga? Si pretendes hacerme daño, mejor ahórrate los detalles, porque ya me importa una mierda —le contesté con más rabia aún.
—Si he tenido que leer cómo te regodeas tú con lo maravilloso que es todo cuando te folla un tío como Víctor, prefiero que sepas que me acosté con Álex y no contigo porque ella sí me la ponía dura. Siempre la he hecho disfrutar. ¿Cómo me iba a apetecer acostarme contigo? —Me miró con desprecio—. ¿Para qué? ¿Para empujar entre tus piernas mientras tú mirabas al techo e imaginar que eras ella?
Joder…, aquello fue una bofetada.
—Podría contestarte que Víctor no opina lo mismo que tú cuando me hace el amor todas las noches, pero mejor te voy a pedir que te vayas de mi casa. No me obligues a echarte. Vete.
—No, quiero esperar a tu novio. Tu novio —repitió, riéndose de mí.
—¡¡Vete!! —grité fuera de mí.
Sonó el timbre. Víctor golpeó la puerta con el puño. Había decidido pasar a recogerme…
—Valeria, soy yo. Abre —pidió.
—Estarás contento. —Clavé la vista en Adrián, que me devolvió la mirada sin cambiar de expresión, como si fuera un muñeco de cera colérico.
Abrí la puerta y salí.
—Víctor…
—¿Qué pasa? Te llamé pero… —Y parecía tan preocupado…
—Está aquí Adrián. —Se quedó callado—. Está muy… alterado. Algo agresivo. Mejor vete. Te llamaré esta noche.
No tuve que haber dicho la palabra «agresivo». Víctor bordeó mi cuerpo y entró en casa. Se quedó mirando a Adrián y luego el destrozo de mi móvil sobre el suelo y el cable arrancado del fijo. Me coloqué detrás de él y, tirándole del brazo, intenté sacarlo de nuevo.
—No, déjame, Valeria —me dijo al tiempo que se soltaba—. No voy a montar ningún numerito, solamente quiero que me diga todo lo que tenga que decirme y que luego se vaya y nos deje.
—Por favor, Víctor —supliqué.
—No, déjame.
—¿Qué quieres que te diga? —contestó Adrián—. ¿Que me has destrozado la vida? ¿Que eres un niñato que no acepta que algo no esté a su alcance? Eres un cobarde de mierda y en el fondo sabes que el día menos pensado esto será demasiado para ti y le darás puerta. ¿Me equivoco, valiente?
Víctor se sujetó el puente de la nariz con dos dedos.
—Yo no he destrozado nada. La has destrozado tú solo. Acepta que nadie rompe una relación de diez años que funcione. Ya no había nada que destrozar. Por favor, deja a Valeria en paz y sigue con tu vida. No voy a decir nada más.
—Vete, Víctor, por favor —le pedí.
—Sí, eso, vete, Víctor, esto es una cuestión entre marido y mujer.
—Por poco tiempo, me parece —dijo Víctor mientras daba media vuelta.
—¿La ayudarás tú a firmar el divorcio? A mí me da la impresión de que para entonces ya estarás con otra guarra.
—Ni estaré con otra ni ella es una guarra. Trátala con el respeto que se merece o el que dejará de tratarte bien seré yo.
Jamás había escuchado salir de la garganta de Víctor un tono tan grave. Casi gruñía.
—¿Me estás amenazando?
—No. Te estoy pidiendo por favor que te vayas. Di lo que tengas que decir y vete.
—¿Te la follas a gusto, Víctor? ¿Es complaciente? ¿Es eso? ¿Te deja que le hagas todo lo que te apetezca?
Víctor se giró y se quedó mirándolo, pero al final levantó las manos con las palmas hacia arriba y volvió hacia la puerta diciendo:
—Salgo fuera. Esperaré hasta que se vaya. No puedo con este tío.
—Cobarde —insistió Adrián.
Víctor dio media vuelta de nuevo.
—No soy cobarde. Es que me estás pidiendo a gritos una hostia y si te la doy, con las ganas que te tengo, salgo de aquí esposado.
—¡Qué machote! —se burló Adrián.
Empecé a pensar si no iría borracho. Gracias a Dios, Víctor no entró al trapo y le dio la espalda.
—Eres un mierda. —Víctor cerró la puerta con un portazo.
—Vete. No quiero tener problemas con él —le dije a Adrián.
—Sabes de sobra que te dejará tirada.
—¿Como tú? ¿Me dejará tirada como me dejaste tú? No te preocupes por mí.
—¡¡Yo no te dejé tirada!! ¡¡Te lo follaste!! Te odio, joder, te odio —contestó estallando en lágrimas.
Eso me sorprendió. No. Adrián no era de los que gritan, ni de los que sollozan, ni de los que odian. Y verlo allí, rojo de ira, temblando y sollozando, me trajo a la garganta un sabor horrible. No me gustaba. No disfrutaba viéndolo así, por muy dolida que nuestra relación me hubiera dejado. Adrián estaba destrozado. Y yo, en el fondo, también. Me di cuenta de lo rota que me había quedado por dentro y de la poca atención que me había prestado a mí misma para superar que la relación en la que volqué toda mi ilusión se hubiera destrozado de aquella manera.
Me senté en el sillón y yo también lloré cara a la pared. ¿Yo era una guarra y una puta por haberme acostado con Víctor? ¿Y él? ¿Qué era él? Yo me acosté con Víctor y rompí con Adrián. Él estuvo con Alejandra meses. Lo sabía. En el fondo siempre lo supe. Y de pronto me dolía hasta por dentro…
Adrián vino hasta mí, se sentó en el suelo y apoyó la cabeza en mis rodillas con el pecho agitado por el llanto. Al fin susurró que me quería tanto que iba a morirse.
Miré al techo y sollocé. ¿Por qué se empeñaba en hacer las cosas tan difíciles? Ni él me quería ni yo le quería a él. Ya está. ¿Por qué tenía que agarrarse con uñas y dientes a algo que ni siquiera respetó cuando existía? Teníamos que llorarlo, guardarle el duelo que merecía y después seguir con nuestra vida. No aquello.
—No vas a morirte, Adrián. Tú no me quieres y yo tampoco te quiero ya. No quiero que me toques, que me mires…, no quiero volver a verte. No quiero…
Adrián no dijo mucho más. Se limpió las lágrimas brutalmente con el dorso de la mano, se levantó y se fue, mirando al suelo. Ni siquiera cruzó una palabra con Víctor, que esperaba en la puerta.
¿Eso era yo? ¿Era una cría de veintiocho años que se paseaba de la mano con su nueva conquista sin pararse a pensar ni un segundo que acababa de romper su matrimonio? ¿Seríamos eso siempre Víctor y yo? Un supuesto que pintaba bien, unos novios eternamente posadolescentes. Pero… ¿de qué conocía yo a Víctor? Porque si Adrián, al que conocía desde hacía más de diez años, había terminado resultando alguien diferente, alguien dispuesto a hacerme daño, ¿de qué otra forma podría terminar lo mío con Víctor? Y de repente sentí terror, porque las palabras de Adrián dolían, pero si fuera Víctor el que un día decidiera hacerme daño, en ese caso no sabía si podría resistirlo.
Tenía dentro de mí una lasaña de sentimientos encontrados que no lograba entender por más que quisiera. Tenía que haber esperado. Tenía que haberlo pensado bien. Tenía que cuidar de mí.
Víctor entró despacio en casa y cerró la puerta. Caminó lentamente hasta mí y se sentó en el brazo del sillón. Me puso una mano sobre la espalda.
—No te preocupes —susurró—. Firmad los papeles. Si después vuelve a presentarse, llama a la policía.
—Terminarás cansándote de esto. Te he complicado la vida —musité.
—No digas eso.
—Terminarás cansándote de esto, de mí y de acostarte con una sola chica que no sabe… —Estaba tan nerviosa que no me di cuenta del agresivo tono en el que estaba hablándole.
—No, eso no es verdad —contestó de forma seca.
—No sé por qué hacemos esto, Víctor. Esto es…, es una pérdida de tiempo.
—Para mí no lo es. Si lo es para ti es que hay un problema.
—Yo ya no sé ni siquiera si ando a tientas. —Me tapé la cara.
—Valeria, ¿qué haces? ¿De qué va esto? —Levantó las cejas, sorprendido.
—Creo que no tenía que haber empezado algo… contigo… —Pensé que no tenía que haber empezado algo con él tan pronto, pero esas dos palabras finales se quedaron en el tintero—. No confío en ti.
—¿Que no confías en mí? ¿Y me lo dices después de la bronca con tu ex? ¿Qué es lo siguiente? ¿Que me digas que él tiene razón y que te arrepientes de haberme conocido?
—Sí. —Y lloré sin poder explicarle que no me arrepentía de haberle conocido pero sí de que las cosas hubieran pasado de aquella manera, pero lloré en silencio, muy dignamente.
—Me voy. No dices más que tonterías. —Se levantó.
—No son tonterías, Víctor. Te irás. —Le miré—. Y me dejarás peor de lo que me dejó él. Yo no voy a poder soportarlo. —Víctor caminó por la habitación—. ¿Puedes jurarme que no te irás? —le pregunté.
Se giró, me miró y se mordió el labio.
—No me hagas esto, Valeria.
—Dímelo. ¿Puedes jurar que no te irás? ¿Puedes prometerme que esto va a ser de verdad y que no acabaré hecha mierda?
—No, claro que no puedo. Pero ni yo ni nadie. Nunca te he engañado, Valeria. Creo que siempre he sido muy franco contigo.
—Por eso. —Levanté las cejas—. Sé qué clase de hombre eres, Víctor.
—¿Sí? ¿Qué clase de hombre soy, Valeria?
—De los que me hacen daño. Vete, por favor.
Víctor se quedó mirándome sorprendido.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó otra vez.
—Cuidar de mí misma. Vete, por favor.
Me encogí y seguí llorando. Él fue hacia la salida, pero se paró un momento frente a la puerta. Le toqué la fibra, supongo.
—Esperaré unos días a que te tranquilices —dijo conservando la calma, tras un suspiro.
—No. No me hagas esto —sollocé.
—Nos lo hacemos si rompemos, Valeria. Piénsalo. —Me tapé la cara y sentí que me faltaba el aire. Él siguió—: Esperaré unos días, pero cuando vuelvas, hazlo con un papel firmado que me asegure que se terminaron estos follones. Estoy hartándome de numeritos.
—¿Qué numeritos?
—Esto es un numerito. —Nos señaló, ceñudo.
—No me presiones. —Cerré los ojos.
—No te quise con la alianza puesta y no te quiero casada con ese hombre. ¡¡Mira lo que nos hace!! Estoy harto de que esto sea una telenovela. ¡¡Estoy harto!! —Escuchar gritar a Víctor era lo que faltaba para terminar de rematarme—. ¡¡Yo no te voy a dejar tirada por otra guarra como dice tu marido!! ¿Por qué tienes que pensar eso? ¿Por qué no puedes pensar que acabamos de empezar, que podemos…?
—¡Porque no eres de esos, Víctor! ¡Porque te cagas de miedo y reculas a la mínima! Necesito alguien que me haga sentir fuerte después de esto. ¡No quiero tener que estar siempre preocupándome por si algo te asusta y saldrás huyendo! —le contesté—. ¿Ahora quieres compromiso? ¡Eres tú el que no sabe lo que quiere!
—¡No te estoy pidiendo que te cases conmigo, por el amor de Dios! ¡Implícate o déjame, joder!
—¿¿Lo ves?? ¿Lo ves, Víctor? ¡Eres tú quien no se implica! ¿No he estado yo implicada? ¿Has echado en falta algo? ¿Eh? ¿Has echado en falta algo durante estos meses?
—No, en falta nada. Lo que ha habido siempre ha sido cosas de más.
Abrió la puerta y dio un paso para traspasar el umbral, pero se quedó allí. Después se giró. Me enjugué disimuladamente una lágrima y le sostuve la mirada.
—¿Qué?
—Ten cuidado, Valeria, no quiero tener que odiarte porque sufro…, y esto empieza a no ser divertido.
—Las relaciones no siempre son divertidas. Crece de una vez.
Víctor abrió los ojos sorprendido y lanzó una risita con sordina, pero de estas que se te escapan cuando algo te ha dado una soberana patada en la entrepierna.
—No me pidas que crezca porque lo que me dan ganas de contestar es que contigo envejezco.
¿Contigo envejezco? De pronto me pareció que Adrián terminaría teniendo razón. Ya no era una amenaza vaga. No. Víctor no estaba preparado para lo que yo necesitaba y no me veía con fuerzas de tener que lidiar todos los días con ello. Estaba harta de mendigar.
Y vi a Víctor cansándose de mí y besando a otra. Me vi a mí misma sola y sintiéndome ridícula… A decir verdad, ya me sentía ridícula. Mucho.
Quizá aún estaba a tiempo de… ser fuerte.
—Vale —asentí, aguantando las lágrimas—. Vete, por favor. Pero no vuelvas.
—Estás nerviosa y Dios sabe que estoy teniendo mucha paciencia, pero…
—Deja de tenerla. Vete y búscate la vida. Está visto que tú tampoco me quieres. Los dos sabemos cómo terminará. Vete ya y ahorrémonoslo.
Víctor dio dos pasos hacia atrás, sin dejar de mirarme, y luego desapareció.