VUELTA A LA REALIDAD
Entré en mi piso con reticencia. Tenía la sensación de que al abrir encontraría a Adrián tirado en la cama, revisando unas fotografías en su portátil. Suspiré. La realidad era otra y debía ir acostumbrándome. Al fin y al cabo, los dos nos lo habíamos buscado, ¿no? Teníamos lo que merecíamos.
Había que pensar en positivo. Como decía Lola al menos ahora tenía todos los armarios de la casa para mí. Para celebrar mi soltería, me había regalado un conejito a pilas, un pijamita de pilingui y una botella de ginebra que seguían esperándome sobre la mesa baja de mi «sala de estar». ¿Esa iba a ser mi vida ahora? Orgasmos mecánicos proporcionados por un pedazo de látex que no te abrazaba después del sexo y un copazo en soledad.
No. Prefería a Víctor.
Y hablando de Víctor…
Aún no había tenido fuerzas ni inspiración para contestarle el mensaje. Quería hacerlo, pero quería hacerlo bien. Ya se sabe, sonar natural y ocurrente a la vez, con un toque enigmático y sexi. Y despreocupado, sobre todo despreocupado. Nada que le diera a entender que me acostaba todas las noches con unas ganas aberrantes de que me atara a su cama y me convirtiera en su esclava.
Claro, como si resultara tan sencillo ser de repente la chica ideal. Y es que en el fondo me sentía como quien sostiene a alguien por el hilo que escapa de una de sus mangas. ¿Quién me decía a mí que Víctor no huiría en cuanto viera que mis intenciones iban más allá de la simple aventura? Una cosa es lo que uno dice, en el fragor y calor de la batalla, y otra muy distinta lo que uno hace cuando todo se calma. Y él ya no había reaccionado demasiado bien a mi separación…
Me senté en el suelo, encendí el aire acondicionado y cogí el móvil. No sabía si es que hacía mucho calor o es que pensar en Víctor encendía mi hornillo interior, pero la cuestión es que me sudaba hasta el alma. Qué poco sexi. ¿Qué habría visto ese chico en mí?
Hice tres intentonas, pero acabé borrando el texto. Me tumbé en la cama y medité acerca de la cantidad de mujeres que se habrían visto en aquella situación con Víctor. Y él habría recibido mensajes de todas las índoles posibles: calientes, divertidos, sofisticados, ocurrentes, buenrolleros… ¿Cuál era definitivamente mi estilo?
Al final opté por contestarle con sinceridad; necesitaba expresar lo que sentía. Total dentro de nada iba a poder leer con total honestidad cómo me había ido colgando de él poco a poco de espaldas a mi marido, hasta no poder quitármelo de la cabeza. Vaya plan.
Al meollo: «Me gustó mucho recibir tu mensaje. Apareceré cuando menos te lo esperes, pero dile a tus sábanas que… Bueno, mejor pensado ya se lo diré yo, ¿no?».
Lo releí y, con los ojos cerrados, pulsé enviar. No me di tiempo de pensar en ello.
Dejé el móvil sepultado por un montón de cojines sobre la cama y cogí el teléfono fijo. Llamé a mi hermana enseguida para mantenerme ocupada y mientras tanto preparé café. Cuando volví a revisar el móvil, cual yonqui, la respuesta estaba anunciada en el display exterior, lo que me dibujó en la cara una estupenda sonrisa de idiota.
«Tengo ganas de verte. Mi casa me recuerda a ti. Mi despacho me recuerda a ti… Todas y cada una de las cosas que tengo ganas de hacer quiero hacértelas a ti. Necesito verte (besarte, tocarte, abrazarte, desnudarte…) pronto. ¿Me estoy portando muy mal? Tendrás que volver para meterme en vereda».
Levanté la cara, miré al infinito y después enarqué las cejas.
Vamos a ver. ¿Qué significaba exactamente eso? Porque, la verdad, sonaba a pistoletazo de salida. ¿Era una señal para que le llamara ya? ¿Había pasado el tiempo suficiente? ¿Se había dado cuenta de que quería estar conmigo? ¿O es que le picaba y tenía ganas de mojar? ¿No tenía para eso un montón de mujeres dispuestas?
Ay, Dios…
Tenía tantas ganas de verle…, quizá demasiadas. Me había pasado ya muchos ratos muertos tratando de desentrañar si Víctor era solo un capricho de mi apetito sexual o algo más y ya tenía bastante claro que estaba colgada de él. Pero aún estaba a tiempo de pararlo, alejarlo para siempre y olvidarlo. Tenía que recordar qué clase de chico era Víctor; hacía ya mucho tiempo que yo había dejado de creer en cuentos en los que el chico cambia. ¿Estaba dispuesta a tragar con lo que significaba encorsetar a Víctor en la monogamia?
Aquello no había por dónde cogerlo. Lo mejor era la callada por respuesta y meditar.
El teléfono de casa interrumpió la meditación apenas unos minutos después. Era Lola, que me llamaba desde su trabajo:
—¿Ya estás en casa? —Ni hola ni qué tal… Lola en vivo y en directo.
—Sí. —Sonreí.
—¿Hogar dulce hogar?
—Bueno, no sabría decirte. De repente es como otra casa.
—Claro. Un pisito de soltera muy guay que te sirva de picadero, muchacha. Pero si te aburres, nos vamos de compras —y respondió de forma automática como si esa fuera a ser la respuesta con independencia de lo que sucediera.
—Estás trabajando, Lola.
—Pero me duele un diente… —contestó con aire grave.
—Estás a punto de coger vacaciones; reserva todos esos planes para cuando estés libre. Seré toda tuya.
Lola lanzó un ronroneo sugerente y después siguió hablando:
—Suena muy lésbico. ¿Cuándo sale el libro?
—Mañana.
—¿Habrá presentación?
—No, han hecho campaña en medios escritos. Te enseñaré los recortes.
—Anoche hablé con Víctor. Nos encontramos en una cervecería.
A bocajarro. Pero ¡qué cabrona! Esas cosas deben ir precedidas de una suave conversación introductoria del tipo: «¿A que no sabes a quién me encontré ayer?».
—Sí…, esto…, me envió un mensaje —contesté tratando de hacerme la interesante.
—Lo sé. Me dijo que llevaba tiempo queriendo llamarte pero que quería darte espacio. Algo de que quedasteis en que tú dejarías la situación respirar y un montón de bla bla bla sentimental. No sabes lo raro que suena escuchar a Víctor en esos términos. Por más que me extrañe, está loco por ti. A decir verdad, creo que fue escuchar tu nombre y empalmarse. —Víctor empalmado. Menuda visión más tórrida me vino a la cabeza. Tórrida y sobre la barra de su cocina, para más señas—. ¿Val? —preguntó para cerciorarse de que seguía al teléfono.
—Sí, sí, estoy aquí. Pero dime…, ¿qué ha pasado con el «no te fíes de él»?
—A todo cerdo le llega su San Quintín.
—Creo que el dicho no es así. —Me reí.
—Bah, qué más da, tú me entiendes. ¿Tienes ganas de verle?
—Sí, pero no quiero precipitarme, que crea que voy a por todas y salga corriendo despavorido. Además…, ¿y Adrián? Es demasiado pronto.
Y a pesar de todo no me creía ni una palabra de lo que estaba diciendo. Tenía unas ganas tremendas de precipitarme. Especialmente hacia su cama y que después me abrazara entre las sábanas.
—Deberías quedar con Víctor y charlar —contestó Lola.
—Con Víctor no puedo charlar. —Me arrepentí del comentario y cambié de tema pronto—. Pero dime, ¿a qué viene esta campaña pro Víctor?
—No es ninguna campaña. Es solo que… Adrián me dio una patada emocional. Me tocó las pelotas. Era el único hombre en el que confiaba. Por su culpa he perdido la fe en la humanidad.
Me revolví el pelo. Joder, aún escocía hablar del tema.
—Yo también me porté mal. —Miré al suelo.
—Creo que Víctor ha sido más valiente.
—¿Que quién?, ¿que Adrián o que yo?
—Que los dos. Al menos hasta ahora.
—Si hubiera tosido cuando le dije que me separaba, se le habrían escapado las gónadas. No suena muy heroico, ¿a que no?
—Démosle tiempo para que trague sus gónadas y vuelvan al sitio. De todas maneras, como carezco de la mitad de la información trascendental de la historia…
Me quedé callada. No quería responder a aquella provocación de Lola. Ponerme a explicarle mis episodios sexuales con Víctor con todo el detalle que ella pediría iba a resultarme agotador y… quería pensar en otra cosa. Las pulsiones que me invadían cuando me acordaba de Víctor no debían de ser sanas.
Gracias a Dios, ella carraspeó y, cambiando el tono de voz, dijo:
—¿Salimos el fin de semana? Carmen y Nerea se apuntan. Solo chicas. Para celebrar que has vuelto, que ha salido tu libro, que estamos en edad de merecer…, esas cosas.
—Estaría bien. —Sonreí.
—Me han hablado muy bien de un garito bastante pijo. Echamos el lazo a un par de niños bien y que nos inviten a copas. Podíamos obligar a Nerea a emborracharse y venderla a alguien.
—Qué mala eres. ¿Cómo anda el «tema Sergio»?
—No hay «tema Sergio».
—No te hagas la dura.
—Es que no me interesa para nada.
—Pero… —repliqué.
—A ver…, que yo sepa no ha vuelto con su novia, pero qué quieres que te diga… Es un gilipollas vestido de tipo duro. Y eso es muy lamentable. Oye, voy a apuntar lo del viernes en la agenda, por tanto queda fijado y ya no te puedes rajar.
Vaya, parecía que para Lola también había temas que escocían.
—¡Uhhhh! ¡El poder de la agenda roja! —dije con tono de voz en off de película de terror.
—Es la biblia, reina, y ella manda.
Colgó sin más, como siempre.
Mi libro…, mierda. Me encendí un cigarrillo y crucé hasta los dedos de los pies con la esperanza de que todos se lo tomaran con humor.