XXXII

Atalaya de Deshima

Las diez y cuarto de la mañana del 18 de octubre de 1800

Cuando la bandera británica aparece en el asta de la fragata, Jacob de Zoet lo entiende todo: Ha llegado la guerra. Las transacciones entre la chalupa y el comité de bienvenida lo dejaron confundido, pero ahora se explica el extraño proceder de unos y otros. Han raptado al administrador Van Cleef y a Peter Fischer. Debajo de la atalaya, Deshima desconoce aún los turbulentos sucesos que han tenido lugar sobre las plácidas aguas de la bahía. Una cuadrilla de mercaderes entra en casa de Arie Grote y unos guardias alegres abren la aduana de la Puerta Marítima, que llevaba mucho tiempo cerrada. Las barcas del comité de bienvenida están volviendo a Nagasaki como si les fuese la vida en ello. Tenemos que ganar por la mano a la Magistratura, se dice. El escribano baja ruidosamente las tortuosas escaleras de madera, echa a correr por el callejón y, al llegar a la Calle Larga, desata la cuerda de la campana de alarma contra incendios y la toca con todas sus fuerzas.

• • •

Alrededor de la mesa ovalada de la Sala de Reuniones están sentados los ocho europeos que quedan en Deshima: los funcionarios, Jacob de Zoet, Ponke Ouwehand, el doctor Marinus y Con Twomey; y los peones, Arie Grote, Piet Baert, Wybo Gerritszoon y el joven Ivo Oost. Eelattu está sentado bajo el grabado de los Hermanos de Witt. En el último cuarto de hora, los presentes han pasado del alborozo al pesimismo, previo paso por la incredulidad y la estupefacción.

Hasta que logremos liberar al administrador Van Cleef y al adjunto Fischer —dice Jacob—, tengo intención de asumir el mando de Deshima. Este autonombramiento es de lo más irregular, y cualquier objeción que me hagan la anotaré sin resentimiento alguno en el libro diario de la factoría. Pero nuestros anfitriones desean tratar con un solo funcionario, no con los ocho, y en las presentes circunstancias mi rango es el más alto.

Ibant qui poterant —declara Marinus—, qui non potuere cadebant.

—«Administrador interino De Zoet». —Grote se aclara la garganta—, suena bastante bien.

—Gracias, señor Grote. ¿Y qué tal suena «Adjunto interino Ouwehand»?

Miradas y asentimientos en torno a la mesa confirman el nombramiento.

—Es el ascenso más raro de mi vida —dice Ouwehand—, pero lo acepto.

—Recemos para que estos cargos sean temporales, pero, por ahora, antes de que los inspectores del magistrado suban en tropel esas escaleras, me gustaría dejar sentada una directriz, a saber: que nos oponemos a la ocupación de Deshima.

Los europeos asienten, unos con gesto desafiante, otros de forma más condicional.

—¿Han venido a apoderarse de la factoría? —pregunta Ivo Oost.

—Sólo podemos hacer conjeturas, señor Oost. Tal vez esperaban encontrarse un mercante cargado de cobre. O puede que pretendan saquear nuestros almacenes. O quizás quieran una jugosa recompensa por sus rehenes. Andamos escasos de datos concretos.

—Lo que me preocupa —dice Arie Grote— es que andamos escasos de armas. Está muy bien eso de que «nos oponemos a la ocupación de Deshima», pero ¿cómo? ¿Con mis cuchillos de cocina? ¿Con los bisturíes del doctor? ¿Qué armas tenemos?

Jacob mira al cocinero.

—La astucia holandesa.

Con Twomey levanta la mano en señal de protesta.

—Le pido disculpas. La astucia holandesa e irlandesa… y la preparación. Por lo tanto, señor Twomey, asegúrese, por favor, de que las bombas antiincendio están operativas. Señor Ouwehand, organice turnos de guardia en la atalaya durante…

En las escaleras principales se oyen unos pasos apresurados.

El intérprete Kobayashi entra en la sala y fulmina con la mirada a los presentes.

A su espalda, en el umbral, hay un fornido inspector.

—Magistrado Shiroyama envía inspector —dice Kobayashi sin saber a quién dirigirse— por asunto grave… ocurre en bahía: magistrado debe discutir esta cosa, sin retraso. Magistrado manda buscar extranjero de más rango, ahora. —El intérprete traga saliva—. Inspector debe saber quién es extranjero de más rango.

Seis holandeses y un irlandés miran en dirección a Jacob.

• • •

El té, servido en un cuenco pálido y liso, tiene un color verde exuberante. Kobayashi y Yonekizu, los intérpretes que esta mañana han acompañado a la Magistratura al administrador interino Jacob de Zoet, lo han dejado en el vestíbulo, bajo la atenta mirada de un par de oficiales. Sin saber que el holandés los entiende, los oficiales conjeturan que el extranjero tiene los ojos verdes porque su madre comió demasiada verdura durante el embarazo. La atmósfera solemne que Jacob recordaba de la visita que hiciera a la Magistratura un año antes, en compañía de Vorstenbosch, se ha visto alterada por los acontecimientos de la mañana: soldados que gritan en los barracones; hojas que se afilan en muelas de volante; sirvientes van y vienen apresurados, cuchicheando sobre lo que podría suceder. Aparece el intérprete Yonekizu.

—Magistrado está listo, señor de Zoet.

—Yo también, señor Yonekizu, pero ¿se ha recibido alguna noticia nueva?

El intérprete sacude la cabeza con ambigüedad y acompaña al holandés hasta la Sala de los Sesenta Tatamis. Allí espera un consejo de unos treinta asesores sentados en dos o tres hileras dispuestas en herradura, frente al magistrado Shiroyama, que ocupa un estrado de un tatami de alto. Indican a Jacob que se dirija al centro. El chambelán Kôda, el inspector Suruga e Iwase Banri —las tres personas enviadas a acompañar a Van Cleef y a Fischer al barco holandés— están arrodillados en fila a un lado. Los tres están pálidos y con gesto preocupado.

Un ministril anuncia:

—Deshima no Dazûto-sama.

Jacob hace una reverencia.

Shiroyama dice en japonés:

—Gracias por acudir tan rápido.

Jacob mira los ojos claros del adusto dignatario y hace otra reverencia.

—Me han dicho —dice el magistrado— que ahora entiende usted un poco de japonés.

Dar muestras de haber entendido la frase delataría sus estudios clandestinos y supondría renunciar a una ventaja táctica. Pero fingir no haberla entendido, piensa Jacob, sería un embuste.

—En cierto modo sí, entiendo un poco de la lengua materna de su señoría.

Los asesores murmuran asombrados al oír hablar a un extranjero.

—Además —continúa el magistrado— me han dicho que es usted un hombre honrado.

Jacob responde al cumplido con una reverencia evasiva.

—Durante la última temporada comercial —dice una voz que a Jacob le hiela el pescuezo— tuve el placer de hacer negocios con el nuevo administrador en funciones…

Jacob no quiere mirar a Enomoto, pero sus ojos se mueven en esa dirección.

—… y creo que no podría haber mejor jefe en toda Deshima.

Carcelero, Jacob traga saliva mientras hace una reverencia, asesino, mentiroso, demente…

Enomoto ladea la cabeza, aparentemente divertido.

—La opinión del señor de Kyôga cuenta mucho —dice el magistrado Shiroyama—. Y juramos solemnemente al administrador interino De Zoet que sus compatriotas estarán a salvo de vuestros enemigos…

Este apoyo incondicional supera todas las expectativas de Jacob.

—Gracias, señ…

—… o el chambelán, el inspector y el intérprete morirán en el intento. —Shiroyama mira a los tres deshonrados—. Un hombre de honor —declara el magistrado— no permite que nadie le sustraiga las personas que tiene a su cargo. Para reparar el oprobio, se les trasladará al barco de los intrusos. Iwase obtendrá el permiso para que los tres suban a bordo y paguen un… —la siguiente palabra que pronuncia Shiroyama debe de significar «rescate»—… por la liberación de los dos… —la palabra debe de ser «rehenes»—. Una vez a bordo, matarán al capitán inglés con cuchillos escondidos. Esta ejecución no se atiene al código del Bushidô, pero esos piratas merecen morir como perros.

—Pero Kôda-sama, Suruga-sama e Iwase-sama serán asesinados, y…

—La muerte los purgará de toda…

La siguiente palabra debe de ser «cobardía».

¿Cómo van a solucionar nada, protesta Jacob para sus adentros, los suicidios de facto de estos tres hombres? Se vuelve hacia Yonekizu y le dice:

—Por favor, dígale a su señoría que los ingleses son una raza despiadada. Infórmele de que no sólo matarán a los tres sirvientes de su señoría, sino también al administrador Van Cleef y al adjunto Fischer.

La Sala de los Sesenta Tatamis escucha esas palabras en un silencio grávido de significado, lo que indica que o bien los asesores del magistrado ya habían formulado esa misma objeción, o les daba demasiado miedo hacerlo.

Shiroyama parece contrariado.

—¿Qué propone el administrador interino que hagamos?

Jacob se siente como un imputado bajo sospecha.

—Lo mejor que podemos hacer, por ahora, es no hacer nada.

Hay un cierto estupor; un asesor se acerca al oído de Shiroyama…

Jacob vuelve a necesitar a Yonekizu:

—Dígale al magistrado que el capitán inglés está poniéndonos a prueba. Está esperando a ver si los japoneses o los holandeses responden, y si usamos la fuerza o la diplomacia. —Yonekizu frunce el ceño ante la última palabra—. Palabras, conversación, negociación. Pero si no actuamos, los ingleses se impacientarán. La impaciencia los obligará a revelar sus verdaderas intenciones.

El magistrado escucha, asiente lentamente y ordena a Jacob:

—Intente adivinar cuáles son sus intenciones.

Jacob obedece su instinto de responder sinceramente.

—En primer lugar —empieza a decir en japonés—, han venido para apoderarse del barco de Batavia y del cargamento de cobre. Como no han encontrado ningún barco, han tomado rehenes. Quieren… —espera que lo que va a decir resulte inteligible—… recabar conocimientos.

Shiroyama entrelaza los dedos.

—¿Conocimientos sobre las fuerzas holandesas presentes en Deshima?

—No, señoría: conocimientos sobre el Japón y su imperio.

Las hileras de asesores murmuran. Enomoto mira fijamente. Jacob ve una calavera envuelta en piel.

—Un hombre de honor —el magistrado esgrime el abanico— prefiere que lo torturen hasta la muerte antes que dar información al enemigo.

Todos los presentes, salvo el chambelán Kôda, el inspector Suruga y el intérprete Iwase, asienten indignados.

Ninguno de vosotros, piensa Jacob, sabe lo que es una guerra desde hace quince décadas.

—Además —insiste Shiroyama—, ¿por qué los ingleses están tan deseosos de conocer cosas del Japón?

Voy a deshacer algo, se teme Jacob, que luego no sabré rehacer.

—Puede que quieran volver a comerciar en Nagasaki, señoría.

He movido mi ficha, piensa el administrador interino, y ya no puedo volverme atrás.

—¿Por qué usa usted la palabra —pregunta el magistrado— «volver»?

El señor abad Enomoto se aclara la garganta.

—La afirmación del administrador interino De Zoet es acertada, señoría. Los ingleses comerciaron en Nagasaki hace mucho tiempo, en la época del primer shogun, cuando se exportaba plata. No cabe duda de que el recuerdo de esas ganancias sigue vivo en su tierra… aunque, por supuesto, el administrador interino lo sabrá mejor que yo.

Sin querer, Jacob se imagina a Enomoto sujetando a Orito contra el suelo.

Queriendo, Jacob se imagina matando a Enomoto a garrotazos.

—¿Cómo van a ganarse nuestra confianza —pregunta Shiroyama— si secuestran a nuestros aliados?

Jacob se vuelve hacia Yonekizu.

—Dígale a su señoría que los ingleses no quieren su confianza. Los ingleses quieren temor y obediencia. Han construido su imperio irrumpiendo en puertos extranjeros, disparando cañonazos y comprando a los magistrados locales. Esperan que su señoría actúe como un chino corrupto o como un rey negro, encantado de canjear el bienestar de vuestro pueblo por una casa de estilo inglés y una bolsa de abalorios.

Mientras Yonekizu traduce, la Sala de los Sesenta Tatamis crepita de rabia.

Con retraso, Jacob advierte que en un rincón hay un par de escribanos que anotan todas y cada una de sus palabras.

El mismísimo shogun, piensa, estudiará minuciosamente tus palabras dentro de diez días.

Un chambelán se acerca al magistrado con un mensaje.

El anuncio, en un japonés demasiado formal para que Jacob pueda entenderlo, parece aumentar la tensión. Para evitar a Shiroyama la molestia de tener que despacharlo, Jacob vuelve a dirigirse a Yonekizu:

—Transmita al magistrado el agradecimiento de mi Gobierno por su apoyo, y dígale que le pido permiso para regresar a Deshima y supervisar los preparativos.

Yonekizu ofrece una traducción con la debida formalidad.

El representante del shogun despacha a Jacob con un brusco gesto de la cabeza.