XII

Sala de Reuniones de la casa del administrador de Deshima

Las diez y unos minutos del 23 de octubre de 1799

—Somos todos personas muy ocupadas —Unico Vorstenbosch mira fijamente al intérprete Kobayashi, que está sentado en el extremo opuesto de la mesa de reuniones—, así que no se ande por las ramas y vaya al grano.

Una lluvia fina cuchichea en los tejados. Jacob moja la pluma en el tintero.

El intérprete Iwase traduce en atención al chambelán Tomine, portador del portapergaminos blasonado con una malvarrosa que acaba de llegar esa misma mañana procedente de Edo.

La traducción holandesa que ha hecho Kobayashi del mensaje de Edo está desenrollada hasta la mitad.

—¿Grano?

—¿Cuál —Vorstenbosch exagera su paciencia— es la oferta del shogun?

—Nueve mil seiscientos piculs —anuncia Kobayashi—. De mejor cobre.

9600, garabatea la plumilla de la pluma de Jacob, piculs cobre.

—Esta oferta —afirma Iwase Banri— es aumento bueno y grande.

Se oye balar a una oveja. Jacob no es capaz de imaginar qué estará pensando su patrón.

—¿Les pedimos veinte mil piculs —dice Vorstenbosch— y nos ofrecen menos de diez? ¿Qué pretende el shogun? ¿Insultar al gobernador Van Overstraten?

—Triplicar cuota en un solo año —Iwase no es nada tonto— no es insultar.

—¡No hay precedentes —Kobayashi opta por pasar al ataque— de generosidad como esta! Yo esfuerzo con toda alma durante muchas semanas para obtener resultado.

La mirada que Vorstenbosch lanza a Jacob significa: Eso no lo apuntes.

—Cobre puede llegar —dice Kobayashi— dentro de dos o tres días, si usted pide.

—Almacén es en Saga —añade Iwase—, ciudad-castillo de Hizen; es cerca. Yo sorprendo que Edo libera tanto cobre. Como Sumo Consejero dice en mensaje —añade señalando el pergamino—, casi todos almacenes son vacíos.

Con gesto escéptico, Vorstenbosch coge la traducción holandesa y empieza a leerla.

El péndulo del reloj cava el tiempo como la pala de un sepulturero.

Los ojos de Guillermo el Taciturno miran a un futuro que tuvo lugar hace mucho, mucho tiempo.

—¿Por qué esta carta —Vorstenbosch se dirige a Kobayashi por encima de sus gafas de media luna— no hace mención alguna al cierre inminente de Deshima?

—Yo no era presente en Edo —contesta Kobayashi haciéndose el inocente— cuando escriben respuesta.

—Uno no puede sino preguntarse si su traducción de la carta original del gobernador Van Overstraten no estaría aderezada al estilo de sus famosas plumas de pavo real.

Kobayashi mira a Iwase como diciendo: ¿Has entendido ese comentario?

—Traducción —declara Iwase— tenía sello de cuatro intérpretes superiores.

—Alí Babá —dice entre dientes Lacy— tenía cuarenta ladrones: ¿significa eso que fuese un hombre honrado?

—Nuestra pregunta, señores, es la siguiente. —Vorstenbosch se pone en pie—. ¿Bastan nueve mil seiscientos piculs para aplazar doce meses la ejecución de la sentencia contra Deshima?

Iwase se lo traduce al chambelán Tomine.

Los aleros gotean; los perros ladran; Jacob siente bajo la media el escozor de un violento sarpullido.

—El Shenandoah tiene espacio de sobra para transportar todos los bienes de Deshima. —Lacy busca en el bolsillo de su chaqueta la caja de rapé tachonada de gemas—. Podemos empezar a estibarlos esta misma tarde.

—¿Deberíamos provocar la ira de nuestros patrones de Batavia —Vorstenbosch da un golpecito al barómetro— por aceptar este mísero aumento y mantener abierta Deshima, o… —Vorstenbosch se llega hasta el reloj de pared y examina con atención su venerable esfera—… abandonar esta factoría improductiva y privar a una isla asiática subdesarrollada de su único aliado europeo?

Lacy esnifa un pellizco enorme de rapé.

—¡Jesús! ¡Qué golpe maestro!

Kobayashi tiene la vista fija en la silla que Vorstenbosch ha dejado libre.

—Nueve mil seiscientos piculs —declara Vorstenbosch— sirven para aplazar un año la ejecución de la pena. Envíe un mensaje a Edo. Mande traer el cobre de Saga.

El alivio de Iwase al dar la noticia a Tomine salta a la vista.

El chambelán del magistrado asiente con la cabeza, como si cualquier otra decisión hubiese sido inaceptable.

Kobayashi hace su acostumbrada reverencia, siniestra y sardónica.

El administrador en jefe Unico Vorstenbosch —escribe Jacob— aceptó esta oferta…

—Pero el gobernador Van Overstraten —advierte el administrador— no aceptará una segunda negativa.

… pero advirtió a los intérpretes —añade la pluma del escribano— que el acuerdo no es definitivo.

—Debemos redoblar nuestros esfuerzos para que la Compañía obtenga una justa recompensa por los tremendos riesgos y los desorbitados gastos de esta factoría. Pero, por hoy, levantemos la sesión.

—Un momento, administrador, por favor —dice Kobayashi—. Otra buena noticia.

Jacob tiene la sensación de que en el salón ha entrado algo maligno.

Vorstenbosch se recuesta en la silla.

—¿Ah, sí?

—Yo insisto mucho a Magistratura sobre tetera robada. Yo digo: «Si no encontramos tetera, gran deshonor para nuestra nación». Así que chambelán Tomine manda muchos… —pide ayuda a Iwase—… sí, «agentes policiales», muchos agentes policiales para encontrar tetera. Hoy, en Corporación, cuando termino eso —Kobayashi señala su traducción de la respuesta del shogun—, mensajero llega de Magistratura. Tetera de jade de emperador Chongzhen es encontrada.

—¿Oh? Bien. ¿En qué… —Vorstenbosch trata de descubrir dónde está la trampa—… en qué estado?

—Perfecto estado. Dos ladrones confiesan crimen.

—Un ladrón —continúa Iwase— fabrica caja en palanquín de comisario Kosugi. Otro ladrón pone tetera dentro de caja en palanquín y pasa escondida por Puerta Terrestre.

—¿Cómo —pregunta Van Cleef— han capturado a los ladrones?

—Yo aconsejo —dice Kobayashi mientras Iwase explica al chambelán de qué se está hablando ahora— magistrado Ômatsu ofrecer recompensa y así ladrones ser traicionados. Mi plan da resultado. Tetera será entregada hoy. Hay mejores noticias: magistrado Ômatsu da permiso para ejecutar ladrones en Plaza de Bandera.

—¿Aquí? —La satisfacción de Vorstenbosch se empaña—, ¿en Deshima? ¿Cuándo?

—Antes de partida de Shenandoah —contesta Iwase—, después de revista de la mañana.

—Para que todos holandeses —dice Kobayashi con una sonrisa angelical— pueden ver justicia japonesa.

La sombra de una rata intrépida pasa trotando a lo largo del panel de papel encerado.

Usted pidió sangre, es el desafío de Kobayashi, por su preciosa tetera…

A bordo del Shenandoah suena la campana de guardia.

… ¿es ahora lo bastante hombre, el intérprete aguarda una respuesta, para aceptar la entrega?

En el tejado del almacén Lelie cesan los martillazos.

—Excelente —dice Vorstenbosch—. Transmita mi agradecimiento al magistrado Ômatsu.

• • •

En el almacén Doorn, Jacob moja su pluma en el tintero y escribe sobre la hoja en blanco: Completa y verdadera investigación sobre el desgobierno de Deshima bajo las administraciones de Gijsbert Hemmij y Daniel Snitker, incluidas las correcciones de las cuentas falsas presentadas por los susodichos. Durante un instante se plantea añadir su nombre, pero descarta tan imprudente idea. Vorstenbosch, como patrón de Jacob que es, tiene todo el derecho a hacer pasar como suyo el trabajo de su subalterno. Y quizá, piensa el joven, sea más seguro así. Cualquier consejero de Batavia cuyos beneficios ilegales se vean reducidos merced a la Investigación de Jacob podría acabar de un plumazo con la carrera de un humilde escribano. Jacob coloca una hoja de papel secante encima del escrito y la oprime de manera uniforme.

Listo, piensa el escribano de ojos cansados.

Hanzaburo estornuda y se limpia la enrojecida nariz con un puñado de paja.

Una paloma zurea en el alféizar de la alta ventana.

La voz penetrante de Ouwehand pasa a toda velocidad por el Callejón del Flaco.

Cundiese o no la convicción de que Deshima estaba a punto de clausurarse, la noticia de esa mañana ha sacudido a la factoría de su letargo. El cobre —muchos cientos de cajas— llegará dentro de cuatro días. El capitán Lacy quiere verlo cargado en la bodega del Shenandoah dentro de seis, y zarpar de Nagasaki dentro de una semana, antes de que el invierno torne violentas y encrespadas las aguas del mar de la China. Los interrogantes que Vorstenbosch lleva todo el verano eludiendo con evasivas deberán resolverse a lo largo de los próximos días. ¿Cuántas mercancías privadas se les permitirá a los trabajadores embarcar en el Shenandoah: la mísera cuota oficial o la que se acostumbraron a aplicar bajo los predecesores de Vorstenbosch? Las negociaciones con los comerciantes se desarrollan con suma urgencia. ¿Quién será el próximo escribano jefe, con un salario más elevado y el control de la oficina de embarques, Peter Fischer o Jacob de Zoet? Y Vorstenbosch, se pregunta Jacob, metiendo el informe en su maletín, ¿usará mi Investigación para condenar únicamente a Daniel Snitker, o rodarán otras cabezas? El cónclave de contrabandistas que operan desde los almacenes de Batavia tiene amigos en instancias tan altas como el Consejo de Indias, pero el informe de Jacob ofrece pruebas suficientes para que un gobernador general de espíritu reformista los clausure todos.

Obedeciendo a un impulso, Jacob trepa a lo alto de la torre de cajas.

Hanzaburo emite un ¿eh?, y sigue roncando.

Desde la atalaya de William Pitt, Jacob ve arces flamígeros en las cansadas montañas.

Orito no asistió en la víspera al seminario del hospital…

Y Ogawa tampoco ha vuelto a Deshima desde el día del tifón.

Pero un regalo tan modesto, se dice Jacob para tranquilizarse, no puede haber provocado que la destierren…

El escribano cierra bien las ventanas, baja, coge el maletín, hace salir a Hanzaburo al callejón y echa la llave de la puerta del almacén.

Jacob llega al cruce justo a tiempo de encontrarse con Eelattu, que viene andando por la Calle Corta. El cingalés está sosteniendo a un chico demacrado que va vestido con unos pantalones de artesano holgados y atados en los tobillos, una chaqueta guateada y un sombrero europeo que lleva cincuenta años pasado de moda. Jacob repara en los ojos hundidos del joven, la tez lunar y los andares letárgicos, y piensa: Tisis. Eelattu da los buenos días a Jacob pero no le presenta a su acompañante, el cual, según se percata ahora el escribano, no es un japonés de pura cepa, sino un euroasiático con el cabello más castaño que negro y los ojos tan redondos como los suyos. El visitante no repara en él y dobla por la Calle Larga en dirección al hospital.

Filamentos de lluvia cruzan a la deriva el espacio encajonado entre muros.

—En mitad de la vida estamos en la muerte, ¿eh?

Hanzaburo da un respingo y a Jacob se le cae el maletín al suelo.

—Siento haberlo asustado, señor de Z.

Arie Grote no parece sentirlo mucho.

Al lado de Grote aparece Piet Baert con un voluminoso saco en la espalda.

—No se preocupe, señor Grote. —Jacob recoge el maletín—. Me repondré.

—Ya es más de lo que puede decir —Baert señala con la cabeza al euroasiático— ese pobre mestizo.

Como si le hubiesen dado una indicación, el joven renqueante tiene un inconfundible acceso de tos.

Un inspector ocioso llama a Hanzaburo desde la otra acera.

Jacob observa al euroasiático encorvarse y toser.

—¿Quién es?

Grote escupe al suelo.

—Shunsuke Thunberg, lo cual le hará preguntarse: «¿De quién es?», ¿eh? Su padre, por lo que he oído, fue un tal Carl Thunberg, de Suecia, que hace veinte años pasó aquí un par de temporadas trabajando de matasanos. Al igual que el doctor Marinus, parece ser que era un caballero instruido y amante de la botánica, pero, como puede ver, no se limitó a recolectar semillas, ¿eh?

Un perro con tres patas sorbe la flema del cocinero calvo.

—¿El señor Thunberg no hizo previsiones para el futuro de su hijo?

—Las hiciese o no —Grote se relame los dientes—, las «previsiones» exigen una manutención y Suecia está tan lejos como Saturno, ¿eh? La Compañía trata con piedad a los bastardos de sus empleados, pero no se les permite salir de Nagasaki sin permiso, y el magistrado tiene la última palabra acerca de sus vidas y matrimonios y todo lo demás. Las mujeres ganan bastante, mientras les dura la belleza; los «corales de Murayama» las llaman los rufianes. Pero para los varones es más difícil: según he oído, Thunberg Junior se dedica a la cría de peces rojos, pero lo único que va a criar dentro de poco, salta a la vista, son gusanos.

Marinus y un estudioso japonés más anciano se aproximan procedentes del hospital.

Jacob lo reconoce de su visita a la Corporación de Intérpretes: es el doctor Maeno.

Por fin va remitiendo el ataque de tos de Shunsuke Thunberg.

Debería haberle ofrecido ayuda, piensa Jacob.

—¿El pobrecillo habla holandés?

—Qué va. Aún era un niño de teta cuando su papaíto se largó.

—¿Y su madre? Una cortesana, me imagino.

—Murió hace mucho. Bien, nos va a perdonar, señor de Z., pero hay tres docenas de pollos esperando en la aduana a que los carguen en el Shenandoah, y hace falta inspeccionarlos porque el año pasado la mitad estaban medio muertos, la otra mitad muertos del todo y tres de ellos eran palomas que el proveedor calificó de «gallinas japonesas raras».

—¡Criar gusanos! —Baert se echa a reír—. ¡Ahora caigo, Grote!

Algo empieza a patalear dentro del saco de Baert y Grote parece ansioso por marcharse.

—Andando, Rayo Aceitoso.

Se alejan rápidamente por la Calle Larga.

Jacob observa a Shunsuke Thunberg mientras lo ayudan a entrar al hospital.

Los pájaros son muescas en el cielo bajo. El otoño está envejeciendo.

A mitad de los dos tramos de escaleras que conducen a la residencia del administrador, Jacob se cruza con Ogawa Mimasaku, el padre de Ogawa Uzaemon, que baja hacia la calle.

—Buenos días —Jacob se hace a un lado—, intérprete Ogawa.

El anciano lleva las manos escondidas en las mangas.

—Escribano de Zoet.

—No veo al joven señor Ogawa desde hace… deben de ser ya cuatro días.

El rostro de Ogawa Mimasaku es más altivo y frío que el de su hijo.

Cerca de la oreja está creciéndole una mancha que parece de tinta.

—Mi hijo —dice el intérprete— está muy ocupado fuera de Deshima en estos momentos.

—¿Sabe cuándo estará de vuelta en la Corporación?

—No, no lo sé.

El tono de rechazo es deliberado.

¿Se habrá enterado, se pregunta Jacob, del favor que le pedí a su hijo?

De la aduana llega el guirigay de las gallinas ultrajadas.

A veces, una piedra lanzada a la ligera, piensa nervioso el escribano, puede provocar una avalancha.

—Me preocupaba que estuviese enfermo, o… indispuesto.

Los sirvientes de Ogawa Mimasaku miran al holandés con desaprobación.

—Se encuentra bien —dice el anciano—. Le transmitiré su amable interés. Buenas tardes.

—Me encuentra usted… —Vorstenbosch está mirando un sapo hinchado dentro de un frasco—… departiendo tranquilamente con el intérprete Kobayashi.

Jacob mira alrededor antes de caer en la cuenta de que el administrador se refiere al sapo.

—Esta mañana me he dejado el sentido del humor en la cama, señor.

—Pero veo —Vorstenbosch mira el maletín de Jacob— que no se ha dejado su informe.

¿Qué significa ese cambio, se pregunta Jacob, de «nuestro informe» a «su informe»?

—La esencia, señor, ya la conoce usted gracias a nuestros encuentros periódicos…

—La ley exige detalles, no esencias. —El administrador extiende la mano para que se le entregue el libro—. Los detalles engendran hechos; y los hechos, juiciosamente presentados, se convierten en verdugos.

Jacob extrae la Investigación y se la pasa al administrador.

Vorstenbosch la sostiene en equilibrio sobre las manos, como si tratase de calcular su peso.

—Señor, si me disculpa, tengo curiosidad por…

—… saber qué cargo ocupará el año que viene, sí, pero tendrá que esperar, joven de Zoet, igual que todos los demás, hasta la cena de oficiales de esta noche. La cuota de cobre era el penúltimo ingrediente de mis planes de futuro, y este… —alza el libro—… este es el último.

• • •

Esa tarde, Jacob trabaja con Ouwehand en el despacho de los escribanos, haciendo una copia para el archivo del conocimiento de embarque de esa temporada. Peter Fischer no hace más que entrar y salir, irradiando aún más hostilidad de la habitual.

—Señal —le dice Ouwehand a Jacob— de que da por hecho que el puesto de escribano jefe ya es tuyo.

La tarde llega acompañada de una lluvia constante y la brisa más fresca de la temporada, y Jacob decide darse un baño antes de la cena. Los pequeños baños de Deshima son contiguos a la cocina de la Corporación: los calderos de agua se calientan encima de placas cubiertas de cobre que sobresalen del muro de piedra, y la jurisprudencia permite a los intérpretes de más categoría usar las instalaciones a capricho, pese al precio desorbitado que la Compañía se ve obligada a pagar por el carbón y la leña. Jacob se desnuda en el camarín exterior y entra agachando la cabeza en el angosto cubículo lleno de vaho, poco mayor que un ropero de los grandes. Huele a madera de cedro. El calor húmedo inunda los pulmones de Jacob y le abre los poros obstruidos de la cara. Un único farol, empañado de vapor, le ofrece la suficiente luz como para reconocer a Con Twomey, que está en remojo en una de las dos bañeras.

—Así que es el sulfuro de Calvino —dice el irlandés en inglés— lo que le ha declarado la guerra a mis narices.

—Vaya, vaya —Jacob se echa agua tibia por encima—, si es el herético papista el primero en llegar al baño. Poco trabajo, ¿no?

—El tifón ha colmado todos mis deseos. Lo que me falta es la luz del día.

Jacob se restriega con un gurruño de trapo.

—¿Dónde está su espía?

—Ahogándose debajo de mi culo gordo. ¿Y su Hanzaburo?

—Poniéndose morado en la cocina de la Corporación.

—Bueno, teniendo en cuenta que el Shenandoah zarpa la semana que viene, más le vale cebarse mientras pueda. —Twomey se hunde hasta la barbilla como un dugongo—. Dentro de doce meses habré terminado mis cinco años de servicio…

—¿Está decidido —Jacob se da la vuelta para frotarse la ingle— a volver a casa?

Oyen a los cocineros hablando en la Corporación de Intérpretes.

—Creo que me vendría mejor empezar de cero en el Nuevo Mundo.

Jacob retira la tapa de madera de la bañera.

—Según Lacy —dice Twomey—, están expulsando a los indios al oeste de la Luisiana…

El calor penetra todos los músculos y huesos de Jacob.

—… y hacen falta hombres que no teman al trabajo duro. Los colonos necesitan carretas para el viaje y casas para cuando lleguen. Lacy cree que podría pagarme el viaje de Batavia a Charleston como carpintero de a bordo. No me apetece nada la guerra, ni que me obliguen a luchar por los ingleses. ¿Usted volvería a Holanda con la que está cayendo?

—No lo sé. —Jacob piensa en la cara de Anna junto a una ventana bañada por la lluvia—. No lo sé.

—Se convertirá usted en un magnate del café, seguro, con una plantación en Buitenzorg, o si no, en un príncipe mercante con flamantes almacenes a las orillas del Ciliwung…

—Mi mercurio no se cotizó tan alto, Con Twomey.

—Sí, pero con el Consejero Unico Vorstenbosch intercediendo en su favor…

Jacob se mete en la segunda bañera, pensando en su Investigación.

Unico Vorstenbosch, le gustaría poder decir al escribano, es un patrón voluble.

El calor le impregna las articulaciones y le quita las ganas de especular en voz alta.

—Lo que necesitamos, De Zoet, es fumar. Voy a por un par de pipas.

Con Twomey se levanta como un Neptuno achaparrado. Jacob se hunde hasta dejar fuera del agua sólo los labios, la nariz y los ojos.

Cuando vuelve el carpintero, Jacob tiene los ojos cerrados y está sumido en un tibio trance. Lo oye enjuagarse y volver a meterse en el agua. Twomey no hace mención al tabaco.

—Ni una triste hojita que fumar, ¿no? —murmura Jacob.

—Soy Ogawa, señor de Zoet.

Jacob da un brinco y el agua se desborda.

—¡Señor Ogawa! Pen… Pensaba que…

—Usted estaba tan tranquilo —dice Ogawa Uzaemon—, yo no quiero molestar.

—Me he encontrado con su padre hace un rato, aunque… —Jacob se seca los ojos, pero, entre la oscuridad vaporosa y la hipermetropía, su visión no mejora—. No he vuelto a verlo desde el tifón.

—Siento no poder venir. Muchas cosas ocurren.

—¿Consiguió… satisfacer mi petición, con relación al diccionario?

—Día después de tifón yo envió sirviente a residencia Aibagawa.

—Entonces, ¿no entregó usted el libro personalmente?

—Siervo de mucha confianza entrega diccionario. Él no dice: «Paquete es de parte de holandés De Zoet». Él explica: «Paquete es de hospital de Deshima». No era apropiado para mí ir allí. Doctor Aibagawa estaba enfermo. Visitar a esa hora es mala… ¿educación?

—Lamento oírlo. ¿Ya está mejor?

—Su funeral celebrado un día antes de ayer.

—Oh. —Eso, piensa Jacob, lo explica todo—. Oh. Entonces señorita Aibagawa…

Ogawa titubea.

—Hay malas noticias. Ella debe dejar Nagasaki…

Jacob permanece a la escucha mientras caen las gotas de vapor condensado.

—… por mucho tiempo, por muchos años. No volverá más a Deshima. De su diccionario, de su carta, de qué piensa, no tengo noticias. Lo siento.

—Al diablo el diccionario, pero… ¿adónde se va y por qué?

—Es autoridad de abad Enomoto. Hombre que compra mercurio de usted…

El hombre que mata serpientes por arte de magia. El abad se materializa en la memoria de Jacob.

—… él quiere que ella entra en templo de… —Ogawa titubea—… mujeres monjes. ¿Cómo decir?

—¿Monjas? No me diga que la señorita Aibagawa va a entrar en un convento.

—Especie de convento, sí… en monte Shiranui. Ella va allí.

—¿Para qué quieren unas monjas a una comadrona? ¿Ella quiere ir?

—Doctor Aibagawa tenía deudas grandes con prestamistas, para comprar telescopios, etcétera. —A Ogawa se le quiebra la voz de dolor—. Ser estudioso cuesta mucho. Su viuda ahora debe pagar deudas. Enomoto hace contrato, o trato, con viuda. Él paga deudas. Ella entrega señorita Aibagawa para convento.

—¡Pero eso equivale —protesta Jacob— a venderla como esclava!

—Costumbre japonesa —el tono de Ogawa suena impostado— es diferente de holandesa…

—¿Qué dicen los amigos de su difunto padre en la academia Shirandô? ¿Van a quedarse de brazos cruzados mientras una estudiosa de talento es vendida, como si fuese una mula, a una vida de servidumbre en lo alto de una montaña siniestra? Si fuese un hijo varón, ¿harían lo mismo? Enomoto también es un académico, ¿o no?

Del otro lado de la pared llegan las risas de los cocineros de la Corporación.

—Además —Jacob capta otra consecuencia—, yo le he ofrecido refugio aquí.

—No posible hacer nada. —Ogawa se pone en pie—. Ahora debo marchar.

—Entonces… ¿ella prefiere la cárcel a vivir aquí, en Deshima?

Ogawa sale de la bañera. Su rotundo silencio está cargado de reproche.

Jacob se da cuenta de lo maleducado que ha debido parecer a ojos del intérprete: Ogawa ha corrido un gran riesgo para tratar de ayudar a un extranjero con mal de amores que ahora se lo paga con resentimiento.

—Perdóneme, señor Ogawa, pero seguro que si…

La puerta corredera se abre y alguien entra silbando alegremente.

Una sombra aparta la cortina y pregunta en holandés:

—¿Quién anda ahí?

—Es Ogawa, señor Twomey.

—Buenas tardes tenga usted, señor Ogawa. Señor de Zoet, nuestra pipa tendrá que esperar. El administrador Vorstenbosch desea tratar de un asunto importante con usted en su despacho. Ahora mismo. Tengo la corazonada de que son buenas noticias.

• • •

—¿A qué viene esa cara tan larga, de Zoet? —Unico Vorstenbosch tiene delante la Investigación sobre el desgobierno de Deshima—. Enamorado perdido, ¿eh?

Jacob se horroriza sólo de pensar que hasta su patrón esté al corriente de su secreto.

—¡Es una broma, De Zoet! Nada más. Me dice Twomey que he interrumpido sus abluciones, ¿es verdad?

—Ya estaba terminando, señor.

—La limpieza es pariente de la santidad, o eso dicen.

—No reivindico santidad ninguna, pero el baño mantiene a raya los piojos; y las tardes resultan un poco más frescas.

—Está usted desmejorado, de Zoet. ¿No será que le asigné una tarea —Vorstenbosch tamborilea con los dedos sobre la Investigación— demasiado larga, demasiado exigente?

—Exigente o no, señor, el trabajo es el trabajo.

El administrador asiente con la cabeza, como un juez escuchando un testimonio.

—Espero que mi informe no lo haya defraudado, señor.

Vorstenbosch destapa una licorera de un madeira rubí.

Los sirvientes están poniendo la mesa en el comedor.

El administrador se llena el vaso pero no ofrece nada a Jacob.

—Hemos reunido pruebas minuciosas, meritorias e irrefutables del vergonzoso desgobierno de Deshima en los años noventa, pruebas que justificarán y ampliarán las medidas punitivas que tomé contra el exadministrador interino Daniel Snitker…

Jacob repara en el «hemos» y en la omisión del nombre de Van Cleef.

—… siempre que se las presentemos al gobernador Van Overstraten con el vigor necesario.

Vorstenbosch abre la vitrina situada a su espalda y coge otro vaso.

—No cabe duda —dice Jacob— que el capitán Lacy hará un buen trabajo.

—¿Por qué habría de importarle a un estadounidense que la Compañía sea corrupta si él saca tajada? —Vorstenbosch llena el vaso y se lo pasa a Jacob—. Anselm Lacy no es un cruzado; es un trabajador a sueldo. Una vez en Batavia, le entregaría diligentemente nuestra Investigación al secretario personal del gobernador general y se olvidaría del asunto. El secretario personal, con toda probabilidad, lo depositaría en un tranquilo canal, y pondría sobre aviso a las personas que usted nombra —y a los compinches de Snitker—, que afilarían sus cuchillos en espera de nuestro regreso. No. Los porqués y los cómos de la crisis de Deshima, sus correctivos y la justicia del castigo de Daniel Snitker debe explicarlos alguien cuyo futuro esté ligado al de la Compañía. Por consiguiente, De Zoet, yo —el administrador recalca el pronombre de manera elocuente— volveré a Batavia en el Shenandoah, a solas, para exponer nuestros argumentos.

El reloj de Almelo resuena con fuerza en el silencio de la llovizna y el siseo de la lámpara.

—Y —Jacob mantiene un tono de voz firme e inexpresivo— ¿cuáles son sus planes para mí, señor?

—Usted será mis ojos y mis oídos en Nagasaki, hasta la próxima temporada comercial.

Sin protección, reflexiona Jacob, me comerán vivo en menos de una semana…

—Por tanto, nombraré a Peter Fischer nuevo escribano jefe.

El fragor de las consecuencias ahoga al reloj de Almelo.

Sin rango, piensa Jacob, seré como un perrillo faldero arrojado al foso de los leones.

—El único candidato para el cargo de administrador —está diciendo Vorstenbosch— es el señor Van Cleef…

Deshima, teme Jacob, está muy, muy lejos de Batavia.

—… pero ¿qué tal le suena «administrador adjunto Jacob de Zoet»?