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KATHIA

El frío impactó en mi cara. Mis mejillas se estremecieron y me encogí entre los brazos de…

Al mirarle no supe cómo sentirme. Todavía no era consciente de adonde me dirigía, solo sabía que estaba siendo transportada por el reflejo más atormentado de Cristianno.

Descendió hasta que supuse que había tomado asiento en un banco, y me colocó sobre su regazo. Cuando desvié la mirada hacia delante, descubrí una imagen que me oprimió el corazón.

La colina verde. Un pequeña pendiente cubierta de hierba y rodeada de árboles, donde el sol apenas tenía cabida y el viento no era más que una leve brisa. El mismo lugar que le había descrito a Cristianno la noche en que… murió; la misma colina que vi en mis sueños.

Suspiré temblorosamente antes de mirarle. Si estábamos allí, entonces esa persona era Cristianno…, porque nadie más sabía aquello.

—Mi amor, no me sueltes. —Me aferré a él.

—Estoy aquí,… estoy contigo.

Solo que lo que dijo, no era cierto. Aquel no era Cristianno… Su aroma no era el mismo.

—Abrázame —musité.

Mis labios rozaron su mandíbula y percibí como se estremecía, como dudaba. No quería herirme con la verdad.

—Claro, mi amor —dijo, pero no se movió. No se giró para besarme como hubiera hecho Cristianno.

Ahora más que nunca, que Mauro se pareciera tantísimo a… nuestro… primo, estaba mortificándome.

SARAH

Mauro me miró consternado. No sabía si mentir a Kathia fingiendo ser Cristianno o decirle que se estaba equivocando. Ambas cosas terminarían haciéndole daño. Así que prefirió decantarse por la primera opción y la abrazó como si de su primo se tratara.

Ella se estremeció y se perdió entre sus brazos, respirando dificultosamente.

—¿Está bien? —murmuró una voz femenina.

Al rodearme, la reconocí de inmediato. Las descripciones de Daniela fueron muy fieles, pero me resultó muy difícil ver a la arpía insensible de la que había hablado tras aquella mirada consternada y entristecida. La analicé. Tenía delante de mí el cabello cobrizo y ondulado, los ojos azul verdoso y la belleza insidiosa de Giovanna Carusso.

Me acerqué a ella.

—Sé quién eres y cómo te has comportado con Kathia, pero… —bajé la voz—… tienes que prometerme que… la protegerás. Porque si no es así, si me entero de que la has hecho sufrir más de lo que ya sufre, te juro, por la memoria de Cristianno, que te mataré. —Expliqué más que confiada en mis palabras. Nada de lo que dije sería mentira llegado el momento.

Los ojos de Giovanna destellaron confundidos. Ella también me analizaba, intentando descubrir que vínculo me unía a Kathia.

—No pienso abandonarla… —repuso…, y, extrañamente,… la creí.

—¡Giovanna! —Enrico nos interrumpió—. ¿Qué demonios haces aquí? —preguntó insolente.

Ella dudó al mirarle, sin saber muy bien qué hacer… Pero no se sobresaltó, ni tampoco demostró miedo cuando, en realidad, había que temer a aquel hombre. Simplemente, lo observó… insolente y un tanto orgullosa.

—Le pedí al tío Angelo que… —intentó decir Giovanna.

—Lo sé, yo mismo le convencí —volvió a interrumpir—. Lo que quiero que me expliques es por qué estás aquí.

¿Él mismo convenció a Angelo Carusso para que Kathia asistiera al entierro? ¿Se podía ser más rastrero y retorcido? ¿Qué demonios conseguía haciendo sufrir a una criatura de diecisiete años?

—Lo siento… —murmuró cabizbaja—… Me iré enseguida.

—Es lo mejor, sí. —Torció el gesto, le lanzó una mirada de lo más artificial y se dirigió a Mauro—. Sácala de aquí.

—De acuerdo, Enrico… —asintió Mauro, levantándose con Kathia entre sus brazos. Daba la sensación que se había quedado dormida—. Giovanna…

—Sí, ya lo sé, ¿vale? —exclamó ella, ofuscada.

¿Qué sabía? ¿Por qué se estaban mirando de esa forma? ¿Los tres?

—Bien, eso… está… bien —repuso Mauro un poco… yermo.

Giovanna me miró, asintió con la cabeza a modo de despedida y se marchó con Kathia y Mauro. Supe que aquella sería la primera de muchas conversaciones con ella y que, a partir de aquel momento, estaría más que presente en mi vida.

Me rodeé hacia Enrico y le miré de arriba abajo dispuesta a escupirle en la cara.

—Tenías que dejarla venir —mascullé señalando a Kathia con la barbilla—. No has tenido suficiente con arrebatarle al amor de su vida…

—… que además era su primo —intervino. Se llevó las manos a la espalda y comenzó a caminar a mí alrededor—. Verás, me temo que los Carusso querían que estuviera presente en el momento del entierro. Ya sabes… —Frunció los labios.

—Sí, claro que sé. Los Carusso queréis terminar con la tarea de despedazarla y habéis utilizado a esa chica para que intervenga —dije refiriéndome a Giovanna.

—No te equivoques, Sarah —espetó Enrico, deteniéndose a solo unos centímetros de mí—. Ni soy un Carusso ni Giovanna tiene idea de lo que pasa. Puedes estar tranquila, lo único que pretendía esa niñata era apoyar a su prima.

—Qué extraño que haya escogido este momento —susurré entrecerrando los ojos y me marché de allí dejando a Enrico completamente desconcertado.

Puede que él tuviera la situación dominada, que supiera lo que iba a pasar en todo momento, pero aquello no lo había previsto. No esperaba que yo manifestara… dudas. Porque una cosa estaba clara… sus ojos no expresaban lo mismo que sus palabras.

Su mirada mentía.

Lo supe en cuanto un presagio se instaló en mi garganta.