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CRISTIANNO

Kathia no mencionó una palabra en todo el trayecto. No preguntó a dónde íbamos o porqué la había secuestrado a punta de pistola en un salón lleno de gente. No dudó de mí ni un instante. Luego superó con creces todo lo que me había imaginado de ella y nos catapultó al siguiente nivel, ese en el que, una vez vivido todo aquello, ya nada podría separarnos.

Algo que jamás esperé compartir con una mujer.

La miré de soslayo. Tenía las manos unidas entre los muslos y la cabeza apoyada en la ventanilla. Su cabello reposaba largo en uno de los hombros y acariciaba su cintura. Kathia casi parecía dormir, con los ojos prácticamente cerrados y respirando con una tranquilidad enloquecedora.

Quise cogerle la mano y aferrarme a ella hasta tener la seguridad de que mis huellas dactilares se quedaban grabadas en sus dedos. Estaba tan enamorado que pensarlo me mareaba.

¿Cómo iba a arrepentirme de haber cometido semejante locura?

Simplemente, no podía.

Respiré hondo, me concentré en la carretera y tomé el desvió de grava. Comenzaron los baches propios de aquella zona, haciéndose más pronunciados conforme nos acercábamos. Hasta que detuve el coche frente a la mansión en ruinas. Kathia gimió al incorporarse con un impulso. Observó aquella inmensa casa de fachada deteriorada como si fuera el mismísimo paraíso, dejando que evocara la noche en que la llevé por primera vez.

Aquel lugar vio mi primer amanecer junto a ella. Hacía poco más de un mes…

Cerré los ojos. Cuanto habían cambiado las cosas.

Bajé del coche y me dirigí al interior sabiendo que Kathia me seguiría.

La oscuridad y un aroma a madera mojada me dieron la bienvenida. Dejé que mi visión se aclimatara a las sombras y miré a mí alrededor sintiéndome extrañamente reconfortado.

Las lluvias continuas de los últimos días habían aumentado los desperfectos, pero, aun así, todo seguía exactamente igual y descubrirlo me gustó porque, al menos, lo que habitaba de nosotros en esa casa no había cambiado.

Los pasos de Kathia resonaron en el vestíbulo cuando entró y me giré para contemplarla sin saber que ella ya lo estaba haciendo de antes. Puede parecer estúpido o incluso ridículo, pero nos amamos de una forma casi sobrenatural. Varios metros nos separaban y, sin embargo, no fueron suficientes para imponerse ante la pasión con la que nos miramos.

Me humedecí los labios, le di la espalda y abandoné el vestíbulo lentamente. Recorrí los pasillos que me llevaban a la sala de música escuchando los pasos de Kathia tras de mí y su respiración intermitente y expectante.

De una forma casi instintiva, terminé frente al piano. Tomé asiento en la vieja banqueta y dejé que mis dedos acariciaran las teclas. No tenía previsto aquel impulso. Lo último que quería era tocar el piano… por Dios…, pero… cuando Kathia tomó asiento a mi lado, todo cambió.

Se retiró el pelo de la cara, me miró, como solo ella podía mirarme, y volvió a unir las manos y a colarlas entre sus muslos. La diferencia fue que esa vez me pareció mucho más indefensa que en el coche.

Toqué la primera nota sin dejar de mirarla. Kathia cerró los ojos y frunció el ceño en un gesto que pudo haberme hecho pensar que sufría, pero supe que no era así. Sentía la misma presión enloquecedora que yo por tenerla tan cerca.

Me levanté de golpe, me coloqué tras ella y la empujé suavemente hacia el centro de la banqueta. Volví a tomar asiento, dejando su cuerpo entre mis piernas, y cogí sus manos para colocarlas sobre las mías antes de apoyarme en las teclas.

—Toca conmigo —le susurré al oído encargándome de que aquel murmullo se pareciera a una caricia.

Ella suspiró temblorosa y tragó saliva cuando comencé a tocar con sus dedos sobre los míos.

Puede que fuera el momento, la situación o simples gilipolleces mías, pero Passion sonó más intensa y emocionante que nunca. Kathia lo manifestó permitiendo que la piel de sus brazos se erizara. Apoyó su cabeza en mi hombro y se giró hasta que sus labios tocaron mi mejilla.

—Recuerdas aquella noche —musitó y sus dedos dejaron de seguir los míos y se concentraron en acariciarme, en perfilar cada uno de mis nudillos. Si aquella mañana dudé de su amor por mí, ahora todo su cuerpo se encargó de gritarme lo contrario.

—No sabes lo difícil que se me hizo no besarte tumbados en ese sofá —jadeé desviándome hasta rozar la comisura de sus labios con los míos.

Poco a poco, dejé de tocar. Mis manos resbalaron hasta sus muslos y los acaricié antes de aferrarme a su cintura. Podría haberme pasado toda la vida en aquel abrazo, tan solo notando el ritmo de su respiración, lento, profundo, apasionado.

—¿Por qué no lo hiciste? —resolló mientras yo dibujaba la curva de su cuello con la punta de mi nariz. El aroma de su piel me volvió loco.

—Te hice una promesa, ¿recuerdas? —Kathia tembló entre mis brazos al notar el beso que le di en la clavícula.

—Pues deseé que la rompieras. —Acarició mi nuca, envolviéndola para hacer más presión sobre mis caricias. Aquel movimiento dejó mucho más expuesto su cuerpo, que se destensaba y me incitaba a hacer lo que quisiera con él.

—Lo siento… —alentó ahogada—… Siento haberte hecho creer que no te quería…

Tal vez debería haber dejado que continuara hablando, pero no me pareció necesario que se disculpara. En ocasiones, los actos no demuestran lo que uno siente y a Kathia le había sucedido eso exactamente. Ella no tenía culpa de nada de lo que había sucedido, no teníamos que continuar con aquello. Así que la interrumpí con un beso. Contuvo un jadeo bajo la presión de mi boca y se agarró a mis hombros. Lo siguiente que se produjo en mi cuerpo casi me hizo gruñir, fue demasiada la necesidad y la exigencia por tomar su cuerpo. Tanta que… la apremié a ponerla en pie delante de mí. Sonaron algunas notas cuando apoyó las manos sobre las teclas del piano.

La observé sabiendo que mi mirada ya no era la de un chico enamorado, sino la de un hombre dispuesto a perderse en ella de la forma más ardiente. Kathia gimió ante la cantidad de promesas que vio en mis ojos y decidió acariciar mi cabello a modo de respuesta. Tiró un poco hasta que capturé su muñeca. Empecé acariciándola, subiendo por su brazo hasta llegar a la curva del codo. Después, bajé a sus rodillas y subí lentamente por sus caderas hasta el hueso de la cadera. Una vez allí, fue muy difícil contenerse. No fui delicado al sujetar su cintura y obligarla a darse la vuelta, pero a Kathia no pareció importarle. Disfrutaba sin hacerse una idea de lo mucho que me gustaba verla de aquel modo.

Desnudaría a Kathia y me encargaría de exponerla ante a mí como nunca antes lo había estado.

Bajé la cremallera del vestido. A esas alturas, Kathia ya empezaba a jadear. Aparté su melena y acaricié su espalda de principio a fin, demorándome en la curva del final. Allí su piel se erizó y comenzó a arder.

Le quité el vestido. Simplemente, dejé que cayera al suelo y me desvelara que tan solo me quedaba una prenda que arrebatarle para conseguir todo lo que quería de ella. Me dispuse a quitársela, apresando la tela hasta hacerla crujir, pero Kathia lo impidió. Me miró desde arriba, por encima del hombro, y fue dándose la vuelta.

Nos miramos un instante antes de levantarme de súbito y besarla.

KATHIA

Cogí aire en su boca, aferrada a su cuello con violencia. Todos mis momentos con Cristianno habían sido maravillosos, excitantes, pero aquello no era excitación… Era pura tentación transgresiva.

Haríamos el amor salvajemente sin pensar en quienes éramos y qué nos unía. La sangre ya no tenía protagonismo porque aquella pasión descontrolada pudo con todo. No terminaría aquella noche sin sentir su cuerpo desnudo pegado al mío.

Cristianno me colocó sobre el piano, abrió mis piernas con un suave y exigente empellón y se coló con premura; enloquecería si volvía a moverse de aquella forma.

Le arranqué la chaqueta y después la corbata, y dejé que él se desabotonara la camisa, mientras yo me encargaba de examinar la piel de su pecho con mi boca. Pero, toda la dominación que pude haber compartido con él, terminó en el momento en que se deshizo de la camisa. Me contempló y sonrió siniestro… Temblé, ansiosa por saber que escondía aquella sonrisa.

Lentamente, me empujó hacia atrás. Acarició mi pecho detenidamente, y mi vientre y mis caderas… Y aferró de nuevo la tela de mi ropa interior. Arqueé la espalda, dejándole espacio a que pudiera quitármela y me dejara completamente a meced de sus intenciones.

Empezó con un suave reguero de besos en la cara interna de mis muslos, acercándose lento al punto álgido de mi cuerpo. Un instante después, tuve que hacer malabarismos para que el aire llegara a mis pulmones. Tanto placer me asfixiaba, incluso dolía, por la desesperación que me creaba saber que estaba a punto de alcanzar el clímax. Cristianno se encargó de dejarme al borde del precipicio y asegurase, al mismo tiempo, que no caía sin él.

—Te necesito, Cristianno… aquí, ahora —gemí trémula, acariciando su cabello.

—Ahora… —jadeó él sabiendo que levantaría la cabeza para mirarle.

Le brillaba la mirada, demasiado… Tanto que casi parecía de otro mundo. Y volvió a sonreír al descubrir el acaloramiento instalado en mis mejillas. Me cogió de las rodillas y tiró de mí con una delicadeza sobrecogedora. Me dejé llevar entre sus brazos cuando me tomó a horcajadas y me apartó del piano. Segundos más tarde, sentí el endurecido relleno de los cojines de aquel sofá bajo mi espalda y la presión intencionada y constante de su pelvis contra la mía.

No soportaría un minuto más aquel baile de provocación y se lo hice saber intentando tomar las riendas del ritmo. Cristianno me permitió que lo desvistiera, que investigara su piel con caricias demandantes, y que creyera que por un instante yo tenía el mismo control que él. Pero tan solo duró unos pocos minutos. Asió mis muñecas, las colocó sobre mi cabeza y permaneció unos segundos al borde del precipicio.

Tortuosamente lento, se adentró plácido en mi cuerpo, manteniendo su mirada sobre la mía. Se movió despacio, con acometidas profundas y ardientes, entre jadeos, palabras de deseo compartidas en un susurro y caricias eternas.

Cristianno me hizo el amor como jamás creí que lo haría.