KATHIA
La seda de aquel maldito Versace verde me estaba calando los huesos. Tenía un enfriamiento espantoso y, por más que me abrazaba el cuerpo, no lograba entrar en calor. Me había perseguido desde que Enrico me sacó del cementerio, y la conversación que se estaba dando en mí alrededor lo acrecentó. Aquella sensación perduraría… incluso aunque me embutiera entre mil mantas.
Toda las puñeteras mujeres de la familia de Valentino estaban rodeándome, parloteando, entre grititos de emoción, sobre los preparativos de la boda y el viaje de novios —iba a ser un tour por Latinoamérica—, y Olimpia no dejaba de repetir una y otra vez que sería el acontecimiento del año.
¡Qué emoción!
Me dieron arcadas, sobre todo cuando la buena señora de Angelo Carusso me cogió aparte y me pidió por favor que la llamara mamá. Lo peor de todo aquello fue saber que aún me quedaban unas horas de sonrisas falsas y conversaciones inútiles.
¿Qué necesidad había de organizar una ceremonia de compromiso cuando el enlace se iba a dar en unas semanas?
Fue deprimente pensar en la ignorancia de todas esas personas que formaban círculos, bailaban vals y bebían el alcohol más elegante. Creían que asistían a un auténtico ritual de amor sincero, y la realidad era que todo aquello formaba parte de una transacción más, una de lo más traidora.
Ignoré mi entorno y busqué a Enrico con la mirada. Le encontré en una de las esquinas del salón, echando mano al bolsillo de su pantalón. Cogió su móvil y descolgó. No habría concentrado todos mis sentidos en su cara si no hubiera visto como empalidecía y se concentraba en todas las entradas de la sala.
Fruncí el ceño. ¿Quién le habría llamado para provocarle tal desconcierto? Y, sobre todo, ¿qué le había dicho?
Enrico se perdió entra las columnas, después de colgar y dejar su copa sobre la barra.
—¿Ocurre algo, mi amor? —me susurró Valentino al oído y, el escalofrío que me recorrió, terminó con mi paciencia.
Necesitaba respirar el aire frío, aunque con ello terminara entrando en hipotermia. Seguramente, sería mucho mejor que seguir allí.
—¡Oh, qué bonito! —Exclamó Olimpia alejándose el filo del vaso de la boca—. ¡Sois una pareja de lo más espectacular!
Mostré los dientes en una sonrisa falsa.
—De todas las gilipolleces que te he oído decir esta noche, esta es la más estúpida con diferencia, mamá —ironicé y abandoné el puñetero corrillo de chismosas.
—Está nerviosa con la boda. —Dejé de escuchar los disimulos de Olimpia conforme me alejaba.
Pero Valentino me detuvo. No tiró de mí, ni me empujó, ni montó un numerito como en otras ocasiones muy similares a aquella. Solo me acarició el brazo y me observó compasivo, como si comprendiera perfectamente el estado en que me encontraba.
Me exasperó, pero me contuve.
—Háblame —dijo rogante—. Dime qué te pasa.
—Solo necesito tomar un poco el aire, Valentino —admití en un quejido.
—Claro, vamos.
—No. —Mi negativa, impidió que se moviera—. Preferiría ir sola, si no te importa.
—Solo si me aseguras que estás bien —murmuró con una suave sonrisa en los labios antes de apoyar su frente en la mía.
Pude ver que varias personas nos observaban encandilados con la escena tan romántica y pensé que si decían otro ¡Oh!, me pondría a gritar.
—Lo estoy… —mentí. ¿Cómo iba a estarlo si Cristianno ya no estaba en mi vida? Lo había echado…
—Búscame cuando regreses… —emitió un susurro que habría vuelto loca a cualquier chica.
Después, me besó. Tan solo fueron unos segundos en los que sentí su boca pegada a la mía, pero bastaron para que mi fuero interno gritara asqueado. No me quedó de otra que contener las ansias de empujarle y abofetearle delante de todo el mundo sino quería tener más problemas de los que ya tenía.
Valentino volvió al corrillo con aire triunfador y yo me quedé contemplándole con gesto de absoluta opresión. Fue muy difícil obligar a mi cuerpo a que se moviera, pero, cuando lo conseguí, un camarero se estampó contra mí. Impacté sobre la espalda de una señora que soltó su copa con el empujón. Escuché el cristal hacerse añicos al tiempo en que el camarero me cogía de la mano y evitaba mi caída al suelo.
Miré a la mujer y me disculpé con la mirada antes de volver mi atención al hombre que había provocado llamar la atención de todos los invitados que había en aquella zona.
—¡Disculpe, señorita! —exclamó nervioso, colando entre las palmas de nuestras manos lo que parecía un trozo de papel.
—¿En qué demonios pensaba? —protesté empezando a ser consciente de que todo aquello era… un montaje.
Me observó cómplice, elevando con elegancia las cejas.
¿Qué se supone que debería haber entendido con aquel gesto?
Resolvió mis dudas cuando asintió con la cabeza y me envió una sonrisa conspiradora antes de soltarme y continuar con su camino. Enseguida cerré el puño e hice lo mismo que él, esquivando a la gente que se agolpaba en mi camino.
El cenador no quedaba lejos, pero sí lo suficiente de los ojos indiscretos que me seguían aquella noche. Salí al exterior con el corazón bombeándome en la boca y la piel erizada; esta vez por la emoción del momento y no por el frío.
Estuve a punto de romper la nota al abrirla.
Reconocí la letra al mismo tiempo en que le sentía tras de mí.
Mírame. Estoy aquí.
Me di la vuelta ansiosa por verle.
Cristianno esperaba entre las sombras de un rincón alejado de la entrada al cenador, enloquecedoramente atractivo. Con el gesto cabizbajo, intensificando el bellísimo resplandor de sus ojos y vigorizando su figura.
Contuve el aliento, sintiendo la urgencia de besarle allí mismo y enmendar los errores que cometí aquella mañana. Pero solo fui capaz de llevarme una mano a la boca y olvidar el control sobre una lágrima que resbaló por mi mejilla.
—¿Cómo has sabido que vendría aquí? —pregunté sin apenas voz, más concentrada en él que en la posibilidad de que le descubrieran.
—Te he seguido —resolló.
Fue entonces cuando me di cuenta que estaba caminando hacia él sin voluntad sobre mí misma, atraída completamente por la incuestionable seducción que desprendía.
—¿Cuándo tiempo llevas aquí? —jadeé.
Cristianno entrecerró los ojos y torció el gesto lentamente.
—He llegado a tiempo de ver cómo Valentino te besaba —aludió, ignorando que me dejaría desolada. Tanto que no pude seguir manteniendo su mirada.
Agaché la cabeza, tocándome las manos con nerviosismo y buscando desesperadamente una forma de demostrarle todo lo que se paseaba por mi mente. Él merecía una explicación, ambos necesitábamos que yo le contara lo que sentía. Eso era lo que me había pedido en el probador y lo que yo no supe darle.
—Cristianno, yo… nada de esto… —tartamudeé cabizbaja.
—Cállate… —gimió colocando un dedo sobre mis labios. Me estremeció el contacto y él supo reconocer que era porque acaba de tocarme—. No hace falta que digas nada.
Se acercó a mi boca, creando un suspense terriblemente excitante que me hizo cerrar los ojos un instante. No debería haberme impresionado tanto, porque Cristianno solía ser así de provocativo, pero había algo más tras aquellos gestos. Lo noté en el calor que desprendía.
—¿Vas a besarme? —suspiré.
—¿Es lo que quieres?
—Siempre lo he querido.
Observó como uno de sus dedos se deslizaba por mi clavícula.
—No lo parecía esta mañana —espetó antes de mirarme fijamente—. Te lo pondré bien fácil, amor. O te resistes o te dejas llevar, tú decides.
Se me contrajo el vientre.
—¿Qué quieres decir, Cristianno? —quise saber, extrañada. Porque sus palabras no solo se referían a mis sentimientos hacia él. Había algo más, algo mucho más grande—. ¿Qué está pasando?
—No tenemos tiempo, Kathia —susurró rozando sus labios con los míos—. Debes decidir.
No me equivoqué al pensar que aquel momento no tendría un bonito final. Valentino volvió a interrumpir, exactamente del mismo modo que aquella mañana. Solo que esta vez no terminó de hablar.
—¡¿Cómo te atreves a…?!
Cristianno se movió con una agilidad indescriptible, digna de un felino. Tiró de mi brazo, dándome un suave volteo en la muñeca que me obligó a girarme hasta que mi espalda quedó completamente apoyada en su pecho, e hizo presión en mi cuello con el antebrazo.
Ahogué una exclamación y me agarré a su brazo, segundos antes de sentir el frío del cañón de una pistola apuntándome la cabeza.
Valentino se sobresaltó y abrió las palmas de las manos en acto reflejo. A mí, en cambio, me bombardearon miles de preguntas.
—¡Mierda, ¿qué coño estás haciendo?! —gritó Valentino, desquiciado y llamando la atención de todos los asistentes.
La voz de Cristianno no se alteró ni un ápice y me hizo saber que estaba muy seguro de la decisión que había tomado, fuese cual fuese. Ni siquiera respiraba con dificultad. Su pecho rebotaba en mi espalda de la forma más apacible, mientras que el mío subía y bajaba desbocado y luchaba por controlar los gemidos que me provocaba la fuerte presión de su brazo.
—Apártate, Bianchi —ordenó con voz gutural.
Su aliento rebotó en mi mejilla y me hizo cerrar los ojos, extrañamente maravillada.
—¿Y si no qué?, ¿qué vas a hacer, eh, Gabbana? —vaciló.
—Enseñarle mi verdadera cara, ¿te parece? —Aquello fue como un latigazo. Cristianno decidió recordarle a Valentino las misma palabras que este había mencionado en el probador, y me dolió. Porque, si lo que pretendía era hacerme cambiar de opinión sobre él, no lo lograría de ninguna forma. Sabía qué clase de persona era, con todas las consecuencias, y me gustaba que fuera así. De lo contrario, tal vez, no me habría enamorado de él.
—Baja el arma, Cristianno…Por favor. —A Valentino le costó mucho rebajarse.
Pero cuando lo hizo, supe de inmediato que no le valdría de nada.
Cristianno soltó una sonrisa muy similar a un ronquido antes de tirar de mí hacia arriba con un suave empellón; se me habían aflojado las rodillas desde hacía un rato y él mantenía prácticamente todo mi peso.
—Te queda muy bien suplicar —se mofó— y, créeme, me gustaría saborear este momento, pero tengo que irme y voy a llevarme a Kathia conmigo.
La rodilla de Cristianno me instó a caminar y obedecí sintiendo como me temblaban las manos. Empezamos a movernos tan pegados el uno al otro y con tanta sincronización que casi parecíamos una sola persona.
Jadeé. No sabía si sentir miedo o no. De hecho, la situación lo requería, pero confiaba demasiado en Cristianno como para temerle; aunque me estuviera apuntando con un arma. Debía esperar a una explicación antes de darle rienda suelta a mis peores pensamientos. Porque si aquello no tenía un motivo, entonces las cosas estaban peor de lo que pensaba.
—Ella no quiere irse contigo, Cristianno —protestó Valentino al pasar por su lado—. Ya sabes lo que eso significa.
Yo también lo sabía. Pero tampoco quería resistirme.
—¿Qué estás haciendo? —musité muy bajito, girando la cabeza todo lo que su antebrazo me permitió.
—Te di a elegir —contestó mientras entrabamos en el salón y captábamos la atención de todos.
Algunos contuvieron unos murmullos, otros se llevaron las manos a la boca, pero todos sin excepción estaban impactados con lo que estaba sucediendo. Lo peor de todo es que allí había suficientes personas armadas como para procurar el caos.
—Estás secuestrándome —admití en una exhalación.
—No me has dejado alternativa. Camina.
Miré alrededor y encontré a Enrico entre la gente, cerca de la puerta por donde seguramente saldríamos. No estaba armado y, en absoluto, preocupado. Más bien parecía impasible con la imagen que tenía ante sí. Como si comprendiera la actitud de Cristianno e incluso la apoyara.
Entonces lo supe todo. No había entendido bien lo que Cristianno me había pedido en el cenador hasta ese momento, y tampoco sabía a donde nos llevaría todo aquello, pero si él lo había planeado, le seguiría en lo que decidiera.
Hice un gesto de dolor y aumenté mis jadeos, agitándome entre los brazos de Cristianno, como si estuviera cagada de miedo. Si opté por aquellos gestos fue porque no quería que ninguna de las personas que estaban amenazándonos con sus armas pudiera encontrar un hueco y herirle.
Incluso aceleré el paso, algo que le provocó un gruñido de satisfacción.
—Bajad las armas, a menos que queráis ver vuestra transacción llena de plomo —ordenó, de sobra convincente.
—Qué bien mientes —resollé satisfecha.
—Casi tanto como tú. —Rozó el lóbulo de mi oreja con toda la intención sin saber lo cerca que me dejaba de manifestar el placer que me produjo.
—No la matarás —irrumpió Angelo—. No podrías soportarlo.
Cristianno sonrió y, acto seguido, separó la pistola de mi cabeza y apuntó hacia el techo.
Disparó.
—El próximo tiro terminará en su cabeza —gruñó por encima de los gritos desconcertados de la gente. Volvió a apuntarme, pero esta vez se encargó de que el cañón no tocara mi piel para evitar quemarme—. Despeja la salida, Angelo. Kathia vale demasiados millones, y no creo que estés dispuesto a perderlos en solo un segundo. Ese es el tiempo que tardaré en cargármela.
—La quieres demasiado —reconoció en voz alta sin importarle una mierda que Valentino le mirara estupefacto.
—La quise…
Su respuesta me ardió en la piel y me cubrió de incertidumbre. Sonó tan convincente que temí que fuera real.
—Cristianno… —gemí. Qué estúpida era.
—Cállate,… por favor.
—Si te llevas a Kathia de esta forma, te cavarás tu propia tumba.
—¿Acaso ya no está cavada, Angelo?
Aquello fue lo último que se dijeron. La gente que nos impedía salir del salón, se apartó y salimos arrastrando los pies.
Enrico observó cada uno de nuestros movimientos con una templanza imperiosa. No podía ver a Cristianno, pero di por hecho que se estaban mirando por la dirección que tomaron las pupilas de Enrico.
—Ahí tienes tus motivos —murmuró Cristianno antes de dirigirnos a la salida del hotel.
Pensé en las represalias que podríamos tener en el exterior. En la posibilidad de que se abriera un fuego cruzado que terminara con la vida de Cristianno, y ese miedo era el que la gente había visto en mi rostro y habían confundido. Pero cuando salimos, descubrí que no había nadie. Solo el Bugatti esperando en la calle con el motor encendido.
Intenté respirar tranquila, pero el brazo de Cristianno lo impidió porque apretaba demasiado.
—Me… ahogo,… Cristianno —tartamudeé.
Me soltó de inmediato para coger de la mano y arrastrarme al coche.