CRISTIANNO
Salté de mi moto y me fui directamente al pequeño cuarto de herramientas que había en el garaje. Jadeaba como un niño mientras buscaba… un objeto alargado, punzante, resistente… lo que fuera. Cualquier cosa que hiciera que me sintiera un poco mejor…
Una palanca de acero podría valer.
La miré, excesivamente sediento de pelea, y regresé al garaje más que dispuesto a…
Rompí uno de los faros con tanta fuerza que la moto se sacudió con violencia. El retrovisor se hizo añicos mucho antes de caer al suelo y lo salpicó todo de miles de cristalitos. Volví a golpear y arranqué el otro retrovisor. Abollé la carrocería que cubría el motor. Deformé el radio de las ruedas. Destrocé los tubos de escape…
Y grité con cada golpe sin sentir ni un ápice de satisfacción.
No respondía a nada más que a mis frustraciones. No era yo quien dominaba mi cuerpo.
La puerta del garaje se abrió y un Bentley apareció lentamente. Enrico siquiera terminó de aparcar cuando se bajó del coche y corrió hacia mí. Me derribó con un placaje, digno de cualquier defensa de Rugby, que nos lanzó a los dos al suelo. Su cuerpo aplastó el mío con brusquedad y sus brazos me arrinconaron con una fuerza asfixiante. Pero no fue el dolor de aquel encontronazo lo que me llamó la atención, sino lo cerca que estaba de romper a llorar.
—¿Qué estás haciendo, Cristianno? —Suspiró Enrico, con su pecho acelerado pegado a mi espalda—. Dime que estás haciendo.
—Se acabó, Enrico —mascullé entre dientes, intentando controlar los temblores de mis brazos—. Ella ha tomado una decisión.
Comencé a ver borroso. El llanto ya casi era un hecho y lo peor de todo era que Enrico me vería llorar.
—Te equivocas —espetó Enrico, hablándome al oído.
—¡Tú no estabas allí, no puedes saberlo! —exclamé.
Poco a poco, la destrucción se hizo más grande. El desinterés en una relación amorosa no aparece así porque sí. ¿Qué coño había pasado? ¿Qué clase de final era ese?
—Te dije que estaría confundida. Te lo advertí. —Cierto, pero no esperé sentirme tan desolado, ni tampoco verla tan…perdida. Aquello nos superó a ambos y seguramente abrió una brecha de la que no estaba seguro poder cerrar. Se despertaron demasiadas dudas entre los dos.
Enrico sacudió mi cuerpo queriendo hacerme reaccionar, pero ya era demasiado evidente la ausencia de fuerzas. Me abandoné.
—Tanto como para olvidar que estoy enamorado de ella —jadeé.
Mi espalda crujió de un modo muy desagradable cuando Enrico me soltó y una punzada de dolor me atravesó el pecho.
—No habría antepuesto su vida a la tuya si no te quisiera. —Una acotación tajante que me dejó sin aliento.
Cerré los ojos y me tapé la cara.
—Hubiera preferido morir —gemí—. Hubiera preferido… morir… —Antes de ver cómo se alejaba de mí.
Noté una caricia en mi cuello. Enrico lo rodeó con sus manos, me empujó hacia su pecho con paternalismo y apoyó su barbilla en mi cabeza.
—Dejaré que digas todas estas estupideces porque sé que lo necesitas —explicó sin saber que la seguridad de su voz me haría cerrar los ojos.
Muy despacio, fui calmándome. No sé cuánto tiempo estuvimos allí tirados ni cuando dejé de llorar, pero las constantes de mi cuerpo se apaciguaron. Todo continuaba siendo igual de desconcertante, pero ya no era lo principal porque no podía serlo. Enrico no estaba allí porque sí…, el momento había llegado y de lo único que me arrepentía era de no haber sabido llevar las cosas de otro modo. Me abrumó pasar de la furia al remordimiento tan rápido. Puede que si hubiera actuado de otra forma ante los acontecimientos, no hubiera llegado a encontrarme en aquella encrucijada.
—¿Cómo será? —pregunté esforzándome por mirarle a los ojos.
El silencio pudo haber sido una respuesta, pero Enrico quiso dejarlo claro recurriendo a su voz más profunda.
—Rápido,… muy rápido. —Se levantó de forma pesada. Tenía que irse… con ella—. ¿Estarás preparado?
Eso mismo me preguntaba yo.
KATHIA
El panteón Gabbana me abordó con los recuerdos y el tacto frío de la piedra que cubría la tumba de Fabio. Puede que estar sola en un cementerio resultara incómodo o perturbador, pero yo me sentí serena por primera vez en varios días. Sentí calma, como si las almas de aquellos Gabbana que habitaban allí dentro quisieran transmitirme esa sensación. Hubiera sido absoluta sino hubiera estado completamente absorta en el nombre de Fabio Gabbana.
Perdí la cuenta de las veces que lo leí y también de las veces que recordé cómo murió.
En mis brazos.
Hacía apenas tres semanas.
—Fabio… —balbucí, pensando en lo estúpido que era aguantar las ansias de llorar—. No sabes lo que daría por poder hablar contigo ahora mismo. Tengo tantas preguntas que hacerte… —Se me encogió el pecho—. Dios… ¿cómo pudiste vivir con esta agonía tantos años…?
—Porque debía protegerte —dijo Enrico apareciendo de pronto en la puerta. Allí plantando, con las manos en los bolsillos del pantalón de su traje, Enrico casi parecía un ángel—. Porque te amaba.
Quise correr a sus brazos, pero no tuve fuerzas para levantarme. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba atardeciendo. La ceremonia sería en un par de horas y yo no estaba lista.
—Enrico… —suspiré notando como las primeras lágrimas se me escapaban de los ojos. Algunas de ellas pude saborearlas.
—¿Qué estás haciendo aquí, Kathia? —preguntó, más por consuelo que por curiosidad.
Pero no respondí a esa pregunta.
—Tú lo sabías, ¿verdad? —Dije sabiendo que me estaba clavando en la palma de la mano las primeras letras del nombre de Fabio—. Sabías que Cristianno iría a la tienda. Claro, tú mismo lo preparaste, ¿no es así?
Enrico asintió en un movimiento casi imperceptible y decidió acercarse a mí caminando muy lento y… dudoso. Reconocí el cambio en él, solo habían pasado unas horas y su mirada ya no parecía la misma; era más oscura de lo normal y estaba adornada por unas ojeras que jamás le había visto. Algo realmente perturbador debía estar rondando por su cabeza. Saber el qué era una tarea casi imposible.
—Le eché, le pedí que se fuera… —sollocé—. No he sido capaz de decirle que mis sentimientos no han cambiado… y se ha ido… Dios mío, se ha ido y tengo la sensación que ha sido la última vez…
—Ven aquí, mi amor —susurró, levantándome del suelo.
Comencé a hiperventilar y mi visión se tornó borrosa, pero no por las lágrimas, sino por la ansiedad. El suelo se movía inquieto bajo mis pies, todo daba vueltas a mí alrededor. No soportaría volver a experimentar una sensación como esa.
—No puedo respirar… —jadeé.
—Sí, si puedes —medió Enrico algo preocupado. Me obligó a darle la espalda y me atrajo hacia su pecho con premura, cubriéndolo con sus decididas manos y presionando ligeramente—. Tan solo es una crisis de ansiedad, pequeña. Concéntrate en mi respiración. —Empezó a susurrarme al oído mientras mi visión se perdía en algún punto entre la fecha de nacimiento de Fabio y la de su muerte—. Respira conmigo, mi vida. Estoy aquí, Kathia. Estoy aquí…
—Haz que pare, haz que esta presión desaparezca, Enrico. —Cerré los ojos.
SARAH
Me despedí de Daniela después de haber pasado el día con ella.
Tras estar parte de la mañana con Enrico, recibí su llamada, sugiriéndome pasar un rato juntas, y acepté orgullosa de poder tener al fin una amiga.
Paseamos por la ciudad, comimos comida tailandesa, hicimos unas compras e incluso nos permitimos entrar al cine y ver una película de esas con final feliz que no se cree ni el propio director; fue muy difícil prestar atención y dejar de pensar en Enrico mientras la veía.
Había sido un día bonito, aunque con ciertas sensaciones amargas pululando sobre nuestras cabezas. Nunca pensé que estando con Daniela hubiera silencio. Para ella, no saber nada de Kathia estaba siendo muy doloroso; más aún, sabiendo con qué clase de personas se encontraba. La situación que estaba atravesando Eric también le atormentaba. El muchacho no terminaba de remontar después de la enorme traición de Luca. Pero lo que más daño parecía estar haciéndole era Cristianno. Me comentó que él jamás había sido así; que era un chico de lo más alegre y divertido y seguro de sí mismo. Y, sin embargo, ahora todo en él era incertidumbre, rencor, ira…
Ella sufría por sus amigos, y también por su novio, Alex.
La dejé hablar e hice todo lo que pude para apoyarla y que no se viniera abajo. Pero, por un momento, terminé flaqueando y fue imposible hacer más.
Entré en el Edificio.