CRISTIANNO
—Es curioso el poder de manipulación que tienes, Cristianno. —Aquella voz… La reconocí casi al tiempo en que veía su rostro afilado a través de los ojos de Kathia, que se abrieron atemorizados.
Enseguida me apartó con un suave empellón y echó mano al cinturón de su albornoz para taparse.
Resoplé y apreté la mandíbula, resignándome a lo que venía a continuación.
—Valentino, yo… —Kathia decidió que no había excusa que valiera. Aunque, de todos modos, Valentino no le permitió explicarse.
—Tranquila, amor —repuso, extrañamente tranquilo, mirándome de reojo—. No seré yo quien empiece una pelea.
Recordé que la última vez nos enfrentamos en San Angelo y que Kathia terminó en medio de la trayectoria de nuestras armas cuando nos apuntamos. Me di la vuelta lentamente y le miré desafiante mientras Kathia comenzaba a manifestar su miedo a un enfrentamiento entre los dos.
—Sería la primera vez, Bianchi —dije ladeando la cabeza y estudiando su rostro y el de los dos tipos que le acompañaban.
Captó mi atención su apariencia tranquila. Algo en él había cambiado, no sabía qué, pero lo notaba. Sus ojos ya no eran tan provocadores y su boca no tenía esa curva de altivez que siempre la adornaba. Parecía un hombre… ¿benévolo? Algo no funcionaba. ¿Qué pretendía demostrar? ¿Qué coño había pasado?
Miré a Kathia. Ella se mantenía cabizbaja, con los brazos tiesos, y aferrada a la tela. Curiosamente, no nos quitaba ojo de encima ni a Valentino ni a mí, pero le prestaba mucha más atención al Bianchi. Lo que me indicó que ella estaba atravesando la misma confusión que yo con respecto a él.
—Te lo diré pacíficamente, compañero… Márchate. —El muy cabrón habría disfrutado si hubiera sabido lo mucho que me molestaba escucharle hablar de esa manera tan conciliadora.
Me acaricié los labios, saboreando los últimos vestigios de la boca de Kathia, y me llevé las manos a los bolsillos antes de moverme.
—¿Cómo sonaría si tuvieras que volver a repetirlo? —le reté torciendo el gesto y mirándole de atento.
Valentino sonrió y me mostró lo cómodo que se sentía en la situación. Estaba provocándome y yo estaba sucumbiendo, poco a poco.
—¿Acaso quieres decepcionar a tu… primita, ¿Gabbana? —sugirió, con un destello de la misma ironía que siempre empleaba.
Algo que me calentó lo suficiente como para acercarme a él. Vi a Kathia por el rabillo del ojo sobresaltarse y llevarse una mano a la boca.
—Cuidado, Valentino —murmuré gutural—. No te permito que pises ese terreno.
—Puede que seas tú quien no tiene permiso —espetó, y no le entendí como debería. ¿Quizás hablaba de la decisión de Kathia?—. Vete de aquí y déjala en paz.
—Preferiría que fuera ella quien me lo pidiera.
Se humedeció los labios en un gesto asqueado.
—No te das por vencido, ¿verdad? —Volvió a sonreír, con un resoplo—. ¿Ni aun sabiendo que por ley de sangre no podéis estar juntos?
—Eso ya lo veremos —repuse y me acerqué un poco más a él. Me observó expectante y algo tenso por mí proximidad—. Quédate con lo que voy a decirte, Valentino. Puede que Kathia me eche de su vida, pero eso no significa que yo haga lo mismo. —Bajé la voz—. Si decide no estar conmigo, no seré yo quien lo impida, pero no pienso consentir que tú seas el sustituto. No eres suficiente para ella.
—¿Tú si lo eres? —preguntó curioso e inquieto al mismo tiempo.
—Pregúntaselo. —Alcé la dejas y la miré a los ojos por primera vez desde que Valentino intervino—. ¿Lo fui, Kathia? —No debería haber hablado tan suspicaz. Ella no tenía la culpa de nada de lo que estaba ocurriendo allí y ambos sabíamos que aquella pregunta sobraba. Yo ya sabía que lo era todo para Kathia.
Frunció el ceño y clavó su mirada en mí dejando que un rubor de furia y confusión se adueñara de sus mejillas. No le hizo gracia que hablara en pasado.
—¿Lo fuiste? —aseveró en un gruñido que obviaron todos. Excepto yo. Por un segundo, creí volver a estar asolas con ella.
—No eres mejor que yo, Cristianno —intervino Valentino ignorando que Kathia y yo continuábamos mirándonos como si no existiera nada más en el mundo—. Ambos sabemos que aún no le has mostrado tu verdadera cara.
—No hagas eso… —negué. Me costó mucho apartar la vista.
—¿El qué?
—Fingir que eres buena persona. Ambos sabemos que no es así.
Llegados a ese punto, Valentino no supo que más decir. Se movió incómodo, volvió a humedecerse los labios y cogió aire.
—Márchate, Gabbana… No lo pongas más difícil… —Se acercó a mí oído y se aseguró de que nadie escuchara lo siguiente que dijo—. Es mía, compañero.
Por desgracia, caí en la provocación.
Pude escuchar a Kathia contener la respiración cuando me lancé a su cuello y lo estrellé contra los espejos. Gimió de dolor al notar como el cristal se partía bajo su espalda y seguramente le hacía algún que otro corte. Observé su rostro, que empezó enrojecerse por momentos y a buscar desesperado un poco de aliento. No le soltaría hasta saber que su vida se quedaba en mis manos. Pero cuando creí que sus esbirros se lanzarían a por mí, Kathia apareció en mi campo de visión tirando de mis manos para que me detuviera. Fue un movimiento muy inteligente, porque ella sabía que si intervenía, yo dejaría de intentar matar a Valentino.
—¡Detente, Cristianno! —gritó antes de apartarme definitivamente—. ¡Basta! Basta… —Lo último que dijo fue más bien un sollozo.
Se interpuso entre Valentino y yo, manteniendo su vista puesta en la mía. El Bianchi se llevó una mano al cuello y, con la otra, se aferró al hombro de Kathia para incorporarse mientras respiraba con dificultad. ¿Qué demonios significaba aquello?
—Es mejor que te marches… —suplicó Kathia mirando de reojo la puerta por la que minutos antes había entrado—… Por favor…
¿Qué estaba haciendo? ¿Me protegía porque estaba en minoría? ¿Se despedía de mí? ¿Optaba por Valentino? Por primera vez desde que la conocí, no supe que me decían sus ojos. No había nada en ellos que pudiera darme algo a lo que aferrarme.
Me embargó la confusión, y se me secó complemente la garganta.
—¿Quieres que me vaya? —pregunté ahogado.
—Sí… —susurró ella y, extrañamente, frunció el ceño.
Creyó que la entendería y así debería haber sido, pero mi mente ya hacía un rato que me había abandonado.
—Bien… —Miré a Valentino y como este contenía una sonrisa placentera—. Tú ganas… —le dije para asombro de Kathia.
KATHIA
Cristianno se dio por vencido sin tan siquiera haber hecho el intento por entenderme. No pretendí despedirme de él… pero eso ya no importaba. Se había ido… y se había llevado consigo mi corazón.
No resistí el peso de mi cuerpo por más tiempo. Con un brusco escalofrío, me hinqué de rodillas en el suelo y enterré mi cara entre las manos. Debería haber sido un gesto algo alentador, tal vez, paliativo, pero fue todo lo contrario. Mis dedos olían a Cristianno, mi boca aun guardaba su sabor. Eso lo hizo todo mucho más difícil.
La sensación de que aquella podía ser la última vez que le viera era muy destructiva, porque me había dado cuenta de que yo así lo había provocado. Cristianno solo cumplió mis órdenes. Le pedí que detuviera el ataque contra Valentino y lo hizo. Le pedí que se fuera… y obedeció. Después de todo, él llevaba razón: pidiera lo que pidiera, Cristianno lo cumpliría. Y por primera vez odié tener ese control sobre él. Odié habitar en mi cuerpo. Odié ser quien era.
Acababa de echar de mi vida lo más importante que había en ella y lo peor era que ni siquiera lo había decidido por mí misma. ¡No había sido una elección! Puede que hubiera pensado que lo mejor era terminar mi relación con Cristianno, pero en cuanto le vi, supe que no era una alternativa. Supe que no podría alejarme de él aunque la sangre se interpusiera, porque mi amor era mucho más grande que todo eso.
Intenté decírselo con una mirada, pero Cristianno prefirió perderse en algún rincón de su mente; tal vez, en esa versión de sí mismo que no sabía amar. Y yo no supe demostrarle mis intenciones. Quise protegerle y terminé confundiéndolo.
Ojalá hubiera sido más rotunda, más decisiva.
Ojalá mi error tuviera solución.
La imagen de él saliendo por aquella puerta me perseguiría el resto de mi vida.
Valentino se agachó junto a mí e intentó acariciarme.
—No me toques —le esquivé sin molestarme en mirarle—. No me toques, por favor.
Le escuché tomar aire. Quizá, pestañeó confundido, intentando buscar una forma de afrontar aquello sin saber que yo no necesitaba de él.
«Si saliera corriendo, podría alcanzarle», pensé.
—Kathia, lamento mucho…
—Necesito salir de aquí… —le interrumpí y decidí encarar su rostro. Había aflicción en él. Una ansiedad que no se molestó en ocultar y que jamás le había visto. Valentino demostraba que sufría por mí, pero yo no terminaba de fiarme de él.
Se incorporó y me ofreció su mano para que le siguiera.
—Por supuesto —asintió con la cabeza observándome como si fuera el amor de su vida. ¿Cómo demonios conseguía ser tan convincente? ¿Acaso sus sentimientos hacia mí eran reales? ¡¿Qué clase de locura era aquella?!—. No te fías de mí, ¿verdad?
—No.
—Lo respeto y mi forma de responder es dándote tiempo. —Se acercó a mí tras haber hablado asquerosamente comprensivo.
—¿Ya está? —Dije incrédula—. ¿Nada de enfrentamientos ni… agresiones?
Valentino negó con la cabeza y frunció los labios aseverando su respuesta.
—Nada más, amor. —Me cogió de las manos y repasó mis nudillos con los pulgares.
Apreté los dientes al percibir su tacto y eso fue lo que me hizo recordar el momento en que Cristianno había aparecido tras de mí y había dibujado mis hombros con sus labios.
Me aparté de súbito, fustigándome con lo que había pasado entre nosotros.
—Quiero ir a ver a mi padre —dije con rotundidad y más que dispuesta a saborear la reacción de Valentino ante mi petición.
Empalideció y entrecerró los ojos, obstinado en encontrar una forma de mediar. Que Fabio interviniera en aquella conversación fue inesperado para todos, incluso para mí. Le vi vacilar y removerse incómodo.
—Preserva tu nueva actitud de esa manera. —Le reté. Veríamos si era sincero.
Hubo unos minutos de silencio. Después, Valentino se encargó de dejarme completamente congelada con su respuesta.
—Preservar… Lo tomaré como una oportunidad. Marisa, prepara este vestido —indicó señalando la prenda que ni siquiera me había probado—. Vendrán a por él esta tarde a primera hora.
—Por supuesto, señor Bianchi —añadió Marisa—. ¿Necesita alguna cosa más?
—Yo creo que has hecho bastante, ¿no crees? —confesó con énfasis.
Marisa delató la presencia de Cristianno, seguramente por su comportamiento tan oscilante y ambiguo.
—Sí, señor —dijo y se fue aprisa después de coger el vestido.
Valentino se dirigió a la salida, indicó a sus esbirros que se marcharan y capturó el pomo de la puerta.
—Te esperaré fuera.
—No, iré sola.
Pestañeó lentamente, conteniendo el aliento, y provocando que mis deseos por verle perder los nervios fluyeran frenéticos. Lástima que no pudiera recompensarlos, porque Valentino asintió con la cabeza y acató mi petición.
—Promete que llegarás a tiempo para la ceremonia de compromiso, por favor.
Cerró la puerta tras él y me dejó sola, rodeada de un ensordecedor silencio.