KATHIA
Cristianno empezó tímido dándome un suave beso en la curva de mi hombro. Sus manos apenas me tocaban la cintura, pero notaba su tacto sobre mí y eso fue más que suficiente para que mi interior se enzarzara en una batalla.
Ahogué un gemido cuando nuestras miradas se encontraron en el espejo, provocándome que el azul tan intenso de su mirada casi doliera. Me hirió muchísimo vernos reflejados de aquella manera, tan cerca y tan lejos el uno del otro, al mismo tiempo. Lo que nos había sucedido no era justo para ninguno de los dos, no nos merecíamos un final. Por más que nos observaba, menos entendía una vida sin él. Había nacido para estar junto a Cristianno y, todo lo contrario, terminaría conmigo.
Pero por mucho que aquella magia siguiera latiendo entre ambos, todo había acabado… No pude respirar…
—No deberías estar aquí… —gemí en busca de una bocanada de aire que aliviara mis pulmones, y que no oliera a él.
Quise alejarme, pero sus manos se hicieron un poco más fuertes entorno a mí. Terminaron por rodear mi cintura y por cubrir mi vientre con sus dedos. Cristianno pudo notar el temblor que se instalaba bajo su contacto. Lo que fue un deseo hacía unos minutos, ahora era realidad.
—Mírame, Kathia… —me susurró al oído y después continuo dejando un rastro de besos sobre mi piel. Me estremecí y anhelé poder encontrar la valentía para rodearme y apresar su boca con la mía—. Tienes que mirarme y decirme que nada ha cambiado entre nosotros.
Todas mis emociones saltaron, como miles de burbujas. No pude soportar por más tiempo su cercanía y me alejé de él tambaleante. Cogí el albornoz y me cubrí con él concentrándome el gesto para así evitar cualquier contacto que me llevara de vuelta a sus brazos.
—Lo siento… —sollocé—. Lo siento mucho…
Maldita la hora en que decidí hablar y provocar que nuestro final fuera cada vez más evidente. No estaba preparada para despedirme de él. Y Cristianno tampoco. Comenzó a caminar hacia mí con un paso inquietante y acompasado. Era inteligente, supo a qué me refería con aquella disculpa, pero, aun así, quiso hablar.
—¿Qué sientes, amor?
Volví a estar tan cerca de mí que noté su aliento resbalando por mi nuca.
—Que todo esto termine así… —musité—. No es lo que yo quería…
—Un amor como el que supuestamente sientes no se entierra tan rápido. —Aquel jadeo asaltó todas mis defensas.
—Cristianno, por favor… —supliqué porque volvía a notar sus manos sobre mi cuerpo.
Esta vez, decidió darme la cara y se colocó frente a mí con un notable enfado cubriendo sus increíbles rasgos.
—No… —protestó—. No puedes lamentar algo que no has decidido por ti misma.
—¿Acaso he tenido elección? ¿Crees que quiero renunciar a ti?
—¿Me sigues amando? —dijo casi al tiempo en que terminé de hablar.
Había llegado el momento. Cristianno dejaba en mis manos la decisión de seguir adelante con aquella relación imposible, que haría de nuestras vidas un día a día muy complicado, o dejarlo para siempre.
¿Qué debía hacer? ¿Qué era lo mejor para ambos? Lo mejor… Lo mejor hubiera sido estar con él.
Agaché la cabeza. No quería que mi mirada le mostrara la incongruencia de lo que iba a decirle.
—No lo sé… —Mientes.
Se acercó demasiado a mi boca… Apreté los dientes y cerré los ojos, notando como cada poro de mi piel gritaba su nombre.
«No sigas, mi amor», pensé. Porque si se acercaba más… no lo resistiría.
Pero Cristianno continuó acercándose… y acarició mi cuello del mismo modo en que yo lo había hecho mientras pensaba en él. Dejó que un dedo resbalara por la clavícula y se colara bajo el escote del albornoz, perfilando el inicio de mi pecho. Me estremecí y solté un suspiro anhelante.
Ojalá los perjuicios no nos hubieran rodeado de aquella manera.
—No puedes hacer esto… —Me quejé, aunque sin oponer resistencia.
—Ya lo estoy haciendo. —Mordió con suavidad la curva de mi garganta—. ¿Sientes lo que yo siento, Kathia? ¿Sientes ese fuego? —Colocó la palma de su mano sobre mi corazón—. Por supuesto que sí, amor…
—Cristianno… Basta, por favor.
Eché la cabeza hacia atrás, dejándole más espacio a sus besos. Él contuvo un gruñido de placer al notar como mi cuerpo se destensaba bajo sus manos. Puede que mi cabeza quisiera que lo alejara porque sabía que no estaba bien sentir aquello, pero mi piel lo exigía, y, de momento, vencía la disputa.
—Si de verdad quisieras que me detuviera, me habría dado cuenta —suspiró deshaciendo el nudo del albornoz.
—No me harías caso.
—Sabes que haría lo que me pidieras, aunque me muriera por dentro.
—Soy… tú… prima… —Me costó tanto decir esa palabra estando entre sus brazos.
De pronto, se contuvo y buscó mi mirada. Cuando nuestros ojos se encontraron, sentí como un frío gélido se instalaba entre nosotros. Le tenía a unos centímetros de mí, pero le percibí lejos, y no porque él lo quisiera así, sino porque las circunstancias se impusieron y pudieron con todo.
—¿Crees que me importa? —espetó enervado.
Grité por dentro cuando la presión de sus manos disminuyó. Odié que aquel instante se infestara y terminara por alejarnos.
—No te creo… —le reproché—, tu forma de mirarme a cambiado.
—Porque te siento lejos —aseveró bruscamente—. Sigo siendo el mismo, Kathia. Solo que tú no pareces darte cuenta.
Puso los brazos en jarras y me dio la espalda. Fui yo la que busqué su mirada acercándome a él con más indignación de la que pretendí mostrar.
—He cambiado porque he descubierto que mi vida es una mentira —confesé—. No estás en mi lugar.
—¿Estás segura? —Alzó las cejas, incrédulo, dando a entender que si a mí me ocurría algo, a él también.
Lástima que no fuera suficiente.
—Tú no eres el objeto de una venganza, Cristianno. —Me llevé las manos a la cabeza y negué. Daba igual en qué momento analizara la situación, siempre me provocaba el mismo ahogo.
Cristianno se acercó a mí, pero esta vez dejó una distancia prudente entre nosotros.
—Aun así no renunciaría a ti. —Admitió más impulsivo que nunca. Pretendió devastarme, y lo logró—. No me arrepentiría jamás de haberte conocido.
—Yo no he dicho eso —rezongué al empujarle con todas mis fuerzas. Después, enterré la cara entre las manos y comencé a llorar. Aquel momento agonizaba y empezaba a destruirnos—. Será muy difícil —tartamudeé—, puede incluso que no lo consigamos, pero la distancia… ayudará.
La mentira pesó demasiado. Me asfixió, y a Cristianno pareció enmudecerle.
Pasaron unos minutos hasta que me vi capaz de volver a mirarle. Tenía los labios fruncidos y los brazos cruzados sobre el pecho. No había rastro de su mirada azul, una profunda oscuridad la había engullido. Toda su postura me intimidó. Cristianno estaba muy lejos de mí.
—¿Eso es todo? —No se molestó siquiera en nombrarme—. Eres tan hipócrita. No demuestras ser diferente de ellos. Después de todo te has criado en el seno de los Carusso. —La ira se me instaló en las mejillas ante su evidente esfuerzo por hacerme daño. Sentí como ardían y como ese calor se repartía por mis brazos.
Me lancé con osadía y abofeteé su preciosa y maldita cara. Gemí con él cuando lo estrellé contra la pared con toda la fuerza que pude reunir. Pero lo peor de todo no fue su comentario o mi reacción, sino que ni siquiera se inmutara cuando decidí atacarle con aquella violencia.
—¡No vuelvas a decir eso! ¡No te atrevas a cuestionarme! —chillé a solo un palmo de su boca, importándome una mierda que Valentino pudiera descubrirnos.
Cristianno cogió mis brazos y, rápidamente, se hizo con el control cambiando su posición y dejándome a mí entre la pared y su cuerpo.
—¿Acaso yo no estoy sufriendo? —gritó él—. ¡Ah, claro, se me olvidaba que yo solo soy el cabrón que se ha calentado contigo… —La ira destellaba en sus pupilas, cubriéndolas de un fervoroso matiz rojizo.
—¡Tú no has perdido a tu padre!
—¡Pero si he perdido a mi tío y te estoy perdiendo a ti, joder! —contratacó, y me sorprendió que su voz rugiera de aquella forma.
Lo que dijo fue como una dura bofetada y logró dejarme sin palabras y que le mirara absorta.
—Yo le vi morir, Cristianno. —Con la misma rapidez con la que me dominó, la furia abandonó mi cuerpo dejado una estela de desolación a su paso. Me abandoné a los brazos de Cristianno porque supe que él me sujetaría en el caso de que yo no soportara el peso.
Quise ocultarme, quise poder cerrar los ojos y desparecer de allí, pero Cristianno no me lo permitió. Me cogió de la cintura y me atrajo a él hasta que supo que su voz se estrellaría contra mis labios.
—Daria mi vida por borrar ese momento de tu mente. —Un susurró ronco que me invadió.
CRISTIANNO
Kathia sollozó en mi boca. Verla llorar de aquella manera y tener la certeza de que yo era el motivo que le provocaba ese llanto, me arrasó por dentro. Había sido cruel, había deseado herirla y provocar aquella reacción de violencia en ella sin pensar que me necesitaba de otra forma.
Me apegué un poco más a la pared y acaricié su cara con más fuerza que delicadeza. En aquel momento, sentía la urgencia de amarnos de un modo impulsivo. Notaba la desesperación subiendo y bajando por mi cuerpo, agarrotando mis músculos y comprimiendo mi pecho a cada bocanada de aire que cogía.
Como me habría gustado no necesitar respirar…
—Un apellido no lo puede cambiar todo —jadeé apoyando mi frente en la suya.
—Pero lo puede la sangre. —Dudó demasiado entre palabra y palabra.
Sabía que, cuando le pedí a Enrico un encuentro con ella, aquello podía ocurrir. Sabía que todo podía terminar y, que si terminaba, lo haría de un modo destructivo. Pero, más allá del dolor, más allá del daño que Kathia me estaba haciendo con su actitud, seguiría fiel a mis decisiones. Si, supuestamente, quería un final, lo tendría con todas las consecuencias y con todas las reacciones que ello pudiera conllevar en mí.
—¿Puede contigo y conmigo? —Me mostró su mirada más salvaje con toda la intención de someterme, pero no lo consiguió porque me perdí en su extraordinaria belleza.
—¿No te parece evidente? —Que equivocada estaba y que pocos pretextos tenía yo para hacérselo entender.
—Eres una cobarde… —gruñí, rozando su labio inferior con el mío.
—Y tú un egoísta… —Fue ella quien rompió la corta distancia entre nosotros y nos ahogó en un beso feroz y ansioso.
Capturé sus muñecas, extendí los brazos por encima de su cabeza y apegué mi cuerpo contra el suyo en un gesto de posesión absoluto. Jamás nos habíamos besado de un modo tan autoritario, ni siquiera cuando nos reencontramos en el teatro. Ella era mía, y yo de ella. No había espacio para más.
Deslicé mis manos por su pecho y lo apresé rudo al notar como ella jadeaba por mis caricias. Kathia necesitaba de la dureza que yo imponía y respondía a la altura de la situación. Se aferró a mis hombros, me clavó las uñas en la piel y detuvo el beso para mirarme. Fue la imagen más bella, verla acalorada, mirándome a medio camino entre el llanto y la excitación… No impediría que la tocara, ni que la acariciara. Ni que insistiera en sus labios. No importó… la sangre… Solo la pasión que sentíamos el uno por el otro.
Pero no la sentí del mismo modo. Un beso con ella suponía la detención del tiempo, la vibración de todas mis fibras nerviosas, me invadía una sensación única. Aquello no se parecía en absoluto… aunque estuviéramos a punto de yacer en aquel probador.
—Quédate conmigo, Kathia… —jadeé en sus labios.
Pero, si hubo respuesta, quedó sepultada… tras un sonido que nos aguardaba problemas.