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KATHIA

—¿Me complacerás escogiendo un vestido verde? —sugirió Valentino cogiendo mi mano y llevándosela a los labios. Besó mis nudillos sin saber que entiesaba mi cuerpo.

Todo mi ser repelía su contacto y el modo increíblemente amable en que se estaba portando conmigo. Valentino ignoraba que mi piel ardía en deseos por recibir el calor de… Cristianno. Que otro lo invadiera, me… irritaba, e hizo que me preguntara cómo sería pasar el resto de mi vida sin sus… caricias…

«No pienses en él, Kathia. Ahora no», dijo mi fuero interno.

Pero le pensaba, constantemente, y me consumía que mi deseo hacia él estuviera prohibido.

Retiré la mano y evité el contacto visual con Valentino. Eran demasiado evidentes mis pensamientos, casi me faltaba gritarlos.

—¿Coacción? —pregunté, incómoda. Pero, si Valentino se dio cuenta de lo mucho que me molestaba su cercanía, no lo demostró.

—No, querida —sonrió, negando con la cabeza—. Es solo una sugerencia que me haría muy feliz. Además, creo que el verde te sentará muy bien.

—Y de paso hace juego con tus ojos —me mofé con ironía.

—¡Buena objeción! —exclamó volviendo a ignorar mi actitud.

Marisa fue la que interrumpió. La dependienta de la tienda Versace llegó al reservado donde nos habíamos instalado y colocó en la mesa el catálogo de vestidos de los que disponían.

—Bien, este es el muestrario de la última colección —dijo sin dejar de tocar su bonita melena rubia—. Conociéndole, señor Bianchi, he hecho una selección de lo mejor que hay en la tienda.

Valentino sonrió con hipocresía, se cruzó de piernas y apoyó el codo en uno de los brazos del sofá, llevándose los nudillos a los labios. Lo que significaba que a continuación iba a hacer gala de su vocabulario más correoso.

Apreté la mandíbula.

—Marisa, antes de que te pongas a revolotear alrededor de mi tarjeta de crédito como si fueras una paloma muerta de hambre —espetó moviendo el dedo índice a modo de batuta—, me gustaría que nos trajeras una botella de champán y algún aperitivo. —La dependienta enrojeció y se esforzó en no demostrar las ganas de pegarle una patada en el culo. Bienvenida al club—. ¿Te apetece algo en especial, mi amor? —me preguntó Valentino.

Cogí aire antes de hablar.

—Tal vez, agua —dije brusca.

—¿Agua?

—Eso he dicho.

—Perfecto, entonces… Agua —ordenó tirando de las mangas de su chaqueta y recomponiendo la postura de supuesto galán.

La chica desapareció por un pasillo.

CRISTIANNO

Me apoyé en la pared y miré el reloj con impaciencia.

11:13 a. m.

De repente, la puerta del almacén se abrió hacia fuera. Eché mano a mi espalda y empuñé la pistola, preparado para cualquier imprevisto. Valentino no había ido solo a la tienda, seis hombres le acompañaban. No me había arriesgado a ir desarmado, si cabía la posibilidad de que las cosas se pusieran feas. Mucho menos con Kathia de por medio.

Pero no hizo falta sacar un arma. Una melena rubia asomó tras la madera.

Aquella debía ser Marisa.

Sonrió y se permitió el lujo de mirarme de arriba abajo con demasiada atención, rezagándose en la cintura de mis vaqueros. Bien, estaba de sobra habituado a que las chicas me miraran así y, la verdad, no me desagradaba, pero en aquel momento, me fastidió muchísimo y se lo hice saber con una mirada penetrante.

La chica recapacitó dando un pequeño saltito, que cerca estuvo de hacerme reír.

—¡Vamos! —exclamó entre susurros, agitando la mano para indicarme que entrara—. Valentino me ha pedido que les sirva algo de beber.

—Muy propio de él —resoplé entrando en el almacén.

El aire estaba viciado allí dentro y olía a plástico y cartón.

—En cuanto salga, podré enseñarle a la muchacha…

—Kathia… —interrumpí con suavidad—… Se llama Kathia.

Marisa se detuvo para mirarme y lo hizo con una sonrisa melancólica y lejana en los labios. Acababa de darse cuenta de todo lo que ocurría allí en apenas unos minutos y eso hizo que me planteara cuan evidente era todo en mi rostro.

—Qué nombre más bonito —murmuró antes de volver a recapacitar—. En fin, ah…, seguramente, Valentino esperará en el reservado mientras yo le enseño a Kathia los vestidos. Le ha pedido que se ponga uno en verde… por favor —resopló con burla y poniendo los ojos en blanco.

—A ella le gusta el rojo.

—No creo que tenga alternativa. —Abrió otra puerta y entramos en el interior de un cuarto que venía a hacer las veces de un despacho—. Bien, espera aquí. No tardaré, ¿de acuerdo? —repuso con complicidad.

—Gracias, Marisa —asentí, y ella titubeó.

—¿Esto es importante para ti, verdad?

Su actitud pudo confundirse con la de una mujer chismosa, pero la realidad no era esa. Aquella chica realmente estaba interesada en ayudar y saber eso, me dejó mucho más tranquilo. Enrico le había fiado un momento crucial a una persona digna de confianza, y quise ser sincero. Era lo menos que podía entregarle.

—No sabes cuánto.

Levantó una mano y me acarició la cara de una forma un tanto fraternal.

—Estate atento, ¿de acuerdo? —me advirtió antes de marcharse.

Respiré hondo y me apoyé en la puerta desesperado porque Kathia entrara en el vestidor que había al otro lado de la pared.

KATHIA

Valentino volvió a acercarse a mí, pero, esta vez, le respondí con insolencia. No consentiría que se comportara de ese modo.

—¿Crees que podrías dejar de comportarte como un capullo integral con esa chica? —Sugerí mordaz, echando mano a mi bolso—. Me pone de los nervios.

Saqué un paquete de tabaco, que me había conseguido Sibila a regañadientes antes de dejar el hotel Hassler, y cogí un cigarrillo. Valentino escrutó cada uno de mis movimientos con una rabia que por poco le hace perder el conocimiento; le enrojeció hasta las orejas. Lo prendí y solté el humo en su dirección, más que dispuesta a tocarle las pelotas. Terminé sonriendo de medio lado para darle más énfasis a mi provocación y disfruté con el evidente esfuerzo que Valentino hizo para mantener la calma.

—Kathia, por favor… —Por un momento creí que se atragantaría.

—Si tú puedes ser un maldito arrogante porque tienes un trozo de plástico con miles de euros, yo puedo encenderme un puto cigarrillo mientras ojeó el catalogo, ¿no crees? —mascullé recogiendo el muestrario y colocándomelo en las rodillas.

Valentino frunció los labios con exasperación.

—No está bien que una dama de tu categoría fume —protestó—. Y mucho menos con tu edad.

—Pero si es correcto que me desposen, ¿no es cierto? —No esperó que mediara con aquello, ni yo disfrutar tanto con su reacción. Había dejado al mismísimo Valentino Bianchi sin nada que decir en su defensa.

Dejó que pasaran unos segundos, antes de romper el silencio y se inclinó hacia mí.

—¿Te sentirías más cómoda si discutiéramos ahora mismo? —repuso, comprensivo y mostrándome lo en contra que estaba de un enfrentamiento.

Algo con lo que yo no contaba. Esperaba que se enfureciera y me montara un espectáculo, no que respirara pacientemente, midiera sus palabras y me contemplara como si fuera el amor de su vida.

—¿Acaso no te das cuenta que es lo que deseo? —dije entre dientes, frustrada y agotada con aquel comportamiento suyo, que apenas me dejaba predecir sus reacciones.

Valentino no era un buen hombre y ambos lo sabíamos. Solo que ahora se empeñaba en demostrar lo contrario. ¿Acaso aquella actitud era real? ¿Se comportaba de esa manera porque realmente le importaba?

—Pensaba que tus deseos tenían nombre propio… —arremetió nombrando a Cristianno de forma tácita. Le fulminé con la mirada y apagué el cigarrillo de un golpe sobre un cuenco que tenía cerca, enervándome aún más cuando vi como el rostro de Valentino adoptaba un gesto de disculpa—. Lo lamento, no pretendía ser…

Grosero.

—Siempre lo has sido… —interrumpí—… siempre.

—Tal vez, porque tu actitud no me permite ser de otra forma —protestó distante—. En ocasiones, eres tan exasperante como…

—Soy su prima, ¿no? —Esta vez me encargué de que mi tono de voz fuera el más exigente y tajante que hubiera escuchado jamás.

Había mencionado a Cristianno demasiadas veces y, aunque supiera que no podía estar junto a él, no le consentiría a nadie que le aludiera con malas intenciones. Mucho menos tratándose de un Bianchi o un Carusso. Estaba agotada de soportar sus críticas, y Valentino supo darse cuenta.

Agachó la cabeza y tragó saliva. Pretendía ser conciliador.

—Basta, Kathia —susurró y capturó mi mano.

En ese momento, Marisa interrumpió con una bandeja.

—Aquí tiene, señor Bianchi —dijo con una sonrisa en la boca—. ¿Necesita algo más antes de que comencemos con el asesoramiento?

—No, muchas gracias —sonrió Valentino—. Podemos comenzar.

Después, me miró de reojo y alzó las cejas. Y no sé qué me molestó más, si aquellos gestos o que cambiara su actitud de gilipollas, justo como le había pedido.

—Me estaba comentando mi prometida que está interesada en un vestido verde. ¿Qué puedes ofrecernos? —continuó.

—¡Oh, hay una línea excelente de vestidos de noche en el catálogo! —Exclamó Marisa—. Venga conmigo, señorita Carusso, le mostraré algunos para que pueda probárselos.

Asentí algo ausente con la cabeza y me levanté del asiento mirando de reojo a Valentino. Todas las líneas de su cuerpo mostraron… lealtad y respeto… ¿Cómo era posible? ¿Qué estaba sucediendo?

Seguí a Marisa por la tienda mientras la escuchaba parlotear sobre las telas, las texturas, los estampados, la pedrería… Aquella chica era muy enérgica, podía hablar de miles de cosas a la vez y moverse con una rapidez digna de una gacela.

—¿Por qué no empieza por este? —Sugirió cogiendo uno de los vestidos que había en la barra expositora—. Con lo estilizados que tiene los hombros, este palabra de honor tiene que favorecerle muchísimo.

Se lo colocó encima para que pudiera ver su caída. La seda, verde muy oscura, hacía unas ondas increíbles. No se ceñía a la cintura, sino justo debajo del busto, uniéndose en unos pliegues recogidos por un pequeño broche de esmeraldas. Era sencillo, pero muy carismático.

Torcí el gesto haciendo una mueca.

—No sé… Yo… —dudé.

—Ya, no te gusta el verde. —¿Cómo demonios lo sabía?

Pero Marisa no me dejó pensar. Me cogió del brazo y me arrastró al pasillo de los probadores, aturdiéndome por completo. Añadió más extrañeza al asunto que eligiera el último probador, en vez de los primeros.

—Entre ahí y pruébeselo —me instó con demasiado fervor.

Fruncí el ceño. Aquel arrebato tan súbito de carácter era muy extraño, más propio de una persona que padece trastornos bipolares.

—Preferiría… —Me callé al instante al ver como las facciones de Marisa pasaban de ser amables, a ser duras y serias. Me sorprendieron tanto que no pude evitar tragar saliva y dar un paso hacia atrás con disimulo.

—Entra. Ahora. Vamos —me ordenó con voz gutural.

Al ver que no seguía sus instrucciones, se abalanzó a la puerta que había tras de mí, provocando que estuviera cerca de atragantarme con mi propio corazón. Me cogió del brazo y me arrastró dentro del vestidor.

—¿Pero qué coño…?

—Como le he dicho, comenzaremos por este vestido —dijo alegremente y soltando el puñetero vestidito en un sillón que había en la esquina. Por supuesto, ignoró el extraño pavor que me estaba creando tenerla tan cerca.

Definitivamente, aquella chica debía estar mal de la cabeza. ¡No era una actitud cabal! ¡Pasaba de la alegría a la seriedad en décimas de segundos!

—Le aconsejo que se cubra con el albornoz para no tener que estar cambiándose de ropa continuamente —sonrió mientras encendía la luz de una pequeña lamparita que había en el rincón—. Lo digo por su comodidad, Kathia.

¿Qué?

—¿Cómo me ha llamado? —En ningún momento le había dicho mi nombre.

Se detuvo, tensó los brazos a lo largo de su torso y abrió los ojos lo suficiente para hacerme creer que se les saldrían de las cuencas. ¿Qué demonios estaba pasando?

Lo siguiente que hizo, terminó de trastornarme: tragó saliva escandalosamente, miró hacia la puerta que había al otro extremo del vestidor y se lanzó a ella. Por el sonido metálico que escuché, supuse que trasteó el pomo. Después, dio un brinco y salió corriendo.

—Le espero fuera, señorita —dijo sofocada antes de cerrar de un portazo.

Me quedé mirando la puerta con los ojos desencajados. Aquella chica debía tener problemas muy graves de personalidad.

Cogí aire y miré a mí alrededor, decidida a quitarme la ropa sin dar espacio a las elucubraciones que me asolaban en cuanto caía el silencio. Miré el reflejo de mi cuerpo en el espejo unos segundos y cerré los ojos, esperando que mi mente se conectara a mí. Esperando que desapareciera la incomodidad que me producía estar bajo mi propia piel.

Acaricié mi cuello, lentamente. Empecé haciéndolo con delicadeza, buscando un calor que jamás encontraría en mis dedos. Porque él no era quien me acariciaba, sino yo, intentado reproducir los movimientos que Cristianno hubiera empleado de haber estado allí conmigo.

Mi fuero interno comenzó a reprenderme. Ya me había advertido que aquellas emociones debía reprimirlas, que no estaba bien que amara de esa manera a mi propio primo, pero tuvo que volver a hacerlo. Y, seguramente, tendría que convivir con esa cantinela el resto de mi vida.

Deslicé los dedos por entre el escote y atravesé mi pecho hasta el vientre. Allí, las pulsaciones eran muy notables y el sentimiento mucho más evidente. De pronto, un escalofrío me invadió, extendiéndose por todos los rincones de mi cuerpo… Volviéndome loca. Abrí los ojos y… exhalé…