CRISTIANNO
La residencia de Carlo, en el barrio de Prati, estaba a medio camino entre un edificio de tres plantas y un adosado de dimensiones considerables. Entrar sería pan comido porque apenas había vigilancia y el vestíbulo exterior tenía unos recovecos encantadores donde podría esconderme. Enrico me había dicho que Kathia dormiría en una de las habitaciones de invitados que había en la planta baja. Luego no tendría que trepar.
Sorteé todos los malditos adornos florales que había alrededor de un cenador y apoyé el trasero en la fachada, mirando a los lados. Sin nadie a la vista, avancé escuchando atentamente los sonidos de la madrugada mientras escudriñaba el interior de las habitaciones por las que iba pasando.
Contuve una exclamación y me detuve de súbito al descubrirla acurrucada en la cama. Kathia dormía y su pecho subía y bajaba con aparente tranquilidad. Su largo pelo se extendía por la almohada y tenía las cejas ligeramente alzadas y la boca entreabierta. Su boca… Deseé entrar y besarla hasta que me hormiguearan los labios. No sabía si ella me lo permitiría después haber descubierto quien era, pero eso no restaba las ganas de entrar.
Analicé la cerradura de la ventana mientras me apoyaba en el alféizar y estudiaba la forma más eficaz de abrirla. Tantos años conociendo a Alex de Rossi sirvieron para que un suave golpe con los nudillos hiciera saltar el cierre sin apenas hacer ruido.
Me preparé para entrar cuando levanté la cabeza y tropecé con… Enrico y su mirada más inquisidora. ¡Genial!
Se me aflojaron las rodillas y deshice la maniobra de entrada sin quitarle ojo de encima. Mientras tanto, Enrico frunció los labios, decidiendo entre enfadarse conmigo y reírse por mi torpe intrusión.
—Debí suponer que vendrías —masculló en un susurro.
Tragué saliva y miré de reojo a Kathia, que acaba de moverse en la cama. La sábana se le había enroscado en las piernas y, al cambiar de postura, me mostró la curva de su cadera.
Que extraordinaria era…
Enrico me cogió de la barbilla para captar mi atención.
—Estoy aquí —protestó un tanto bromista.
—Necesitaba verla, Enrico —repuse, aunque sin dejar de mirar a Kathia por el rabillo del ojo.
Todos mis sentidos estaban puestos en ella y el corazón me golpeaba en el pecho sin ninguna cortesía, perturbando mi aliento y todos los rincones de mi cuerpo. De haber logrado mi objetivo, me habría perdido en su piel hasta el amanecer.
—Resulta que ahora no valen nada tus promesas —inquirió Enrico, resoplando.
—Te di mi palabra —maticé.
—Humm… —Se llevó un dedo a los labios y entrecerró los ojos, reservado—. ¿Acaso no es lo mismo?
Sí, lo era… Fue una estupidez creer que podría engañarle con un juego de palabras.
—Enrico… —suspiré.
—No, Cristianno —me interrumpió—. No me das tiempo a actuar como es debido. Ni siquiera puedo pensar en un encuentro porque estoy demasiado pendiente de ti… Me lo pones muy difícil, compañero.
—¿Y que querías que hiciera?, ¿qué esperara sentado?
—Eso fue exactamente lo que te pedí.
Ambos resoplamos a la vez antes de que otro movimiento de Kathia nos llamara la atención. Tenía un sueño bastante inquieto.
—Estoy aquí… Déjame entrar aunque sea unos minutos —dije intentando impulsarme.
Por supuesto, Enrico lo impidió.
—Ni de coña. Vuelve al Edificio.
—Pero…
—Mañana por la mañana me pasaré y te diré dónde puedes verla. Ahora vete, ya.
Le miré de forma acusadora entrecerrando los ojos. Quería que se sintiera culpable y que pensara que era una muy mala persona por evitar que me acercara a Kathia teniéndola tan cerca. Pero no lo logré y Enrico continuó observándome orgulloso y tozudo. Si no hubiera sido un Materazzi, habría conseguido algo.
—Está bien —refunfuñé—. Me voy.
Podía sentirse orgulloso: él era el único que conseguía de mí todo lo que le daba la gana. Evidentemente, dejando a un lado a Kathia.
—Por supuesto —asintió.
—Eres un capullo —dije entre dientes.
—Que amable.
Torcí el gesto y aproveché para mirar una última vez a Kathia antes de irme. ¿Qué estaría soñando?
—Solo dime si está bien… —siseé.
—¿Lo estás tú?
Enrico supo bien como transmitirme el estado de Kathia sin emplear demasiadas explicaciones… Ambos estábamos atrapados en la misma mierda, solo que Kathia estaba en terreno hostil.
—¿Enrico?… —jadeó ella, entre sueños.
Su voz me lanzó hacia delante como si una descarga eléctrica acabara de atravesarme.
—Vete de una vez, Cristianno. —Se interpuso Enrico—. Espera noticias mías mañana por la mañana, por favor.
Percibí la tensión en sus ojos y no quise insistir más. Esperaría como debería haber hecho desde un principio.
—¿Le dirás que la quiero? —trasmití completamente hipnotizado con el despertar que sobrevenía en Kathia.
—Se lo dirás tú mismo. —Y le miré. Enrico sonrió, comprensivo y lleno de nostalgia. Apreté su brazo y asentí con la cabeza.
Me largué de allí sabiendo que una parte de mí se quedaba con ella en esa habitación.
KATHIA
Ese recuerdo en forma de sueño ardía en todo mi cuerpo. Era como un fuego que resbalaba por mi piel torturándome con mil emociones, haciéndome imposible salir de él.
Me dolió el olvido, me atormentó que mi mente jugara de ese modo conmigo. ¿Cómo había podido olvidar mi primer beso? ¿Cómo había olvidado que Cristianno fue el primero? Y Fabio… Ahora comprendía porque quería que olvidara todo: Cristianno era… mi primo.
Fabio.
Él mismo hombre que murió entre mis brazos… Mi padre.
Dios mío, entender tantas cosas de golpe me estaba volviendo loca. Casi no podía respirar, y la presión de no poder abrir los ojos me provocó claustrofobia. Deseaba despertar y evitar volver a sumergirme en aquel recuerdo, pero era imposible. Estaba atrapa en mi subconsciente y no saldría de él hasta que este lo decidiera.
—Enrico… —gemí desesperada, porque sabía que él estaba cerca de mí.
Sus dedos acariciando mis mejillas y, escurriéndose por mi cabello, me devolvieron a la consciencia. Pero no la sentí del todo, una parte de mí seguida dormitando. No tardaría en volver a quedar atrapada.
—Le he visto… en mis sueños —balbuceé, rodando por el colchón hasta quedar sobre el regazo de Enrico—. Cristianno fue el primero.
—¿Qué quieres decir, amor? —dijo Enrico, confundido, mientras me acariciaba con ternura.
—Fue mi primer…beso. —Me acomodé sintiendo un extraño temblor. Tenía frío.
—Kathia…
—Me besó en… Cerdeña… y después… me olvidé de él.
Ese temblor se convirtió en un fuerte escalofrío que me hizo jadear. Una sensación helada se asentó en mis brazos y exhalé antes de que Enrico se percatara y me arropara.
—Duerme, mi amor —musitó.
—Me olvidé… de él… —sollocé, haciéndome un ovillo.
—Shhh, tranquila.
—Le necesito… tanto.
—Le tendrás. —Escuché su voz cerca de mi oído. Su aliento dejó una estela en mi piel antes de que sus labios me besaran en el cuello—. Aún le tienes.
—No, ya… no —gemí—. Se ha acabado…
El sueño comenzó transmitiéndome la sensación de estar fuera de mi cuerpo, contemplándome a mí misma tumbada en aquella maldita cama. Una desagradable hiedra comenzó a dibujarse a mí alrededor. Salía de todos los rincones de la habitación y se dirigía a mí, arrastrándose pesada por el suelo. Se enroscó a mis tobillos y después a mis muñecas, inmovilizándome y provocando que la ansiedad creciera.
Tuve un espasmo.