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CRISTIANNO

Kathia Gabbana.

Mi prima, mi familia… mi sangre.

De repente, ya no era consciente de lo terrenal. Solo sentía su nombre palpitar en mi pecho como si de mil puñaladas se trataran. Me ahogaba, me perforaba cada rincón de mi cuerpo… Y dolía. Era un dolor profundo que me desquiciaba y que no tenía cura.

Me perdí en la nada. Sentía como mis pupilas se engrandecían, trémulas, y como cada pálpito sobrecogía mi interior.

Me hablaban, pero no entendía nada de lo que decían. Era como si estuviera bajo el agua, completamente aturdido, paralizado. Valerio se acercó a mí, preocupado en exceso, me cogió de los hombros y me zarandeó para que reaccionara. Fue entonces cuando reparé en la convulsión de mi cuerpo.

—¡Mírame, Cristianno! —exclamó, ansioso—. ¡Reacciona!

Pero no consiguió absolutamente nada.

Decidió intentarlo Enrico. Me cogió del rostro y me obligó a mirarle, lográndolo tras unos segundos. Me mostró el rostro de un hombre que también sufría, más incluso de lo que él mismo esperaba. Un hombre que estaba pálido y completamente perdido. Reflejó el estado del resto de los presentes en aquella habitación.

—Cristianno… háblame —murmuró.

Envolví sus muñecas con mis manos y las retiré mientras bajaba la vista.

Necesitaba salir de allí. Necesitaba desaparecer.

Me levanté y fui alejándome lentamente de ellos mientras les observaba y negaba con la cabeza. No podía ser cierto lo que estaba ocurriendo. Kathia no podía ser mi prima. Todas las cosas que no comprendí con la muerte de mi tío, cogían forma.

«Cuida de Cristianno… Te quiero.»

Claro que la quería, era su hija. Los Carusso le habían robado el derecho a ser padre y él no había dicho nada. No había contado nada de eso a nadie. Y me había permitido enamorarme de Kathia. Por eso reaccionó de esa forma la noche de la inauguración de la galería Marzia Carusso. Por eso dijo que se arrepentiría de aconsejarme que fuera tras ella… Porque era su hija y eso la convertía en mi familia. Dios mío, no podía creerlo.

Enrico miró a mi padre, este asintió y se puso a ordenar con voz tomada.

—Chicos, dejadnos solos. Necesito hablar con Cristianno.

Diego y Valerio fueron los primeros en marcharse, cabizbajos y en silencio. Estaban tan conmovidos como yo, Kathia también era su prima, pero para mí el golpe fue más duro. Estaba enamorado de ella.

—Mauro, tú también, por favor —exigió, prudente, mi padre.

Mi primo empezó negando con la cabeza.

—No, tío. No pienso dejarle —protestó—. Debo estar a su lado.

Mi padre le miró con fijeza durante un rato, seguramente, sorprendido por la respuesta de su sobrino.

Enrico se acercó a la cama, capturó la mano de su padrino y se humedeció los labios. Puede que fueran imaginaciones mías, pero le vi dudar demasiado. Lo que significaba que…

—… Hay más —dijo y yo creí que el mundo caería sobre mí. No podría soportar más información—. Hubiese preferido no tener que decíroslo en este momento, pero no tengo tiempo. —Miró a mi padre—. Silvano, ¿recuerdas cuando antes he dicho que Angelo había movido ficha…?

Hubo un silencio casi espeluznante durante unos minutos que para mí fueron eternos.

Volví a tomar asiento, mientras mente volaba hasta ella. ¿Cómo sería todo entre nosotros después de esto? Tenía que decírselo, quería ser yo quien se lo dijera, pero ¿estaba preparado para su reacción? La amaba de la misma forma. Puede que estuviera mal, que fuera algo… prohibido, pero la amaba. Pero si aquello debía terminar, Kathia tendría decidirlo. Porque yo no era capaz.

—Habla, Enrico —le instó mi padre, más inseguro de lo que pretendía.

—Angelo me ha pedido que… —se contuvo unos segundos—… Me ha pedido que… elimine a Cristianno.

Le miré de súbito, sintiendo un extenso pánico corretear por mis venas. Acaricié el final… porque Angelo sabía que Enrico cumpliría con su cometido.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó mi padre. Qué bien mintió en ese momento.

Enrico clavó sus ojos azules sobre los míos como nunca antes lo había hecho.

—Cumplir las órdenes —dijo con dureza—. Mauro, cierra la puerta.