CRISTIANNO
—¿Has desencriptado todas las carpetas? —pregunté abalanzándome hacia delante.
—La información que he encontrado es muy… transcendental, Cristianno. Vital y peligrosamente desconcertante —admitió mi hermano pasándose una mano por el pelo, nervioso.
Valerio no era un hombre muy impresionable. Estaba acostumbrado a las situaciones más complicadas, a la logística que requería tratar con ellas. Parecía que nada podía sorprenderle, pero, mirándole en aquel momento, no creía reconocer a la misma persona. Actuaba titubeante y un tanto temeroso.
Enrico y él se miraron sin importarles que yo estuviera delante. Me levanté de golpe y me incliné hacia delante con gesto amenazante. Comenzaba a sentir la furia recorrer mis brazos y no se trataba de una buena señal si tenía que seguir escuchando.
—¿Por qué coño os miráis de esa forma? ¿Qué es lo que os perturba tanto, joder?
—Cálmate, Cristianno —resopló mi padre con desazón, tragando saliva y removiéndose en la cama.
—En cuanto hablen de una puta vez —espeté torciendo el gesto malévolamente.
—Soy tu hermano, Cristianno —masculló Valerio—. Comprende que me resulte difícil darte una noticia que sé que te hará daño.
¿Tanto como para hacerle dudar de aquella forma?
Valerio agachó la cabeza, recapitulando y dominando su interior mientras el mío era un maldito caos. Decidí volver a tomar asiento lentamente, asentí con la cabeza dándole pie a que continuara hablando y tragué saliva aun sabiendo que no había nada que tragar.
—Sabes bien que las primeras carpetas no estaban encriptadas. —Kathia las había descubierto y después me las había mostrado cuando me colé en su casa—. En ellas, había fotos e información gradual. Un control de fechas aparentemente sin importancia. Pero, ¿recuerdas el informe médico? —Bajó la voz—. En él, se recogía información sobre el nacimiento de un niño: la fecha, la hora del alumbramiento, el nombre de la madre, hospital… Y, posteriormente, la hora de la muerte del pequeño.
Enrico continuaba cabizbajo, pero a él se le unió Mauro y Diego. Mi padre, en cambio, permanecía en silencio, mirando la pared de enfrente.
—Sí, lo recuerdo. Fabio ordenó la autopsia al bebé —reconocí atusándome el cabello—. Tal vez, se trataba de una amiga y quería ayudarla, o… —Negué con la cabeza conforme asimilaba lo que decía. Ni yo mismo lo creía—. Joder…
—Cristianno, ese informe presenta el inicio de una investigación que ocupa el setenta por ciento del contenido del dispositivo —dijo Valerio, dejándome más aturdido de lo que estaba. Cogió aire, se cuadro de hombros y se preparó para la verdad de aquella conversación—. Fabio conoció a Hannah Thomas en septiembre de 1991 en Oxford, por mediación de Hiroto Takahashi.
Fruncí el ceño y pestañeé varias veces.
—Hiroto fue su profesor de química en la universidad —apuntó Enrico sabiendo que me había perdido en cuanto escuché aquel nombre. Se cruzó de brazos—. Tenía una relación muy íntima con él y quería que Hiroto formara parte del proyecto Zeus, por eso fue a verle ese año. El éxito estaba asegurado con su presencia en el equipo.
—Primero se vieron en Londres y en Oxford. Allí fue donde conoció a Hannah —siguió Valerio—. Al parecer, se enamoró de ella y comenzaron una relación. Hannah, por aquel entonces, tenía veinte años.
—Estaba enamorado de ella —susurré. Aunque aquella afirmación no iba dirigida a nadie—. ¿Por qué no se divorció de Virginia Liotti? Si tanto quería a esa chica, ¿por qué no se fue con ella?
Todo era cada vez más confuso. Intentaba analizar todo lo que me contaban, pero no encontraba un camino que me llevara hacia lo que realmente importaba.
—Lo pensó, lo habló con Hannah, y así sería en cuanto tuvieran a la niña —contestó Valerio, mucho más confiado en sí mismo, y dejándome completamente sorprendido.
—Entonces, ¿el bebé era una niña?
—La famosa Helena —respondió Enrico.
El nombre del antídoto. Tal vez, por eso lo escogió Fabio. Puede que quisiera hacerle honor a su hija fallecida. Un antivirus representa la salvación y para Fabio tener hijos suponía exactamente eso. Después de tantos años observándole desear ser padre, había descubierto que lo había conseguido.
—Sí. —Asintió Valerio—. Hannah tuvo a esa niña el 13 de abril de 1996, en el hospital Saint Thomas de Londres. Fabio no pudo entrar al parto, se lo negó el equipo médico.
Supuestamente, el bebé se estaba asfixiando y tendrían que hacerle una cesárea porque la mujer no dilataba lo suficiente. La niña se había adelantado dos meses.
—Debería haber nacido en Junio —repuso Enrico.
Aquel juego de frases alternas entre Enrico y Valerio, me dejó al borde de la hiperventilación.
Cerré las manos en un puño para contener el temblor que se me había instalado en los dedos
—De acuerdo, está bien. Pero hasta ahora no me habéis dicho nada que pueda perturbarme —repliqué, negándome a comprender lo que empezaba a ser evidente.
Durante unos minutos reinó el silencio. Todos se miraron entre sí hasta que Valerio tragó saliva y decidió mirar por la ventana. Quería evitarme.
—El equipo médico le confirmó a Fabio el fallecimiento del bebé y él quiso reiterarlo, pero no se lo permitieron —retomó—. Ni siquiera le dijeron cuál fue la causa de la muerte de la pequeña. Al parecer, tuvieron que echarlo de la sala por escándalo al querer entrar a ver a Hannah. Supuestamente, ella no estaba capacitada para recibir visitas. La habían trasladado a cuidados intensivos porque había perdido mucha sangre. Pero todo es mentira.
Aquella última frase me provocó escalofríos, principalmente porque mi hermano estaba hablando en presente.
Supe enseguida que se avecinaba lo peor.
—¿Todo es mentira? —pregunté remarcando el verbo.
—Sí. —Valerio se giró buscando mi mirada—. La niña sigue con vida y… está aquí, en Roma.
«No. No quiero seguir escuchando. No estoy preparado.»
Un frío estremecedor recorrió mi cuerpo. Inconscientemente, mis manos se aferraron a los brazos de la silla con tanta fuerza que la sangre dejó de circular por mis dedos.
—La conozco —admití en un murmullo sintiendo las miradas temerosas de todos.
El corazón me palpitaba desbocado y mi estómago se convirtió en un puño. Respirar fue muy tortuoso.
—Demasiado. —Enrico apretó los ojos con fuerza mientras negaba con la cabeza y volvió a mirarme. Él sería quien dijera el nombre que yo no estaba preparado para escuchar—. La hija de Fabio es… Kathia Carusso.
KATHIA
—Aquella noche fue prodigiosa —dijo mi madre caminando por el salón mientras movía las manos—. Hicimos el amor apasionadamente mientras la gente vitoreaba el espectáculo pirotécnico. Yo solo deseaba que no acabara nunca.
Llevaba cerca de media hora escuchándola decir gilipolleces. Eventos por aquí, chicos por allá… Besos, sexo, fiesta, adolescencia… Todo palabrería, y ni siquiera sabía a quién demonios se refería.
—Por Dios… —resoplé, agobiada.
—¡Cállate! —gritó de pronto—. ¡Me dejó tirada, hundida! Él sabía que estaba enamorada de él y que me mantenía pura, ¡que no había conocido varón! —El resentimiento era cada vez más evidente en ella. Miles de rencores se amontonaban en su boca y apenas se permitía respirar entre frase y frase—. Ultrajó lo más importante que una mujer puede llegar a tener y se largó con esa zorra. Pero juré que me vengaría, y eso he hecho. —Iluminó su cara con una sonrisa cargada de sadismo. Se acercó a mí y susurró—: Fingir el embarazo fue un juego de niños.
—Estás loca… —murmuré y me bajé del taburete dando un saltó.
—Es tu primo, Kathia. —Su voz me paralizó.
—¿Qué? —pregunté porque deseé no haberla entendido bien.
—Es a tu primo a quien le has permitido colarse entre tus piernas. —Un escalofrío me partió en dos, vibrando en los más hondo de mi ser—. Es a tu primo a quien amas. Porque Fabio Gabbana era tu padre.
Sus palabras fueron como puñaladas, que se encadenaron a mi cuerpo y me arrastraron a la profundidad. Aquello no podía ser verdad… ¡No era verdad! Me convertí en aire, en una pesada brisa de agosto que no tiene rumbo. No era nada. No existía. Sin él…
… ya… no… era… nada.
—No… —musité, sin esperar que aquel susurro me rasgara la garganta.
Temblaba el suelo, oscilaba de un lado a otro, obsesionado con someterme… Todo daba vueltas a mí alrededor… Me convertí en el centro de una enorme tormenta.
—Te dije que te sentaras porque ahora los recuerdos comenzaran a bombardearte… y no es cuestión que te desmayes en el mejor momento.
Era cierto, estaba a punto de desmayarme. Las piernas me fallaban, los temblores se habían instalado en partes de mi cuerpo que ni siquiera sabía que existían y los recuerdos no solo surgía, sino que me golpeaban una y otra vez arrasando con todo a su paso, como la más devastadora ola.
Si lo que Olimpia decía era cierto, entonces mi vida terminaba ahí.
—Mientes. —Me resistía creer.
—¡Jamás! —Exclamó y se abalanzó a por mí cogiéndome de los hombros. Su contacto me estremeció y sentí como las pupilas se me dilataban, como la mirada se me emborronaba—. No seas necia. Una parte de ti intuía que no eres mi hija. Ahora ya sabes que por tus venas corre sangre Gabbana —masculló como si le diera asco pronunciar ese apellido—. No sabes la satisfacción que sentí cuando me enteré que Fabio murió sin poder decirte la verdad. Tengo que admitir que a mi querido Angelo y a mí nos costó muchísimo mantenerlo a raya, pero lo logramos. Tú eres mi venganza Kathia.
Fabio. Mi padre.
«No me guardes rencor», me dijo antes de morir entre mis brazos.
Dios mío, le vi morir. Vi cómo le mataban. Ahora comprendía su actitud cuando regresé a Roma, por qué me rehuía. Y yo no supe entenderlo, no supe verlo. Le perdí sin poder mirarlo a la cara como lo que era: mi padre…
Era una Gabbana…
Cristianno.
«Cristianno, ¡Cristianno!», gritó mi alma sin importarle la sangre que corría por mis venas.
—Le matasteis —jadeé.
—Murió en tus brazos, ¿no? —Se mofó Olimpia—. Lo más gracioso de todo es que ella aún vive. Tu madre… —me susurró al oído.
Me aparté de golpe mirando a esa farsante con una furia arrolladora. Puede que todo lo que había dicho me hubiera destruido por dentro, me hubiera desgarrado hasta el punto de creer que moriría, pero no se lo demostraría. No le enseñaría lo herida que estaba, no derramaría ni una lagrima.
Esperaría a la soledad.
—Maldita hija de puta… —mascullé.
Olimpia soltó una carcajada.
—Pude hablar con ella una vez —continuó—. Tenéis los mismos ojos, el mismo maldito color de ojos.
—¡Cállate! —grité. Era imposible no mostrar mi debilidad.
—Duele, ¿verdad? Pues imagínate lo que sufrí yo cuando Fabio me abandonó de aquella forma.
—¿Qué hiciste para que tomara esa decisión?
Fabio no era un sinvergüenza, algo debió provocar aquello.
—Entregarme a él.
—Mientes —repetí—. Siempre se te ha dado bien la mentira. Fabio es… era… un buen hombre —tartamudeé, y me maldije por ello.
—Mafioso, querida —remarcó.
Me lancé a por ella y la estampé contra el marco de la puerta. Puse el codo en su garganta y presioné hasta que comencé a ver cómo se asfixiaba. Aquel gesto la sorprendió y a mí me llenó de energía. Por un segundo, solo un segundo, tuve el control de la situación.
—¿Sigues amando a Cristianno Gabbana ahora que sabes que lleváis la misma sangre? —Apreté más fuerte, saboreando el dolor de lo que dijo.
Dejar de amar a Cristianno ni siquiera era una opción…
—No vuelvas a mencionarle —balbuceé cogiendo aire entre bocanadas—. Me estoy ahogando… Necesito salir de aquí.
Saldría a la calle con el maldito albornoz si era preciso, pero tenía que escapar. Aquel no era mi lugar, aunque, a esas alturas, ¿cuál lo era? ¿El edificio? ¿Y si los Gabbana no lo sabían? ¿Y si Cristianno se alejaba de mí cuando se enterara de la verdad? ¿Y si él ya lo sabía y no me lo había dicho?
De repente, me abrumó la realidad. Me engañaba a mí misma si dudaba de Cristianno, pero la incertidumbre pudo conmigo.
—No puedes irte.
—¡Claro que puedo! —Grité apretando con más ahínco su cuello—. Todo este tiempo me habéis tenido amarrada y he pensado que no había escapatoria, pero ¡sí la hay! Tú misma lo has dicho, no soy tu hija.
—Pero sí a los ojos de la ley. Al menos, hasta que seas mayor de edad —protestó entre jadeos—. No hay partida literal de nacimiento, no hay constancia de Hannah Thomas ni de Fabio Gabbana, nadie sabe que eres una de ellos, solo tu padre y ¡está muerto! —remarcó con saña.
De pronto, todo quedó en suspenso. La liberé analizando cada segundo de mi vida desde que llegué a Roma. Fue como si una pantalla se deslizara ante mí y reprodujera cada instante. Mi mente se detuvo en un punto en concreto: el USB que Fabio me entregó antes de morir. Tuve todos aquellos datos ante mis narices, incluso los memoricé, sin darme cuenta de que hablaban de mí. Nací un 13 de Abril en un hospital de Londres y los Carusso me robaron. Sobornaron a los médicos para que fingieran mi muerte y destruyeron la vida de mis verdaderos… padres.
—Siempre que te miro le veo a él. Eres tan increíblemente guapa como él. —Convino Olimpia llevándose la mano al cuello—. Heredaste su fuerza, su ímpetu. Siempre fuiste una Gabbana de los pies a la cabeza.
Eso ya lo sentía desde hace tiempo, aunque no tuviera esa certeza.
—Cállate —gemí.
—Debo contarte la mejor parte —sonrió un poco más recuperada—: no podrás huir, porque contraerás matrimonio el mismo día de tu nacimiento.
—¿Qué lograrás con eso? —pregunté extrañamente perdida. Había pasado de un estado de descontrol a una indiferencia casi perturbadora.
—La parte del trato que le corresponde a mi esposo, Kathia. Yo te sacaba del seno de los Gabbana y te convertía en una Carusso para atormentar a Fabio y Angelo se queda con la parte proporcional del imperio de tu queridita familia —explicó con desdén. Por tanto, yo era la única…— Sí, eres la heredera legítima de una cuarta parte del imperio Gabbana —dijo terminando mi pensamiento—. Muchos ceros, créeme. Seréis la pareja más rica del país, ¿no es increíble? Además de tener control sobre ellos. Destruiremos a los Gabbana desde dentro.
—Has perdido completamente la cabeza. —Casi soné incrédula, y es que una parte de mí se negaba a aceptar tantísima crueldad.
Si de eso se trataba, si por eso existía esa batalla, entonces demostraban lo asquerosamente estúpidos e ineptos que eran los Carusso. Robar poder para ser más poderoso… Habían destruido mi vida y la de mis padres solo por conseguirlo.
—Prometí que me vengaría y eso estoy haciendo… —se acercó un poco a mí—. Ya he cumplido con mi palabra. Ahora te dejaré a solas para que pienses en cómo vas a deshacerte de tu Cristianno. No le queremos por aquí molestando.
—¿Das por hecho que voy a alejarme de él? —Torcí el gesto.
—¿Acaso piensas albergar en tu cama a tu propio primo? —Lo medité por un momento. Cristianno lo era todo para mí, pero la situación había cambiado… ¿Qué debía hacer?—. ¿Piensas que él te seguirá amando después de saberlo?
Recordé cada momento junto a él. Su último beso en el teatro Dell Ópera. ¿Me querría Cristianno después de saber la verdad?
Temblé con el portazo que dio Olimpia al salir de la habitación. Tan ofuscada estaba en las miles de preguntas que poblaban mi cabeza, que no me había dado cuenta de que había pasado por mi lado y se había ido.
Me hinqué de rodillas en el suelo y lloré, sin poder llorar. Grité, sin poder gritar. Nada de lo que sentía por dentro pude exteriorizarlo. Poco a poco, fui perdiendo la fuerza y terminé tumbada en la alfombra. Me encogí deseando borrarme de la faz de la tierra.