KATHIA
Me desperté de súbito, abrumada e inundada por un calor abrasador. Aunque mi cuerpo no lo manifestó. No respiraba turbada, los latidos de mi corazón seguían su ritmo habitual y no había ningún signo de agitación en mi piel: sudor, vello de punta… Nada. Todas aquellas sensaciones estaban en mi mente.
«Joder, todo esto me está volviendo loca», pensé.
Me levanté de la cama y estudié mí alrededor. Cuando Valerio y Sarah me dejaron en el hotel horas antes, no consideré aquel lugar tan grande. Sin embargo ahora, me parecía perderme en él. Dios sabe que necesitaba descansar y que luché por conseguirlo, pero no lo logré. Cada vez que cerraba los ojos veía muerte y sangre y a Cristianno tirado en la Piazza della Reppublica. A mi mente no le bastó con saber que estaba a salvo en el Edificio.
Alguien entró en la habitación y salí al salón aprisa.
Fue decepcionante encontrar a mi madre trasteando las flores que había en un jarrón sobre la mesa principal. No había rastro de inquietud en ella, ni siquiera aparentaba estar afligida por lo que había ocurrido en su mansión. Ella y mi abuela estaban allí cuando se inició la reyerta, cuando los Gabbana invadieron todo, y a Olimpia di Castro no parecía importarle lo más mínimo a ver estado al borde de morir. ¿Qué clase de ser humano era?
—¿Qué haces aquí? —quise saber, repentinamente furiosa con ella.
Su aspecto relajado no fue lo único extraño en ella. Iba vestida como si fuera a reunirse con Annalisa Costa en el club de campo: con uno de sus vestidos de firma y unos zapatos de vértigo, impecables. Solo le faltaba el bolso a juego, tal vez, una pamela y una copa de champán en la mano.
—¿Acaso una madre no se puede preocupar por su hija? —dijo dándose la vuelta teatralmente.
—Nunca lo has hecho —mascullé—. ¿Por qué ahora iba a ser diferente?
—Kathia, hija mía, ¿sabes lo que hiciste cuando me miraste por primera vez? —Parloteó volviendo a acariciar las flores—. Alzaste tú diminuta mano, la colocaste en mis labios y sonreíste. Fue el momento más maravilloso.
Fruncí el ceño. ¿De qué demonios estaba hablando?
—¿Por qué me cuentas eso?
—¡Oh! Deja que tu pobre madre merodee por sus recuerdos —sonrió, nostálgica—. Aquellos tiempos… como los extraño…
—Es evidente, no tenía conocimiento. —Hice una mueca mientras me acercaba al mini bar y cogía una botella de agua. Tan solo verla, me secó la garganta.
—Exactamente. Eras fácil de dominar. —Su maldita vocecita engreída comenzaba a alterarme los nervios y aquello no había hecho más que empezar. La conversación se presumía bastante larga.
—A tu antojo —puntualicé mirándola por encima de la botella antes de sorber un trago.
—De nuevo, aciertas. —Colocó su melena cobriza sobre uno de sus hombros—. ¿Sabes?, has sacado la valentía de tu padre.
—Mi padre no tiene coraje, mamá —contradije—. Ni siquiera sabe lo que es eso.
—Te equivocas. —Su mirada se detuvo en mí, inescrutable, maliciosa. Y volvió a sonreír. Solo que esta vez se encargó de advertirme con el gesto que todo aquello iba a hacerme daño. Mucho más del que había saboreado hasta momento. Avanzó un paso—. ¿Cómo crees que logramos capturarte, Kathia?
Tuve un escalofrío al escuchar mi nombre. Una vez más, Olimpia conseguía dominar absolutamente la situación.
CRISTIANNO
—Informe de situación, Enrico —exigió mi padre ignorando como el suero se filtraba en sus venas a través de una vía intravenosa.
Hacia una hora que había salido del quirófano. Según los médicos, la bala estaba alojada en la rótula y había perforado una de las arterias principales de la pierna. Habían conseguido extirparla, pero, para ello, habían necesitado una transfusión de sangre y tres horas de operación. Y, ni siquiera, aseguraban que pudiera volver a caminar con normalidad.
Enrico escondió sus manos en los bolsillos del pantalón y cuadró los hombros.
—La cúpula Carusso ha sido dañada notablemente, Silvano —comenzó deslizándose lentamente siendo el centro de atención de todos—. Nos hemos deshecho de un importante eslabón, como era Carlo Carusso, y ese vacío es considerablemente notable. Sin embargo, ya no contamos con un foco localizable porque parte de la mansión ha sido calcinada. Todos los clanes están repartidos por la ciudad sin un lugar que parta de base. Ese es el único inconveniente que veo evidente —explicó apoyándose a pie de la cama de mi padre—. De momento, se hospedarán en el hotel Hassler.
Suspiré. Una parte de mí se sentía muy satisfecha por saber que la mansión había ardido. Pero, por otro lado, era un gran entorpecimiento. La mansión no solo era el hogar de los Carusso, sino el punto principal de reunión para todos sus clanes. Era donde se urdían todos los planes, y les teníamos controlados.
—No me importa —admitió mi padre, algo grogui—. Conozco a los Carusso. Angelo es astuto, pero también precipitado. Se reorganizará en el primer lugar que encuentre.
—La situación se ha estancado, Silvano —interrumpió Enrico—. Hay demasiadas brechas, y Angelo se sentirá perdido ahora que no tiene a su hermano. Son imprevisibles.
—Sí, Carlo era importante.
—Prácticamente, era el cerebro. Puede que fuera el menor de los dos, pero había ocasiones en las que Angelo no se movía sin su permiso. Está agobiado y muy cabreado.
Mi padre sonrió, pero arrastró algo de tristeza.
—Hermano por hermano, Enrico. Él me arrebató a Fabio. Fin del juego.
—No, fin del movimiento. Ahora le toca mover a él y, créeme, ya lo ha hecho.
Que Enrico me mirara circunspecto en cuanto terminó de hablar, me perturbó más de lo que ya estaba. Allí pasaba algo, lo notaba en el ambiente, en la forma en que mis hermanos y Mauro tenían de observarme. Me ponía nervioso tanta ocultación.
—¿En serio? —La ironía de mi padre llenó la habitación—. ¿Debo tomarme eso como una advertencia?
—Probablemente. Angelo está furioso. —Enrico cogió el cigarro que le ofreció Diego y lo prendió con impaciencia.
—Esto es la mafia, hijo mío. La furia no es buena compañera.
Salté del alfeizar de la ventana y me dirigí a mi padre, colérico.
—¿Lo dice el hombre que organizó un dispositivo completo para atacar la mansión solo por vengar la paliza que le dieron a su hijo? —espeté más impulsivo de lo que esperaba—. Eso es muy hipócrita, papá.
—Cristianno… —murmuró.
—¡No! —le interrumpí—. Debiste pensar con cautela.
—¿Y dejar que apalearan a mi hijo sin más? —protestó alzando ligeramente la voz. Reconocí en sus ojos el mismo miedo que vi en Mauro y Enrico—. No, Cristianno… puede que ahora no lo entiendas, pero llegará el momento y sabrás que un padre sufre con cada rasguño que le hagan a su hijo.
—Puedo entender eso, papá, créeme. Pero no debiste ponerte en peligro de esa forma, joder.
—No me hagas ser grosero contigo, Cristianno. —Entrecerró los ojos, sabiendo que le había entendido a la perfección. Si no hubiera ido a la ópera a ver a Kathia, nada de aquello hubiera pasado. Mi padre no estaría postrado en una cama y yo no me sentiría como una maldita mierda—. No lo soportaría después de haberte visto cómo te vi anoche —suspiró.
—Papá… —acaricié su mano—, esa bala iba a tu corazón… —No pude continuar. Sabía que algún día tenía que morir, pero saber que estuve a centímetros de perderle para siempre por mi culpa, me acojonó. No hubiera sido capaz de superar esa pérdida.
—Pero no es así —negó él.
—Kathia le salvó la vida —añadió de pronto mi hermano Diego y supe, por el cambio que dio la respiración de mi padre, que prefería obviar aquella parte.
No me vi la cara, no tuve forma de saber si había empalidecido, pero lo noté y también me sentí inestable. Kathia en mitad de todo aquello… al borde de ser alcanza por alguna bala… Mi padre y mi novia expuestos de esa forma…
—¿Kathia estuvo allí? —le pregunté a mi padre. Pero su silencio me hizo estallar—. ¡Contéstame, papá!
—¡Sí! —clamó—. Estuvo allí y me empujó en el momento en que Angelo disparaba. Para cuando se interpuso, ya era demasiado tarde evitarlo.
—Dios mío… —susurré para mí mismo—… ¿Cómo puede arriesgar la vida de su hija de esa forma?
En ese momento, todos parecieron desear desaparecer. Sobrevino un silencio sepulcral, incluso mayor que el de un cementerio. Mi padre me cogió de la mano y me obligó a sentarme junto a él. Aquel gesto guardaba algo muy desagradable. Lo sabía, lo sentía, y no pude evitar que se me acelerara la respiración.
—Más os vale empezar ya —gruñí, mirando al suelo.
—Creo que lo mejor es que hable yo —se adelantó Valerio, y cogió aire, trémulo—. He desencriptado el USB de Fabio.
KATHIA
Mi madre se sirvió una copa de Brandi, tomó asiento en un taburete y me miró como si fuera el maniquí de una boutique milanesa.
Yo continuaba tras la barra completamente paralizada e intentando analizar lo que acaba de decirme. No me había dado mucha información, pero mi madre era demasiado lacónica para andarse con enigmas. Hablaría sin tapujos, y sería determinante y, tal vez, destructivo para mí.
—¿Por dónde empiezo? —dijo saboreando el contenido de su copa.
Di un golpe sobre la madera y me acerqué a ella.
—Habla de una puta vez. —Ella pestañeó al verme tan cerca y después frunció los labios, como si fuera una niña de tres años.
—Que vocabulario más indigno, querida.
—Tengo un repertorio bien amplio, no quieras escucharlo. Habla. —Le reclamé.
—¿Podrías tomar asiento?
—¿Por qué?
—No quiero que montes una escenita desparramándote por el suelo.
Resoplé y salí de la barra para tomar asiento frente a ella. Me crucé de piernas mostrando las rodillas por entre la apertura del albornoz que llevaba.
—¿Contenta?
Ella soltó una sonrisilla tonta y retocó su peinado. Después, carraspeó y dejó que el hielo de su vaso tintineara. La tensión se masticaba, se expandía por la habitación haciéndose más y más evidente conforme pasan los segundos. Y el histerismo hizo su presencia. Se apoderó de mí con una violencia arrebatadora.
—Mentiría si no admitiera el cariño que te he tomado durante estos años —comenzó desenfada, como quien habla del tiempo o de cómo maquillarse—. No demasiado, tampoco montemos una fiesta, pero si el suficiente para tener el valor de venir a hablar contigo.
¿Qué me había tomado cariño? ¡¡Por Dios, era su hija!! ¿Qué estaba diciendo? La posibilidad de que de pequeña se hubiera dado un porrazo con el canto de una mesa cobraba más fuerza que nunca. ¡¡Aquella mujer estaba desequilibrada!!
—Angelo me mataría si supiera que te lo estoy contando.
—Hasta ahora no me has dicho nada… —espeté.
Ella puso los ojos en blanco y continuó como si tal cosa.
—Él prefiere esperar a después de la boda. —Aquella palabra fue como un puñetazo—. Pero yo opino que es mejor decírtelo ahora y terminar con esta, digamos, conflictiva relación que tienes con el menor de los Gabbana.
Cristianno.
Respiré hondo y controlé las ansias de lanzarme a su cuello. Si iba a hablarme de él, entonces la echaría a patadas de aquella habitación, y de mi vida si hacía falta.
—Preferiría que no metieras a Cristianno en esta conversación —mascullé con la mirada encendida.
—¡Oh, princesa! —exclamó—. Él es la conversación.
Fruncí el ceño y tragué saliva.
—¿Qué quieres decir?
A cada minuto que pasaba, más perdida estaba. No tenía el dominio de aquella situación y aquello me enloquecía. No quería que mi madre fuera la que marcara las pautas y así estaba siendo. Aquello estaba convirtiéndose en algo insoportable.
—Eres lista —continuó entrecerrando los ojos—. Has conseguido cazar a un Gabbana ¡Con lo difíciles que son! Yo estuve enamorada de uno de ellos, ¿sabes? Se acostó conmigo y después se largó. Cosa que seguramente Cristianno no hizo, ¿me equivoco?
«No, claro que no», dijo mi fuero interno, pero no estaba dispuesta a compartir aquel maravilloso momento con ella. Aun así, pudo darse cuenta por el modo en que la miré que aquel momento había existido.
—¡¿Así que lo hiciste?! —exclamó completamente sorprendida—. ¡Te acostaste con él! Vaya, eso complica más las cosas.
—Mira mamá, déjate de gilipolleces y ¡dime de una maldita vez que cojones quieres! —Terminé gritando.
Algo que a ella la trajo de vuelta a la realidad y convirtió su rostro en una piedra de mármol. Apretó la mandíbula y me miró con dureza. Ahí estaba el diablo que ocultaba bajo las capas de maquillajes caros.
—Tienes el carácter de tu padre.
—Eso ya lo has dicho —vacilé.
—Nunca dije que fuera Angelo, Kathia.
Qué acertada estuve al obedecerla y tomar asiento.