KATHIA
Me lancé a proteger a Cristianno en cuanto se desató la reyerta. Domenico había aparecido en la habitación disparando a todo hombre que se moviera y amenazara a su familia. Algo que a Mauro le sirvió de mucho, porque le dio espacio para atacar.
Patrizia y Graciella no se quedaron quietas, entraron en la pelea con lo que pudieron y arremetieron con valentía sabiendo que Sarah protegería a Ofelia (era la más indefensa de todas debido a su edad) y yo cubriría a Cristianno. Con mi cuerpo no bastaría, tenía que sacarle de allí.
Así que capturé sus brazos, tiré de él y me abracé a su torso. Soltó un suave gemido que vibró en mi cuello y percibí que su cuerpo se contraía queriendo ayudarme con el peso. Me ahogué en el destello profundamente azul de su mirada cuando le miré y en la forma que un ligero enrojecimiento luchaba por engullir sus pupilas.
—Cristianno… —susurré acariciando su rostro, casi olvidando que corríamos peligro.
—¡Kathia, cuidado! —gritó Graciella.
Al mirar sobresaltada, descubrí que uno de los hombres de Valentino se acercaba a nosotros con un cuchillo. Empujé a Cristianno al suelo, sintiendo como su cuerpo se me resbalaba de las manos, y le clavé al esbirro el bisturí justo en la garganta. Tropecé por la fuerza de la estocada y caí sobre Cristianno.
—Dame…un…arma —gimió.
—Cállate —murmuré y rápidamente volví a cogerle.
Le arrastré hacía el baño sintiendo como sus brazos me rodeaban y como sus dedos acariciaban la parte baja de mi espalda. Apoyé su cuerpo contra la pared al tiempo en que me empujaba a un lado y pegaba una patada al tipo que acababa de entrar. Este soltó la pistola a los pies de Cristianno. Se incorporó, la cogió y disparó con premura provocando que el esbirro dejara un rastro de sangre en la mampara de la ducha.
Fui incapaz de comprender de dónde demonios había sacado Cristianno la fuerza para arremeter y protegerme.
Soltó la pistola y me tendió la mano. Enseguida, la capturé y me deleité con la débil sonrisa que me regaló.
Después, se desmayó. Y Valentino me arrastró fuera del lavabo.
—¡Quietos! —clamó, paralizando a todo el mundo. Solo uno de sus esbirros continuaba con vida. Busqué enloquecida cualquier daño que pudiera tener alguno de los míos, pero no encontré nada.
Mauro me observó con los ojos titubeantes. Ambos sabíamos que lo mejor era que Valentino me llevara con él, por el bien de todos. Pero no le pareció bien. No me dejaría ir sin oponer resistencia. De nada sirvió que se lo suplicara con la mirada.
Valentino descubrió las intenciones de Mauro y decidió apuntarme con la pistola.
—Mauro, créeme cuando digo que la mataré si no me dejáis salir de aquí con vida —dijo, más desquiciado que nunca. Era la primera vez que le notábamos tan desorientado y agitado.
—No te creo —repuso Mauro pulsando un pequeño botón que había en el mango de la pistola. Extendió el brazo y dejó que el cargador saliera disparado al suelo—. La necesitas y lo sabes.
—Siempre puedo causarle dolor —sugirió—. Quieres que tu…
—¡Cállate! —chilló Mauro interrumpiéndole, y no comprendí bien porque lo hizo. ¿Qué era lo que Valentino iba a decir que tanto le alteró ¿Qué estaban ocultándome? ¿Lo sabría Cristianno? ¿Lo sabían los demás y por eso me miraban de esa forma?
—¡Ah, es cierto! —exclamó Valentino, divertido—. Ninguno de los dos lo sabe todavía.
¿Qué no sabía? ¡¿Qué no sabía?!
Domenico se acercó a su nieto y le colocó la mano en el hombro empujándole ligeramente hacia un lado. Cerró los ojos en signo de cansancio, culpabilizándose, y me miró, del mismo modo en que me miraban los demás; dubitativos, indecisos.
—Vamos, Mauro, déjale ir —habló y decidió trasmitirme cariño. Yo asentí totalmente de acuerdo con su decisión.
—Excelente, buena elección, Domenico —sonrió Valentino e indicó con un gesto a su guardia que se moviera.
Apenas me di cuenta de cómo abandonamos la habitación y llegamos al vestíbulo. Esperamos al ascensor y me empujó dentro. Vi a través del espejo que nos quedábamos a solas y que le atraía la idea.
Decidí que guardar silencio me bastaba, pero él lo confió con sumisión. Me lanzó contra el espejo dejando que mi espalda notara la presión de su pecho. Acarició bruscamente mi cintura, tiró de la tela de la falda y coló sus dedos por debajo para tocar la piel de mis muslos. Quise zafarme, pero me aturdió que me cogiera de los hombros y tirara de la tela. Las fibras crujieron al partirse verticalmente desde la clavícula hasta el vientre.
Valentino se aprovechó de mi aturdimiento y deslizó sus manos por mi pecho, acariciándome con furia.
—Voy a hacerte el amor aquí mismo, en el Edifico Gabbana —jadeó sabiendo que aquel hecho sería de lo más irónico y cruel.
No imaginó que se lo impediría. Le di un empujón y le abofeteé duramente al tiempo en que se abrían las puertas del ascensor. Dio un traspié, me observó encolerizado y se lanzó a mí. Le importó una mierda que estuviera medio desnuda cuando salimos del Edificio.
SARAH
Me sentí extrañamente mareada tras la marcha de Valentino y Kathia. Me preocupaba que pudiera pasarle algo, pero tampoco podía hacer nada por ella. Todo aquello me venía demasiado grande.
Ofelia y Domenico se retiraron, Mauro trató de tranquilizar a su madre, Graciella decidió cambiar a su hijo de habitación; necesitaba calmarse antes de decidir qué hacer con el desastre que nos rodeaba. Le ayudé a trasladar a Cristianno a una de las habitaciones de invitados que había próximas a la mía. Después, la dejé asolas con él y bajé al salón sin esperar encontrarme con Mauro esperándome en el vestíbulo.
Estaba apoyado en la barandilla cuando decidió quitarme la mirada. Llevaba la chaqueta puesta, lo que indicaba que tenía intención de salir.
—Voy a ir a la mansión, Sarah —admitió.
—Y yo voy contigo. —Ni yo misma creía lo que acaba de decir. Todos los rincones de mi cuerpo deseaban ir.
—No. —Gruñó negando con la cabeza y acercándose a la puerta—. Ni lo sueñes.
—Entonces, tú tampoco irás.
—No estaba pidiendo tu permiso, Zaimis. —Me miró circunspecto.
Sonó muy severa la forma en la que pronunció mi apellido. Con ello quiso dejarme claro que él tenía la última palabra.
Después de estar unos minutos escrutándonos con la mirada, sin desviarla ni un segundo y rodeados de un silencio incómodo, Mauro quiso marcharse. Le cogí del brazo.
—Por favor… —Torció el gesto antes de acariciar mi mejilla—. Deja que vaya. Necesito saber que Kathia está… bien. Que él también lo está.
—Sarah, no me lo pongas difícil. —Y se fue.
Tomé aire durante unos minutos antes de lanzarme a hacer la mayor locura. Salí corriendo, pero no tras él, sino hacia la habitación de Cristianno. Entré en su ropero; sabía que allí tenía armas. Rebusqué entre su ropa hasta que encontré una caja fuerte. Giré la llave que había en la cerradura, abrí la puerta y me encontré con varias armas y cargadores. Cogí lo necesario. No sabía utilizarla, pero aprendería sobre la marcha si era necesario. Solo iría a la mansión, cotejaría que Kathia y Enrico estaban bien y me largaría de allí. Solo eso.
Tropecé con la puerta al salir y corrí hacia las escaleras comunitarias todo lo rápido que pude. Escuché el motor de un vehículo un instante antes de entrar en el garaje.
—¡Mauro! —exclamé en cuanto me encaminé hacia el Ferrari negro en el que estaba sentado. Sus ojos no respondieron a mi presencia. Simplemente, se cerraron hastiados y aceptaron que tendría que dejarme ir con él—. Lo haré te guste o no.
—Ni se te ocurra subir a este coche, Sarah —masculló—. Regresa arriba, inmediatamente.
—¡Sois la única familia que tengo, Mauro! —exclamé—. No puedo quedarme de brazos cruzados viendo como os atacan. Sé que no sé hacer nada, que sería un estorbo, pero quiero aprender a defenderos, y este es el mejor momento.
—No tienes idea de a lo que enfrentas —masculló orgulloso.
—Vayamos a la mansión y veámoslo, entonces.
Mauro tuvo una forma un tanto inocua de indicarme que subiera al coche, pero me bastó.
—No dejes que te vean y evita los espacios abiertos del jardín, que son muchos —explicó—. No te hagas la heroína, solo mantente tras de mí y haz lo que yo te diga, ¿de acuerdo?
Asentí.
—No llames a Enrico, ni pretendas acercarte a él. —Él declaró en voz alta parte de las intenciones que yo preferí reservar—. Si le ves en peligro, solo dímelo.
Esa vez, asentir fue mucho más difícil.
—Bien, ahora comienza a rezar para que no tengamos que lamentar esta decisión. —Y salimos del garaje.