KATHIA
Me costó muchísimo coger aire y empujar la puerta de la habitación de Cristianno. No miré en rededor, no me di cuenta de si algo había cambiado desde la última vez que estuve allí o de quién había presente. Solo verle tendido en su cama, eclipsó todo lo demás.
Avancé lentamente, casi arrastrándome y sintiendo el tacto del mármol negro bajo mis pies, frío y suave, dolorosamente suave. Cristianno parecía tan frágil, con su pecho desnudo subiendo y bajando pausado. Sabía que dormía, pero no me bastó para evitar que me doliera verlo tan quieto.
«Todo es culpa tuya, Kathia», me aseveró mi mente.
Si no me hubiera cruzado en su camino, sino le hubiera dejado enamorase de mí, no estaría pasando por aquello. Continuaría con su vida, haciendo lo que mejor se le daba y amaneciendo en la cama de la mujer que le diera la gana. Sin ataduras ni compromisos. Sin el peligro acechando tras él constantemente. Tal vez, se casaría y formaría una familia. Yo no sería más que el recuerdo de una adolescente con la que discutía en el instituto. Apenas me recordaría porque no habría sido nada en su vida.
Llegados a ese punto, si Cristianno no hubiera decidido jugar conmigo a las miradas furtivas y a las provocaciones, mi vida no habría sido igual. No sabría lo que se sentiría al perder la razón por amar alguien y sentirme correspondida con el mismo fervor.
Era una egoísta.
Cerré los ojos cargando con la angustia de aquellos pensamientos al tiempo en que alguien me tocaba el hombro. Distinguí el calor de Mauro y agaché la cabeza.
—Se pondrá bien, créeme —susurró.
—Me obligaron a mirar… No pude hacer nada… —Empecé a llorar.
—Sin embargo, no fue suficiente. Nadie retendrá a Cristianno Gabbana. —Busqué esa voz desconocida para mí y me topé con el rostro de una mujer de belleza hechizante, de cabello oscuro largo y ligeramente ondulado y unos ojos grises tan dulces como sinceros.
«Me he enamorado de ella…», recordé las palabras de Enrico.
—Sarah… —murmuré para su asombro. No imaginó que yo sabría de su existencia.
Me senté en el filo de la cama, levanté tímidamente una mano y acaricié el suave vientre de Cristianno.
—Todos los pasos que hemos dado nos han llevado hasta este momento —suspiré—. De nada sirve negarse a la evidencia.
—¿Qué quieres decir? —repuso Sarah acercándose a mí. Un instante más tarde estaba sentada a mí lado.
—Jamás dejaran que estemos juntos —admití.
—¿Desde cuándo te ha importado la gente? —intervino Mauro con un tono de voz mucho más grave de lo normal. Permanecía quieto, con los brazos en tensión y observando a su primo y a mí intermitentemente. No estaba cómodo, pero no logré descubrir porque.
—Desde que su vida corre peligro —repuse y volví la mirada a Cristianno. Me dejé llevar inclinándome hacia él y acomodando mi cabeza en el hueco de su cuello. Habría pasado toda mi vida admirando el aroma de su piel, allí, quieta—. Si le ocurriera algo, yo… —Las palabras terminaron perdiéndose.
Esta vez fue Sarah quien me tocó y lo hizo acomodando su mano en el arco de mi espalda.
—Cristianno no dejará que te alejen de él… —afirmó.
—Es eso lo que más miedo me da, Sarah. —La miré de reojo—. Si fuera lista y generosa, le dejaría ir.
—Pues me alegro de que no seas ambas cosas. Y de que él sea tan obstinado.
De súbito me incorporé y terminé por cobijarme entre los brazos de aquella chica. Ella respondió al abrazo, protectora y afectiva.
Saboreé unos segundos más su contacto y regresé a Cristianno.
SARAH
Fue increíble verles juntos. Nunca había visto que alguien pudiera encajar tan bien como Kathia y Cristianno; todo se acoplaba entre ellos, como si hubieran nacido solo y exclusivamente para ser amantes. Resultaba asombrosamente mágico.
Un golpe seco interrumpió el silencio. Después, algo de cristal se hizo añicos. Casi impasible, Mauro me miró mientras echaba mano a su arma. Todos sus movimientos calculados, fríos… preparados para cualquier situación.
Tragué saliva, intentando escuchar más allá de los latidos agitados de mi corazón. Kathia se levantó de golpe. El cabello le ocultó la mitad del magnífico rostro, enmarcándolo y profundizando unos ojos grises radiantes de furia. A diferencia de Mauro, ella sí manifestó duda, pero no la suficiente como para mostrar debilidad.
Me levanté con ella sin esperar que buscara mi mano y entrelazara sus dedos con los míos. Me protegía, pero ¿de qué? ¿De quién? Mauro se adelantó hacia la puerta, la entornó y cuando quiso asomarse todos y cada uno de los rincones de su cuerpo se pusieron en alerta. Segundos después, apuntó con su arma y Kathia y yo descubrimos lo que ocurría.
Un hombre alto y robusto apuntaba a Graciella con un arma. Ahogué una exclamación al tiempo en que quise adelantarme, pero Kathia lo evitó. La miré extrañada, preguntándole en silencio porque demonios no se movían ella o Mauro e impedían aquello. Pero enseguida me arrepentí. Ellos sabían muy bien cómo actuar en aquel tipo de situaciones, como buenos mafiosos. De lo contrario, Graciella no se habría exhibido tan impasible. Lo único que pareció desestabilizarla fue encontrar a la novia de su hijo en la habitación. Ambas se miraron y se dijeron miles de cosas que quedaron sepultadas bajo la presencia de más hombres apresando a Patrizia y a Ofelia; todas las mujeres de la familia estaban siendo amenazadas en el mayor momento de debilidad del Edificio. Los que podían protegerlas estaban en la mansión Carusso.
Mauro respiraba con deliberación. Sabía que un paso en falso podría herir a cualquiera de sus mujeres. Pero no sentimos tan amenazados hasta que entró un último hombre. Supe que debía tenerle miedo, o, al menos, respeto, al notar la tensión que le produjo a Kathia su presencia.
No había duda, se trataba de Valentino.
—Kathia, Kathia… —canturreó oscilando su mirada entre Cristianno y ella. Sonreía—. ¿Qué vamos a hacer contigo? Mira lo que me has hecho hacer, cariño. —Señaló a las mujeres que tenía justo detrás.
Mauro se interpuso entre nosotras y él y yo empujé a Kathia tras de mí. No permitiría que le tocara ni un pelo después de saber de las cosas que era capaz aquel tipo de bonita cara y ojos traidores.
—No te acerques más, Valentino —masculló Mauro apuntándole directamente a la cabeza; solo les separaba unos centímetros.
—¿O qué? ¿Me pegarás un tiro? —se mofó—. Por dios, Mauro, somos siete contra uno y encima tenemos a tu madre. ¿Qué te parece la idea de verla morir?
Mauro apretó los dientes y controló sus impulsos.
—¿Qué quieres? —exigió.
—A Kathia.
Negó con la cabeza.
—Volveré a preguntar, ¿qué quieres?
Puede que Mauro fuera dos años menor Valentino, pero aquella edad quedó invertida en cuanto le escuché hablar. Si perdía aquel enfrentamiento sería por inferioridad de posibles, no por valor.
—Volveré a responderte —ladeó la cabeza—. Dame a Kathia.
El sonido de un móvil interrumpió y uno de los guardias se llevó la mano al bolsillo interior de su americana. Las palabras de aquel mensaje debieron ser de lo más impactantes porque el hombre palideció y miró a Valentino como si se le hubiera aparecido el mismísimo diablo.
—¡¿Qué ocurre?! —gritó Valentino provocando un espasmo en casi todas nosotras.
Patrizia y Graciella miraron a sus hijos, temerosas. Ofelia, en cambio, estudiaba la situación. La vi muy capaz de arriesgar su vida por salvarnos a todos.
—La mansión está siendo atacada por los Gabbana y algunos refuerzos —tartamudeó el hombre.
—¿A qué te refieres con refuerzos? —quiso saber.
—A que los Albori y los de Rossi acaban de unirse. Son demasiados. —Las familias de Eric y Alex no perderían una ocasión así.
Mauro sonrió, provocando que Kathia también lo hiciera. Valentino giró, súbitamente, la cabeza y les envió una mirada iracunda y malévola. Tuve un escalofrío cuando, por un instante, aquellos ojos verdes se pasearon por mi cuerpo. Kathia quiso adelantarse, pero se lo impedí empujándola disimuladamente.
Valentino chasqueó la lengua y se inclinó ligeramente hacia delante guardando sus manos en los bolsillos de su esmoquin.
—Bien, Mauro, te lo diré de otra forma —dijo—. Si no me entregas a Kathia por las buenas, iré yo mismo a por ella y después mataré a tu familia.
—¿Y crees que voy a consentírtelo? —Mauro puso los ojos en blanco—. Eres increíble, ¿lo sabías?
—Siendo sincero, sí, lo sabía. Y estás disculpado.
—¿Disculpado yo? ¿Por qué? —dijo irónico.
—Por no comprender que estás poniendo en peligro a todas las mujeres de esta maldita habitación.
Mauro negó con la cabeza. Sin duda, era el único allí que confiaba en que saldríamos ilesos. Poco podíamos hacer para defendernos con tantos hombres armados rodeándonos.
Agaché la cabeza a tiempo de ver cómo Kathia cogía un bisturí del botiquín con un disimulo sorprendente. Lo escondió entre sus dedos sin dejar de controlar la escena.
—Creo que ahora te confundes. —Mauro torció el gesto. Me resultó casi tan espeluznante como los movimientos de Valentino.
—¿Sí? —sonrió Valentino.
—Mientras decides venir a por Kathia, yo habré matado a esos tres hombres. —Señaló a los tíos que retenían a la Ofelia, Patrizia y Graciella.
—Creo que has pasado demasiado tiempo con Cristianno. Estás delirando —sonrió Valentino, sabiendo que sus esbirros le seguirían—. Chicos, el Gabbana gana. Soltad a las mujeres. —Obedecieron empujándolas hacia una esquina.
Pero a Mauro no le satisfizo. Seguía en tensión, y empecé a temer de verdad en cuanto percibí que Kathia contenía el aliento. Solo ellos sabían lo que estaba a punto de suceder.
—¿Qué tramas, Bianchi? —guiñó Mauro.
—Nada que no sepas ya. Traedme a Kathia —le indicó a sus hombres. Pero cuando se dispusieron a avanzar, un disparo resonó en el pasillo sobresaltándonos a todos. Acto seguido, Domenico apareció en el umbral de la puerta con una escopeta en la mano, mató a un hombre sin dudar un instante y regresó al pasillo para cubrirse de las represalias mientras cargaba más balas.