KATHIA
Grité y me abalancé en busca de Cristianno, pero Valentino me lo impidió tirando de mí con la fuerza necesaria como para elevarme del suelo. Pataleé intentando soltarme, incluso estuve a punto de morderle, pero esquivó mis dientes, me empujó contra él y me soltó una bofetada que me lanzó al suelo. Me di de bruces y enseguida me arrepentí del gemido que solté porque provoqué que Cristianno se removiera y le dieran una patada para detenerlo.
Me sentí como si me hubieran clavado un puñal. Estaba arrodillado, le sangraba el labio y tenía una pequeña brecha en la frente y otra en el pómulo. Encorvaba la espalda para sobrellevar el dolor, pero no le dejaban. Dos hombres le sostenían por los brazos. Tiraban de ellos como si su intención real fuera arrancárselos del cuerpo. Otros dos hombres más aguardaban tras él, en posición de ataque.
Malditos cobardes. Tuvieron que capturarle entre cinco tíos porque era el único modo de vencerle.
Cristianno escupió la sangre que se había amontonado en su boca y soltó un quejido, grave y profundo. Hice una mueca, temiendo que le hubieran roto una costilla o que las lesiones fueran más graves de lo que parecían.
—¡¡¿Qué has hecho?!! —chillé, levantándome con furia.
Valentino soltó una carcajada y chasqueó los dedos. No comprendí lo que significaba aquel gesto hasta que vi cómo pegaban a Cristianno de nuevo. Esta vez en las costillas.
Valentino me retuvo.
—Cada vez que hables, cada vez que te muevas, significara más dolor para él —dijo Valentino—. Ahora voy a soltarte y quiero que te quedes bien quieta. Por el bien de tu querido Cristianno, te aconsejo que hagas lo que te digo.
Asentí entre lágrimas, temblando y completamente concentrada en Cristianno. Debía obedecer para evitar consecuencias más graves y porque no resistiría que volvieran a pegarle.
Valentino comenzó a caminar a mí alrededor de forma aterradora. El viento azotó su cara cuando se colocó tras de mí y comenzó a hablar.
—¿Sabes el poder que tiene ahora un simple chasquido de dedos, cariño? —preguntó mostrándome como su dedo corazón se unía al pulgar, lentamente. Por suerte, no produjo ningún ruido. Todavía—. Puede suponer un puñetazo. —Chasqueó los dedos y uno de sus hombres le dio a Cristianno un puñetazo en la cara. No jadeó, ni gimió, y supe que estaba aguantando para que yo no me alarmara. Exhalé al escuchar el golpe—. O una patada. —Volvieron a golpearle.
Tuve una violenta sacudida. Ese era el resultado de nuestro encuentro. El resultado del amor que sentía por él.
—Basta —jadeé—. ¿Por qué haces esto, Valentino?
—¿Que porque lo hago? —Se acercó a mí, me cogió de los hombros y comenzó a zarandearme. Cristianno gruñó—. ¿Tienes la desfachatez de preguntármelo? ¿Crees que no te he visto? Dios, Kathia, eres una ingenua. Mira lo que has provocado con tu estúpido emperro en él —masculló.
Apretó mi brazo cuando me arrastró hacia sus hombres, me empujó, asegurándose de que terminaba arrodillándome, y cogió mi cara para que mirara a Cristianno.
—¡Mira a tu querido Gabbana!
Cristianno negó con la cabeza mirándome fijamente.
—No escuches, Kathia. No caigas en su trampa —susurró costosamente—. No es nada, lo prometo.
Que me prometiera no hizo más que empeorar mi estado. Sabía que no era cierto. ¡¿Cómo no iba a estar sufriendo?! ¡¿Por qué demonios me mentía?!
Solté el aire, gimiendo, llorando, provocando las risas de todos.
—¿Por qué decidiste quererme? —pregunté entre lágrimas.
—Si alguna vez… has creído…que me arrepiento…estás muy equivocada —farfulló.
—Sencillamente, espectacular —se mofó Valentino antes de levantarme—. Cristianno, ¿qué te parece si dejamos que Kathia sea testigo del final? ¿Eh, amigo?
Empalidecí y me estremecí como nunca antes al entender lo que Valentino quería decir con aquello. Me rodeé y busqué su mirada para suplicarle. Haría cualquier cosa con tal de liberar a Cristianno.
—¡Valentino, por favor…! ¡Haré lo que me pidas! —me desgarré la voz, y el alma.
—¡Cállate! —Gritó—. ¡No intentes ser complaciente, porque no te creo!
Miró a uno de sus esbirros y este estampó su pierna contra la cara de Cristianno antes de que le soltaran los brazos. Cayó bruscamente al suelo dejando que su cabeza impactara con fuerza después de que un pequeño hilo de sangre saliera de su boca.
Forcejeé con Valentino para poder detener aquello, pero fue inútil.
Cristianno se acercaba peligrosamente a la inconsciencia y yo no podía hacer nada.
—Por favor… Basta —supliqué mareada por el llanto. La saliva comenzaba a pesar dentro de mi boca y, la fuerza de los brazos de Valentino en torno a mi torso, me estaba asfixiando—. Contémplale y comprende que si no eres mía completamente, no serás de nadie —masculló. Me empujó hacia el coche dejando a Cristianno convulsionando tirado en mitad de la Piazza della Repubblica.
SARAH
Caminaba de un lado a otro, frotándome las manos y mirando cada pocos segundos el reloj. Ya habían pasado diez minutos desde que Valerio se había ido y el tiempo cada vez pasa más lento. Estaba muy preocupada con lo que estaría pasando allí abajo.
De pronto, el teléfono sonó. Con el sobresalto en el cuerpo, me acerqué a la mesita y descolgué impaciente.
—¿Diga? —Lo primero que escuché fue un ronquido balbuceante—. ¿Disculpe? ¿Quién es? —pregunté extrañada.
¿Qué demonios era aquel gorgoteo? Fuera quien fuese la persona que estaba al otro lado de la línea, le costaba hablar y mucho. Tal vez era un borracho o algún tipo de broma estúpida.
—Rep…rep… —tartamudeó.
—Escúcheme bien —dije con brusquedad. Si querían asustarme, lo habían conseguido—, no sé quién es, pero le juro que…
—Cristianno… —susurró tan débil que apenas le escuché.
Por un instante, dejé de respirar y sentí una fuerte punzada de dolor en la cabeza. ¿Acaso habían capturado a Cristianno?, ¿le habían hecho daño? Tal vez por eso no había aparecido en todo el día por el Edificio.
—Si le has hecho algo —me abalancé hacia delante—, te arrancaré la cabeza con mis propias manos. ¡Lo juro! —mascullé haciendo que crujiera el teléfono entre mis dedos. De le preocupación, pasé a la furia.
—Soy…yo… —me interrumpió, tosiendo violentamente.
Dios mío…
—¿Cristianno? ¿Dónde estás? ¿Qué pasa? —Casi grité.
—Ven… —musitó—… Reppublica.
Su móvil cayó al suelo, pero pude escuchar un gemido que le llevó a la inconsciencia.
Solté el teléfono y salí corriendo hacia la puerta. Me precipité por las escaleras ignorando que la velocidad podría hacerme caer. No tenía tiempo que perder.
Reppublica… ¿Qué significaba aquello? Una dirección, sí, pero ¡¿cuál?! ¡¿Qué demonios le había pasado?!
Casi me estampo contra la puerta del piso de Patrizia. Llamé fuertemente.
Sabía que interrumpiría algo muy importante, pero no tenía elección. Cristianno necesitaba a su familia.
Me abrió Mauro, con los ojos llenos de confusión y aturdimiento. Valerio ya había hablado y causó el desconcierto que él mismo había pronosticado.
—¿Qué ocurre? —se obligó a preguntar Mauro al verme jadeante.
—Cristianno…
No hizo falta decir más.
* * *
Aquel Audi R8 rugió derrapando por las calles.
—¿Estás seguro de que se refería a la Piazza della Reppublica? —pregunté.
Mauro apretaba el volante de su coche con las dos manos, con los ojos completamente fijos en las carreteras y al borde del abismo. Para él, su primo era su propia vida. Nadie osaba interponerse entre ellos, y la veneración que sentía el uno por el otro ni siquiera podía describirse; casi escapaba a la comprensión.
Por eso no era de extrañar que Mauro estuviera conduciendo como si el resto del mundo no existiera. Solo tenía un objetivo: su primo.
—Estoy seguro, Sarah —masculló. Solo él sabía lo que podía haberle pasado a Cristianno.
—¿Falta mucho? —suspiré, con las uñas hincadas en el salpicadero.
—Lo dudo —dijo antes de dar un sonoro giro y entrar en un parque.
Lo cruzamos ignorando los peatones y obstáculos que se nos cruzaron. Aquello era lo que él llamaba atajo.
—Dios, la policía… —gemí.
—Nosotros somos la policía —me interrumpió.
Sus ojos se abrieron de súbito cuando vislumbró la plaza. No era como la había imaginado. Se trataba de una fuente dispuesta a distribuir el tráfico, una espectacular rotonda. Cristianno no podía estar allí…
… Pero mis instintos le vieron mucho antes que mi consciencia. Sin pensarlo, sin esperar a que se detuviera el vehículo, abrí la puerta.
—¡Ahí está! —grité antes de que Mauro frenara bruscamente a unos veinte metros de Cristianno.
Sabía que él querría haberse acercado más, pero le detuvo mi impaciencia.
Salí corriendo hacia Cristianno, terminando por arrastrarme de rodillas cuando tan solo me quedaban unos pasos. Estaba bocabajo, con la cara pegada al suelo y los ojos cerrados. Apenas respiraba y las heridas de su rostro eran muy recientes. Igual que la sangre que había en el suelo, justo al lado de la boca.
Contuve una exclamación y le atraje hacia mí con el mayor cuidado posible justo cuando Mauro irrumpía tirándose al suelo. La siguiente expresión que puso, me partió el corazón.
Apoyé la espalda de Cristianno en mi regazo y acomodé su cabeza en el hueco de mi brazo. Abrió los ojos y Mauro se lanzó a cogerle de la mano.
—Eh, colega —murmuró cariñoso.
—Kathia… —Tosió y volvió a cerrar los ojos.
—Tenemos que sacarlo de aquí, Sarah —murmuró Mauro cogiendo el brazo de su primo—. Tenemos que llevarle al Edificio.
—¿Se pondrá bien? —sollocé incorporándome para levantar a Cristianno—. Dime que sí, por favor…
Me miró intentando transmitirme calma, y lo consiguió, en cierto modo. Pero ¿quién se la transmitía a él?
De vuelta, varios hombres de la guardia de los Gabbana ya nos esperaban en la puerta. Mauro les había llamado durante el trayecto.
Encajonada en mi asiento, mantuve mis brazos entorno a Cristianno hasta que Emilio y sus hombres abrieron la puerta y le cogieron con una rápida delicadeza. Antes de que pudiera reaccionar, ellos ya estaban entrando en el Edificio.
Me quedé inmóvil, observando la escena sin saber qué hacer. Sabía perfectamente que Cristianno se pondría bien, Mauro me lo había asegurado, pero verle inconsciente y tan quieto me dejó completamente abatida.
Sentí la mano de Mauro en la espalda, en el arco de mi cintura. Me atrajo hasta él y me abrazó aprovechando para acariciar mi cabello antes de apoyarse en mi cabeza. Su respiración estaba agitada, pero resultaba muy tranquilizadora. No solo se parecía a su primo en aspecto físico, sino también en lo que transmitía.
—No puedo creer lo que acaba de pasar, Mauro —dije aferrándome a su marcado tórax—. ¿Quién crees que ha podido ser?
—Valentino. —Se retiró apartó para mirarme.
Mi mente voló veloz, comprendiéndolo todo. Cristianno había ido al teatro. Había estado con Kathia y Valentino les había pillado. Kathia debió presenciarlo todo… Por eso Cristianno susurró su nombre.
—Kathia… —suspiré.
Mauro palideció al escuchar el nombre de la aquella chica. Le temblaron los labios y un extraño temblor ahogó su mirada. ¿Qué había descubierto que le ponía tan nervioso?
—Debemos entrar.
Seguí sus pasos y nos unimos al grupo de guardias segundos antes de que las puertas del ascensor se cerraran. No hablamos, apenas se escuchaba respirar. Y Cristianno continuaba con los ojos cerrados. Parecía tan pequeño entre los brazos de aquel hombre que casi creí que se trataba de un niño.
De repente, comenzó a toser. Era una tos seca y muy ronca. Esquivé, costosamente a dos hombres y llegué hasta él al tiempo en que descubría un pequeño hilo de sangre saliendo de su boca. Aquello no era una buena señal. Si tosía sangre, cabía la posibilidad de que tuviera heridas internas. Tal vez, incluso, una hemorragia.
Las puertas del ascensor se abrieron en ese instante dejando que Silvano asomara encolerizado. Se lanzó a por su hijo y ayudó al hombre que lo llevaba a trasladarlo a su habitación.
Se armó un gran revuelo de hombres en el pasillo y quedé prácticamente sepultada entre ellos, pero la mano de Mauro cogió la mía y me arrastró hacia delante. Nos colocamos tras Silvano y pude ver que también estaba Alessio, Valerio y Diego. Sin embargo, no vi a ninguna mujer.
Entramos en la habitación y tumbaron a Cristianno en la cama con mucho cuidado. Su padre se sentó a su lado y cogió su cabeza con cariño mientras luchaba por mantener el tipo.
—Cristianno, hijo mío, despierta —susurró con voz ahogada, como si solo estuvieran ellos dos en la habitación.
Solté la mano de Mauro con el estómago encogido. Sabía que tardarían unos minutos en reaccionar y no estaba segura de que a Cristianno le beneficiara. Debía ayudar, así que me arrodillé junto a Silvano y comencé a desabrochar los botones de la camisa de su hijo. Me miró extrañado, con los ojos enrojecidos y las manos en tensión.
«Las misma manos, pero con distinta edad», pensé mirando sus dedos entrelazados.
—Ayúdeme a quitarle la ropa. Lo mejor será curarle las heridas exteriores mientras viene un médico —expliqué.
Encontré sorpresa en su mirada y también orgullo hacia mí. Asintió y acarició el pecho de Cristianno. Me contuve sabiendo que no era el mejor momento para ponerse a llorar. Me necesitaba, y yo les necesitaba a ellos. Así que actuaría tomando las riendas. Después de todo, ellos eran la única familia que tenía y debía protegerla.
—Mauro, quiero que me traigas el botiquín —ordené.
—De acuerdo. —Se marchó de un salto.
—Diego, llama a un médico o a quien sea que pueda reconocerle.
—Por supuesto.
Con Valerio solo bastó una mirada para entendernos. Dio un paso al frente y miró a todos los hombres que había en la habitación.
—Caballeros, será mejor que esperéis en el salón. Enseguida os informaremos —dijo con la templanza que le caracterizaba.
Comenzaron a salir en orden y silencio cuando volqué toda mi atención en el pecho del menor de los Gabbana. Tenía diversos hematomas en la caja torácica y bastantes aruñazos provocados, seguramente, por el deje de los nudillos o las patadas.
—Valerio, ve a por la medicación de tu tío Fabio —dijo Silvano sin levantar la vista de su hijo.
Fruncí el ceño. Sabía que Fabio era un bioquímico, experto en farmacología, increíble, pero no esperaba que hubiera creado ningún fármaco.
—Claro, papá.
—¿De qué medicación se trata? —pregunté en cuanto nos quedamos a solas.
—Mi hermano creo un medicamento que restaura en horas cualquier afección simple. Si no hay heridas internas graves, como creo que es el caso, se recuperará en una noche.
—Eso es increíble. —Le observé sorprendida.
—Sí, pero odio tener que utilizarlo. Significa que alguien está herido. —Hizo una mueca—. Es mi pequeño, Sarah. Puede que sea el más valiente y atrevido, pero siempre será mi pequeño.
—Y podrá decírselo por la mañana. —Puse mi mano sobre su mejilla—. Usted mismo ha dicho que esa medicina le curara en una noche.
—¿Aún no puedes tutearme? —sonrió sin fuerzas.
Mauro entró con el botiquín. En él había de todo, desde vendas hasta bisturís y tijeras quirúrgicas. Escudriñé cada rincón del cuerpo de Cristianno y curé las heridas antes de que Valerio regresara.
—Siento el retraso —dijo jadeante—. He tenido que bajar al piso del tío Fabio. Aquí ya no quedaban.
—Bien —repuso Silvano cogiendo la ampolla y agitándola—. Sarah, tendrás que inyectarla. ¿Podrás?
—Por supuesto.
Preparé la inyección y penetré la aguja sobre la piel inferior del codo. Cuando extraje la jeringa, una voz femenina llenó la habitación.
—¡Cristianno! ¡Mi hijo! —gritó Graciella antes de que Silvano la detuviera con un abrazo.
Patrizia y Alessio estaban justo detrás de ellos, con Ofelia y Domenico.
—¿Qué espectáculo es este? —masculló Domenico—. Exijo saber quién se ha atrevido a tocar a mi nieto.
Su voz, tan fuerte y profundamente grave, me sobresaltó y al tiempo en que me tranquilizaba. La presencia de Domenico tenía una fuerza arrolladora, aunque estuviera en bata y pijama.
Mauro fue quien decidió hablar después de mirarme detenidamente.
—Cristianno quiso ir al Teatro… —Su voz se apagó conforme los rostros de los presentes comprendía lo que quería decir—. Creemos que Valentino pudo verles y… —Ni siquiera se molestó en decir el nombre de Kathia. Todos sabíamos ya que había ido hasta el teatro para verla.
—¡Malditos! —volvió a gritar Graciella antes de soltarse de su esposo.
Contempló a todos, sin fijarse en nadie en particular, y se esforzó por mantener la compostura. Respiraba descontrolada y tenía la piel de las mejillas encendida.
Ofelia se acercó a ella y la rodeó con sus brazos sin llegar a abrazarla, pero en claro signo de apoyo. La mujer sabía bien lo que era sufrir por un hijo, había perdido al pequeño hacía poco menos de un mes.
Silvano se tensó formando una línea con los labios. En otra persona, aquel gesto habría significado tensión, incluso temor; pero en él, significaba… venganza.
Se acercó a Graciella y le cogió el rostro con sus manos. Murmuró algo entre los labios de la mujer. Después se alejó y miró al resto de los hombres. No comprendí muy bien aquella mirada, pero, por la sonrisa de Mauro, comprendí que se trataba de algo importante.
—Valerio, dile a Diego que prepare a la guardia —dijo Silvano—. Quiero a todos los hombres rodeando la mansión.
Me alcé del suelo impetuosa y me coloqué al lado de Mauro.
—¿Qué? —exclamé antes de que Graciella pudiera hacerlo.
—Sarah, vigila su evolución, ¿entendido? —dijo Mauro acariciando mi brazo antes de echar mano a un arma que extrajo de la espalda.
—¿Dónde…dónde vais?
—¡Silvano! —Gritó Graciella—. Ni se te ocurra salir por esa puerta.
—Es mi hijo, Graciella.
—También el mío —protestó acercándose a él—. No permitas que esta noche hieran a alguien más.
Sentí las lágrimas corretear por mi cara cuando pensé en Enrico. En cómo sería tenerle de la misma forma que Graciella tenía a Silvano. Amanecer con él. ¿Cómo estaría en ese momento? ¿Qué estaría pensando? Dejé de mirar cómo Silvano consolaba a su esposa cerrando los ojos con fuerza.
—Lo siento, mi amor —susurró Silvano.
—Más te vale volver, hijo —repuso su padre, Domenico, impotente por no poder acompañarle.
De pronto, salí corriendo. Necesitaba asegurarme de una cosa antes de que fuera demasiado tarde. Necesitaba saber que Enrico no correría peligro.
Llegué a la calle cuando Mauro se montó en su coche. Me acerqué a él
—¡Sarah! ¿Qué estás haciendo? —preguntó—. No pienso dejarte ir si eso es lo que vienes a decirme.
Negué con la cabeza, repentinamente nerviosa.
—No. Solo quiero que… —Pero me callé, y pensé en lo expuesto que quedarían mis sentimientos tras pedirle a Mauro que protegiera a Enrico.
Colocó su mano sobre la mía al mismo tiempo que arrancaba el coche. Por su forma de mirarme supe que empezaba a hacerse una idea de mi petición.
—No dejes que… le pase… nada —logré decir tartamudeando.
—Nunca.