KATHIA
Entré en el palco cuando el primer acto llegaba a su fin; la gente aplaudía eufórica con el espectáculo. Tomé asiento sabiendo que Valentino me observaba curioso. Ya no quedaba nada de la amabilidad que había mostrado antes. Pero, lo que realmente me puso en alerta, fue que empleara la misma sonrisa que su esbirro.
Tragué saliva y forcé una sonrisa cruzando las manos sobre mi regazo. Un error muy grande, porque yo nunca le había sonreído. Mucho menos después de lo sucedido.
—¿Mejor? —preguntó Valentino.
—Un poco, gracias. —Hablarle comedida, me sentenció.
Su mirada verde destelló, se acercó a mí y acarició mi cuello con un solo dedo. Mi piel no pudo remediar tensarse, pero no quise prestarle atención a ese detalle. Había otras cosas que requería mayor vigilancia. Acarició mis labios y suspiró.
—¿Dónde has estado todo este tiempo? —Esta vez empleó un tono más duro e impaciente.
—En el servicio —titubeé.
—¿Casi una hora? —dijo incrédulo. Se alzó de la silla y me indicó que le siguiera con la mirada—. Ven conmigo.
No era una petición ni una sugerencia. O lo hacía o me arrastraría si era necesario. Me levanté obligando a mis músculos y salí de allí con el estómago encogido.
Nadie dijo nada mientras recorríamos las pasarelas y bajábamos las escaleras. Me detuve en cuanto llegamos al vestíbulo. No estaba dispuesta a avanzar más hasta que no me dijeran algo. No soportaba especular y mucho menos que Valentino y Thiago se miraran de aquella forma.
No fui consciente de que había un tercer hombre hasta que le noté empujarme. Reanudé la marcha, esforzada por lo empeños de otro de los guardias de Valentino.
—Sube —me ordenó.
Vacilante, entré en la limusina. Mi cuerpo se preparaba para lo peor.
—¿Adónde vamos? —Quise saber intentando mantener el tono firme.
—Es una sorpresa —respondió Valentino, siniestro—. Tranquila, te gustará mucho más que la ópera.
Apreté la mandíbula para controlar el repentino temor que me había producido su tono tan tenebroso. Mi corazón no dejaba de latir con fuerza, tanto que hasta me entraron ganas de vomitar, y no podía controlar la respiración. Lo que iba a suceder les divertía y aquello me produjo escalofríos.
Unos minutos más tarde, nos detuvimos en la Piazza della Repubblica, junto a la basílica Santa María de los Ángeles. Observé los movimientos de Valentino totalmente desconcertada, no comprendía que hacíamos allí. Aquella parte de él la conocía, pero los resultados solían variar. Tendía a ser un tipo bastante imprevisible.
Thiago abrió la puerta y Valentino me cogió del brazo y me arrastró para que saliera. Tropecé con uno de sus pies y me precipité hacia el suelo, pero él evitó la caída empujándome hacia arriba. No le costaba manejarme a su antojo, aunque eso ya lo sabía desde hacía algún tiempo.
El viento azotaba con más fuerza. Tanto que la falda del vestido se me enredó entre las piernas cuando comencé a caminar. Pude ver, conforme nos acercábamos a la basílica, a un grupo de hombres intentando ocultar algo. Uno de ellos miró al menor de los Bianchi y asintió. Este sonrió e indicó con una mano que se retiraran.
Los hombres deshicieron el círculo al tiempo en que algo se desgarraba en mi interior. Valentino supo desde el primer instante que yo me reuniría con Cristianno. Por eso no impidió que abandonara el palco.
SARAH
Enseguida recordé porque nunca había terminado de leer Orgullo y prejuicio de Jane Austen: era una novela increíblemente aburrida. Comprendía que fuese una obra maestra de la literatura, pero no compartía en absoluto el entusiasmo que suscitaba.
Solté el libro sobre la mesita y resoplé. Aún no podía quitarme de encima la sensación de los labios de Enrico tan cerca de los míos. Contaba las horas por volver a verle.
Salí de la biblioteca en el instante en que Valerio hizo su aparición. Tropezó con el sofá del salón, resbaló, llevándose la mano a la rodilla, y calló sobre los cojines desparramando unos papeles que llevaba bajo el brazo. Durante unos segundos, desapareció de mi vista. Después, se incorporó preciso y miró a su alrededor para saber si alguien había sido testigo de su graciosa caída.
Aquella imagen fue la que me extrajo de mis pensamientos, y solté una carcajada.
—¿Te has hecho daño? —pregunté risueña.
—¡Oh, joder! Sarah, que susto me has dado —exclamó ruborizándose.
—Lo siento.
—He hecho el ridículo, ¿verdad? —Alzó las cejas y su rubor se extendió por toda su preciosa cara.
—Que va… —Le guiñé un ojo, me acerqué a él y le ayudé sabiendo que me miraba fijamente. Era tan guapo como su hermano, pero con una belleza más suave y elegante. Reparé en que su aspecto parecía el de un hombre de treinta años, pero sabía que tan solo tenía veintitrés.
—Bueno, tengo que admitir que ha sido gracioso —repuse sonriente mientras nos levantábamos.
—Me alegra hacerte reír, querida. —Me empujó suavemente con el codo a modo de broma, pero enseguida se puso tenso y su rostro palideció—. ¿Sabes dónde están todos?
—Abajo, en el piso de Alessio. Creí que estarías con ellos —comenté extrañada. Algo no iba bien—. ¿Ha ocurrido algo?
—Todavía no —espetó poniéndose en pie. Alzó los papeles y me miró fijamente—. He descubierto algo que cambiará completamente el transcurso de esta situación.
Fruncí el ceño, no sabía si preguntar o no. No estaba segura de sí Valerio querría contarme más. Pero la ansiedad por saber lo que había escrito en esos papeles fluía por mis venas, casi desquiciándome.
Valerio tomó aire y formó una línea con los labios. Deseaba hablar pero ni él mismo era capaz de asimilar lo que sabía. Estaba en un extraño estado de desconcierto. Sudaba y la nuez de su garganta subía y bajaba cada pocos segundos. Jamás creí que le vería tan nervioso.
Di un paso al frente y le cogí del brazo.
—¿Estás bien, Valerio? —pregunté observando que sus ojos me veían, pero no me miraban—. Dime qué puedo hacer.
El miedo ya era latente en todo mi cuerpo.
—Es tan… es tan difícil de… asimilar —suspiró—. No sé cómo vamos a afrontar esto, Sarah. —Su cara se contrajo y me di cuenta de que tenía las pupilas dilatadas. Parecía cansado, tremendamente cansado, y nervioso—. Tengo que convocar a la familia. Tengo que… explicarles esto.
Asentí con la cabeza.
—Sea lo que sea, comprenderán lo que tienes que decirles. Ya lo verás.
—Solo me preocupa una reacción, Sarah. Después de esta noche, después de descubrir esto, absolutamente todo, cambiará.
Estuvimos unos minutos mirándonos fijamente. Después, Valerio se fue en busca de su familia, caminando cabizbajo y murmurando algo. Tuve el impulso de seguirle, de ir con él y apoyarle en lo que tuviera que decir. Pero pensé que los Gabbana necesitaban ese momento a solas. Fuera lo que fuera lo que había descubierto Valerio, era crucial y les desconcertaría por completo.
Esperaría a que decidieran compartirlo conmigo.