32

KATHIA

Aquello no eran imaginaciones. Eran demasiado reales para ser lo contrario. Contuve una exclamación. Me inundaron las sensaciones y me sentí muy pequeña para albergarlas todas, demasiado débil para soportarlas.

Vibré bajo su mirada, y ni un solo poro de mi piel se abstuvo de gritarme que corriera hacia él y me perdiera en su boca. Pero no pude moverme. No encontré la forma. Reconocer que Cristianno estaba allí de verdad, pudo con todo.

La forma que tuvo de mirarme me abrumó y colmó de pasión todo el vacío que sentí estando lejos de él. Cerró los ojos y frunció los labios en un gesto de descanso, porque me había encontrado y me tenía a unos metros de su alcance. Compartí el sentimiento que se paseó por su rostro; separándonos habían hecho que nos amaramos hasta rayar la locura.

Recogí la falda de mi vestido y salí corriendo. Topé bruscamente contra él, rodeando su cuello con toda la fuerza que pude reunir en ese momento. Él gimió por el impacto y después soltó un jadeo ahogado, trémulo.

—Kathia… —susurró muy bajo antes de elevarme del suelo y arrastrarme hacia los cortinajes.

Me apoyó contra la pared y se retiró unos centímetros para coger mi cara entre sus manos. Se mantuvo quieto, observando con atención mis ojos, mi nariz, mis labios… Estudió cada rincón de mi rostro con tanta intensidad que apenas me fue posible remediar el llanto. Cristianno tragó saliva más vulnerable que nunca y me lancé a su boca, desesperada por sentirla. Él reaccionó encerrando mi cuerpo con el suyo, dejando que volviera a notar aquella exquisita presión.

Pero no llegué a saborearla como hubiera deseado. Un fuego me atravesó y lo siguió una debilidad enorme. La impresión del reencuentro se impuso, mezclándose con el recuerdo de las violentas caricias Valentino. Noté como una sensación de desolación arrasaba con toda mi energía. Por un momento, olvidé a quien besaba y sentí la necesidad urgente de huir de aquellos labios. Pero me contuve y flaqueé. Me derrumbé entre los brazos de Cristianno un segundo antes de que me sujetara de la cintura. Solté un quejido al notar la presión de sus brazos manteniéndome erguida y comprendí que debía luchar contra aquellos demonios que me asolaban. Me había prometido que lo sucedido no me dañaría con Cristianno y así sería.

Hundí mis manos en su cabello y tiré de él con suavidad, empujándole aún más hacia mí. Si resultaba que la excitación sobrepasaba los límites establecidos, haríamos el amor allí mismo.

De pronto, noté un hilo de humedad en mi mejilla. Había empezado a llorar y ni siquiera me había dado cuenta. Hasta que una lágrima se coló entre nuestros rostros. Cristianno se detuvo concentrándose en ella y la eliminó con un beso.

—Deja de llorar, mi amor… —jadeó antes de consumirme con un beso.

Me abrazó con fuerza y acarició mi espalda, colando algunos dedos bajo la tela y formando pequeños círculos sobre mi piel. Llegados a ese punto, necesité mucho más. Necesité más piel contra piel, más besos sin limitaciones, más soledad. Y supe que Cristianno deseaba lo mismo porque se detuvo, cogió mi mano y salimos de la oscuridad de los cortinajes. No sabía adonde quería ir, pero no me paré a preguntarle. Simplemente, le seguí.

Su mano tenía bien amarrada la mía cuando nos detuvimos frente a una puerta. Comprobó el pomo, lo giró y nos colamos dentro. Era una pequeña habitación que guardaba antiguos instrumentos, rodeada de estanterías y mesas llenas de polvo y cajas desgastadas. Por la ventana entraba la luz anaranjada de las farolas del exterior.

El silencio nos envolvió por completo cuando cerró la puerta y se apoyó en ella lentamente. Abrió uno de los botones de su chaqueta y dejó que me deleitara con la forma de su vientre bajo aquella camisa blanca. Miré un poco más abajo, la forma tan erótica de su cinturón colgando de sus caderas. El deseo que sentí corretear por mi pecho me hizo jadear y satisfizo a Cristianno. Él sabía que me volvía loca su cuerpo y que me excitaba sobremanera que me observara de aquella forma, ardiente y lujuriosa en su punto más erótico. Aquellos ojos intensamente azules guardaban la promesa del mejor placer que ninguno hubiéramos sentido jamás.

Pero no quise que todo dependiera de él. Tal vez, a Cristianno le bastaba con solo mirarme, pero deseé adentrarme un poco más en la oscuridad y absorber aquel instante todo lo que pudiera. Ninguno de los dos sabíamos cuando volveríamos a vernos… y que sucedería tras esa noche.

Le di la espalda, acaricié mi pecho en un rocé ascendente y rodeé mi cuello hasta que capturé todo mi cabello. Me lo coloqué sobre un hombro mientras miraba a Cristianno de soslayo. Ahora toda la piel de mi espalda estaba expuesta, solo para él. Apretó la mandíbula y movió las aletas de la nariz en un intento por coger aire antes de empezar a caminar hacia mí, con la cabeza gacha y dejando que sus oscuras cejas enmarcaran sus ojos, más vivos que nunca.

Primero noté su pecho. La hebilla de su cinturón me produjo un escalofrío al acomodarse sobre mi piel. Después sus manos subieron por mis brazos, y acercó sus labios a mi cuello. No me besó. Solo dejó que notara su contacto mientras sus dedos se colaban agiles por debajo del vestido. Acarició el puente de mis pechos. Todo aquel cortejó podría haber durado más si yo no hubiese jadeado. Cristianno enloqueció conmigo, me giró hacia él, cogió mis caderas y me sentó sobre la mesa. Abrió mis piernas y se coló entre ellas encargándose de apegarse a mí.

Me perdí en la magia de su boca, la presión de sus manos sobre mis muslos, en los suaves empujes de su pelvis contra la mía. Que diferente eran sus caricias de las de Valentino.

—Acaríciame, Cristianno —suspiré—. Quiero sentirte pegado a mí. —Porque solo él borraría las huellas de aquellos días de tormento.

—Tú voz… —dijo muy bajo—. Repite mi nombre, Kathia.

Eché la cabeza hacia atrás al notar el placer que me producían sus besos resbalando por mi clavícula.

—Cristianno…

Y se detuvo.

Le encontré cabizbajo cuando le miré.

—¿Por qué te fuiste? —preguntó de repente, arrastrando las palabras con más dolor del que esperaba—. ¿Por qué hiciste un intercambio? Si no te hubieras ido… las cosas serían diferentes.

Me costó digerir aquello. Mis recuerdos me enviaron al aeródromo rápidamente y volví a ver su rostro, suplicándome. Pero le ignoré porque la mirada de Angelo me aseguró que apretaría el gatillo. Si esperaba que me arrepintiera, estaba muy equivocado. Lo haría mil veces.

—Sí, lo serían porque tú estarías muerto —dije, tragando saliva—. Si te hubiera pasado algo, yo…

—No lo digas. —Me tapó la boca.

—Estuviste a punto de morir…

—Pero estoy aquí.

Sus palabras coincidieron con el sonido lejano de alguien paseando por allí. Aquel momento llegaba a su fin.

—Estás aquí. —Acaricié sus mejillas antes de besarle. Y me quedé allí, en sus labios, sin hacer absolutamente nada. Solo sentir su vida pegada a la mía—. Tengo que volver —susurré sin estar preparada para dejarle.

—No te alejes de mí ahora que te tengo cerca. —Sus manos presionaron mis caderas. Envolví su cintura con las piernas y me acerqué todo lo que pude a él.

—Nunca me he alejado, Cristianno —musité mientras le besaba el cuello. Comenzó a respirar agitado de nuevo, pero esta vez no fue por la excitación—. Puede que me encierren, que me alejen de ti, pero jamás podrán conseguir que deje de quererte, ¿me has oído?

Cogí su rostro entre mis manos.

—Ven conmigo —murmuró. Tenía los ojos cerrados—. Deja que te saque de aquí.

—No dejarían nunca de buscarnos, mi amor. Y Valentino…

—No le tengo miedo —interrumpió un tanto furioso al escuchar su nombre. Por suerte, no notó el escalofrío que me produjo nombrarle.

—Pero yo sí —espeté—. No podría soportar que te hiciera daño.

—Ya me lo está haciendo, Kathia —remarcó con brusquedad—. ¿No te das cuenta?

Que vacía me sentí cuando decidió alejarse de mí.

De pronto, evoqué las manos violentas de Valentino, capturándome en la habitación. Tendiéndome en la cama y asfixiándome con su cuerpo.

«Mantente aquí, Kathia. Quédate con Cristianno», me ordenó mi fuero interno. Demasiadas cosas había tocado ya Valentino como para permitirle fisurar mi amor por Cristianno.

Salté de la mesa y me coloqué frente a él.

—Si ahora me voy contigo —dije—, se volverá loco y me buscará en cualquier rincón. No podremos ser felices y estaremos constantemente huyendo. No quiero huir, no quiero tener que esconder que te quiero. No es el momento, Cristianno. Lo sabes.

El rodeó mi muñeca cuando acaricié su mejilla. Besó la palma de mi mano y esperó con los ojos cerrados. No imaginé que aquel gesto me traicionaría y terminaría mostrándole a Cristianno lo que más deseaba ocultarle.

—¿Qué es esto? —preguntó descubriendo, al mismo tiempo que yo, un importante moratón en mi muñeca; tenía la forma de los dedos de Valentino y unos débiles aruñazos.

Quise apartarme, pero Cristianno no me dejó y retiró la tela de la manga para verlo con mejor. Me dio miedo ver cómo su mirada se oscurecía.

—Contesta —ordenó.

—Es una tontería. —Pero soné demasiado confusa y él continuaba investigando mi brazo y descubriendo que no era tan tonto. Tenía más marcas en el antebrazo.

—No soporto que me mientas, Kathia —gruñó.

—No es nada, Cristianno. Me di un golpe. —Tiré del brazo y me alejé de él tapándome los moratones.

Furioso, puso los brazos en jarras, me dio la espalda y resopló. Pero no fue un suspiro normal, estaba conteniendo la ira entre los dientes; incluso los escuché crujir.

Agaché la cabeza. Creí que podría ocultárselo. Eso dolor solo debía incumbirme a mí, por muy intenso que fuera. Sin embargo, Cristianno me conocía y no le resultó complicado imaginar la verdad. Descubrió lo difícil que fue aquel momento para mí y lo dispuesta que estaba a ocultárselo. Guardar ese secreto nos hizo tanto daño como su existencia.

Caminé hacia él y rocé su espalda, pero la caricia no fue bien recibida. Se retiró inmediatamente y me miró de reojo. Retrocedí unos pasos. Si Cristianno rehusaba mi contacto, entonces ya no me quedaba nada.

—¿Ahora me prohíbes que te toque? —Mascullé torciendo el gesto—. No eres justo conmigo, Cristianno.

Se dio la vuelta bruscamente y caminó hacia a mí.

—¿Que no soy justo? —masculló por lo bajo, con los ojos enrojecidos y poco húmedos.

Tuvo una sacudida antes de tirar las cosas que había sobre una de las mesas. Ahogué una exclamación cogiéndole de los hombros.

—¡Basta! —Clamé empujándole contra la pared—. ¿Qué estás haciendo?

—Dime qué ocurrió —gruñó, y yo solo pude darle silencio—. ¡Estás ocultándome algo que resulta más que evidente! —Terminó gritando.

—¡¿Y qué solucionaremos si te lo cuento?! —Le golpeé el pecho en un intento por empujarle. Cristianno me cogió de los brazos y me estampó contra él. Bajó la voz al volver a hablar.

—¿Qué te obligó a hacer? —Nunca creí que terminaríamos mirándonos de aquella manera.

Negué con la cabeza, abatida y deseando que aquel enfrentamiento terminara. Discutir con Cristianno me estaba destrozando, y más aún cuando ambos sufríamos por lo mismo. No nos merecíamos aquello. No nos merecíamos atravesar esa situación después del tiempo que habíamos pasado separados.

Me vine abajo por segunda vez ese día.

—No me hagas esto, Cristianno. —Sollocé, deshaciéndome en sus manos—. No me obligues a decirlo en voz alta,…por favor.

Aquella fue la primera vez en que vi a Cristianno desbordado. La furia en sus pupilas se mezclaba con la tristeza e hizo que su mirada se humedeciera. No lloraría, pero permitiría que yo le viera vulnerable.

Supe lo que estaba pensando. Supe que se culpaba por no haber encontrado la manera de protegerme y evitar aquel momento. Pero que sintiera esa culpa, no hizo más que aumentar la mía propia.

Cogí su rostro entre mis manos y me apegué a él apoyando mi frente sobre la suya. Él se dejó llevar un poco menos tenso.

—Enrico no lo permitió, mi amor… —admití. Cristianno ya sabía toda la verdad aunque no la hubiéramos mencionado en voz alta. Merecía saber que su hermano postizo me había librado de la culminación.

—Aun así fue doloroso.

—Sí, lo fue… —Pero no consiguió lo que quería.

—¿Crees que eso será suficiente?

—No —admití.

Cerré los ojos y me sumí en mis pensamientos, cabizbaja. Valentino terminaría por conseguirlo y esa idea terminó con conmigo. Que difícil sería los días a partir de ese momento.

Apenas me alejé unos pasos cuando Cristianno me rodeó con sus brazos. Se encargó de borrar toda la distancia entre nuestros cuerpo consumiéndome con aquel abrazo.

—Estoy contigo, cariño —susurró.

Gimió en mi cuello; un ronroneo quejoso y cargado de emociones. Le abracé con más intensidad, conteniendo las ansias de llorar, pero él terminó deshaciendo ese abrazo, solo para besarme.

CRISTIANNO

Fue muy doloroso despedirme de Kathia, ver cómo se volvía a alejar de mí… Pero lo fue mucho más descubrir que Valentino la había tocado. Había marcado su cuerpo con violencia y había provocado que Kathia y yo estuviéramos al borde del colapso. Jamás la habría abandonado de haber sabido que el asunto llegó a mayores, pero la simple idea de imaginarla sufriendo, de ver a Kathia tan desolada y avergonzada de sí misma, pudo conmigo. Me enloquecía pensar que tendría que pasar por aquello si no me daba prisa en sacarla de allí.

¿Pero cómo?

Dios, aquello era demasiado.

Se me erizó la piel de la nuca. Alguien me seguía. Mis manos se prepararon rápidamente, como si tuvieran vida propia y supieran que podría haber un enfrentamiento. El resto de mi cuerpo también se tensó, sabía que algo estaba a punto de suceder.

Desvié mi camino hacia los árboles del exterior del teatro para obtener ventaja. Mi instinto llevaba razón, de eso estaba seguro.

Un chasquido terminó de alertarme.

Deslicé mis dedos por el cinturón hasta la espalda. Enseguida, envolví el mango de la pistola y silenciosamente le quité el seguro.

Otro chasquido.

Me di la vuelta intentando apuntar cuando recibí una patada en el brazo. La pistola saltó unos metros a mi derecha y yo resbalé cayendo al suelo. En realidad, obtuve la suficiente ventaja desde allí abajo porque pude darle una patada en la rodilla al gorila que pretendía pegarme.

Sus huesos crujieron y, antes de que pudiera gritar, me lancé a por él y partí su cuello en dos movimientos. Empujé su enorme cuerpo sin vida.

Lo que no esperaba era que alguien apareciera tras de mí y me tapara la boca con un pañuelo húmedo.

«Cloroformo»

Sentí el peso de mis párpados y los cerré después de que me taparan la cabeza con una bolsa.