29

CRISTIANNO

El rocío del amanecer se me había pegado al cuero de la chaqueta y tenía las manos congeladas. Había salido a dar un paseo después de pasarme dos horas dándome cabezazos contra la almohada. Eso pasó alrededor de las cuatro de la madrugada.

Ahora la ciudad despertaba, y yo estaba sentado en el bordillo de la fontana, frente a mi edificio sabiendo que Kathia había dormido bajo el cielo de Roma. Me asfixiaba saberlo.

Una furgoneta blanca cruzó la plaza y se paró frente al quiosco de la esquina. El conductor se bajó y comenzó a descargar mientras el quiosquero le echaba una mano.

Me levanté y decidí volver y darme una ducha,… Pero su nombre me detuvo. Aquellos hombres estaba hablando de… Kathia.

Me acerqué al quiosco. El material aún no estaba colocado, pero la vi. Kathia y Valentino eran portada en todos los periódicos. La prensa utilizó las fotos de la fiesta de Adriano en el yate, las mismas en la que Valentino la sujetaba de la cintura.

La hija del prestigioso juez Angelo Carusso asistirá con su prometido, Valentino Bianchi, a la obra Madame Butterfly, en el Teatro delle Opera días antes de su ceremonia de compromiso.

Lo que sentí acabó con toda mi resistencia. El miedo a no encontrar la forma de estar con ella, a no llegar a tiempo e impedir que se casara con Valentino, me asoló. Prácticamente, acabó conmigo.

Salí corriendo hacia el Edificio, con las ansias de gritar subiendo por la garganta. Subí por las escaleras creyendo que el cansancio me distraería, pero fue inútil. Abrí la puerta de mi piso y me apoyé en ella en cuanto la cerré antes de tirarme al suelo hundir la cabeza entre las rodillas. Si esa era la situación que me esperaba —poder verla solo en los medios de comunicación—, entonces me daba por vencido.

—Esperaba poder contártelo antes de que lo vieras —dijo Enrico, apareciendo de pronto. Terminaba de bajar las escaleras cuando se sentó en el último escalón, mirándome agobiado.

Daba por hecho que había visto a Kathia en los periódicos, y no se equivocaba.

—Creía que estarías en la mansión —dije, sin llegar a mirarle de frente.

—Vine a ver a Sarah —reconoció, un tanto ruborizado.

—Y te quedaste con ella.

—El tema no soy yo, Cristianno, sino Kathia y su aparición en los medios. —Aquello era una forma elegante de retomar la conversación.

—No es la primera vez que aparece —dije, un poco a la defensiva.

—Lo sé, pero esta en especial es la más mediática. Lo han hecho para, digamos, fastidiarte.

Me había dado cuenta.

—Pues me han jodido muy bien —admití—. No sabes cómo me siento en este momento.

Habría sido capaz de cualquier cosa. Oscilaba entre la ira y la impotencia y no debería ser así. Joder, yo era Cristianno Gabbana. Daniela llevaba razón cuando dijo que siempre vencía, porque era la realidad. No debería estar consumiéndome por los rincones intentando buscar una solución a un problema que no debía serlo. Pero aquella batalla era bien diferente a todas las que había disputado. Aquello nada tenía que ver con tiroteos y enfrentamientos. Era mi amor por Kathia el que estaba en peligro… y no lo tiraría a la basura porque un maldito Bianchi o Carusso se lo hubiera propuesto. Cogería lo que era mío y me lo llevaría conmigo.

Noté el fuego hirviendo en mis ojos.

—Mírame, Cristianno —me ordenó Enrico. Porque él descubrió casi al mismo tiempo que yo lo que estaba ideando mi cabeza. Hubo unos segundos de silencio antes de que lo rompiera—. Ni se te ocurra aparecer en el teatro.

—¿Por qué? —Apenas le dejé terminar.

—Sabes muy bien porqué.

—Bien. —Fruncí los labios, complaciente.

Pero se dio cuenta de la enorme mentira.

—No te creo…

—Lo sé… —suspiré y me pasé las manos por la cara en signo de desesperación—. Necesito verla —admití en tono suplicante.

—Si te cazan, me pondrás en un aprieto.

—Tú lo has dicho, si me cazan. —Soné un poco cortante.

—Sabes que no será suficiente, Cristianno —murmuró refiriéndose a que con unos minutos junto a Kathia, no me quedaría satisfecho. Cierto, pero, al menos, me bastaría—. Después querrás otra y ahí vendrán los problemas.

—Habla por ti también, Enrico. —Le cacé desprevenido—. Es una situación difícil, ¿verdad? Desear estar con una persona y que te lo prohíban. Saber que está a solos unos metros y no poder tenerla, es duro.

—Sí, lo es. Lo sé

—¿Y cómo te sientes?

—No mezcles esto con lo que siento por Sarah, Cristianno —masculló—. Tenemos que mirar todos los factores.

Todos los factores. ¿Cómo se atrevía a decirme que él miraba todos los factores cuando había pasado la noche fuera de la mansión? Kathia era el factor más importante. El más transcendental en mi vida. Ella lo era todo, y estaba dispuesto a plantarme en el teatro y decírselo a la cara.

—Entonces ¿qué haces aquí? —solté, y enseguida me arrepentí de ser tan déspota con Enrico. No se lo merecía porque lo único que pretendía era protegernos—. Perdóname.

Tragó saliva, asintió y me puso una mano en el hombro. Después, se levantó y me ayudó a seguirle.

—Debo de estar loco, pero… ten cuidado —resopló consternado—. Evita que te vean, por Dios.

Fruncí el ceño, sorprendido y tenso al mismo tiempo. Enrico cedía…

—¿Me dejas ir?

—Irás de todas formas. —Hizo una mueca y me escrutó con la mirada—. No puedo reprocharte algo que yo también haría. —Se dio la vuelta, con la intención de marcharse, sabiendo que me dejaba completamente atónito. Enrico—. Vigila tus movimientos, Cristianno.

KATHIA

Nadie me dijo que ese día sería portada de todos los periódicos de la ciudad junto a Valentino, que mi nombre poblaría todos los titulares, ni que habría una maldita ceremonia de compromiso. Sin embargo, fui lo bastante lista para darme cuenta de los diversos mensajes tácitos que me había dejado mi maldita familia sobre la mesa de la cocina.

No había nadie en la mansión cuando desperté y pensé que tendría un desayuno tranquilo hasta que vi mi cara en la prensa escrita. Mentiría si no admitiera que fue absoluta la sorpresa, casi tan grande como la ira que me produjo sentirla. Odié que aquellas putas ratas consiguieran lo que se habían propuesto: perturbarme hasta el punto de masticar la impotencia.

Corté el agua y salí de la ducha.

¿Habría visto Cristianno mi aparición en los medios? Si así era, ¿habría entendido la provocación? Miré al techo; solo me quedaba suplicar que no entrara en el juego que habían dispuesto mis padres.

Me miré en el espejo. Creí que la ducha sería capaz de aliviar los signos de la horrorosa noche que había pasado, pero me equivoqué. Apenas quedaban doce horas para el evento y no me sentía con fuerzas de asistir, pero sabía que no tenía alternativa. Tendría que embutirme en aquel vestido, poner buena cara y fingir que estaba completa y absolutamente enamorada de Valentino. La gente lo veía bien fácil porque no conocían al chico que se escondía tras aquella hermosa cara. Siempre le había valorado y admirado. Mientras que a Cristianno le temían y respetaba, deseándole en silencio. Todo el mundo en aquella ciudad, pensaba en Valentino como el perfecto hombre para sus hijas, y en Cristianno como el perfecto amante en las noches más oscuras e íntimas de cualquier mujer.

Suspiré y me puse el albornoz. Todo el caos que habitaba en mi cabeza habría sido silenciado por Enrico de haber estado en la mansión. Él, con su sabiduría y sensatez, me habría mirado y con una sola sonrisa lo habría solucionado. Pero cuando llamé a su habitación no abrió nadie. Sabía que madrugaba bastante y se iba temprano por la mañana, pero tuve la sensación de que no había dormido allí. Recordé su confesión. Tal vez, había pasado la noche con Sarah…

Salí del lavabo y ahogué una exclamación. Valentino estaba sentado en mi cama, extrañamente tranquilo. Empezó observando mis pies y fue deslizando su mirada por mi cuerpo de una forma muy inquietante, lenta, cuidadosa. Nunca antes le había visto así, tan premeditado y seriamente reprimido.

Entonces, recordé sus palabras días antes. Tarde o temprano, tomaría de mí lo que creía suyo y no le importaría mis decisiones. Eso me llevó a preguntarme mil veces porque no había actuado cuando tuvo la oportunidad en Pomezia. Allí nadie podría impedirlo, ni siquiera yo misma. Pero no hizo nada. Apenas me besó. Y, sin embargo, ahora…

Esa posibilidad me contrajo el vientre bajo un súbito temor.

Tragué saliva.

—¿Qué haces aquí? —pregunté intentado sonar relajada. Ambos supimos que no lo conseguí.

—Vengo a ver a mi prometida. —Habría sonado menos espeluznante si no se hubiera levantado.

Con aquel movimiento, confirmé que todas mis reflexiones estaban en lo cierto. Mis instintos se pusieron en alerta de inmediato y le miré asimilando que aquella versión de Valentino era nueva para mí.

—Ya me has visto. Ahora, lárgate. —Era hora de moverse, pero, cuando lo hice, Valentino me cortó el camino colocando una mano en la pared.

Me quedé mirándole con expresión confusa y barajando las posibilidades que tendría de escapar. Tan solo había un par de empleados en la mansión y no estaba muy segura de sí me escucharían. No tenía muchas salidas, más que intentar salir corriendo.

Cogió aire antes de acariciar mis labios con la mano que le quedaba libre. Me apegué todo lo que pude a la pared, sosteniéndole la mirada y ahogando inútilmente el miedo que me trasmitía. No me perdonaría jamás que Valentino tomara lo que le pertenecía a Cristianno.

—Siempre me he preguntado cómo sería… —No le dejé terminar.

—Ni se te ocurra decirlo, Valentino. —Me precipité en mis palabras sabiendo que me exponía mucho más al mostrarle que sabía de sus intenciones.

Él sonrió y guio sus dedos un poco más abajo, hacía mi clavícula. Se detuvo un segundo y continuó bajando peligrosamente.

—Tienes miedo… —murmuró un tanto absorto.

—Aléjate de mí, por favor. —Me asfixiaba, y la sensación fue creciendo conforme su caricia bajaba.

—¿Y qué dirás cuando tengas que dormir en mi cama todas las noches de tu vida? —Quiso saber, tomando el nudo de mi albornoz.

Miré al techo rogando que todo aquello terminara.

—Nadie dijo que sería para siempre —mascullé—. Que me obliguen a casarme contigo no significa que cumpla como esposa. Ni siquiera he salido de la adolescencia.

—Sin embargo, si cumples con Cristianno.

¿Qué coño quiso decir con eso? Yo no tenía que cumplir con Cristianno porque a él le deseaba. Le amaba y cada segundo a su lado era lo mejor que viviría en toda mi vida. Nada ni nadie podía compararse con Cristianno. Sencillamente, no estaría a la altura.

—No… le menciones. —Y arremetí contra él creyendo que podría huir.

Valentino me capturó cogiéndome del cuello y me embistió contra la pared. Gemí al notar el golpe, pero enseguida me concentré en sus dedos sosteniendo aun mi garganta. Se acercó de un modo cruel.

—Podría soportar que pensaras en él… —murmuró mientras deshacía el nudo del albornoz. Ahora ya nada le detendría.

—Yo no… —tartamudeé sin saber muy bien que decir.

¿Qué pensaría Cristianno de mí si descubría todo aquello? ¿Qué sucedería después? ¿Qué parte de mi fuero interno sacrificarían las caricias de Valentino?

La mano que apresaba mi cuello se encargó de taparme la boca. Supo que gritaría y no iba a permitirlo.

—No te haré daño si me dejas hacer, amor… —me dijo al oído antes de empezar a besar mi hombro.

Un instante más tarde, empezó el forcejeó. Valentino quería más de mi cuerpo y me tocó ignorando que la repulsa incluso me hizo comenzar a llorar. Todos mis gritos murieron entre sus dedos y todos mis empeños desaparecieron entre sus violentas caricias. Me hacía daño y no le importaba.

La situación alcanzó su punto más álgido cuando me lanzó a la cama. Conforme caí, silenció mis replicas con un fuerte bofetón. No fue más agresivo que los anteriores —no quería marcarme para el evento de su padre—, pero sí que escoció.

Tiró de mis piernas y se tumbó sobre mí volviendo a taparme la boca. Su peso me oprimió.

—No lo hagas más difícil, Kathia… —No le afectó mirarme a los ojos y ver que lloraba desesperada—. Si tan solo pudieras amarme un segundo como le amas a él…

Cerré los ojos.

«Lo siento, mi amor», dijo mi alma sabiendo que se acercaba el momento. Me sentí muy lejos de Cristianno. Tanto, que ni siquiera pensarle fue suficiente.

De repente, todo terminó. Reparé en que la dominación del cuerpo de Valentino desaparecía y me permitía volver a respirar. A esa sensación le siguieron unas protestas, y abrí los ojos.

—¡¿Qué coño crees que estás haciendo?! —Enrico siempre me había causado una impresión majestuosa al verle, pero aquella vez, tan solo oír su voz, me desbordó.

Me incorporé aprisa y me aovillé en una esquina de la cama cubriéndome con el albornoz. Las lágrimas y los jadeos no me dejaron ver cómo mi cuñado echaba a Valentino con violencia de la habitación y venía hacia mí.

Temblé al notar como me arrastraba hasta su regazo y me envolvía entre sus brazos. Me derrumbé, aferrada a sus hombros con dureza y absolutamente superada.

—No se lo digas a Cristianno… —Me permitieron decir mis sofocos.