SARAH
Al día siguiente, Graciella y Patrizia me convencieron para salir a hacer unas compras y cenar fuera. No me apetecía y el día encapotado tampoco acompañaba, pero me vi incapaz de negarme. Lo hacían por mí, porque me había pasado las últimas horas deambulando por el piso callada, sin dejar de pensar en lo cerca que estuvo Enrico de besarme y en lo decepcionante que fue verle marchar.
Conforme estaban las cosas en el Edificio, con la horrible muerte de Fabio Gabbana reciente y la traición de un importante aliado de la familia, como lo habían sido los Carusso, salir a pasear y aparentar normalidad era bastante insensato.
Pero aquellas mujeres podían presumir de saber leer los pensamientos de las personas, y el mío no se les había escapado. Decidieron que lo mejor era que nos diera el aire.
—Si sigues callada —comenzó Patrizia—, tendré que sacarte las palabras a tirones, niña.
Sonreí mientras Graciella saboreaba un Martini blanco. Alzó la cabeza, miró a su cuñada, risueña, y le guiñó un ojo.
—No pasa nada, Patrizia, en serio —dije—. Es solo que… estoy algo… cansada.
—¡Ay, no querida! Nada de mentiras —protestó Graciella—. No las soporto.
—¡No estoy mintiendo! —exclamé. Sí, estaba mintiendo, y mucho.
Ambas me miraron, incrédulas.
—Porque no nos hablas de él… —se aventuró Patrizia, y yo me declaré en cuanto tragué saliva.
«Genial.»
Regresé a la biblioteca y al momento en que su aliento rebotó entrecortado en mis labios…
Me arrepentí de suspirar al ver que las mujeres sonreían con una malicia divertida. Ellas sabían que había algo entre Enrico y yo, era una tontería retrasar esa conversación.
—Porque si lo digo en voz alta, entonces será mucho más real… —admití cabizbaja—… Y es una historia imposible.
Patrizia Nesta puso los ojos en blanco. Me había dado cuenta de que para ella las cosas imposibles no existían. Era una mujer de carácter, segura de sí misma y de sus tremendas posibilidades. Le molestaba que los demás vieran improbable lo que para ella no lo era.
Pero no fue Patrizia la que habló.
—No la quiere, Sarah. —Interrumpió Graciella antes de mirarme categórica. Tuve un espasmo al verla tan seria, y su cuñada le siguió—. Conozco a ese muchacho desde que nació. Le he criado, prácticamente es mi hijo, y le conozco.
—¿Qué pretendes decirme, Graciella? —pregunté agarrotada.
—Nada. No disfrazo mis palabras, Sarah. —Se tomó unos segundos para sorber de su copa, volver a dejarla en la mesa y hacer un gesto de absoluto control sobre lo que decía—. Ahora haz lo que te plazca con ellas.
Negué con la cabeza, repentinamente abrumada. No podía llegar a la vida de Enrico y perturbársela con mi deseo por él.
—Esto no funcionará… —Confirmé mis sentimientos.
—Permite que él también decida… —medió Patrizia, acariciando mi mano.
Una hora más tarde, salimos del restaurante. Tras aquella conversación no volvimos a mencionar a Enrico. Me sentía muy cansada y confundida con todo lo que me estaba pasando.
La lluvia interrumpió nuestro regreso a la altura de la Piazza Colonna, pero decidimos continuar a pie, ya que el Edificio quedaba a solo unas calles de allí.
Entonces, me detuve hipnotizada por la estatua de San Pablo coronando la columna de Marco Aurelio. La observé dibujándose entre la niebla, impune al agua que le caía encima. Qué imagen más maravillosa.
—¡Sarah! ¡Vamos! —gritó Graciella a unos metros de mí.
Pero no me moví. La hoja afilada de un cuchillo acariciaba mi garganta.
Un brazo enorme me rodeo el torso, oprimiendo mi pecho. Me empujó hasta que mi espalda quedó pegada a su cuerpo y después se acercó a mi pelo y absorbió el aroma con fuerza.
—Si te mueves, te abriré la garganta. —Aquel ronroneo… Le distinguí.
—Vladimir.
—Me encanta como pronuncias mi nombre —alardeó.
Dios mío… Mesut Gayir me había encontrado.
—Sarah, Sarah… eres muy escurridiza, ¿lo sabías? —Escuché su perversa sonrisa antes de verle.
Se me heló la sangre y el miedo comenzó a amontonarse en mi boca. Rogué que las Gabbana hubieran optado por seguir caminado.
—Querida, estás increíble. —Fue sincero.
—¡¿Quién demonios eres?! —gritó Graciella, y mi fuero interno maldijo—. ¡Quítale las manos de encima, malnacido!
Mierda. Graciella no sabía que con aquella intervención complicaba las cosas. Con ellas de por medio, toda mi concentración estaba en protegerlas. No quería ni pensar en la posibilidad de que pudiera pasarles algo.
Mesut las miró a ambas, deleitándose un poco con la apariencia de Patrizia, que curiosamente le sacaba casi una cabeza.
—Cogedlas, a las tres —ordenó, lo que significa que no dejaría títere con cabeza.
—¡¡¡No!!! ¡¡¡No, por favor!!! —Chillé, revolviéndome entre los brazos de Vladimir, aun a sabiendas que podría rebanarme el cuello—. ¡Mesut, ellas no tienen nada que ver! ¡Deja que se vaya!
—Me encanta que supliques. —Acarició mi mentó—, estás tan… sexy.
—Por favor, Mesut. Haré lo que quieras, lo juro —rogué con los ojos empañados. Vi de soslayo que dos tipos inmovilizaban a Graciella y Patrizia por los brazos.
—¿Lo juras? —Ladeó la cabeza.
Una ráfaga de viento me mojó la cara cuando asentí. Ni siquiera era consciente de que respiraba, lo único que quería era poner a salvo a las Gabbana. Pero, sorprendentemente, ellas estaban más preocupadas por mí que por su integridad.
—Por qué será que no te creo, Sarita —susurró Mesut, malévolo—. Si me las llevo conmigo, me aseguraré de que los Gabbana acepten un encuentro.
—Siempre puedes utilizarlas de mensajeras —sugerí. Algo que le sentó fatal a la madre de Cristianno—. Podrían darle el mensaje al Gabbana que tú quisieras.
Mesut alzó una ceja. Le había convencido.
—Eres lista, Sarah. —Mantuvo mi mirada hasta que logró que se la retirara—. Bien, que se vayan. Informaréis a Silvano; decidle que quiero verle. Él sabrá qué lugar he escogido. ¡Ah, lo olvidaba! Que Enrico asista. Después de todo, él fue quien te sacó de Tokio, ¿no es así?
Su nombre me atravesó, llenándome de desesperación. Habría dado cualquier cosa por poder lanzarme a Mesut y arrancarle el corazón con mis propias manos, pero ni siquiera me planteé la opción con un cuchillo en la garganta. Debía mantener la calma para que Mesut no descubriera que Enrico era mi punto débil. Me aniquilaría a través de él y, seguramente, me obligaría a ser testigo de las torturas.
De repente, Graciella se abalanzó hacia el turco y le plantó cara.
—¿Por qué deberíamos informar a mi esposo? —quiso saber.
—¿Prefieres que me reúna con tu hijito, Cristianno? —Atacó Mesut—. ¡Por mí genial!
No, Cristianno no, por favor.
—Mire, gusano, nadie, absolutamente nadie, amenaza a los míos delante de mis narices —masculló entre dientes.
Él soltó una carcajada y miró a sus hombres.
—Tiene pelotas, la anciana. ¡Cuidado señora! Siempre puedo cambiar de idea. Podría cortarla en trocitos, meterla en una caja de zapatos y entregársela a su querido marido.
Graciella ni se inmutó al escuchar aquello. En cambio, yo casi pierdo el conocimiento. Mesut era capaz de eso y más.
—¡Basta, Mesut! —grité y miré a Patrizia.
—No le tengo miedo —protestó Graciella.
—Informaremos a Silvano —intervino su cuñada sin dejar de mirarme. Había captado mi mensaje y supo que si no optaban por marcharse, ninguna tendría una oportunidad.
—Buena chica. —Le sonrió Mesut.
—No sabes dónde te has metido —dijo ella, arrogante—. O puede que sí…
—La idea de pasarme toda la noche hablando bajo la lluvia me resulta de lo más tentadora, pero quiero zanjar este problemilla lo antes posible, encanto —inquirió Mesut—. Ciao, bellas. Se dice así, ¿no?
Las dos mujeres se quedaron mirándome mientras Vladimir me arrastraba hacia un callejón. Negué con la cabeza para transmitirles un sosiego que no tenía.
—¿Qué vas a hacer? —pregunté.
—Primero, quiero hablar cara a cara con Enrico Materazzi —dijo Mesut, estampándome contra la pared.
Si a Enrico le sucedía algo…
—No te acerques a él —espeté temerosa, y enseguida me arrepentí. Si no media con cautela mis palabras, mi muerte sería más espantosa.
Pero dejé de pensar en mi integridad en cuanto le entrecerrar los ojos, analizándome, llenándose de toda la información que albergaba mi cabeza… y corazón.
—Que romántico —me susurró al oído—. Que rápido ha logrado que le ames.
Tragué saliva e intenté evitar su mirada, pero Mesut me capturó del cuello y apretó conteniendo las ansias de matarme allí mismo. Ambos supimos que se deleitaría con mi dolor, pero que aquel no sería mi final.
—Pongo en duda que un hombre como Enrico Materazzi pierda el tiempo con una fulana como tú —paladeó entre jadeos. Aquello empezaba a excitarle—. A menos, claro, que te quiera en su cama.
Contuve un gemido y cerré los ojos. Había intentado esconderle mis sentimientos y fracasé. Había intentado proteger a Enrico y también fracasé. Solo me quedaba rendirme a la evidencia y rezar porque él fuera mucho más listo que yo y pudiera huir del turco.
No vi venir la agresión y me desorienté al reconocer que el cuerpo de Mesut había evitado la caída al suelo. Me ardía la cara y noté como una extraña humedad me recorría la barbilla. Creí que era saliva hasta que saboreé la sangre.
Mesut no se detuvo ahí. Se alejó de mí y me dio un rodillazo en el estómago. Esta vez sí caí, y aprovechó para darme una patada que me dejó noqueada. Se arrodilló a mí lado, me cogió del pelo y tiró.
—Esta noche morirás.
CRISTIANNO
Abrí los ojos de golpe cuando mi hermano Diego entró en la habitación, histérico, dando golpes y encendiendo la luz. Me incorporé de súbito con una buena retahíla de improperios que soltarle, pero, recapacitando, que entrara fue lo mejor que pudo pasarme. Apenas hacia una hora que me había acostado, urgido por dormir un rato, pero no logré más que dar tumbos en la cama.
—¿Qué pasa? —pregunté, levantándome.
Diego me lanzó varias prendas de ropa y yo obedecí a su exigencia tácita vistiéndome deprisa.
—Mesut ha raptado a Sarah. Mamá y tía Patrizia estaban con ella. —Su laconismo lo dijo todo.
—¡¿Qué?! ¿Dónde están? —Casi grité.
—Tranquilo, están bien. Están abajo con la abuela.
Entrecerré los ojos y apreté la mandíbula estrujando el jersey con mis manos. Ese hijo de puta se había atrevido a amenazar a mi madre y a mi tía y había secuestrado a Sarah. Más le valía disfrutar de aquello, porque sería su última noche.
Introduje los brazos en las mangas del jersey mientras me dirigía al ropero.
—Has adelgazado, que lo sepas —dijo mi hermano, atento a mi vientre. Enseguida lo cubrí con la tela.
—¿Y qué importa? —Cogí mi arma y varios cargadores. Con ese hombre, nunca se sabía lo que podía ocurrir y era mejor ir precavido—. ¿Se sabe algo de Sarah? ¿Le han hecho daño o no?
—Lo único que sé es que está en Eternia. Papá ha recibido una llamada de Luigi y le ha dicho que Mesut nos espera en una de las salas VIP.
Mierda. Tratándose de un jueves, la discoteca estaría a tope de universitarios y turistas. Aquello sería un caos si las cosas se ponían feas.
—Tiene especial interés en hablar con Enrico —añadió.
Claro que lo tenía, Enrico fue la persona que sacó a Sarah de Tokio. Me pregunté cómo habría reaccionado él antes el problema; estaba claro que entre Enrico y Sarah había algo.
—¿Dónde está?
—Va de camino con papá, Emilio y nuestros hombres —dijo mientras salíamos al pasillo—. No podemos arriesgarnos a un tiroteo con el local abarrotado de gente. Ya hemos advertido a Luigi y tiene a sus chicos preparados. La zona VIP está despejada de civiles.
—Bien. Solo espero que las cosas no se compliquen. No me gustaría poner a Sarah en peligro.
Mauro esperaba en el garaje, apoyado en su Audi R8 rojo con los brazos cruzados sobre el pecho y con una sonrisa maliciosa.
—¿Listo para la juerga? —bromeó porque aquel era el mejor modo de no perder la calma.
—Por supuesto, compañero.
—Iré tras de ti —dijo.
Él fue el primero en salir.
* * *
Bajé las escaleras de la discoteca esquivando a la gente que se agolpaba enloquecida con Marilyn Manson y su Tainted love. Era extraño que se escuchara aquel tipo de música en nuestro local, pero Luigi (el encargado) solía organizar alguna que otra fiesta oscura, como él decía, para animar al público gótico. A su parecer, esas canciones provocaban y excitaban a la gente; los pervertía, por así decirlo. Así consumían más. Sonreí para mis adentros al recordar cómo me lo explicaba. El tío era un loco libidinoso y satánico.
Era casi imposible avanzar entre tantos cuerpos frotándose unos con otros; puede que Luigi, después de todo, tuviera razón. Tanta que hasta mi primo cayó en sus redes.
—¡Oh, nena! Si sigues así, me veré obligado a hacértelo ahí mismo —dijo, acercándose a la chica.
—¿En serio? Mmm… —jadeó ella.
—Vale, tú lo has querido.
Una vez más se dejaba atrapar por una bailarina. Esta vez, mucho más atractiva, exuberante y algo más desnuda. La chica se agachó, abrió sus piernas y volvió a subir colocándole a Mauro el trasero en la boca. Este cerró los ojos, excitado. Después, la cogió y la obligó a acercarse a él. Ella se tumbó en la tarima y tiró de mi primo.
Arqueé las cejas en cuanto vi cómo se comían la boca el uno al otro.
—¡¿Pero qué coño está haciendo?! —exclamó mi hermano al ver a su primo.
—Me cago en la puta —murmuré decidido a acercarme antes de que lo hiciera Diego. Besar a esa chica habría sido lo último que haría en la vida.
Mauro bufó y tragó saliva mientras un grupito de chicas me miraba, ansiosas y parloteando entre ellas.
«Genial», pensé devolviéndoles la mirada, irritado.
—Nena, dame un rato —jadeó Mauro, enrojecido.
—Me reservaré para ti, amor —susurró la bailarina dándole un beso en la boca.
Se resistió a marcharse, pero terminó siguiéndome. No obstante, consiguió terminar de crisparme los nervios con sus suspiros de lobo en celo.
—Dios, se lo habría hecho ahí mismo —dijo en cuanto llegamos a la pista principal, en el piso inferior.
—Macho, corta el rollo —protestó Diego.
Pero no presté atención. Era demasiado extraño que me sintiera tan incómodo estando en mi territorio y bajo la atención de todas aquellas chicas. Ellas listas para ofrecerme sus atributos, para dejarme hacer sin tapujos. Yo obsesionado con el recuerdo de la noche en que Kathia piso aquella pista, vestida de azul y poniéndome condenadamente difícil mantener mi cuerpo estable.
Volví a la realidad.
—¿Pero qué culpa tengo yo que no te comas una rosca? —continuó Mauro.
—¿Y tú que mierda sabes? —protestó Diego.
—¿Enserio? ¿Tengo una nueva prima?
—Joder, queréis cerrar la boca —me quejé.
Entramos en el pasillo de los reservados VIP. Uno de los guardias de seguridad que vigilaba se acercó a nosotros con semblante serio. Asintió con la cabeza y sonrió de medio lado, lo que significaba que, allí dentro, la fiesta estaba a punto de empezar.