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CRISTIANNO

Estaba sentado en el bordillo de la baranda de la terraza cuando la puerta de mi habitación se abrió con sigilo. Mauro entró caminando de puntillas y mirando a su alrededor sin saber que yo le observaba.

Sonrió y salió a la terraza. Tiritó en cuanto sintió la fría brisa de la madrugada.

—Deberías ponerte algo y dejar de exhibirte —murmuré al ver que solo llevaba los pantalones de pijama.

—Soy un tipo duro. —Tembló.

—Ya. —Hice una mueca—. Pero los gilipollas también pillan pulmonías

—Vale, papá —dijo con sorna antes de entrar en la habitación y coger una camiseta. Volvió a salir a la terraza y abrió los brazos, sonriente—. ¿Contento? —preguntó alzando las cejas.

Le guiñé un ojo y le extendí el cigarro en cuanto tomó asiento a mí lado. Se recreó dándole una calada.

Miré la ciudad. El mundo seguía su curso mientras nosotros estábamos atrapados en una situación de la que nadie estaba seguro si saldríamos impunes. Ni siquiera sabíamos si algunos vivirían para contarlo.

Mauro me miró, entrecerrando los ojos como hacia siempre que me analizaba. Sabía porque mi primo estaba allí. Era medianoche y no podía soportar esperar a la mañana para hablar conmigo sobre el regreso de Kathia. Pero esperó.

Esperó a que yo decidiera si quería hablar.

Mientras tanto se decantó por otro tipo de conversación y eludir, por el momento, lo que realmente le importaba.

—Tu cuñadita, Paola, la ha vuelto a cagar —resopló, soltando el humo.

—¿Qué ha hecho esta vez?

—Le preguntó a Sarah lo que cobraba por sus…

—¡¿Qué?! —exclamé entre susurros, interrumpiéndole. El balcón de mis padres quedaba al lado y no quería despertarles—. Hija de la gran… Pero ¿cómo coño puede estar mi hermano con esa zorra?

Mauro soltó una sonrisa muy similar a un bufido y se tumbó en el bordillo utilizando el brazo de almohada.

—Porque es rica, porque su padre es el comisario general de la policía de Sicilia y porque los beneficios son acojonantes si hermanamos nuestros clanes casando a tu hermanito con esa… chica —explicó con sorna antes de pasarme el cigarrillo; solo le quedaban unas caladas de vida—. Ya sabes que los Mirelli son una familia muy importante en Italia.

Llevaban tres generaciones dominando la policía de Sicilia. Su estilo de mafia era más tosco —tan solo se limitaban a la extorsión, narcotráfico, armas…—. Nada que ver con lo que nosotros movíamos, pero eran un clan muy influyente. Si nos hermanábamos, los Carusso perderían una importante relación y lograríamos terminar con un asunto que llevaba pendiente cerca de veinticinco años. Una deuda que mi padre tenía con Leo Materazzi, el padre de Enrico.

—Qué más da —repuse, asqueado y pensando en el final que tendría Paola.

Seguramente, se suicidaría cuando viera que su familia lo había perdido todo y que ya no le queda nada. Ella era una mujer muy materialista y no sabía querer. No le importaba nada que no fueran los lujos o las fiestas de derroche y posición. Ni siquiera amaba a su madre. Si no tenía dinero, no querría vivir y para nosotros ese pensamiento significaba una preocupación menos.

—Cristianno, te noto muy espeso. Todo ese rollo de fingir que somos amigos de los Mirelli es por lo que le hicieron a los Materazzi en Milán, ¿recuerdas?

Era cierto, estaba algo espeso.

—Sí, claro que sí —dije pestañeando.

Cogí aire y me tumbé al lado de Mauro.

—Es más, la idea fue prácticamente tuya —añadió.

—Lo sé, pero no creí que Valerio aceptara casarse con Paola.

—La mejor manera de vengarse es desde dentro, ¿no? No creo que a tu hermano le importe mucho casarse. Seguirá viendo a sus amiguitas. Y además, Paola está muy buena, podrá tirársela cuando quiera.

Paola era una tía de metro ochenta, morena y con unos ojos castaños muy traicioneros. Tenía un cuerpo escultural, pero, para mi gusto, le faltaban caderas y le sobraba pecho. Sí, estaba muy buena y podía hacer grandes cosas en la cama, pero dudaba que Valerio hubiera encontrado algo de autenticidad en ella.

Mauro suspiró y se quedó mirando el cielo, pensativo.

—Piensas ir, ¿verdad?

Genial. Conciso, directo, sin espacio para la duda: así era la relación entre mi primo y yo.

Resultaba extraordinario que nos conociéramos tanto.

Me incorporé encogiendo las piernas. Había meditado mucho si ir o no al teatro a ver a Kathia.

—Sí —suspiré y cerré los ojos imaginando como sería volver a tenerla delante.

—Te cubriré.

—¿No piensas decirme que es una locura, ni nada por el estilo? —Entrecerré los ojos esperando un reproche que no llegó.

—No.

—¿Por qué?

—Porque yo haría lo mismo en tu lugar. —Mi primo no hablaba con esa rotundidad, a menos que estuviera realmente seguro de lo que iba a decir. Y me dejó bastante sorprendido descubrir que estaba dispuesto a albergar ese tipo de sentimiento por alguien.