CRISTIANNO
Alex salió disparado del garaje del Edificio en cuanto la puerta se abrió. Atravesó la Fontana di Trevi con su Ducatti, sin importarle la gente que estuviera en la plaza, y tomó su ruta por la Vía Vicenzo Lucchesi.
Mauro y yo, optamos por tomar la Via del Corso en el Bugatti para desembocar en una Piazza Venezia atestada de tráfico y gente y que no dudamos en cruzar.
Entre gritos y reclamos, la voz de Alex surgió del inalámbrico del coche.
—Chicos, estoy en Monte Esquilino, ya veo el Coliseo.
El rugido de su moto retumbó en el altavoz.
—Nosotros nos acercamos al Fori Imperiale. Bordearemos el Coliseo hasta la plaza —dijo Mauro.
—Bien, yo iré por detrás.
Derrapé frenando al mismo tiempo para detener el coche en mitad la plaza del Coliseo y poder calcular el perímetro. Apenas sabíamos cuántos guardias acompañaban a Luca. Bajamos del coche, echando manos a nuestras armas, y empezamos a caminar agazapados mientras la gente se apartaba de nuestro camino, atemorizada.
Pude ver a Daniela unos metros delante de nosotros. Luca iba delante con dos tipos al lado y otro más que tiraba de mi amiga. Aparentemente no había más oposición que aquella, pero, aun así, miré alerta en rededor y señalé a Mauro.
—Atento, Mauro —le indiqué la dirección de Dani—. Tenemos compañía.
Me guiñó un ojo a modo de respuesta y aceleró el paso. Segundos más tarde, Luca se encontró con dos armas apuntándole la cabeza.
Sus esbirros se armaron y enseguida formamos un círculo de hombres dispuestos a un tiroteo. Joder, sería el segundo en una semana.
Qué mal que estaban las cosas…
Luca tiró de Daniela, presionó su costado con una pistola y tragó saliva. El muy cabrón ni siquiera estaba seguro de lo que hacía. Tenía miedo, y ese temor se intensificó en cuanto me miró. Pero yo estaba más concentrado en los ojos aguamarina de mi amiga. Había llorado, la habían maltratado y temblaba de miedo. Me impacientó tenerla tan cerca y no poder tocarla.
Necesitaba ponerla a salvo cuanto antes.
Miré a mi primo, pero él ni siquiera se percató; estaba demasiado atento al rostro de nuestra amiga.
—Bien, ¿quién es el guapo qué va a explicarme porque cojones mi amiga tiene una arma apuntándole? —pregunté con aire sonriente. Necesitábamos calmar a Daniela y emplear un tono desenfadado era un buen comienzo.
—Estás en minoría, Cristianno. —Luca intentó parecer seguro de sí mismo. Por supuesto, no lo consiguió—. Así que procura no ser arrogante, querido.
—¿Arrogante, yo? Me ofendes, Luca —dije mordaz.
Me enorgulleció que Dani empezara a sentirse tan convencida de su seguridad y que los guardias que nos apuntaran estuvieran tan indecisos. Nos aventajaba, y eso lo sabíamos todos.
—¿Tienes el valor de vacilarme sabiendo que puedo matar a Daniela en cualquier momento? —continuó Luca. Ahora le temblaban las manos.
—No, no lo harás —masculló mi primo.
—Y tanto que no, Mauro —repuse.
—¿Quieres saber por qué? Porque antes de que te des cuenta, tendrás un tiro atravesándote la cabeza. —Me encantaba escuchar a Mauro hablar de esa forma.
—¿Te he dicho alguna vez que eres el puto amo? —bromeé, mirándole de soslayo.
—Pocas veces, la verdad —dijo engreído, torciendo la boca.
Solté una carcajada y aproveché para guiñarle un ojo a Dani. Ella captó nuestro juego casi de inmediato: jugar como niños, luchar como hombres.
—Te lo diré constantemente, ¿de acuerdo?
—¡Basta! —gritó un esbirro.
—¡Eh, no grites, cariño! —le sugirió Mauro, con total tranquilidad.
—Nos conoces, Luca —añadí—. Sabes que no dudaremos y que somos muy buenos en esto. Has perdido en el instante en que hemos aparecido.
Saltó una risa melancólica. Estaba recordando tiempos mejores y supe, por su mirada, que comenzaba a arrepentirse de habernos traicionado. No había logrado nada y terminaría tan muerto como los demás.
—Siempre juntos, ¿eh, chicos? —sonrió Luca.
—Hasta el final —matizó Mauro.
—Claro, pero… ¿y los demás? ¿Dónde está mi novio? —Sonrió y le susurró a Daniela—: ¿Dónde está el tuyo, reina?
—En algún lugar, fuera de tu vista —gruñó ella.
Cuando Luca volvió a mirarnos, terminó de desaparecer el chico con el que nos habíamos criado. Por más que intenté buscar algo que me recordara a él, no encontré nada. Ni siquiera, su mirada o su risa.
—Por supuesto —resopló jocoso—. ¿Sabes qué voy a hacer? Me llevaré a Dani conmigo y vosotros os quedaréis justo donde estáis. Porque sabéis que no he venido solo. Tengo a diez hombres más vigilando la zona. No soy tonto
—Pero mientes muy mal —dije, ladeando la cabeza.
Le conocía muy bien y sabía que aquello era un trepa. De lo contrario, ya lo habríamos notado.
—Acabemos con esto, Luca. Entréganos a Daniela —dijo mi primo.
—¿Pensáis matarme delante de toda esta gente?
—Dado el caso, ¿crees que nos importaría? —Fruncí el ceño. Si Luca no sabía a esas alturas que me importaba una mierda la gente, entonces es que nunca me había conocido del todo.
—No, Cristianno, hoy no moriré.
—Que equivocado estás —gruñó Alex apareciendo tras de él.
Le dio un codazo en la mandíbula y tiró a Daniela al suelo para que Mauro y yo pudiéramos deshacernos de los esbirros sin tener que preocuparnos por su integridad. Los aniquilamos rápidamente y enseguida fuimos a por Daniela.
—¿Estás bien? —pregunté cogiéndola de la cara.
—¿Te han hecho daño? —dijo Mauro.
—Sacarme de aquí, por favor —contestó Daniela, cogiéndonos del brazo—. Quiero salir de aquí.
De repente, escuchamos un disparo. Miré a Alex con temor, creyendo que Luca había encontrado la forma de dispararle y herir a mi amigo. Pero no fue así. Era Luca quien estaba en el suelo, con un tiro en el pecho,… y Eric apuntándole a solo un metro de distancia.
Me dejó atónito lo que acaba de suceder. Habíamos decidido no avisar a Eric para que no sufriera y, sin embargo, allí estaba,… sosteniendo el arma que terminaría con la vida de… su novio.
Eric se acercó y observó cómo Luca convulsionaba rozando la muerte.
—Eric… —balbuceó—. ¿Por qué lo has hecho, mi amor?
Tragué saliva al ver como mi amigo apretaba la mandíbula, lleno de rencores y decepción. Después, me miró.
—Cristianno, creo que ahora es el mejor momento para preguntar, ¿no crees?
Comprendí a lo que se refería casi al instante. Dejé a Daniela entre los brazos de Alex y me acerqué a Luca descubriendo que la bala le había perforado el pulmón. La sangre borboteaba y salpicaba todo el suelo. Solo le quedaban unos minutos de vida, así que tragué saliva y me obligué a preguntar.
—¿Dónde está Kathia?
—¿Qué? —pestañeó confundido.
—Sé que sabes su paradero, dímelo.
Por el rabillo del ojo, veía a la gente correr de un lado a otro gritando despavorida. Los carabinieri no tardarían en aparecer.
—No lo sé…
—Podría salvarte, Luca… Decídelo tú —mentí.
—No me hagas reír. —Intentarlo le hizo escupir sangre.
—¿Dónde está? —Introduje los dedos en la herida y presioné lentamente. Él soltó un chillido como respuesta al dolor—. Morirás de todos modos, de ti depende que sea más o menos doloroso.
—Vuelve a Roma… —jadeó—. Es lo único que sé…
Aparté los dedos notando una descarga bullir por mis brazos. Llegó a mi pecho y estalló dejándome con la impresión de haber caído desde la cima de un Edificio.
Kathia volvía a Roma.
—¿Cuándo? —quise saber.
—El… —Pero murió mirándome.
Me quedé paralizado, incapaz de fijar la vista en un punto. Sabía que todos me observaban, y también que la noticia les había impactado igual que a mí. Pero dudaba que se estuvieran sintiendo tan oprimidos como yo. Me faltaba el aliento y odié sentirme tan imposibilitado. Ni siquiera sabía él día de regreso. Eric fue quien tomó la palabra.
—Debería haber disparado en otra parte —dijo con una frialdad espantosa—. Así habrías tenido tiempo de…
—¿Cómo has sabido lo que estaba ocurriendo? —Le interrumpí levantándome de súbito y acercándome a él.
Eric se empequeñeció en cuanto me tuvo a un centímetro de él. No quería que confundiera mi actitud con que estaba resentido con él, porque no era así, pero fue inevitable remediarlo.
—Os escuché —porque Alex lo había encontrado cerca de las vías y lo había llevado al Edificio un momento antes de que Dani le llamara. Agachó la cabeza y miró a Luca—. Estábamos bien, ¿sabéis? Nos compenetrábamos.
Cogí una de sus manos y la estreché tras descubrir una lágrima resbalar tímida por su mejilla.
—Pero lo que más me duele no es la traición, sino que haya fingido que me amaba.
El llanto fue haciéndose más evidente y yo me quedé paralizado, observándole sin saber muy bien cómo ayudarle a superar ese dolor. Retrocedí unos pasos decepcionado conmigo mismo cuando Daniela se deshizo de los brazos de Alex y se lanzó a abrazar a Eric.
Me alejé del grupo.
Jamás me había sentido tan superado. Nos estaban abordando por todos lados; la muerte de mi tío Fabio, el secuestro de Kathia, la traición de Erika y Luca… ¿Qué más nos quedaba por superar?
«Vuelve a Roma», murmuró mi fuero interno.
Apreté los ojos y me obligué a respirar hondo. Mi familia, Eric, Kathia… todos me necesitaban… Debía empezar a aceptar aquella nueva etapa tan compleja de mi vida y afrontarla con decisión. Tenía que vencer esa guerra, fuese como fuese. Por todos ellos. Solo de ese modo, yo podría estar con Kathia y Eric podría superar el hecho de que su primer amor le hubiera traicionado.
Mi móvil comenzó a sonar.
Enrico.
—¿Estás en Roma?
—Primero explícame qué ha pasado con Luca —ordenó sereno.
Puse los ojos en blanco.
—Solo si tú me dices cómo demonios te has enterado tan rápido.
—¿Debo recordarte que soy el comisario de Trevi?
—Serás capullo… —Logró sacarme una sonrisa con su tono presuntuoso—. No te preocupes, todo está bajo control —repuse.
—¿Y Daniela? Enzo ha llamado a tu padre muy preocupados.
Enzo Ferro era el padre de Daniela y un importante aliado nuestro, que siempre puso en tela de juicio la honestidad Carusso.
—Ella está bien. Alex la llevará a su casa.
—Bien —respiró Enrico—. Estamos en el Edificio. Me he tomado la libertad de presentar a Sarah a la familia.
—¿Y mi madre? —Me pellizqué el entrecejo ignorando los restos de sangre de Luca que tenía en los dedos. Volvía a tener aquel espantoso dolor de cabeza.
—Mostrándole las enormes pelotas que tenías cuando eras un bebé. —Cerré los ojos al escucharle carcajearse.
—¿No me jodas? —Fruncí el ceño. Me aterrorizaba mi madre con el álbum de fotos familiar.
Aun así, imaginarme aquella escena me satisfizo. Desde luego, Sarah había tenido que causar muy buena impresión si había logrado conquistar a las mujeres de mi familia en pocos segundos.
Kathia podría haber estado en esa reunión, hablando y riendo con ellas. Con la tranquilidad de saber que, cuando llegara la noche, me encontraría junta a ella en la oscuridad de nuestra habitación.
Negué con la cabeza para despejarme.
—¿Has hablado con mi padre de Mesut?
—Acabo de hablar con él y ya está tomando cartas en el asunto.
Que Sarah estuviera bajo la protección del Edificio, me calmó. La tenía en Roma y eso me daba una ventaja a la hora de protegerla. Pero se debía a Enrico, por haber ido hasta Tokio aun sabiendo que podía tener problemas con los Carusso.
—Gracias, Enrico. Gracias por cuidar de ella —admití sincero—. No sé cómo voy a agradecértelo.
—¡Trae tu culo al Edificio, ya, Gabbana! —Volví a escucharle reír.
—A sus órdenes, Materazzi. Pero antes mándame a alguien para limpiar la Piazza del Coliseo.
—¿Cuántos? —resopló
—Cuatro.
—Que enfrentamiento más light. —Era extraño el humor que notaba en la voz de Enrico. Muy pocas veces le había escuchado hablar así y mucho menos con un problema de por medio.
Pero su tono habitual retornó. Serio, pausado y profundo.
—Cristianno,… —Fue evidente lo que quería comentar.
—¿Vas a hablar de ella, verdad? —Tragué saliva.
—… Vuelve a Roma. —Me dejó espacio para volver a asimilarlo.
«Vuelve a Roma», repitió mi fuero interno.