KATHIA
La furia se expandió por mis extremidades al comprender que Valentino era quien que me besaba. Cristianno no había ido hasta Pomezia, no me había encontrado y lo peor, no me había besado.
Empujé a Valentino y me levanté de un salto. Había sentido a Cristianno tan cerca, tan real, que me costaba concebir la idea de que había sido un estúpido sueño.
—Te he dicho mil veces que no quiero que me toques —mascullé, observando cómo torcía el gesto, divertido.
—No he podido resistirme —sonrío—. Además estabas deslumbrante mientras dormías. —Hice un mohín de repulsión.
Siempre había aceptado que Valentino era guapo y que su cuerpo seducía, pero eran demasiadas las cosas que me llevaban a despreciarle en todos los sentidos. Fui alejándome de él conforme se acercaba a mí hasta que me topé con la pared. Él colocó una mano junto a mi cabeza y se detuvo a pensar donde colocaría la otra.
—Si te dejaras llevar, disfrutarías, Kathia. Soy buen amante, créeme —susurró.
No contesté, simplemente le envié una mirada colérica de esas que él conocía tanto. En principio, supuse que había captado excelentemente bien el tremendo asco que me producía, ya que la exasperación inundó sus ojos verdes. Pero me descolocó que volviera a sonreír.
Me alejé de él.
—¿No has tenido suficiente con Giovanna? —resoplé caminando por el pasillo. Mi prima era su amante y la que sofocaba cada una de las excitaciones de Valentino.
Me detuvo cogiéndome del brazo y estampándome contra su pecho.
—No me satisface como lo harías tú.
Tragué saliva. Imaginarme siquiera la posibilidad de terminar en la cama con él me volvía loca en el peor sentido. No me gustaba la idea de pertenecer a otro hombre que no fuera Cristianno y agradecí que al menos Valentino tuviera la dignidad de no forzarme. Algo que me llevó a preguntarme por millonésima vez si alguna vez llegaría ese momento. Tarde o temprano me casaría con él, prácticamente era su esposa…
Contuve un extraño temor.
—Quiero ir a mi habitación —gruñí.
—Y yo iré contigo. —Besó mi cuello entre suaves y roncos gemidos.
—No me toques —dije entre dientes, conteniendo las ganas de morderle.
—Me aburre que siempre digas lo mismo, amor.
—Déjame ir y no tendrás que soportarlo.
Se detuvo, esperó unos segundos y me miró con una sonrisa plena en los labios. Los ojos se le iluminaron falsamente. Si no le hubiera conocido habría creído que me dejaría marchar.
—Para correr a los brazos de tu Cristianno… —se mofó y me atrajo hacía él cogiéndome de la cintura—. Puedo permitirte que pienses en él mientras te hago el amor, Kathia…
El miedo me embargó cuando se dispuso a besarme. Pensé que había llegado el momento y que Valentino cogería lo que creía pertenecerle. Pero se así era, no se lo pondría fácil. Sería el momento más desagradable para ambos.
Le empujé violentamente antes de que pudiera siquiera rozar mi boca. Valentino se estrelló contra la pared con los ojos muy abiertos; casi pude verme reflejada en ellos, sorprendida más que dispuesta a apartarlo de mi camino las veces que fueran necesarias.
—No…te…atrevas —dije muy despacio apuntándole con el dedo—. No te atrevas.
Él suspiró, algo confundido con mi reacción tan firme, pero se recompuso y carraspeó antes de tomar la palabra.
—Esperaba mantener una conversación cordial contigo, pero ya veo que no te interesa saber que volvemos a Roma. —Su socarronería me cortó el aliento.
—¿Qué? —jadeé conmocionada y con el corazón latiéndome en la boca.
—¿He captado tu atención ahora, cariño?
Absolutamente. Pero eso no se lo diría con palabras.