CRISTIANNO
Kathia.
Cerré los ojos y la imaginé ante mí, observándome con la misma intensidad de siempre. Fue tan real que por un momento creí que podría tocarla. Todo lo que había a mi alrededor desaparecería, excepto ella.
No podía irme.
No podía dejarla.
Era demasiado estúpido morir de aquella forma.
«Control, Cristianno. Eres un Gabbana», me dije concentrándome en el poco aliento que me quedaba.
El suficiente para vencer.
Apreté los dientes y gruñí profundamente. Tanto que el esbirro comenzó a dudar, y eso le costó un codazo en el estómago. Después otro y un cabezazo con tanta saña que hasta a mí me dolió. Aflojó los brazos en torno a mi cuello lo bastante para que pudiera alejarme de él, me giré tambaleante y le di una patada en el pecho. Enseguida cogí su cabeza y la estampé contra el muro una y otra vez hasta que supe que jamás volvería a levantarse.
Le miré tambaleante y jadeando frenético antes de caer de rodillas en el suelo. Necesitaba una pequeña tregua para poder volver a respirar con normalidad, pero no la conseguí. El cañón de una pistola apuntó mi cabeza.
—En pie, Gabbana —dijo el hombre.
«Me cago en la puta», pensé, y fue muy curioso escuchar cómo mi yo interior hablaba entre dientes.
Levanté las manos y me incorporé lento, aun asfixiado.
—Cállate, Cristianno, y date la vuelta —me ordenó; era increíble la cantidad de personas que querían deseaban matarme.
Me giré lentamente y enmudecí en cuanto le vi la puñetera cara. Era un secuaz de los… Calvani. La familia de Luca nos había traicionado.
—¿No lo esperabas, eh? —sonó jocoso—. No es nada personal. Solo cumplo órdenes.
—¿De quién? —pregunté un tanto agresivo. Puede que tuviera un arma a unos centímetros de mi cara, pero dudaba mucho que pudiera hacerme daño con el seguro puesto; y para cuando él se diera cuenta de ello, yo ya le habría partido el cuello.
Eso, o esperar a que terminara con él… mi padre.
—Es increíble que tengas una pistola apuntándote las narices y te atrevas a provocar de esa forma. Eres tan… —Frunció los labios cuando le interrumpí.
—¿Confiado? —sonreí sabiendo que aquello terminaría de enervarle. El muy gilipollas no sabía que tenía a Silvano Gabbana detrás de él.
Sus brazos comenzaron a temblar. Estaba deseando disparar, pero le podían las ganas de tocarme las pelotas. Necesitaba saber que dominaba la situación por encima de mí, necesitaba alimentar su ego.
—Creí que eras más inteligente —añadió.
—Lo soy —afirmé.
—¡Ja! Discrepo, pequeño. —¿Pequeño? Joder, eso sí era bueno. Entrecerró los ojos fijándolos en los míos—. No has sido capaz de descubrir a Luca, y ha estado pasando información del Edificio desde hace dos meses.
Noté como me crujía la mandíbula al apretar los dientes y cómo mi padre me miraba con fijeza. Su rostro no se había alterado en absoluto, seguía impertérrito, pero yo sabía que estaba clasificando esa información.
—¿Qué se siente al saber que morirás siendo el único que lo sabe? —Se preparó para disparar, y fue casi halagador ver el brillo que le provocaba en la mirada la idea de matarme.
Apenas rozó el gatillo con el dedo índice cuando un hilo de sangre atravesó toda su cara, desde la frente hasta la boca. Algunas gotas me salpicaron antes de que se desplomara en el suelo y pudiera ver a mi padre sosteniendo su arma con esa personalidad tan poderosa que le caracterizaba.
—Siento haber tardado, había un tráfico de mil demonios —dijo irónico mientras yo me limpiaba los restos de sangre de la cara con la manga de la chaqueta. Después me cogió por los hombros y me miró—. ¿Estás bien?
—Sí, no te preocupes —asentí, acariciando sus manos—. ¿Le has escuchado, verdad? —repuse y él bajo la mirada hacia aquel tipo.
Yo, en cambio, no pude mirar. Sentía una tensión aguda en la nuca, que se lanzó por mi espalda contrayendo todos mis músculos. No podía creer que Luca hubiera sido capaz de informar a los Bianchi de todos nuestros movimientos y que para colmo utilizara a uno de mis mejores amigos. Pensar en él y en cómo sufriría cuando se enterara, me estremeció.
—Papá, no le digas a Eric nada de esto.
—¿Decirme qué? —preguntó Eric apareciendo de golpe junto a Alex y Mauro.
Tragué saliva.
—¡¿Estás bien?! —Me preguntó Alex—. Me han acorralado y no he podido… —se interrumpió al reconocer el cadáver—. ¡¿Pero qué coño…?! —exclamó, interrumpiéndose él mismo.
Mauro y Eric siguieron la mirada de su amigo. Mi primo formó una línea con los labios y me miró interrogante. Enseguida comprendió lo que pasaba en cuanto asentí. Sin embargo, Eric se quedó concentrado en la cara del hombre, asimilando que su pareja estaba detrás de todo aquello.
Alex le colocó una mano en el hombro, pero Eric no reaccionó. Estaba totalmente perdido.
—¿Eric? —dije, buscando su mirada. No me gustaba ver como mi amigo estaba perdiendo el control sin apenas inmutarse.
Noté las miradas extrañadas de mi padre sobre mí, preguntándome porque demonios Eric estaba tan ensimismado y al borde del llanto. Pero supe en cuanto le miré de reojo que acaba de descubrirlo por sí mismo.
Avance hacia mi amigo y le sacudí por los hombros.
—¡Eric! —exclamé.
—No puede ser —tartamudeó—. Esto… no… puede estar ocurriendo.
Fue mi padre quien me apartó y le abrazó. Eric se perdió entre sus brazos dándonos la sensación de que estaba llorando. Pero pasados unos minutos, nos dimos cuenta que no había derramado una lágrima. Todo había sido el temblor. Miró a mi padre con los ojos enrojecidos y las mejillas encendidas. Me pareció tan niño…
—Vas a matarle, ¿verdad? —gruñó, para asombro de todos.
Mi padre asintió lentamente con la cabeza, sabiendo lo que significaba afirmar aquello ante uno de sus ahijados.
—No puedo permitir lo contrario, Eric —habló consternado, peinándole algunos mechones de pelo—. Ya sabes cómo funcionan las cosas. No voy a tolerar más traiciones.
—Lo sé —susurró cabizbajo—. ¿Cómo ha podido jugar con la vida de las personas que más me importan, con mi familia? —Volvió a mirar a mi padre, sabiendo que este ya sabía que él quería a Luca, y un destello de furia iluminó sus ojos—. Deshaceros de él.
Se marchó antes de que pudiéramos contestar.
—Síguele, Alex. No le dejes solo —hablé—. Utiliza la fuerza si es necesario.
Mi amigo asintió y Mauro echó mano a la llave electrónica de su Audi.
—Llévatelo. Yo iré con Cristianno —añadió mi primo.
Alex echó a correr tras Eric al tiempo en que mi padre se pasaba una mano por la cabeza, pensativo y angustiado. Supe que estaba intentando asimilar lo que acaba de descubrir y buscando una forma de solucionarlo, pero no la había.
Me adelanté hasta él.
—Si piensas echarte atrás porque Eric tiene una relación con Luca, te equivocas —espeté.
—Ese chico no solo tiene una relación, Cristianno —refutó—, lo he visto en su mirada. Deberías haberme contado que estaban juntos.
—No es sencillo, tío —intervino Mauro.
—Lo sé… Lo sé… —Suspiró y puso los brazos en jarras—. ¿Qué debo hacer? Le voy a romper el corazón.
—El corazón se lo ha roto Luca, papá —murmuré—. Tú no vas a hacer nada que no haría él.
—Bien. —Miró a su alrededor—. Debo arreglar este estropicio antes de capturar a Enzo y Tiziano.
—Deja que yo me encargue de Los Calvani —le pedí y él me observó durante unos segundos sabiendo que haría un trabajo casi tan perfecto como el suyo.
—De acuerdo, pero que sea rápido, y no le digas a tu hermano Diego nada hasta haberlos eliminado antes. No quiero ensañamientos. —Mi padre se alejó de nosotros echando mano a su móvil.
Me quedé contemplando la nave. Ahora que todo se había más o menos calmado, notaba lo vacío que me sentía. Nada de todo aquel desastre había valido la pena. Seguía sin saber nada de Kathia y para colmo Eric estaba herido.
—Cristianno, comienzo a sospechar que estás reprochándote algo —soltó mi primo—, y no me gusta.
—Que malo es conocerse, ¿no? —bromeé con desgana.
Mauro me miró fijamente. No me incomodó que lo hiciera, pero no pude mantenerle la mirada. Agaché la cabeza antes de sentir que se apoyaba en mis hombros.
—Ya no nos queda nada y varios de los nuestros nos han traicionado —admití, considerablemente jodido.
—Solo Luca, Cristianno —gruñó.
—Suficiente —mascullé—. Nos ha vendido sin importarle nada. Ha jugado con Eric y ha puesto la vida de Kathia en peligro.
Al escuchar mis palabras, Mauro empalideció y clavó la vista en el suelo. Supe que estaba analizando todos y cada uno de los momentos que habíamos pasado hasta ahora, y empezaba a pensar como yo, pero no lo demostraría.
—Estoy seguro que tuvo algo que ver con lo del aeródromo —proseguí—. Era imposible que los Carusso supieran donde estábamos Kathia y yo. Alguien tuvo que advertirles.
—De todos modos, creo que tuvo ayuda de alguien —añadió.
—Eso lo averiguaremos en cuanto demos caza a Luca —dije ahogado. Aun me dolía la verdad—. Mientras tanto, vayamos a por los Calvani.