KATHIA
Me asombró la rapidez con la que cayó la noche. El mar se tragó la orilla y acarició mis pies desnudos. Cerré los ojos sintiendo como el agua martilleaba mi cuerpo. Llevaba tres días lloviendo sin parar, pero la tormenta de aquella tarde estaba siendo más intensa que las anteriores.
El cielo se iluminó y segundos después sonó el potente crujido de un trueno. Por un momento pensé que la tierra se partiría en dos, pero continué impertérrita mirando a lo que antes había sido un horizonte gris y perturbador.
Cogí aire sintiendo como las gotas de agua se colaban por mi nariz. Estaba empapada, y no me importaba.
Una semana.
Siete días.
Sin él.
«Cristianno», susurró mi fuero interno.
—¿Piensas quedarte ahí toda la noche? —preguntó entre chillidos uno de los esbirros de Valentino.
Le ignoré y continué mirando la oscuridad.
—¡Eh, tú! —exclamó antes de acercarse a mí—. ¿Es que no me has oído?
Me cogió del brazo y me zarandeó para que le mirara, pero lo único que consiguió fue mi silencio. No diría ni una palabra hasta saber de Cristianno. Aunque tuviera que esperar años.
—¡Maldita niñata! ¡Quiero que respondas! —Me abofeteó cuando otro relámpago iluminó el cielo con una nitidez perfecta.
Tuve tiempo suficiente para ver que el oleaje era descomunal. La tormenta era agresiva y el agua ya nos cubría hasta los tobillos. Estaba subiendo la marea.
—¡Basta! —gritó Sibila corriendo hacia nosotros—. ¡Quiero que la sueltes inmediatamente, Lorenzo!
Enseguida me soltó y se limpió el agua que tenía en los labios con el reverso de la mano, como si eso fuera a servir de algo. Miró a Sibila y caminó hacia ella con gesto amenazador. La joven aguantó bien el tipo cuando solo les separaban unos centímetros.
—Haz que hablé —dijo Lorenzo entre dientes.
—No tiene por qué hablar si no quiere —contestó Sibila con valentía y manteniendo la mirada del hombre.
Por suerte, mi madre eligió bien cuando decidió que una de sus sirvientas me acompañara. Ella era la única que escuchaba mi voz.
Lorenzo resopló y se encaminó a la casa.
—¡Kathia, por Dios, tienes que entrar! —gritó Sibila, envolviéndome en una manta.
Acarició mi cara con las manos temblorosas cuando asentí. Segundos después descubrí que no era ella la que temblaba. Me envolvió con sus brazos y me instó suavemente a que comenzar a caminar.
Al entrar en la casa, ambas soltamos unos litros de agua sobre el suelo. Uno de los guardias, que tomaba una cerveza mientras miraba la televisión (algo que por descontado jamás habría hecho estando Valentino), nos observó como si el agua fuera la cosa más repugnante.
—Iremos al lavabo. Un baño de agua caliente te vendrá bien. —Sibila volvió a arrastrarme.
Me desvistió mientras la bañera se llenaba de agua caliente. Echó unas sales y un poco de gel y me extendió la mano para ayudarme a entrar. No tenía ganas de darme un baño, pero aquello podría hacerme dormir.
Tuve el impulso de llorar, pero lo evité concentrándome en la lluvia y en los dedos de Sibila masajeándome el pelo.
Cerré los ojos.
—¿Qué crees que estará haciendo, Sibila? —murmuré sin atreverme a decir su nombre en voz alta.
Tampoco hizo falta porque Sibila supo de quién hablaba.
—Buscarte —susurró con cariño.
Una lágrima cayó de mis ojos.
«Estoy aquí, Cristianno. Estoy en Pomezia», grité en silencio.
CRISTIANNO
Estaba vistiéndome cuando los chicos entraron en mi habitación armando un jaleo de mil demonios.
Miré el reloj.
23:03 p.m.
Solo quedaba una hora para reunirme con Joshua Chiellini y descubrir qué clase de información podía tener sobre Kathia un tío como él. Me detuve a suspirar. Si ella hubiese sabido lo mucho que la necesitaba se hubiera sorprendido y mucho.
Salí del vestidor colocándome la chaqueta sin saber que era el centro de las miradas de mis amigos. Eric casi babeó.
Sonreí y negué con la cabeza. Mauro se estaba descojonando de la risa y Alex se retorcía en el sofá. Casi parecía que no teníamos ningún problema, que simplemente estábamos allí reunidos porque nos íbamos de fiesta con las chicas.
Casi parecía una reunión como las que teníamos hacia unas semanas. Pero a nuestras risas les faltaba algo, no eran plenas. Los cuatro sabíamos bien lo que podía suceder esa noche.
—Si Luca se enterara de esto… —rio Alex.
—Luca sueña con Cristianno, él me comprenderá —añadió Eric, repantingado en el sofá, como si con él no fuera la cosa.
Me senté en el filo de la cama, junto a mi primo.
—Bueno, ya vale. Parecéis unos pervertidos —sonreí.
—Los somos —dijo Mauro, incorporándose—. Bien, ¿cómo nos lo montamos, jefe?
La situación era sencilla, pero necesitábamos programar cada paso que diéramos. Podría tratarse de una trampa y nosotros solo seríamos cuatro contra lo que seguramente sería toda una banda. Estábamos en gran inferioridad de número tratándose de una carrera que congregaba a más de trescientas personas.
Enrico le había investigado durante el día mientras volaba hacia Tokio y me había expuesto exactamente el perfil que imaginaba. Ese hombre había estado en la cárcel tres veces por tráfico de drogas y vehículos de lujo. También era uno de los jefes de una banda llamada The Tigers dedicada al robo de joyerías. Había cambiado seis veces de identidad, pero había sido legal al darme su auténtico nombre.
—Llegamos, trincamos a ese tal Joshua y lo linchamos hasta que suelte prenda —explicó Alex, estrujándose los nudillos.
Todos le miramos frunciendo el ceño. Sabíamos que eso era exactamente lo que Alex deseaba hacer.
—¡Genial, Alex! —Exclamó Eric—. Decisivo y nada comprometedor. Eres el puto amo.
Alex se encogió de hombros pasando del tono irónico de Eric.
—Escuchadme —comencé—: cuando lleguemos, esperaremos a que Joshua decida el momento. No es bueno que vea lo desesperados que estamos por la información que quiere darnos, si es que tiene algo. Cuando se acerqué, conversaremos con él, tranquilamente. —Miré a Alex—. Solo entraremos en disputa si él la inicia. Mientras tanto, os quiero quietecitos, ¿entendido?
—¿Y si nos echa cara? —preguntó Mauro, esta vez mucho más serio—. O peor aún…
Le miré fijamente y descubrí en su mirada que él tenía tanto miedo como yo a no encontrar nada sobre Kathia.
—Entonces, ya puede rezar todo lo que sepa. No pasará de esta noche —mascullé enseñándoles el dispositivo que uno de los hombres de Enrico me había dado aquella tarde.
Era un localizador, del tamaño de un mechero, con un pequeño botón en la parte superior. Con solo pulsarlo, tendría a todos nuestros hombres allí en cuestión de minutos. Incluida mi familia. Enrico se había encargado de protegerme antes de irse. Yo solo tuve que encargarme de exponerles la situación a mi padre y a mi tío Alessio para que estuvieran al corriente y pudieran organizar el dispositivo desde el Edificio si la cosa se ponía fea.
—Bien, ¿listos? —pregunté y ellos asintieron con la cabeza.
Fui el último en salir de la habitación.