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CRISTIANNO

—¡Sarah, mantente en la ciudad, iré a por ti! —Pero ella no escuchó el final de la frase.

Enrico me observaba extrañado, mucho más que con la anterior llamada. Él sabía que existía una chica a la que ayudé en mi viaje a Hong Kong, pero no esperaba que fuera ella la que estuviera al otro lado de la línea. Ni siquiera yo lo creía. Cuando le di la tarjeta, no esperaba que se pusiera en contacto conmigo. Creí que ya estaría a salvo, pero no conté con que Mesut Gayir era persistente y no la dejaría escapar tan fácilmente. Para él, sus chicas eran de su propiedad.

Me pasé unos minutos observando el móvil, apretándolo con fuerza. Estaba desconcertado, furioso y también imposibilitado, porque Sarah estaba muy lejos de mi alcance. Tardaría horas en llegar a Tokio y mientras tanto podrían hacerle algo. Tal vez incluso irse de la ciudad.

Cerré los ojos y me desplomé de nuevo en el sillón.

—¿Qué ocurre? —preguntó Enrico.

De repente caí en la cuenta. Si iba a Japón en busca de Sarah, podía perder la oportunidad de conseguir una pista sobre el paradero de Kathia. Estaba atrapado.

—Cristianno, habla, por favor. —Yo no era el único preocupado en aquel salón.

—¿Recuerdas la chica griega que ayudé en Hong Kong?

—Sí, ¿qué le ha pasado?

—La han capturado. Ahora está en Tokio y necesita mi ayuda.

—Joder… —resopló, más para sí mismo.

—Estaba destrozada, ni siquiera podía respirar. —Me llevé las manos a la cabeza. El corazón me latía en la sien. Solo quería tumbarme en la cama, junto a Kathia y olvidarme de aquella pesadilla—. No quiero imaginar las barbaridades que han podido hacerle.

Mesut Gayir era un multimillonario turco dueño de una de las mayores redes de prostitución de lujo del mundo. También hacía sus pinitos en el narcotráfico. Actualmente vivía en una isla de Chipre donde blanqueaba dinero y ocultaba la droga. Tenía todo tipo de clientes: desde actores mundialmente conocidos hasta jugadores de los mejores equipos. Un increíble negocio tan asqueroso como él. Mi familia y yo le conocíamos desde hacía algún tiempo porque le gustaba hacer negocios en Italia. Siempre es bueno conocer a tus enemigos. Eso te deja un margen.

—¿Qué piensas hacer? —La voz de Enrico me extrajo de mis pensamientos.

—No lo sé —murmuré.

¿Y si había colgado porque la habían descubierto? ¿Y si no volvía a saber de ella? O peor aún, ¿y si la mataban? La culpa me perseguiría el resto de mi vida si no hacía algo por ella.

«Menuda mierda de noche», pensé.

—Enrico, tienes que ir a por ella, por favor. —Hablé de súbito, sin pensar lo que iba a decir. Simplemente dejé que mis impulsos dominaran.

La primera reacción de Enrico fue abrir mucho los ojos, después frunció el ceño, incrédulo, y me miró suspicaz. Tomó aire antes de hablar, pero me adelanté. No le daría tiempo a que lo pensara demasiado.

—Debo reunirme con Joshua y averiguar cuál es la información que tiene.

—¿Sabes lo que me estás pidiendo? —protestó—. Es muy difícil disimular un viaje tan largo en la mansión Carusso. Si me descubren, estamos acabados.

—Lo sé, pero no te lo pediría si pudiera encargarme de ello yo mismo. —Me acerqué a él y susurré—: Enrico, Sarah corre grave peligro allí. Conoces a Mesut Gayir mejor que yo y sabes que si pospongo este viaje, puede que sea demasiado tarde para ella.

—No la conoces —señaló entre dientes.

—Lo suficiente para que me importe.

—¿Y crees que merece la pena el riesgo de ir hasta Tokio y enfrentarte a uno de los mayores proxenetas del mundo? —No utilizó la contundencia que siempre empleaba cuando el tema de conversación era peliagudo. Lo que me indicó que Enrico estaba valorando con minucia todas las posibilidades que teníamos de salvar a Sarah.

—La miré, Enrico. La vi llorar… —murmuré.

Se perdió en sus pensamientos acomodándose en el sofá y escrutándome con la mirada. Después resopló, sacó su móvil del bolsillo del pantalón y comenzó a marcar.

—Eres muy persuasivo, Cristianno, y no sabes cuánto me molesta. —Se llevó el teléfono a la oreja—. Thiago, soy yo. Lamento despertarte, pero necesito que me prepares el jet y los permisos para volar a Tokio lo antes posible… —Suspiré aliviado—… Sí, salimos en unas horas… Bien, saldré enseguida para allá. —Colgó y volvió a marcar.

—Sarah se pondrá nerviosa al verte —comenté sin dejar de mirarle.

Los ojos comenzaban a picarme y los párpados me pesaban. Caería rendido en cualquier momento, y esa idea le hizo gracia a Enrico.

—¿Por qué? —quiso saber, curioso y bastante interesado.

—Porque no espera a un desconocido. Puede ser muy inaccesible. —Comencé a verle borroso, acordándome de mi primer encuentro con Sarah. No dudó en echarme cara.

—Como si eso fuera un problema. —Alzó un dedo para hacerme callar—. Hola, quisiera contratar los servicios de Sarah Zaimis. Sí… en Tokio, por favor… No, la quiero a ella, mañana por la noche… ¿Ni siquiera por cien mil?… Bien, atienda a mis condiciones… —Enrico empezó a exigir ciertas exigencias para poder reconocerla—. Haré la trasferencia en una hora. Me hospedaré en el hotel Península, a las diez, hora de Tokio. La esperaré en el restaurante de la planta baja. Gracias. —Colgó y lanzó el aparato sobre la mesa—. ¿Contento? —Hizo una mueca de falso enfado.