SARAH
No vi las estrellas esa noche; miles de luces las ocultaban. Tokio era una ciudad increíble, pero un tanto caótica para mi gusto. Me atraían mucho más los lugares históricos que metropolitanos. Aunque, si hubiera tenido elección, seguramente me habría encantado.
Mesut Gayir me miró sonriente. Estábamos en el interior de una lujosa limusina: él, orgulloso de tener el control absoluto sobre mí, y yo asqueada con aquella situación.
—Estás increíble esta noche —ronroneó entregándole su copa de champán a su fiel secuaz ruso para que le sirviera más. Vladimir obedeció enseguida, con movimientos rígidos. A veces, creía que no era humano.
Mesut se bebió el champán de un sorbo, dejó la copa en una pequeña mesita saliente y se pasó la lengua por los labios. Siempre hacia ese movimiento antes de hablar.
—Ese vestido azul te favorece. Te convierte en alguien más dócil…
Reprimí las ganas de mirarle y agaché la cabeza. Mesut era una enorme mentira con patas esbeltas y media melena negra. Su presencia engañosa convencía a cualquiera de que era un hombre amable y honesto, pero la realidad era mucho más perversa. Sus castigos eran buena prueba de ello.
Aunque sabía todo aquello, no pude evitar sentirme furiosa. Odiaba que hablara de su negocio como si fuera una forma íntegra de ganarse la vida.
—¿No hablas? —preguntó, curioso.
—No tengo nada que decir —repuse sin dejar de mirar por la ventana. Acabábamos de pasar por el Palacio Imperial.
—Eso es extraño en ti, Grecia. —No pude evitar mirarle indignada. Él sabía bien que odiaba que me llamara de ese modo.
—¿Se te ha olvidado mi nombre, Mesut? —dije torciendo el gesto.
Se llevó un dedo a la boca y soltó una carcajada que me heló la sangre.
—Veamos, ¿cómo quieres que te llame? —Cerré los ojos y dejé escapar el aire—. ¡Oh, vamos, no te enfades conmigo! En fin, aprovechando que estás bien calladita, repasaremos las preferencias de Rashir.
Rashir Gadaf era un empresario petrolero con influencias en el gobierno jordano. Había pagado mucho dinero por mis servicios y dentro de sus peticiones estaba que me reuniera con él en Tokio, aprovechando que estaba en la ciudad por negocios. Lo que ascendió aún más el precio debido al traslado.
—Llevas tres días hablando de lo mismo. —Debería haberme arrepentido casi al instante, pero continué—. Sé perfectamente lo que tengo que hacer.
—Por supuesto que lo sabes, Sarah. —Tragué saliva al verle incorporarse—. Yo mismo te lo enseñé.
—¿Estás orgulloso? —No esperé que la pregunta sonara acusadora.
«Cierra la boca, Zaimis», me aconsejó mi fuero interno. Cuanto me hubiera gustado poder hacerle caso.
—No sabes cuánto —rezongó.
—Sabes que con lo que he ganado esta semana ya debería estar saldada mi deuda. —Una deuda que no era mía, sino de mi madre.
—No te equivoques, pequeña. —Apoyó los codos en las piernas y se inclinó un poco más hacia mí—. El tiempo crea intereses y los intereses son mucho más difíciles de pagar. Deberías estarme agradecida. —Me señaló con desgana—. Hay chicas en tu posición que están encerradas en un zulo, en Dios sabe qué país, esperando a morir, exactamente por haber hecho lo mismo que tú. —Lo que significaba que estaba atrapada en aquella red de por vida—. Pero tienes suerte, a ti te tengo un cariño… llamémoslo, especial. —Terminó chasqueando la lengua.
—Pues prefiero que no me tengas tanto cariño —murmuré incomprensible. Pero Mesut entendió, y la ira se paseó por sus ojos negros.
Vacilé, y él se dio cuenta y no dudaría en aprovecharse de ello.
—Cuidado, Sarah, todavía puedo arrepentirme —dijo torciendo el gesto—. Aun no has visto nada de lo que puedo llegar a hacer.
Estaba tentándole demasiado. Mesut no era paciente, en cualquier momento podía aniquilarme sin importarle una mierda la deuda o intereses que dejara al debe.
—Me amenazas —suspiré.
—Solo porque, en ocasiones, olvidas quien soy.
—Sé muy bien quién eres y lo que haces. —Hablaron mis impulsos y lo hicieron de una forma exigente y osada.
Mesut me envió una mirada espeluznante. La mantuvo hasta que supo que el miedo se me había instalado en la garganta, y volvió a reír antes de levantarse de su asiento. Se sentó a mi lado, acercando su boca a mi mejilla y cogiendo mi mano. Apretó hasta que me crujieron los dedos y se mantuvo a la espera de que me quejara. Pero me contuve y apreté los dientes intentando controlar las náuseas que me producía su cercanía.
—Tú eres la que provocaste esta situación, te escapaste de Hong Kong. ¿Creías que no te encontraría? Que estúpida eres. —Me susurró dejando que su aliento resbalara por mi piel—. Hicimos un trato, Sarah: tú me decías quién te ayudó y yo reducía tú deuda conmigo. Y todavía estás a tiempo: dame un nombre y eliminaremos algunos ceros.
«Cristianno Gabbana» Cerré los ojos sintiendo como se me erizaba el vello.
Jamás hablaría, jamás pondría en peligro a la única persona que me había ayudado y que había mostrado un poco de empatía por mí. Si Cristianno era capturado por Mesut, podía darse por muerto.
Nunca diría su nombre.
—Sabes que no diré una palabra —tartamudeé.
Mesut resopló y me cogió de la barbilla, obligándome a mirarle.
—Entonces, no vuelvas a compadecerte de ti misma, y mucho menos delante de mí —gruñó, mostrando los dientes—. La próxima vez te arrancaré esos labios tan bonitos que tienes. —Los acarició con el pulgar—. Eres de mi propiedad, Sarah. Tu cuerpo entero me pertenece y haré lo que me plazca con él.
Cerré los ojos en cuanto me soltó, saboreando la agonía de sus palabras.
La limusina se detuvo frente al hotel Grand Hyatt en Roppongi, un barrio rico del centro de Tokio lleno de ofertas culturales y ocio de primera calidad no apto para un bolsillo cualquiera. Qué ironía que todo fuera tan hermoso a nuestro alrededor…
Respiré y apreté los labios con fuerza frenando las repentinas ganas de echarme llorar.
—Ahora entra y sé una buena… Humm, ¿cómo se dice, Vladimir? —le preguntó a su guardaespaldas con un chasquido de dedos.
—Escort —repuso este en tono mecánico.
—Exacto… Buenas noches, Sofía. —Ese debía ser mi nombre aquella noche, porque Rashir así lo había decidido.
Mesut se regocijó sabiendo que me había dejado completamente desolada.