CRISTIANNO
Supe quién me apuntaba segundos antes de que hablara.
—¡Basta! —gritó Angelo. Todo el aeródromo se silenció de golpe.
Kathia dejó de disparar al cuerpo de su primo Marcello, se giró y apuntó hacia nosotros sin saber que yo estaría en la trayectoria de su revólver. El brillo que habitaba en su mirada antes de que estallara todo aquel desastre desapareció de golpe. Kathia gimió aterrada y yo empalidecí ahogándome en su mirada.
Nunca me había importado morir. Arriesgaba mi vida día a día sabiendo las consecuencias que acarreaba y admitía que sentir ese tipo de adrenalina me volvía loco. El peligro me seducía constantemente, y me gustaba sentirlo. Me gustaba saber que era capaz de vencerlo y manipularlo a mi antojo. Había nacido para la mafia.
Nunca me había importado morir… hasta que en ese momento la miré y supe que si moría, algo de Kathia sucumbiría conmigo.
No quería ese destino para ella.
Fue inevitable especular. Pensé en cómo habría sido todo si yo hubiera sido un chico normal; del tipo de chavales que te recogen para ir a cenar o al cine, que te regalan flores el día de San Valentín o que te sorprende con un mensaje de amor. Le hubiera pedido una cita y habríamos paseado de la mano sin miedo a que su maldito padre me apuntara con una pistola. Nuestro primer beso habría sido en la puerta de su casa, al despedirnos, y no en su habitación después de haberme colado a hurtadillas y descubierto que se casaba con Valentino.
Kathia jamás habría conocido el peligro con alguien así, y yo no me sentiría tan culpable por haber arriesgado su vida. Mi deseo y amor por ella nos había llevado hasta ese momento.
Kathia cogió aire entrecortadamente y apretó los dientes tensando los brazos. Sabía que sería capaz de disparar a Angelo si la tentaban demasiado.
—Suéltale —masculló, adelantándose lentamente un par de pasos—. Juro que te mataré si no le sueltas, papá. —Estaba muerta de miedo, pero ello no evitó que sentenciara con decisión.
—¿Estarías dispuesta a matar a tu padre por un Gabbana? —Angelo hizo una mueca de fingida desolación.
—Sí. —Rotunda e inquebrantable, Kathia habló entre dientes—. Una y mil veces si hacen falta. Ahora, suéltale. —Terminó exigiendo.
De reojo, vi a mi padre. Su silencio me indicó que atacaría si era necesario, pero no quería que los míos arriesgaran su vida en un enfrentamiento que ya habíamos perdido. Todo estaría más o menos controlado si yo no intervenía como Angelo esperaba.
Miré a Kathia y entrecerré los ojos intentando analizar los suyos. Pero no me lo permitió porque me esquivó nerviosa. Supe que su mente había encontrado una solución al problema y no me hizo ni puta gracia reconocer lo que se proponía.
—Está bien —dijo, y cometió el error de mirarme. Ladeé la cabeza muy despacio y le supliqué en silencio que no continuara. Pero no sirvió de nada—. Me cambio por él. Es eso lo que quieres, ¿no? Pues ahí lo tienes. Ahora, baja el arma y deja de apuntarle.
—No, no dejaré que lo hagas —mascullé y avancé hacia ella ignorando las represalias. Angelo me siguió con el arma y ella retrocedió más pendiente de su padre que de mi cercanía.
—Tú decides, papá. Pero si le matas, yo te mataré a ti. ¡Elige!
Angelo sonrió, bajó el arma y me empujó hacia su hija.
—Hecho.
Kathia me silenció con un beso, pasando sus brazos alrededor de mi cuello y apretándose contra mí. Me aferré a su cintura, frenético, sintiendo como mi aliento rugía en su boca. Estaba furioso con ella por lo que acaba de hacer, intercambiarse conmigo no solucionaba las cosas, pero mis instintos se impusieron y me perdí en ese beso. Hasta que nos separaron a empujones.
Ella no opuso resistencia. En cambió yo me resistí hasta que la distancia se impuso.
—¡¡¡Soltadla!!! —grité.
Caí al suelo mientras arrastraban a Kathia hacia el coche de Valentino. Intenté levantarme, pero volví a caer. Esta vez era mi primo Mauro quien me retenía. Me colocó los brazos tras la espalda y presionó su cuerpo contra el mío apresándome para que no pudiera levantarme.
Me di por vencido en cuanto la vi llorar.
KATHIA
Miré al cielo.
No podía dejar de pensar en que a esas horas habría estado sobrevolando Europa junto a Cristianno de haber salido todo como estaba planeado. Resultó tan sencillo imaginar que saldría bien que ninguno de los dos pensamos en lo contrario. Sin embargo, en ese momento ni siquiera sabía si volvería a verle.
La agonía se hizo más grande con cada kilómetro que me alejaba de Roma y apenas me dejaba respirar. Sí, yo me había buscado esa sensación y sabía que había herido a Cristianno, pero también supe que mi padre dispararía. ¿Qué podía hacer?, ¿permitir que le mataran?, ¿dejar que su familia le viera morir? La elección estaba entre su vida o alejarme de él, y preferí lo segundo a perderle para siempre.
—Me resulta patético verte llorar de esa forma, ¿lo sabías? —Valentino no escatimó en emplear toda su arrogancia.
Detuvo el coche frente a una cancela y se acomodó en el asiento para no perderse detalle de mi reacción ante la propiedad que teníamos delante.
La verja, de varios metros de alto, protegía una casa de estructura moderna y glacial. Casi parecía una nave espacial: con terminados cuadrados y puntiagudos y fachada blanquecina. Ni siquiera la playa y el frondoso jardín de pega armonizaban el diseño. Era horrorosa.
—¿Dónde estamos? —pregunté sin quitarle ojo a los dos hombres que custodiaban la entrada. Eran enormes y estaban armados hasta los dientes.
—Pomezia, mi amor —ronroneó—. Concretamente, en la mansión Viola Mussi. ¿Sabes quién…?
—¡Sé quién es Viola Mussi, gilipollas! —interrumpí con un gruñido.
Era su abuela materna. Falleció hacía unos tres años de una forma un tanto extraña. Al principio creía que podría haber sido una negligencia médica, pero después de conocer la realidad del mundo que me rodeaba podía asegurar que había sido una especie de ajuste de cuentas.
—Me alegro —sonrió—. Es tú nuevo hogar.
Le miré de súbito más alarmada de lo que me hubiera gustado demostrar.
Uno de sus hombres terminó de abrir la verja y Valentino aceleró suavemente exhibiendo una sonrisa poderosa y segura de sí misma. Él disfrutaba con la situación. Le encantaba saber que ahora tenía poder sobre mí.
Bajó de su Jaguar, caminó hacia mi puerta y la abrió. Después me arrastró fuera e hizo gala de toda su cortesía empujándome contra la carrocería.
—Quiero que escuches bien lo que voy a decirte, mi amor —murmuró intimidándome con su cercanía. Que utilizara adjetivos cariñosos para amenazarme me exasperó—. Aquí hay unas reglas que te conviene seguir si no quieres tener problemas.
—¿Más de los que tengo ahora? —Le desafié, alzando el mentón.
Valentino dio un puñetazo en el techo del coche sabiendo que me asustaría. Sabía que mi vida no corría peligro, pero aquello no significaba que estuviera a salvo. Ya había demostrado lo bien que se le daba maltratarme cuando me golpeó con toallas húmedas después de cazarme en el cementerio con Cristianno.
—Muchos más, Kathia —repuso—. No podrás comunicarte con el exterior, como tampoco podrás salir del perímetro. —Señaló toda la zona que rodeaba la casa con un dedo tieso. —Hay doce hombres supervisando la zona. Aunque no los veas, estarán vigilándote constantemente. Confío en que seas buena y no necesite llamar a más.
—Espías. —Torcí el gesto.
—Vigilantes —remarcó Valentino. Estaba claro que odiaba que le llevara la contraria aunque ambas palabras significaran prácticamente lo mismo—. Aparte, tú madre ha enviado a una de sus sirvientas.
Fruncí el ceño; si en aquel momento me hubieran sacado sangre, no habrían encontrado ni una pizca. Sabía que mi madre era de lo más perversa, pero no esperaba que estuviera detrás de todo aquello. La muy zorra era cómplice sin saber siquiera adonde se llevaban a su hija.
—¿Por qué me hacéis esto? —Dije sin aliento—. ¿Qué es lo que tanto te interesa para que seas capaz de secuestrarme?
—No te estoy secuestrando, amor. —Me besó en la frente, sin dejarme espacio para esquivarle.
—¿No? Entonces, ¿cómo lo llamas?
—Salvaguardar mis bienes —rezongó poniendo los ojos en blanco.
—Tú no me quieres, Valentino.
Su rostro se tensó y clavó sus ojos verde esmeralda en los míos mientras se acercaba un poco más. Me puse nerviosa al notar sus labios tan cerca.
—Eso no lo sabes. Ni siquiera me has dado la oportunidad de demostrártelo —reivindicó en voz baja.
Le empujé con todas mis fuerzas. No podía creer que estuviera intentado convencerme de que había adoptado aquella actitud de psicópata porque me amaba.
—¡¡Y una mierda!! —bramé—. ¡Lo único que te pasa es que no concibes la idea de que ame a Cristianno en vez de a ti! —No me importaron las consecuencias que empecé a reconocer en sus duras facciones—. Asume de una maldita vez que no te quiero cerca, Valentino.
No habló, ni demostró hasta qué punto le había molestado escucharme. Solo se encargó de soltarme un bofetón que me hizo perder el equilibrio. Pude agarrarme a la puerta a tiempo de caer al suelo, y me llevé la mano a la mejilla sintiendo como un doloroso escozor se extendía por mi cara.
—Pegándome no has hecho más que darme la razón —jadeé antes de mirarle encolerizada.
Valentino aprovechó mi pequeño desconcierto para cogerme del brazo y zarandearme.
—Miro a mi alrededor y no veo a nadie más que a ti, conmigo. Puede que tú le ames como dices, pero ¿él?… —Vanidoso, me retó con la mirada—. Cristianno no ha sabido protegerte, cariño. De lo contrario, no estarías aquí —remarcó con saña.
—Le habéis apuntado con una pistola y habéis acorralado a su familia —dije entre dientes—. ¿Cómo actuarias tú en su lugar?
—Aceptando mi destino: morir.
—¿Morir? —Repetí incrédula—. ¿Morirías por mí, Bianchi?
—Eres lista —habló bajo y siniestro—. Tanto que a veces me resulta increíble que seas mujer.
—Y tú eres un hijo de puta —imité su tono de voz sabiendo que con ello terminaba de tentarle.
La poca distancia que nos separaba desapareció cuando me arrinconó contra el coche. Estaba tan pendiente de esquivar su boca que apenas fui consciente de cómo mis pies resbalaban por la arena y de cómo su pecho me mantenía erguida.
—Dejémonos de tanta verborrea y entremos, te tengo una sorpresa a la altura de la situación. —Rozó mis labios y sonrió insidioso.
No fue una sugerencia, sino una orden.