LAS CLASES DE GRIEGO EN EL BACHILLERATO

Bastante más provecho saqué de las clases de griego. En primer lugar Mª Ángeles dedicaba mucho más tiempo a los aspectos de cultura y civilización, de forma que en aquellos mis dos primeros cursos de lengua griega me pude formar un panorama bastante completo de la historia, la mitología, las instituciones, el arte y la literatura de la Grecia Antigua. En la clase de latín no recuerdo que “sacrificásemos” nada de tiempo a estos temas. Seguramente Jesús consideraba, no sin razón, que cada minuto escamoteado a la práctica del análisis y la traducción suponía una amenaza a nuestras posibilidades de aprobar el Selectivo.

Quizás me equivoque y en algún momento se nos diese alguna clase sobre la historia romana. Sea como fuere, si lo hizo, me debieron resultar tan aburridas que las he borrado de mi memoria. Lo que sí recuerdo es que en primero leímos un librito titulado Así vivían los romanos, del que posteriormente hubo un examen que suspendimos casi toda la clase, yo incluido: a pesar de haber leído el libro me resultaba imposible memorizar la inmensa cantidad de datos que allí aparecían. En el segundo curso la parte de cultura romana consistió en que cada alumno debía preparar y realizar una exposición sobre un género literario o autor a nuestra elección, además de la lectura de algún clásico latino (en traducción, obviamente.) Yo leí, por consejo de mi padre y con mucho disfrute, El asno de oro.

En clase de griego, sin embargo, la maestra dedicaba una parte muy importante del tiempo a las explicaciones de cultura, siempre siguiendo el método de ir apoyando todo lo que contaba con ilustraciones en fotocopias o diapositivas y explicando cada tema no una, sino muchas veces, dejando que en últimas fuéramos nosotros los que comentásemos las ilustraciones, de manera que al final del curso me sabía bastante bien casi todo lo que habíamos ido trabajando sin necesidad de haber estudiado nada en casa. Este estupendo método pedagógico es el que yo mismo siempre he aplicado en mis clases a la hora de abordar los temas de civilización (también en latín), si no con el mismo éxito que mi querida maestra, sí con bastante contento de mi parte, y creo que también de parte de mis alumnos.

En el capítulo de lengua griega Mª Ángeles seguía más o menos el mismo método que Jesús pero de una forma más clara y sistemática (o, al menos, así me lo parecía a mí), de tal manera que a lo largo de los dos años me quedaron bastante claras cuáles eran las principales desinencias y características de la morfología griega y cómo debía aplicar estos conocimientos a la hora de “descifrar” las frases. He de decir también, en honor a la verdad, que Mª Ángeles insistía mucho en el aprendizaje del vocabulario básico. Nos proporcionó una lista de unas 600 palabras ordenadas por grupos semánticos y siempre nos insistía en la importancia de ir aprendiendo cada día unas pocas, algo que yo, por desgracia, no hice, y creo que tampoco ninguno de mis compañeros… quizás alguno de los más empollones sí, no lo sé.

Con todo ello los resultados de aquellos mis dos primeros años de griego fueron bastante más positivos que los de latín: en primer lugar aprendí mucho sobre el mundo griego antiguo y, sin ninguna duda, Mª Ángeles supo transmitirme (y no sólo a mí, sino a toda la clase: tres alumnos de los quince que éramos terminamos haciendo Filología Clásica) su amor por la lengua y la civilización griega. Después, los conocimientos que adquirí sobre manejo del diccionario, análisis morfosintáctico y traducción, me sirvieron no sólo para hacer un muy buen examen de Selectividad, sino que viví de sus rentas casi hasta el final de la carrera, pues, como explicaré posteriormente, salvo los llamados “exámenes sin diccionario”, con lo que aprendí en el Bachillerato me fue más que suficiente para traducir la mayoría de los exámenes de griego que hice en la facultad, desde el primer hasta el último curso. Por último, si bien es cierto que en lo que más flojo quedé fue en el vocabulario (aunque aprendí bastante más que en latín, donde realmente no aprendí absolutamente nada de léxico), sí que desarrollé un buen instinto para apreciar las relaciones semánticas entre palabras de distintas lenguas, las derivaciones etimológicas, y descubrí una buena cantidad de términos españoles de origen griego que creo que enriquecieron de manera considerable el caudal léxico de mi lengua materna.

Aquellos dos cursos de griego con Mª Ángeles fueron unos de los mejores y más enriquecedores de toda mi vida escolar y, sin duda, los mejores de mi vida como alumno de lenguas clásicas. Que Mª Ángeles consiguiera tan buenos resultados con una metodología tan contraria a la que hoy se emplea en la enseñanza de segundas lenguas es, en mi opinión, la mejor demostración de sus excepcionales dotes como pedagoga.