LA HISTORIA DE UN HOMBRE

Aprender una lengua extranjera es un camino que nunca termina de recorrerse. Y si lo que se pretende es alcanzar el nivel que permita disfrutar de las grandes obras de su literatura, con mucha más razón.

En ningún momento he pretendido que sea imposible llegar a dominar el latín y el griego mediante la metodología de gramática y traducción. Lo que afirmo es que en mi caso ese sistema fue un fracaso y que muchos profesores de Clásicas (y no me refiero sólo a los de mi generación, también a licenciados bastante más mayores que yo) me han confesado haber sentido la misma frustración y sentimiento de estafa tras completar sus estudios. Si otros afirman haber alcanzado el éxito de aquella forma, ellos sabrán cómo lo consiguieron; puede que todos los caminos conduzcan a Roma pero está claro que unos son más tortuosos que otros.

La ambición de un filólogo clásico debería ser disfrutar de los autores antiguos en su lengua original sin necesidad de emplear el diccionario más que muy de tarde en tarde para verificar el significado de alguna palabra que, en todo caso, hubiera deducido por el contexto.

Sólo quien está familiarizado con el uso cotidiano de la lengua puede apreciar la excelencia del lenguaje literario. Quien no conoce el registro más sencillo del lenguaje y pretende poder distinguir y apreciar el artificio de su literatura, no entiende nada de en qué consiste el arte poética.

En algún lugar de La forja de un rebelde dice Arturo Barea algo así como que cada hombre tiene su historia y la suma de todas conforman la historia del hombre. He hecho pocas cosas en mi vida que puedan considerarse de algún interés para mis semejantes: una son algunos poemas que escribí en mi juventud y otra es esta extraña Odisea que son mis experiencias en el aprendizaje del latín y el griego. Los poemas tuve la suerte de verlos publicados gracias a un premio del que quedé finalista. Estos recuerdos sólo han llegado a ver la luz en una modesta autoedición, por lo que me temo que su difusión va a ser muy pequeña.

Quizás sea mejor así: que estas confesiones de un filólogo clásico pasen de largo sin importunar a nadie. No obstante, si a pesar de todo esto llegara a suceder, en mi defensa sólo me queda acudir a las palabras del filósofo:

AMICVS PLATO SED MAGIS AMICA VERITAS