EL DILEMA DEL GRIEGO

El caso del griego es distinto: no sólo están las cuestiones de la pronunciación o la metodología; mi verdadero dilema es que ya no encuentro ninguna razón que justifique comenzar el estudio de la lengua griega por la forma antigua y no por la moderna.

A nadie que pretenda aprender francés, inglés o alemán, incluso en el caso de que su única motivación fuese estudiar la literatura medieval, se le ocurriría no comenzar el estudio de estas lenguas por su forma actual. ¿Por qué el griego debería ser distinto?

Pero no es sólo eso: la experiencia me ha demostrado que la forma más cómoda y natural de acceder al griego clásico es comenzar estudiando griego moderno; cualquier alumno de primer curso de Filología Clásica que tenga una buena base de griego moderno tiene una ventaja tremenda sobre el resto de compañeros, incluso sobre aquellos que cursaron griego clásico en el Bachillerato con los mejores resultados.

¿Hacen falta más razones? Pues las hay. Y una tan evidente que parece mentira que los propios profesores de griego clásico no la vean de inmediato: para nuestros alumnos comenzar el estudio del griego por su forma moderna supone una motivación y un valor añadido innegable. ¿A qué profesor de griego clásico no le han preguntado sus alumnos si la lengua que van a aprender es la misma que se habla en Grecia? ¿Y quién no ha sentido una punzada de dolor al ver sus caras de decepción cuando les explicas que nada de lo que van a estudiar durante dos años les valdrá ni siquiera para intercambiar un saludo en el caso de que viajen a ese país?

¿Por qué no elaborar un programa de griego para Bachillerato en que el estudio de la lengua se aborde de forma comunicativa y a través del griego moderno sin por ello abandonar los aspectos de cultura, mitología, arte y etimologías? Dado que la base léxica común del griego clásico y el moderno es inmensa no se perdería nada en lo que se refiere al estudio de las raíces griegas presentes en el español y, sin duda, el aprendizaje de griego sería mucho más eficaz y motivador.

Incluso si mi nivel de griego antiguo fuera tan bueno que me permitiese dar clases comunicativas en griego clásico, seguiría prefiriendo iniciar a mis alumnos en el griego a través de su forma actual.

En Vivarium Novum conocí a un chico que llevaba varios años con Miraglia al que todos comparaban con un segundo Demóstenes pues su nivel de griego clásico le permitía no sólo leer con comodidad a los autores clásicos sino incluso conversar en esta lengua con relativa soltura (algo poco frecuente entre los alumnos de Vivarium Novum, donde el nivel de griego general es muy inferior al de latín.)

Pues bien: tuve ocasión de hacer un experimento curioso con este chico: mantuvimos una conversación, él en griego clásico (con la pronunciación erasmiana, claro está), y yo en griego moderno. Yo le entendí sin problemas pues tenía la ventaja de conocer su pronunciación, además de que mis conocimientos de gramática y vocabulario clásicos eran mucho mayores que los suyos de moderno, que eran nulos. Él me entendió bastante menos, aunque de algo se enteraba.

Lo cierto es que me produjo una sensación bastante penosa ver a un muchacho que sería capaz de entenderse con un griego de hace dos mil quinientos años pero no con uno de hoy. Comprendí lo triste que es formar a helenistas incapaces de disfrutar de los poemas de Cavafis, de las canciones de Theodorakis, de las novelas de Kazantzakis, del cine de Angelópulos, de la simpatía y cordialidad, en fin, del magnífico pueblo griego.

No sé en qué quedará el sistema educativo español, pero si finalmente se acaba dotando de verdadera autonomía a los centros para organizar sus propios planes de estudios, sé que a mis alumnos no les sucederá esto.