El curso de latín de Desessard fue al que más tiempo dediqué y el único cuyo nivel, sobre todo en el último tercio del libro, superó con creces los conocimientos que hasta entonces había adquirido con el Lingua Latina per se Illustrata, en cuyo segundo volumen ya había comenzado a trabajar.
Convencido, no obstante, de que la lectura de textos en latín sencillo me resultaba no sólo beneficiosa sino un descanso frente a el esfuerzo constante que suponen los ejercicios de Ørberg, me dediqué a leer una serie de métodos cuya estructura era, en líneas generales, similar a la que ya comenté en el capítulo dedicado al Reading Greek.
En el mundo anglosajón este tipo de métodos, conocidos como Readings, son casi los únicos empleados para la enseñanza del latín, que en muy pocas escuelas o Universidades se enseña con la metodología de gramática y traducción.
El primero que leí fue el Curso de Latín de Cambridge, un método muy interesante que gozó de bastante popularidad en España en los años 90 a través de una edición de la Universidad de Sevilla. Para alguien que haya completado con provecho el primer volumen del Lingua Latina per se Illustrata, la lectura de los cuatro volúmenes de este método resultará un complemento precioso que le permitirá ampliar su vocabulario y además le proporcionará la satisfacción de leer algunos pasajes muy interesantes e inteligentemente adaptados para el aprendizaje. La fábula inventada por los autores cuenta además con la ventaja de ser menos ingenua que la del método Ørberg que en este punto peca de excesiva candidez, aunque el maestro danés justificaba esto porque había pretendido que su libro fuese adecuado incluso para niños.
Parecida experiencia tuve con la lectura de Reading Latin, un texto que conoció también cierta difusión en España unos años antes que el método de Cambridge. De éste no me gustaron demasiado los primeros capítulos que, a mi juicio, incluyen demasiado vocabulario poco frecuente. El segundo volumen, sin embargo, constituye una magnífica antología de textos adaptados para el aprendizaje que, como en el caso anterior, puede servir de excelente complemento para quien haya completado con éxito el primer volumen del método Ørberg.
¿Por qué estos métodos tan notables no supusieron, sin embargo, una revolución en la enseñanza del latín en España cuando fueron por primera vez difundidos en los años 80 y 90? Creo que la respuesta está en que, generalmente, no fueron bien empleados por aquellos docentes que se atrevieron a ponerlos en práctica.
Todos estos métodos son herederos de la escuela de W. H. D. Rouse, pionero defensor de la recuperación del método natural en la enseñanza del latín y el griego. Para aplicar realmente con éxito estos textos es imprescindible que el profesor utilice desde el primer momento el latín en clase de forma activa. Cualquiera que lea las propuestas didácticas de Rouse y sus continuadores entenderá que de lo que se trata no es de ir traduciendo los textos con ayuda del léxico o de un diccionario sino de que los alumnos aprendan a hablar en latín a través de un diálogo constante con el profesor y que los textos son sólo un apoyo con el que practicar lo que a través del uso se va aprendiendo.
Estoy seguro de que fueron muy pocos los profesores españoles que al comenzar a usar en el aula el Curso de Latín de Cambridge o el Reading Latin adoptaron este enfoque. Sé de muchos compañeros que me han confirmado que en sus años de instituto estudiaron con estos libros sin por ello oír nunca a sus profesores hablar en latín (¡y mucho menos en griego!) Lo único que hacían con ellos era analizar y traducir: lo de toda la vida.
Parecidas características he encontrado en otros métodos de la misma escuela que hasta ahora he podido leer, como son el muy ameno Curso de Latín de Oxford o la bellamente ilustrada serie Ecce Romani. Todos ellos muy recomendables como lecturas complementarias del Lingua Latina per se Illustrata y, sin duda, excelentes en manos de un profesor con una buena competencia oral pero poco efectivos en otro caso.