Por aquella época, y por invitación de Gonzalo, comencé a frecuentar las reuniones del Circulus Latinus Matritensis.
Componen esta curiosa sociedad un grupo de aficionados a la lengua latina entre los cuales, por cierto, no son muy frecuentes los filólogos clásicos. El objetivo del mencionado grupo es practicar la conversación en lengua latina para lo cual se reúnen unas cuantas veces al mes en el salón de billares de la Residencia de Estudiantes donde leen y comentan textos de diversas épocas y, a continuación, van a cenar a un restaurante cercano para continuar de forma más distendida pero siempre en latín sin que se permita el empleo de ninguna otra lengua.
Por el tiempo en que yo estuve acudiendo a las reuniones del círculo el que hacía las veces de organizador era un chico llamado Paulus (Pablo Villaoslada), profesor de música que había aprendido el latín de manera autodidacta y, según me contó, sin seguir ningún método en concreto, sino a través de la práctica en oral en círculos latinos y simposios de latín vivo.
Fue así como descubrí que existía una pequeña comunidad de hablantes de latín, totalmente ignorada por la mayoría de los filólogos clásicos españoles, que organiza encuentros periódicos, principalmente en verano, para fomentar la práctica del latín hablado y difundir su uso. Entre estos aficionados al latín vivo el Lingua Latina per se Illustrata es generalmente apreciado y bien conocido aunque posiblemente el método más popular entre ellos sea la vieja edición del Assimil latino, una serie que yo conocía bastante bien, pues en su día había perfeccionado (y mucho) mi nivel de inglés y francés con ella, e incluso, recientemente, había leído con bastante interés la versión de griego clásico. Tomé buena nota del dato y me prometí a mí mismo dedicarme al estudio de aquel libro, tan elogiado en el ámbito del latín vivo.
Pero de entre todos los asistentes al Circulus Latinus que conocí, el que más me impresionó fue José María Sánchez (más conocido en los círculos latinos por su imposible hipocorístico “Txemusque”), que fue la primera persona a la que escuché en mi vida hablar un latín tan fluido que parecía que fuese su lengua materna. “Txemusque” me habló (siempre en latín, nunca le he oído pronunciar ni una palabra en castellano, incluso cuando le rogaba que me aclarase algún punto que no había entendido bien, él insistía en hacerlo en latín) sobre la génesis del Circulus Latinus Matritensis, allá por el año 1992, cuando una iniciativa de tal índole en España, ante interrete conditum, sonaba a delirio y utopía.
Sucedió en casa de don Agustín Cano, diplomático cosmopolita y polígloto (tristemente fallecido hace un par de años), donde empezaron a reunirse un grupo de entusiastas latinistas, casi en la clandestinidad, y con la indiferencia, cuando no desconfianza, de la filología académica. Entre las anécdotas que me contaron “Txemusque” y algunos otros veteranos del Circulus, las más sabrosas eran las referidas al “pater Agustinus” (para el mundo padre Agustín Arredondo, religioso jesuita por entonces octogenario y azote de filólogos clásicos) y sus controversias con algunos otros ilustres miembros como el médico don Eustasio Sánchez Villarán, de carácter no menos vehemente.
Pero como creo que no está bien contar confesiones ajenas, habrá que esperar a que sean los propios protagonistas de esas historias quienes lo hagan. Verdaderamente merecerían ser puestas en un libro y conocidas por todo latinista de este país, y no imagino a nadie más adecuado que “Txemusque” para escribir la verdadera historia de la latinidad viva en España en el último siglo. Ojalá la lectura de estos recuerdos míos, sin duda mucho menos interesantes que los que él podría escribir, despierten en él el deseo de hacerlo.
No puedo dejar de lamentar que un hombre de tan extraordinaria facundia latina, poseedor del título oficial de Intérprete Jurado de Latín concedido por el Ministerio de Asuntos Exteriores y que es el único caso que conozco en España de alguien que haya proyectado una tesis doctoral completamente en latín (algo que no le permitieron por motivos burocráticos) no esté dando clases en ninguna Universidad española, sino trabajando como catalogador de una conocida biblioteca digital. O tempora, o mores!