CAMBIO DE OPOSICIONES

Tras explicarle a Mª Ángeles la situación ésta me contestó con rotundidad: “no lo dudes, Carlos, preséntate a las oposiciones de griego”. Mª Ángeles me explicó que el nivel de los opositores era muy bajo, sobre todo por la enorme dificultad que les suponía enfrentarse a la traducción de un texto sin diccionario que no habían preparado antes, por lo que no tenía ninguna duda de que yo, con el nivel que había alcanzado en Grecia, iba a destacar. Me aconsejó también cómo preparar los temas y los ejercicios de traducción, y me prometió enviarme algunos materiales para ello.

Yo también me veía mucho mejor preparado para afrontar unas oposiciones de Griego que de Lengua y Literatura. Los únicos problemas eran el tiempo (quedaban menos de tres meses para los exámenes) y la desilusión que se llevaría mi padre.

Ante mi sorpresa éste se mostró muy comprensivo con mi decisión y no puso ninguna objeción a mi repentino cambio de oposiciones. Pienso que en esto fue fundamental el juicio de Mª Ángeles, por la que mi padre siente la misma admiración que todos los que hemos conocido a tan extraordinaria mujer.

Por cierto, que el enorme trabajo de elaboración de temas llevado a cabo por mi progenitor en los meses pasados no fue del todo baldío. Aquel temario lo había preparado mi padre a partir del que mi tío, Jesús Felipe Martínez Sánchez, catedrático de instituto de Lengua y Literatura española, había confeccionado para sus propias oposiciones hacía ya muchos años. Pues bien, esos mismos temas sirvieron para que, algunos años después, mi prima Laura, hija de mi otro tío, Andrés Sorel, se preparara con ellos sus oposiciones a Lengua y Literatura, en las que obtuvo plaza a la primera.

Pero, historias familiares aparte, lo cierto es que yo tenía mucho trabajo por hacer y sólo tres meses por delante. Una amiga española algo más joven que yo con la que había compartido piso en Grecia, Mónica Durán, también era filóloga clásica. Le conté lo de las oposiciones y la convencí para que nos presentásemos juntos, así que nos fuimos con quien entonces era su marido, mi entrañable amigo islandés Jon Sigurdur Eyolfson, a una casa que tenían en el Pirineo catalán para poder prepararnos el examen con calma.

Los temas de lengua y cultura los elaboramos sin problemas con ayuda de los apuntes de la carrera y de alguna bibliografía que nos habíamos traído con nosotros. Aquí debo reconocer que todo lo que aprendí en la Universidad de lingüística, literatura, historia, arte y filosofía griega me resultó de gran utilidad, pues elaborar y aprender aquellos temas con los que estaba bien familiarizado me resultó mucho más sencillo de lo que estaba siendo preparar las oposiciones de Hispánicas.

Con esto quiero señalar, y espero que el lector así lo haya entendido, que en ningún momento he pretendido hasta ahora afirmar que en la carrera de Filología Clásica no se aprenda nada. Ni mucho menos. En Filología Clásica se aprende lingüística, literatura, historia, filosofía… pero no se aprenden latín y griego como lenguas. Y esto significa que mientras que cualquier estudiante de alemán, ruso o japonés, tras cuatro o cinco cursos de Escuela Oficial de Idiomas es capaz de leer con relativa comodidad cualquier obra literaria escrita en la lengua objeto de su estudio, los licenciados de Clásicas, habiéndole dedicado un tiempo y esfuerzo mucho mayores, no. Al menos ésa es la frustrante experiencia que yo viví, y la que muchos otros profesores y compañeros me han confesado haber sufrido ellos mismos. Y éste no es un problema de los últimos años, sino que viene de antiguo y afecta a todos los niveles de la especialidad. Aunque de todo esto ya hablaré con más detalle en los últimos capítulos.