Capítulo 33

Bajo la densa lluvia, el hospital Whittington se veía como un enorme bloque de color café grisáceo. Nick se cubrió casi todo el rostro con la capucha, pero aun así se mojó. En el bolsillo de su cazadora impermeable había guardado un pequeño paquete con las chocolatinas favoritas de Jamie.

La habitación estaba en el tercer piso. Al verse frente a la puerta, Nick hubiera preferido retroceder, alejarse. «Está despierto, pero aún no se ha recuperado», fueron las palabras del señor Watson. Nadie preguntó los detalles de su condición.

Nick llamó a la puerta. Volvió a llamar. Ninguna respuesta. Lleno de un mal presentimiento, la abrió.

Había dos camas, una estaba vacía. En la otra yacía Jamie; se veía pequeño, frágil. Nick respiró profundamente.

—Hola, Jamie. Soy yo, Nick. He oído que te sentías mejor, y pensé que sería buena idea venir a verte.

Jamie no se movió. Su cabeza estaba girada hacia la pared, y una parte de ella estaba rasurada. Se parecía a la de Kate, solo que la de él tenía una sutura a lo largo de la parte calva.

—Te he traído algo. —Nick sacó el paquetito de su cazadora y se acercó lentamente. Entonces vio el rostro de Jamie. Yacía con la boca medio abierta y tenía la mirada fija en la pared.

«Así que es cierto». Sintió cómo algo le apretaba la parte superior de la laringe y de inmediato dejó de mirarlo.

—Emily te manda saludos. También vendrá a visitarte… Han pasado muchas cosas en las últimas semanas.

La mirada de Jamie seguía clavada en la pared. Aunque Nick creyó que un músculo de su rostro se movía, se convenció de que solo era su imaginación.

—Jamie. Me gustaría tanto saber cómo estás. Siento muchísimo haberme portado mal contigo aquel día. Muchas veces he deseado haberme comportado de otra manera. Pero ya se acabó… lo del juego, quizá eso te alegre. No solo por mí, sino en general.

¿Jamie sonreía? No.

—Si me escuchas, aunque solo entiendas una palabra de lo que digo, haz algo. ¡Por favor! Parpadea o mueve el dedo gordo del pie, lo que sea.

«¿Reaccionaba? ¿Reaccionaba de verdad?».

Nick se mordió los labios mientras observaba cómo Jamie deslizaba muy poco a poco la mano sobre la manta, luego la levantó apenas y estiró los dedos.

—Lo haces muy bien, Jamie —balbuceó Nick—. Vas a estar muy bien, estoy seguro.

La mano de Jamie flotaba en el aire. Sus dedos temblaban. Luego los fue doblando, uno después del otro, con excepción del dedo corazón. Giró la cabeza, miró a Nick y sonrió.

—¡Cox, maldito desgraciado, me has dado un susto de muerte! —gritó Nick y debió contenerse para no golpearlo en las costillas o por lo menos lanzársele al cuello—. Estás muy bien, ¿verdad? Eh, cómo me alegro. En serio creía que… te habías ido.

—¿Qué si estoy bien? ¿Estás loco? Mis dolores de cabeza son de otro mundo y no tienes ni idea de lo bien que se siente uno con la cadera rota. —Jamie se rió, pero al mismo tiempo cerró los ojos con fuerza por el dolor—, aunque me dan unas magníficas pastillas analgésicas, solo por eso ha valido la pena.

—Idiota. Te vi tirado sobre la calle y pensé que te habías muerto. No podré nunca quitarme esa imagen de la cabeza.

Una vez más sonrió Jamie sin inhibiciones.

—Mándame una copia, por favor.

Resultó que él recordaba todo menos los dos días anteriores al accidente. Su rabia contra el juego no lo había abandonado.

—Se acabó —dijo Nick—. Nadie puede ingresar al juego. Una vez se perdió la batalla todo se volvió oscuro, para todos, al mismo tiempo. Se acabó. Se terminó. Fin. Claro, algunos están todavía destrozados.

—¿Cómo, así sin más? ¿Alguien apagó el servidor?

—No. —Nick tuvo que recordar que Jamie no tenía ni idea de lo que había sido Erebos y de todo de lo que era capaz—, era un juego fuera de lo común. Podía leer y entender lo que leía. Mi teoría es que durante las batallas, no dejó de examinar Internet un segundo a la espera del aviso de que… ¿cómo podría decirlo?, bueno de que su enemigo estuviera muerto. Ese aviso nunca llegó, y en su lugar llegó otro. Así que se desconectó.

Jamie estaba impresionado.

—Eso es de locos.

—Sí.

El pálido rostro de Jamie mostraba su perplejidad. ¿Era demasiado pronto para decirle la verdad? «No —pensó Nick—, cuanto más rápido lo superemos, mucho mejor».

—Escucha —empezó—, tu accidente no fue un accidente. Alguien cortó los frenos de tu bicicleta y por eso te fuiste a toda velocidad directamente hacia el cruce —respiró hondo—. Sé quién lo hizo. Si quieres, puedo decírtelo.

El rostro de Jamie dejó entrever una total incredulidad. Abrió la boca, volvió a cerrarla y giró la cabeza hacia la pared.

—No puedo acordarme del accidente. Tampoco de los días anteriores. Me gustaría saber qué fue lo que pasó —se tocó la cicatriz en la cabeza—. ¿El juego tuvo que ver con esto?

—Sí.

—Entiendo. Deja que lo piense… Quizá quiera saberlo más tarde —mostró una sonrisa pícara—. Lo que me interesa es una sola cosa: ¿podría ocurrir que me encontrase al susodicho en el patio del colegio y que le ofreciese la mitad de mi sándwich?

Nick negó con la cabeza.

—No.

De hecho, Brynne se había cambiado de instituto. Hasta donde Nick sabía, no había ido a la policía.

—¿Cuánto tiempo más tienes que estar aquí? —le preguntó.

—Un poco, después tengo que ir a la rehabilitación con las otras ancianas que se han roto la cadera. Estoy a la expectativa de si les gustará mi corte de pelo.

Por lo visto, el cerebro de Jamie y su centro de bromas estaban ilesos. Nick habría deseado ponerse a cantar muy fuerte.

—Cuando estés cien por cien restablecido tengo que presentarte a alguien. Os vais a caer muy bien.

—¿Una chica?

—No exactamente, alguien con un humor semejante al tuyo y a quien le gusta beber más té que a ti.

El otro encuentro ocurrió dos días más tarde. Emily lo organizó porque pensaba que ya era hora de dar por terminadas las cosas.

—Para muchos es difícil —dijo—. El juego se acabó tan de repente que dejó un gran vacío.

Nick, que aún podía recordar su enorme vacío, asintió. Además, había una reflexión, un plan, que solo él podría llevar a cabo junto con los demás ex jugadores.

Gracias a la ayuda del señor Watson, reservaron el espacio de reunión en un centro juvenil y colgaron avisos en todos los institutos en donde sabían —o al menos suponían— que hubo jugadores.

Aun así, Nick no contaba con una audiencia tan grande. Cuando entró al lugar ya estaban ocupadas todas las sillas y había mucha gente sentada en el suelo. Intentó contar a los asistentes, pero antes de llegar a la mitad se dio por vencido… Eran más de ciento cincuenta. A pesar de la fría noche de noviembre, pronto tendrían que abrir las ventanas, si querían tener suficiente aire.

Nick se colocó ante el resto y esperó hasta que la mayoría de las conversaciones se apagaron.

—Hola —dijo—, me llamo Nick Dunmore y muchos de vosotros me conocéis del instituto. Al igual que vosotros, yo también jugué en Erebos y también me encantó, sinceramente. Aun así, y tenéis que creerme, es bueno que el juego se haya acabado. Pero antes de que os explique lo que se esconde tras él, creo que debemos presentarnos como es debido. Las reglas de Erebos ya no valen: en el juego yo era Sarius, un elfo oscuro, y fui expulsado cuando era un ocho.

Algunas personas rieron.

—¿Sarius, venga, en serio? ¿Tú eras Sarius?

Al instante, los primeros empezaron a contar sus experiencias y anécdotas. Nick logró contenerlos con mucho esfuerzo.

—¡Un momento! Antes debemos hablar de algo muy importante. Seguramente leísteis en la prensa lo que ocurrió: Ortolan no era ningún monstruo, sino una persona de carne y hueso. No una persona simpática, pero sí una persona. Pronto le darán de alta en el hospital y supongo que continuará con sus mismas actividades —ellos le escuchaban, «excelente»—. Erebos solo tenía un objetivo: hacer que Ortolan pagara por una de sus canalladas. No funcionó, lo que es bueno por un lado, aunque por otro no está bien que salga indemne de esto.

Algunos de los presentes asintieron, pero la mayoría lo miraban como si no comprendieran ni un ápice.

—Lo importante es lo siguiente —continuó Nick—, cumplisteis con algunos encargos. Me gustaría hacer una recopilación. Sobre todo de aquellos que no tenían nada que ver con gente de vuestro instituto. Escribid todo lo que os preguntaron al hacerlo y a quién le serviría, si hicisteis fotografías, fotocopias o escaneasteis documentos y, si aún los tenéis, dádmelos.

Ahora parecían escépticos.

—Nadie los utilizará en vuestra contra, lo prometo. Pero debemos tratar de utilizarlos en contra de Ortolan si se comprueba que tiene las manos sucias. Y a mí me parece bastante posible. Nos encontraremos nuevamente aquí en una semana, ¿estáis de acuerdo? Y ahora me gustaría mucho saber quiénes erais.

Pareció como si se hubiera roto un dique. Nick se empeñó en mantener un orden en las intervenciones, pero pronto todos hablaban unos con otros. Todos querían contar su historia y saber quién se escondía detrás de los demás combatientes. Nick se dio por vencido en su papel de moderador y se mezcló con los demás.

Al poco se habían formado pequeños grupos, pero algunos se quedaron solos, de pie, como Rashid. A diferencia de los miembros del círculo privilegiado, a él no le habían echado el guante, pero Nick notaba su malestar. Aún temía que alguien lo delatara.

Se acercó a él y le sonrió.

—Hace mucho que me pregunto quién eras. ¿Blackspell?

Avergonzado se encogió de hombros.

—Aún se me hace raro que hablemos de nuestros personajes. No me acostumbro.

—Déjalo ya. Anda, dime. ¿Blackspell?

Una pequeña sonrisa se insinuó en los labios de Rashid.

—Cerca. Yo era Nurax.

—¡El hombre lobo! Nunca lo habría pensado. ¿Cómo era jugar siendo un hombre lobo? ¿Te gustó?

Conversaron sobre las ventajas de las distintas especies, sobre las aventuras que vivieron en conjunto o separados. Otros más se acercaban y hablaban sobre su personaje y sus vivencias. La sala zumbaba como un panal de abejas.

Nick se abrió camino entre la multitud en busca de las personas con las que más había jugado. Quería saber quién era Sapujapu y Xohoo, o Galaris, cuyo nombre vio escrito en la caja de madera. En algún momento, Aisha lo tocó con el dedo en el hombro desde atrás.

—Hola, Sarius. Esto me ha sorprendido mucho, ¿sabes? Yo pensaba que eras LordNick. La mayoría lo pensaba.

—Lo sé —dijo con un suspiro—, es a él a quien quiero encontrar, tengo que preguntarle qué se creía. Avísame si lo encuentras, ¿vale?

Lo miró ofendida.

—¿Y no te interesa saber quién era yo?

«Me interesaría más saber si has resuelto la historia del acoso sexual».

—Claro que sí —dijo—. ¿Nos conocimos?

—Sí, sí —dijo sonriendo—. Pero no nos soportábamos. Me quitaste dos grados en la arena.

—¿Feniel?

—Exacto.

Después de dos horas, Nick tenía una considerable lista con las ecuaciones y esta vez sí cuadraban. Detrás de Blackspell se escondía Jerome; detrás de LaCor, el otro vampiro, se escondía el silencioso Greg. Xohoo se descubrió como Martin Garibaldi, al que Nick observó un día después de que lo expulsaron. Nick se tragó su decepción. En Xohoo esperaba encontrar a un amigo para la vida real.

Un poco más tarde encontró a Sapujapu, que no tenía ni por asomo la apariencia de un enano: resultó ser un tipo alto y larguirucho llamado Eliott, estaba en su último año en el instituto y después quería estudiar Literatura inglesa. Intercambiaron sus números de móvil, hablaron sobre películas y música, y comprobó que Eliott también era fan de Hell Froze Over.

—Perdí mi camiseta, lamentablemente —dijo con un suspiro—. La sacrifiqué por uno de los grados de Erebos. Ni idea de por qué…

A Nick se le fue el aire de tanto reír, por eso tardó un poco más en poner a Eliott al corriente de todo.

—Creo que esa es una buena razón para que dentro de poco nos vayamos juntos al pub Äxte —bromeó Eliott y añadió que Nick se parecía increíblemente a LordNick.

—Lo sé —dijo Nick irritado—. A mí también me gustaría saber quién tomo prestado mi rostro.

Alguien detrás de él carraspeó.

—Yo puedo ayudarte, creo.

Nick se volvió. Era Dan, la abuelita tejedora número 1.

—Ah, sí. ¿Y quién era?

Dan miró hacia el suelo abochornado.

—No lo comentes, ¿de acuerdo? Estoy casi seguro de que era Alex. Él… te admira desde hace algunos años. Durante un tiempo intentó imitarte, ¿no te dabas cuenta?… ¿No? Bueno, yo sí. —Dan se rascó el trasero—. Cuando apareció el clon de Nick Dunmore, poco después de haberle dado el juego a Alex, inmediatamente pensé en él.

«¿Quién dice que no eras tú?».

—¿Por qué me cuentas esto?

Dan se rascó con más intensidad.

—Bueno, Alex es mi mejor amigo. Y la verdad es que lleva fatal que lo llames abuelita tejedora. Pensé que si te lo contaba, serías más simpático con él. A propósito, no quiso venir. Le daba mucha vergüenza, y eso también habla en favor de mi teoría.

El informe de Dan sensibilizó a Nick de una extraña manera. Se había imaginado todas las intenciones posibles tras la existencia de LordNick, pero la admiración no estaba entre ellas.

—¿Y tú? —le preguntó—. ¿Quién eras?

—¡Caray! —sonrió Dan—. Esto no me hará sumar ningún punto a mi favor. Yo era Lelant, y lo siento… pero ya no puedo devolverte tu cristal mágico.

Mucho se había aclarado, pero no todo. No pudo averiguar quién era Aurora, la mujer gato que murió en el laberinto en su lucha contra el escorpión. Pero, en lugar de eso, descubrió que detrás de Galaris se escondía una chica delgada, pálida y con gafas de primero de secundaria. Ella tenía tan poca idea sobre el contenido de la caja como Nick, pero, a pesar de eso, la transportó de un sitio a otro. Tyrania, la bárbara con la minifalda extremadamente corta, era la tímida Michelle. De ella provinieron las píldoras con las que Nick tendría que envenenar al señor Watson. Las robó del botiquín de su abuelo, claro, sin que nadie notara su intento, pues su abuelo siempre guardaba un segundo frasco, en caso de emergencia. Henry Scott, el único novato de Nick, se había transformado en Bracco, el hombre lagarto.

—¿Quiénes eran los del círculo privilegiado? —preguntó a Nick una chica regordeta con rasgos asiáticos, cuando ya se había ido la mayoría de los asistentes.

—Helen era BloodWork —dijo Nick—. Ahora mismo lo está pasando mal. El señor Watson me ha dicho que está bajo tratamiento psiquiátrico.

—¿Y Wyrdana? ¿Drizzel?

Nick no conocía el verdadero nombre de Wyrdana. Para sí, solo la llamaba Gollum. Iba a otro instituto como el tipo de Scream y el extraterrestre. Uno de los dos fue el que intentó lanzar a Nick a las vías del metro, pero ya no era importante conocer al culpable. A Nick le había pasado lo mismo que a Jamie con el sabotaje de los frenos de su bicicleta.

—Drizzel —dijo Nick— seguramente era Colin. ¿Lo conoces? Alto, moreno, jugador de baloncesto.

«Y anteriormente, en algún momento, mi amigo».