El mensaje de texto de Victor llegó de madrugada. El aviso del móvil sacó a Nick del sueño más profundo. La pantalla era una mancha resplandeciente en la habitación oscura. Saltó de la cama tan rápido que sintió cómo se mareaba y tuvo que apoyarse en su escritorio.
Un nuevo sms.
Pulsó la tecla de «Leer»..
Parece que ya le ha llegado la hora a Ortolan. Están preparando al círculo privilegiado para la batalla. Antorchas, juramentos, togas blancas y demás. Creo que será hoy. Por el momento vamos a sitiar la fortaleza.
PD: hace un segundo encontré un cristal mágico (amarillo). Cuando todo haya pasado, puedo guardármelo y hacer con él lo que quiera, ¿o no?
Victor le había enviado el mensaje a las 3.48 de la madrugada, y en ese momento eran las 3.50. Junto con su móvil gateó hasta la cama y le llamó por teléfono.
—¿Qué significa eso de que vais a sitiar la fortaleza?
—¡Hola! Bueno… pues… que vamos a estar por ahí en plan ocioso. La fortaleza es un gran bloque blanco que brilla en la oscuridad y del que chorrea sangre. ¡Es verdaderamente repugnante!
Nick no pudo responder porque tuvo que bostezar muy fuerte.
—Te he despertado, ¿verdad? Lo siento, pero quería ponerte al tanto como fuera. Podía haber sido que… ¡Rayos, otra vez están disparando cabezas!
Nick lo escuchó teclear con vigor.
—Vale, problema resuelto. Lo que quería decirte era otra cosa: podría ser que tú quisieras emprender algo… ahora, por supuesto.
—No sé. ¿Como qué? ¿Ya sabes qué tienen que hacer los que pertenecen al círculo privilegiado? ¿Hay algún punto de referencia del que podamos partir?
—Deben destruir a Ortolan. Cuando lo hayan logrado, su torre caerá en pedazos y todos seremos recompensados, eso fue lo único que explicó el mensajero. De momento, aquí hay sentada mucha gente a la espera de que esa cosa se venga abajo, aunque… los del círculo privilegiado acaban de irse.
—Lo que más me gustaría es ir a Blackfriars.
—Todavía no ha abierto el metro y los autobuses nocturnos… Mejor olvídalo. Además, ¿qué quieres hacer allí? Mejor vete a la cama.
Eso parecía una broma. Pero Victor tenía razón, por lo menos necesitaban el esbozo de un plan.
—Iré a verte a tu casa en el primer tren, luego pensamos qué podemos hacer.
—De acuerdo. La cosa se está poniendo fea… Creo que ahora sí va en serio.
—Si ocurre algo importante, dímelo.
—Claro… mantendré la posición nocturna, solo y solitario. Bueno, si exceptuamos a los trescientos combatientes extenuados que están a mi alrededor.
Nick se sentó en la cama y miró fijamente las agujas de su reloj. Todavía faltaba más de una hora para que pasara el primer convoy del metro.
«¡Maldita sea! ¿Y si la torre se derrumba mientras espero?».
No aguantó mucho tiempo sentado y empezó a caminar por la habitación de un lado a otro; estaba haciendo demasiado ruido teniendo en cuenta el silencio que reinaba en la casa. Y no quería despertar a nadie. Le pareció prudente ir a la cocina y escribir una nota en la que diría que se había ido a correr con Colin antes de entrar al instituto. Eso fue lo mejor que se ocurrió. Con un poco de suerte, sus padres le creerían dentro de dos horas y media cuando se levantaran.
Cuando se deslizó a hurtadillas fuera de casa faltaban quince minutos para las cinco. Llevaba consigo su mochila para que su madre no la viese por allí, pero inmediatamente la dejó atada en el sótano de bicicletas. En esos momentos no necesitaba una carga innecesaria.
Las calles estaban oscuras y desiertas; en la estación aún no habían quitado los candados. Nick se envolvió fuertemente en su abrigo y se puso a contar los minutos. ¿Qué podía hacer? Podría esperar a que pasara Ortolan y obligarlo a que lo escuchara. O quizá podría hablar con la policía: «Vera, es que existe un juego de ordenador en el que todo apunta a que hoy será asesinado un repugnante directivo empresarial. Sí, cómo no. ¡Gran idea!».
En esas estaba cuando sonó su móvil para anunciar un nuevo mensaje de texto:
Ahora estoy segurísimo. Será hoy. Me asignaron un encargo que así lo indica. ¡Llámame!
Inmediatamente llamó a Victor.
—Si alguien me pregunta, debo mantener que hoy, entre las ocho y las diez de la mañana estuve desayunando con un tal Colin Harris.
Nick no lo entendió a la primera.
—¿Por qué tienes que desayunar con Colin?
—Tengo que proporcionarle una coartada, ¿entiendes? Claro, con la condición de que no lo atrapen en el momento de los hechos… ¿Conoces a Colin Harris?
—Por supuesto.
—No importa. Escucha, esto me está poniendo muy nervioso.
—Voy de camino hacia tu casa. ¿Qué pinta tiene la torre? ¿Sigue intacta?
—Sí, sí. Todavía está en pie… brilla y sangra.
Cuando por fin se levantaron los barrotes de la estación del metro, Nick bajó corriendo las escaleras como si lo estuviera persiguiendo el mismísimo mensajero.
«Nada de rodeos, directamente a King’s Cross». No tardaría ni veinte minutos en llamar a la puerta de Victor.
—Míralo tú mismo —dijo Victor.
Allí seguía la torre. Era enorme y relucía con un blanco lívido entre las tinieblas. Le escurría sangre y goteaba desde las ventanas, las troneras y las ranuras de sus muros. En la oscuridad, por todos lados, se encontraban —de pie o sentados— cientos de combatientes de todo los pueblos y todos los niveles. Esperaban. Nick podía imaginarse la curiosidad que los animaba. También sabía cuánta curiosidad tendría de no ser porque conocía la historia del juego. Por esta razón el panorama le provocó un poco de asco.
—Voy a ver a Ortolan y le pondré sobre aviso. No me importa si es un malnacido. Si no me toma en serio, por lo menos lo habré intentado —dijo.
—O bien —añadió Victor— nos dirigimos al edificio donde están sus oficinas y nos ponemos al acecho… en cuanto aparezca cualquiera de los jugadores, lo detenemos. Y damos aviso a la policía.
Eso sonaba bien. Eso funcionaría.
—De acuerdo —dijo Nick—. ¿Quiénes están en este momento en el círculo privilegiado?
Victor los contó con los dedos.
—Wyrdana, BloodWork, Telkorick, Drizzel y… espera… Ubangato, un bárbaro. Se integró en el último torneo. ¿Tienes alguna idea de quiénes son en la vida real?
—No —dijo Nick—, pero cada vez me parece más probable que BloodWork sea Colin.
Un poco pasadas las seis se pusieron en marcha. Nick le envió a Adrian un sms. Lo hizo a regañadientes, pero le había prometido que lo tendría al tanto. Victor se comunicó con Emily, y Nick intentó arrancarle el móvil.
—¿Estás loco? ¿Qué pasa si esto es peligroso?
—Me obligó a prometérselo. Me va a estrangular si no la llamo —oprimió en «Enviar»—. Además, ella también tiene derecho a estar allí, como tú y yo. Y Adrian.
Blackfriars. Se bajaron del metro y caminaron hacia Bridewell Place. Ahí se reunirían con Emily y Adrian.
Lloviznaba. Nick caminaba en silencio junto a Victor y buscaba rostros conocidos. Al mismo tiempo rumiaba y rumiaba sus pensamientos. «¿Qué pasa si no aparece nadie? ¿Si todo es una falsa alarma? ¿Si la torre no es el edificio de Bridewell Place, sino otro?».
Caminaron por New Bridge Street. Por lo menos había sido lo bastante inteligente para traer una chaqueta con capucha, así podría esconder su cola de caballo; su estatura no era tan fácil de disimular. Por nada del mundo quería que los jugadores le descubriesen antes de tiempo.
Por ese motivo no podían quedarse parados en Bridewell Place. Tras ellos había un pub, pero solo se abriría a las once de la mañana.
—Estate atento —dijo Victor, cuando tuvieron a la vista el edificio de oficinas—. Para empezar tú te quedas aquí y esperas… Sin llamar la atención, claro. Yo me voy a dar una vuelta y vigilaré sin problemas… A mí nadie me conoce.
Victor se lanzó a su recorrido y Nick no le quitó ojo al edificio. El andamio limitaba la vista de las ventanas. «¡Qué lata! —Nick observó con más atención—. ¿Se ha movido algo? ¿O alguien? No, solo me lo he imaginado». Y si había alguien allí, lo más seguro es que fuera un albañil.
Echó un vistazo al reloj. Apenas pasaban unos segundos de las siete y media. «Maldita sea, esto puede durar una eternidad». Nuevamente fijó la vista en el andamio y, en ese instante, el corazón le dio un brinco cuando una mano se posó en su hombro.
—Dije que sin llamar la atención, señor Dunmore. Eres tan discreto como el faro de Alejandría. —Victor estaba tras él y en su rostro refulgía una amplia sonrisa.
—¿Por qué me has dado un susto?
—Oye, regálale a un extravagante solitario un poco de alegría. Vamos… Ahora, tenemos que acercarnos un poco más.
Durante un buen rato, ambos observaron la entrada sin que apareciera nadie familiar. Entonces sonó el móvil de Nick y casi saltó delante de un automóvil.
—Hola, soy yo, Emily. Adrian y yo ya estamos cerca, estamos comprando sándwiches. ¿Quieres uno?
—¿Sándwiches? ¿Ahora? No, gracias.
—Yo siempre tengo que comer cuando estoy nerviosa. ¿Dónde estás?
—Justo enfrente del edificio de Soft Suspense. Victor ya ha llegado, aún no ha pasado nada.
—A lo mejor estáis llamando la atención. ¡En un momento estamos con vosotros!
Nick tiró de Victor detrás de una camioneta estacionada. «Por supuesto que Emily tenía razón». No deberían echarlo todo a perder.
Cuando diez minutos más tarde Emily y Adrian se reunieron con ellos, aún no había pasado nada. Aunque la gente no dejaba de entrar al edificio, no habían visto a ningún estudiante.
—Es hoy, con toda seguridad —insistió Victor—. Ya han enviado al círculo privilegiado y Nick y yo vimos la torre que derrama sangre.
Pasaron otros diez minutos. «Nada». A Nick empezó a dolerle la espalda por permanecer agachado tras la camioneta para no llamar la atención. «¿Les entró miedo a los del círculo privilegiado? ¿De verdad la cosa iba en serio?».
—Ahí viene Ortolan —dijo Adrian.
A pesar de que lo dijo con aparente tranquilidad, Nick vio cómo los músculos de su mandíbula se contraían y cómo crispaba los puños.
Ahora era el turno de los combatientes del círculo privilegiado. «¿Cuándo, si no ahora?». Pero no aparecía nadie. Evidentemente, nadie podría permanecer parado durante mucho tiempo en un lugar visible. Al paso de cada minuto, crecía en Nick la sensación de que algo no marchaba bien. ¿Se habrían lanzado directamente a la tarea? ¿Estaban en el lugar adecuado? ¿Estaría alguien poniendo una bomba en el Jaguar de Ortolan?
Apenas terminó con estos pensamientos, y escuchó cómo algo rechinaba. El ruido provenía del edificio de oficinas, desde muy arriba. «¿Un cristal?».
Nick dirigió su mirada a las alturas, no pudo ver nada por el maldito andamio… pero se escuchó otro rechinar, no, más bien un estallido… ¡Clac! No fue muy fuerte, apenas si se distinguió del ruido de la calle.
—Qué idiotas somos —murmuró—. Ya están adentro.
Se miraron unos a otros y echaron a correr como si alguien les hubiera dado la orden. Cruzaron la calle, atravesaron la plaza frente la entrada y entraron al vestíbulo.
—Ahora vayamos despacio —dijo Victor—. Si no, no nos van a dejar pasar… Hay que subir por la escalera, no el ascensor.
Había mármol gris, columnas, mucho cristal y una recepción con una mujer que les sonreía. Y ahí estaba Rashid, casi invisible, escondido en un rincón del vestíbulo, esperando en un sillón de piel negra.
—¿Soft Suspense es aquí? —preguntó Victor mostrando su identificación de periodista.
—Está en el quinto piso, permítame un momento, lo voy a anunciar.
Rashid miró inseguro a Nick, era obvio que no esperaba que alguien apareciera y causara problemas. Entonces tomó una decisión: se apresuró a levantarse y caminó hacia ellos.
—Es usted muy amable, pero no es necesario que me anuncie —dijo Victor.
Más allá estaban las escaleras. Se apresuraron hacia ellas, Nick ya no pudo escuchar lo que la recepcionista les gritaba, solo se preguntaba si Rashid tenía una pistola.
«Primer piso». Hasta ese momento no se habían encontrado con nada que les llamara la atención, nadie presa del pánico, ningún ruido. Pero en este piso solo había una empresa inmobiliaria.
«Segundo piso. ¿Dónde está Rashid?». Nick miró hacia atrás. A su espalda solo había una escalera desierta. A pesar de esto, se sentía intranquilo, muy intranquilo.
Pasaron el tercero y el cuarto piso, donde no había más que oficinas normales y corrientes. Durante un breve lapso Nick esperó, contra toda razón, que se hubieran equivocado y que no pasara nada. Se aferró a esa esperanza mientras subían las escaleras al quinto piso.
En cuanto llegaron, Rashid los interceptó en su camino.
—Quedaos donde estáis, esto no os importa.
«Por lo menos no tiene una pistola en la mano». Pero sí llevaba una lata de aerosol que sacó a modo de amenaza. Gas lacrimógeno.
La mano temblaba, la voz de Rashid también.
—Que os quedéis ahí donde estáis, os he dicho. No quiero haceros daño. Quedaos ahí… o mejor aún, regresad por donde habéis venido y no le pasará nada a nadie.
Cuando Emily le respondió, su voz estaba muy tranquila.
—No tienes por qué hacerlo, Rashid. Puedes bajar las escaleras y salir a la calle. Nadie te hará daño. Nosotros no, el mensajero tampoco, ninguno de los demás jugadores. Te lo juro.
El rostro de Rashid se contrajo.
—Cállate, tú no tienes la más mínima idea de lo que está pasando. Largaos de aquí.
Emily hizo un nuevo intento.
—Si te das prisa, estarás lejos antes de que llegue la policía. Llegará pronto, lo presiento, y entonces podrías meterte en verdaderas dificultades.
El dedo de Rashid se movió sobre el botón del aerosol. Nick tiró de Emily hacia atrás.
—No te estamos amenazando —dijo Nick—. Al contrario, te estamos ayudando. ¡Corre!
—Pero… entonces…
—Entonces, ¿qué?, ¿te echarán del juego? Para ser sinceros, creo que después de hoy ya no existirá el juego.
La mano con el aerosol de pimienta bajó unos centímetros.
—El mensajero me va a matar.
—¿Ves por algún lado al mensajero? ¿Un orco? ¿Un trol? ¡Esto es real!, y tú vas a terminar con tus huesos en la cárcel, ¡como cómplice de homicidio!
En ese momento dejó caer el brazo. Nick titubeó, ¿debía arrojarse sobre Rashid para arrancarle el aerosol?, probablemente ya no fuera necesario.
—¿No me vais a acusar? —preguntó en voz muy baja.
—No, te lo prometo.
Les echó una última mirada huidiza y empezó a bajar las escaleras, primero lenta y después de rápidamente.
—¡Rashid! —gritó Nick—. ¿Cuántos más hay aquí?
—No sé —respondió con un grito—, los dos vigilantes de fuera tal vez ya se hayan ido. De todas maneras, dentro están los cinco del círculo privilegiado.
Después de esto, dejaron de oírse sus pasos.
—Cinco personas y algunas armas —gimió Victor—. Por lo menos podíamos haberle quitado el aerosol lacrimógeno a ese chaval.
Nick le dio la razón en silencio, pero ya era muy tarde.
Empujaron la pesada puerta de vidrio que separaba la escalera del área de oficinas. Allí estaba la recepción, sin ninguna persona que la atendiera. No había nadie en los pasillos y todas las puertas estaban cerradas.
—¿Por qué no hay nadie?
Caminaron a hurtadillas y abrieron una puerta con cautela. Encontraron dos lugares de trabajo pero allí no había nadie. «¿En la siguiente oficina?». Allí tampoco. Nick abrió una puerta tras otra, cada vez más aterrado, pues podría encontrarse con un montón de cadáveres tras alguna de ellas.
—¿Qué, todos se han cogido el día libre? —preguntó Victor.
—Allí detrás escucho algo —dijo Adrian.
Señaló hacia el final del pasillo, hacia una puerta de madera con herrería de latón que claramente se diferenciaba de los otros espacios. Escucharon con atención y oyeron algo: un golpe hueco y una voz apagada que gritaba.
—De acuerdo, por lo menos sabemos dónde están —comprobó Victor—. ¿Entramos?, ¿llamamos a la policía?
Nick no lo pensó mucho tiempo.
—Adrian, ve a una de las oficinas y llama a la policía. Nosotros nos mantenemos en posición.
Después de titubear durante un instante, Adrian hizo lo que Nick le había ordenado. Emily, Victor y él se agruparon cerca de la puerta de madera.
—Podríamos entrar y apostar por el efecto sorpresa —opinó Victor.
Nick sacudió la cabeza.
—Creo que no quiero sorprender a nadie que tenga una pistola en la mano.
Apretó la oreja contra la puerta y, aunque escuchó voces, no entendió qué decían.
—Desearía haberle preguntado a Rashid quiénes eran los miembros del círculo privilegiado —dijo Emily—, así podríamos calcularlo mejor…
A mitad de la frase de Emily, la puerta se abrió con fuerza y un personaje vestido de negro salió corriendo. Sobre el rostro tenía una máscara, la cara blanca y deformada de Scream..
—Voy por agua —gritó el enmascarado, pero de repente se quedó inmóvil al descubrir a Nick, Emily y Victor—. ¡Aquí hay… gente! ¡Mierda! ¿De dónde han salido?
Dio media vuelta y corrió hacia dentro de la oficina que estaba abierta.
—Quedaos quietos —exclamó Nick, nervioso.
«Dios mío, esto ha salido de pena». Allí había uno… dos, no, tres enmascarados con pistolas. Nick había logrado echar un vistazo al interior. Un cuarto tipo con una máscara de diablo se retorcía gimiendo en el suelo. «Colin, no hay duda». Junto a él había un bate de béisbol, y daba la impresión de que había recibido dos golpes. «Una pelea». Dos de los cristales de las ventanas estaban rotos. El quinto tipo, el que había salido por agua, no estaba armado, pero eso, en realidad, era un mal consuelo.
—Dunmore —dijo una voz grave bajo una máscara de calavera—, asqueroso pedazo de mierda.
Nick retrocedió un paso. Había reconocido tanto la voz como la maciza presencia. «Helen». Su arma apuntaba directamente a Andrew Ortolan, quien con el rostro blanco como la cal permanecía sentado en su silla giratoria. Tenía las muñecas amarradas sobre el escritorio. Junto a él yacían en el suelo dos mujeres y tres hombres, sus manos también estaban atadas a la espalda. Alcanzó a oír cómo una mujer sollozaba.
Ortolan se giró hacia la puerta.
—¿Y ahora quiénes son estos? ¿Refuerzos?
Sus palabras tenían un tono despectivo. Nick descubrió en su frente un rasguño sangrante.
—Cierra la boca —lo reprendió Helen—. ¡Y ahora haz lo que te digo o te meto un tiro en la pierna!
La pierna estaba debajo del escritorio… no era un blanco ideal. Ortolan sonrió apenas.
«No la subestimes —pensó Nick—. Va a disparar. Está loca».
—Quizá deba hacer lo que ella le dice —aconsejó cuidadosamente.
—¡Tú también te callas! —gruñó Helen—. ¡Y que alguien traiga agua! ¡Ahora!
El tipo de Scream salió disparado, pasó apretujándose contra Nick al cruzar la puerta y corrió por el pasillo. «Ojalá Adrian haya sido lo bastante inteligente para mantenerse oculto».
Salvo la mujer que sollozaba, todos guardaban silencio. Nick sintió cómo le bajaba el sudor por el cuello. Colin gimió detrás de la máscara de diablo. Junto a él había una persona arrodillada, una chica, cosa que no podía ocultar a pesar de su máscara de Gollum.
—Creo que ya se siente mejor —dijo ella.
El último en la pandilla era muy alto y fornido, tenía dedos regordetes y llevaba puesta una máscara de extraterrestre. A Nick no le resultó familiar. Lo que sostenía entre las manos parecía una escopeta recortada. Aun así, se diría que era Helen quien tenía la sartén por el mango. Debían entenderse con ella.
Hasta ese momento, Nick no se había percatado de que ella llevaba algo colgado alrededor del cuello: el símbolo del círculo privilegiado, rojo, con la punta dirigida hacia el centro. Ella era la única que lo llevaba; Nick supuso que lo había construido con alambre grueso.
El de la cara blanca regresó con el agua. Se la tendió a la chica arrodillada sin decir una palabra. Eso significaba que no había visto a Adrian.
Colin le dio la espalda a Nick, Emily y Victor cuando se levantó un poco la máscara de diablo. Medio se enderezó, bebió varios tragos de agua y tosió.
—¿Todo bien? —preguntó Helen.
—Sí. Ya puedo.
—Bueno, entonces continuemos con el texto. Levántate, Ortolan.
Lo hizo de muy mala gana, se le notaba. A Nick no le resultó sencillo determinar si Ortolan tenía o no mucho miedo. Las dos veces que lo había observado le había parecido que tenía más miedo que ahora. «Debía de presentir que algo se estaba cerniendo a su alrededor, pero no había nada en concreto. Ahora ya ha llegado el momento y está relajado».
—Vas a pagar por lo que hiciste —dijo Helen, de seguro que el texto lo tenía preparado—, por tu codicia, por tu desconsideración, por tus mentiras.
A una indicación de Helen, el extraterrestre dio un salto hacia delante y abrió de golpe la ventana. Enfrente de ellos se encontraba Bridewell Place. Y la tabla más alta del andamio.
Ortolan comprendió.
—Yo juraría que ya pagué lo que debía —dijo—. Y eso a pesar de que no soy codicioso, ni desconsiderado, ni mentiroso. Sabéis de sobra todo lo que me habéis hecho. Ya es suficiente, ¿me oís?
Probablemente Ortolan, al igual que Nick, hubiera dado una buena cantidad con tal de ver las reacciones de los rostros de los enmascarados.
—Sal —dijo Helen.
Su pistola apuntaba a Ortolan. Ningún temblor en su voz, ningún temblor en su mano.
—Escuchad —exclamó Victor—. No nos conocemos y lo que voy a decir va a sonar muy trillado… pero estáis cometiendo un grave error. ¿Qué vais a conseguir si salta por la ventana?… ¡Iréis a la cárcel! ¡Dejadlo en paz!
En ese momento la chica Gollum dijo algo.
—¿Eres amigo de Ortolan? ¿Su cómplice?
—No, eso es una estupidez, no conozco a este tipo —exclamó Victor—, pero sí conozco Erebos. Y os lo puedo asegurar: Erebos os ha engañado… sin importar qué os haya podido prometer el mensajero… esto, no vais a lograrlo. Dejadlo… Marchaos.
—Hasta ahora hemos conseguido todo —dijo la máscara de Scream—. Todas y cada una de las veces. Así que, si no sabes, no hables de cosas que no entiendes.
—Exactamente —completó el robusto extraterrestre—. Vosotros no sois nada. Nosotros somos el círculo privilegiado. Ahora salta por la ventana, Ortolan.
El inmenso miedo en los ojos del hombre saltaba a la vista.
—No, no puedo hacerlo.
—Entonces voy a tener que disparar —dijo Helen.
Alzó la pistola y disparó a la pared casi rozándolo.
—¡Está bien! —berreó Ortolan—. Voy a hacerlo… Voy a hacerlo, ¿de acuerdo? No vuelvas a disparar.
La mujer que estaba en el suelo empezó a llorar más fuerte, «Ojalá que no ponga nervioso a ninguno de los del círculo privilegiado». Nick tenía vértigo por el nerviosismo. «Seguro que alguien ha oído el disparo y aparecerá en cualquier momento para ver qué pasa, y eso empeorará las cosas».
Andrew Ortolan se subió al alféizar. La ventana era alta, pero él también tenía una estatura elevada y tuvo que agacharse para pasar. Con las manos atadas le costaba trabajo sostenerse con firmeza. Echó una mirada de súplica hacia su oficina.
—Continúa —dijo Helen.
—Por favor, no.
Ella volvió a levantar la pistola, y el extraterrestre hizo lo mismo.
—No tenemos que atinarle, basta un roce para que salga volando —exclamó.
Ortolan ya estaba en el umbral de la ventana y subía la pierna izquierda a la tabla del andamio que se encontraba un poco más arriba.
«Súbete a ella y después bájate —pensó Nick—. Debe funcionar. Llegarás ileso hasta la calle si mantienes la calma».
Sin embargo, a Ortolan le temblaban las piernas. Se agarró con fuerza del marco de la ventana. Se le notaba que sabía de sobra lo que tenía que hacer. Sujetarse, agarrar los tubos de metal del andamio lo más rápido posible. Pero parecía que no sería capaz de hacerlo.
—Nada de pedir auxilio. Si lo haces, disparo —dijo el extraterrestre.
Las manos atadas de Ortolan tomaron los tubos del andamio como las tenazas de un cangrejo. Era un tormento observar cómo se arrastraba por encima del andamio con las extremidades entumecidas y el rostro blanco.
En el momento en que logró arrodillarse en su tabla más o menos seguro, Nick escuchó un ruido detrás de él. Adrian se les unió.
Su presencia desató una serie de reacciones.
—¿Tú? —jadeó Ortolan y casi perdió el equilibrio.
Helen, evidentemente sorprendida, bajó el arma durante un instante.
—¿Qué haces aquí? —increpó ella—. Desaparece.
—¿Le dejas escapar? —preguntó Colin tras la máscara de diablo—. ¿Has perdido un tornillo?
La pistola se dirigió hacia Colin.
—Él es tabú.
—¿Quién lo dice?
—¡El mensajero! ¿Quién si no?
Si empezaban a pelearse, Nick aprovecharía la oportunidad para escapar con Emily, Adrian y Victor.
—¿Has llamado a la policía? —susurró en dirección a Adrian.
Pero no recibió respuesta. Toda la atención de Adrian estaba centrada en el hombre subido al andamio.
—Buenos días, señor Ortolan.
Ortolan se agarró con más fuerza de los tubos al descubrir la presencia de Adrian.
—¿Eres tú quien está detrás de todo esto? —preguntó.
—No. —Adrian se acercó más a la ventana y miró hacia el vacío—. Por ahí se va hacia abajo.
—¿Sí? No me digas —por un momento la rabia de Ortolan se impuso—, diles a estos fantoches enmascarados que me dejen volver a entrar.
—¿Por qué tendrían que escucharme?
—Tú tienes algo que ver con esto. No me tomes por imbécil. Basta con ver lo que trae la chica colgando alrededor del cuello.
Adrian se volvió hacia Helen, vio a qué se refería Ortolan y caminó hacia ella sin titubear. Tomó el símbolo del círculo privilegiado y lo contempló.
—¿Por qué lo traes?
—¡Desaparece, no entiendes nada!
La cercanía de Adrian le dificultó mantener a Ortolan en la mira.
—Te lo hiciste tú, ¿verdad? ¿Por qué?
—Porque pertenezco al círculo privilegiado y este es su símbolo.
Empujó a Adrian; solo era un movimiento de mano que parecía pedir disculpas, pero imprimió la suficiente fuerza como para hacer que él se tambaleara. Emily lo detuvo antes de que cayera.
—En realidad es el logotipo de Vay Too Far… La compañía de mi padre.
—Exactamente —dijo Ortolan.
La palabra terminó en un grito: un fuerte viento sacudió el andamio e hizo que los soportes rechinaran. Además, el viento trajo consigo un ruido. «Sirenas. ¿Son patrullas de policía?». Era muy posible y cada vez se escuchaban más cerca.
En la cara de Ortolan se dibujó un gesto de alivio.
—Salta —dijo Helen.
—¿Qué dices?
—Que saltes.
Ella se acercó a la ventana, levantó la pistola y dirigió la boca del arma hacia el pecho de Ortolan.
—Salta o te disparo.
Las sirenas se acercaban, el extraterrestre y la chica Gollum intercambiaron una ansiosa mirada.
—Debemos huir —dijo la chica—. Alguien ha llamado a la policía. ¡Vamos, rápido!
—Salta, maldito cerdo —dijo Helen detrás de su máscara de calavera.
La imagen se grabó a fuego en la memoria de Nick… Era como si la mismísima muerte hablara.
—Tus amigos tienen razón, la policía está en camino —el miedo hizo que la voz de Ortolan aumentara progresivamente—. Te van a atrapar en un asesinato, ¿eres consciente de ello? Si disparas, serás una asesina… Irás a la cárcel por el resto de tu vida.
No podía quitarle los ojos de la pistola. Helen estaba muy cerca de él, si apretaba el gatillo le atinaría y él caería, vivo o muerto.
Ortolan imploró por su vida.
Al parecer, sus palabras tuvieron efecto en uno de los cinco enmascarados. El tipo de Scream empezó a caminar lentamente hasta la puerta y se largó corriendo. El extraterrestre y la chica Gollum parecían querer seguir sus pasos. Con poco entusiasmo, mantenían en jaque a los que estaban en la oficina.
Victor observó lo que sucedía.
—Marchaos en silencio —trató de motivarlos a los dos—. ¿Y sabéis qué? Os voy a contar un secreto: el juego se acabó. No importa lo que hagáis, el mensajero ya no os recompensará. Al contrario, un juzgado os va a condenar. Erebos se acabó, se ac…
—¡Cierra el pico, no sabes lo que estás diciendo! —gritó Helen.
La pistola apuntó a Victor por unos segundos; y así permaneció hasta que recordó su encargo y volvió a tener a Ortolan en el punto de mira.
—¡Salta! —gritó y dio otro paso hacia él.
Durante un momento pareció que la obedecería. Echó un vistazo hacia abajo como si quisiera medir la altura o sus oportunidades de bajar escalando.
Entonces Adrian se colocó entre Helen y la ventana.
Victor y Nick saltaron pero se contuvieron casi al mismo tiempo. Helen tenía que estar tranquila, no debía disparar por nada del mundo.
—Quítate de ahí, Adrian —dijo Nick.
Adrian no se movió un milímetro. Nick advirtió que Helen se ponía nerviosa, se ladeaba a un lado y al otro para no perder de vista a Ortolan, no bajaba la pistola.
—No vas a disparar a Adrian, ¿verdad? —preguntó Nick—. Él no tiene la culpa de esta locura.
Una sirena lo interrumpió. Gollum y el extraterrestre se escaparon. Nick solo los vio con el rabillo del ojo. Se precipitaron en su salida como si acabaran de darse cuenta de la gravedad de la situación.
—No —les gritó Colin cuando se iban—. ¡No me dejéis aquí! ¡Llevadme con vosotros, cobardes!
Intentó incorporarse, gritó de dolor y volvió a derrumbarse en el suelo. La máscara de diablo se movió un poco y descubrió su piel oscura.
—Señor Ortolan —dijo Adrian—. Por favor, diga que usted intentó robar a mi padre el Destello de los Dioses… Si no lo hace, me haré a un lado.
—¿Por qué ninguno le quita el arma a esa loca? —gritó Ortolan—. ¡No puede ser tan difícil!
Se oyó el chirrido de las llantas delante del edificio. Una luz azul titiló en la pared del edificio de enfrente.
—¡Estoy aquí arriba! —chilló Ortolan—. ¡Aquí! ¡Bájenme por favor! —de nuevo se volvió hacia la ventana—. ¡Ya es suficiente, ahora voy a entrar, terminemos con esta locura!
Adrian se hizo a un lado tal como lo había avisado. La boca de la pistola de Helen apuntó directamente a la cabeza de Ortolan.
—¡No¡¡Por favor! —se agachó en el andamio, pero se tambaleó, gritó y volvió a sostenerse.
—Dígalo —repitió Adrian.
—¿Para qué? ¡Ningún juzgado del mundo lo daría por válido! ¡Me obligan a hacerlo bajo amenazas!
—Eso no me importa… Dígalo. Ambos sabemos que es verdad.
Cada vez había más ruido delante del edificio.
Alguien gritó en tono imperativo, se escuchó cómo cerraban de golpe puertas de automóviles.
Los oficinistas atados se movían inquietos. Nick rezó para que ninguno perdiera los estribos: la paciencia de Helen parecía haber llegado a su límite. Bajo la máscara de calavera corría el sudor que se deslizaba por el cuello. Nick sintió su creciente rabia como si fuera propia.
Adrian se colocó una vez más frente a Ortolan y le miró.
—Tu padre era un maldito genio —gritó Ortolan—, pero no tenía ni idea de negocios. Habríamos podido revolucionar todo este ramo comercial, pero él quería hacerlo solo como fuera.
—¿Usted robó el programa?
—¡Sí! ¡Sí, demonios! E hice bien, ¿entiendes?
—¿Lo extorsionó? ¿Le robó? ¿Le aterrorizó?
—Sí, si lo quieres decir así. Pero no funcionó, ¿estamos? En ningún lado encontré una versión completa del Destello de los Dioses. Nada con lo que pudiera hacer algo. Así que quédate tranquilo.
Adrian se dio la vuelta.
—Helen, déjalo ir.
—¡No, solo le dejaré saltar! Quítate de en medio.
Adrian no se movió ni un milímetro. Helen ladeó su máscara de calavera.
—Lo siento mucho, de verdad —dijo y le soltó un puñetazo a Adrian que lo hizo llegar hasta la pared al otro extremo de la habitación.
Nick y Victor reaccionaron al mismo tiempo, y se lanzaron sobre Helen. Victor la derribó con todo su peso contra el suelo, mientras Nick intentaba llegar a la mano de la pistola.
Helen se defendía con toda su fuerza.
—¡Dejadme! ¡Soy la última combatiente que puede ganar la batalla!
—No hay ninguna batalla —dijo Victor entre jadeos—, no hay ningún mensajero y ninguna misión más. ¡Detente, Helen! ¡Por favor!
—¡Traidores! —gritó ella.
Entonces se escuchó un disparo. En un primer instante, Nick pensó que había caído muerto. Que había recibido un tiro. En los siguientes segundos se dio cuenta de que el disparo de Helen solo había atinado en la pared. Por el miedo soltó un poco a su presa. Helen se dio la vuelta y disparó hacia Ortolan que estaba a punto de entrar por la ventana con mucho esfuerzo.
Le dio en un costado. Por un momento se quedó inmóvil, como congelado, con la mitad del cuerpo dentro y la otra mitad fuera, y luego se desplomó hacia atrás.
Nick vio cómo una sombra negra saltaba a toda velocidad y le cogía del brazo. Tiró del hombre por la ventana hasta meterlo, y lo acostó en el suelo. La camisa de Ortolan se tiñó de rojo.
—Misión cumplida —dijo Helen con un jadeo desde atrás de la máscara—. Sabía que funcionaría.
La rigidez causada por la conmoción se disipó en la cabeza de Nick, pero tardó unos cuantos latidos en recuperar el control de su cuerpo. Le arrancó el arma de la mano a Helen y se la dio a Victor.
—¿Qué hacemos ahora? Mira cómo sangra… Necesitamos una ambulancia.
Uno de los dos hombres atados levantó las manos.
—Cortad la tela adhesiva para que pueda hacerme cargo de la herida. ¡Rápido!
Nick hizo lo que el hombre decía. De alguna manera se sentía extraño, un poco mareado. Como si fuera a desmayarse en ese instante.
—Necesitamos una ambulancia —repitió.
Sentarse se volvió importante. Ante los ojos de Nick bailaban puntos blancos y negros; los negros cada vez eran más numerosos. A tientas se fue a la silla más cercana, se inclinó hacia delante y esperó a que el mareo se pasara.
Cuando volvió a alzar la mirada, Helen estaba sentada junto a él. Contemplaba sus manos. «Alguien debe sujetarla —pensó Nick—, aunque no está tratando de escapar».
Pasos en la escalera. Uno de los ascensores zumbó. Pronto vendría ayuda, para algunos por lo menos… para otros…
—¿Helen? —preguntó Nick mientras le quitaba la máscara de calavera.
Bajo la máscara se vislumbró su rostro ancho y bañado en sudor, aunque alegre.
—No me llames Helen —dijo ella—. Soy BloodWork.
Policía, doctores y paramédicos. La oficina se llenó de personas que hablaban entre sí. Primero se llevaron a Ortolan y se ocuparon de Colin, de quien se presumía que tenía las costillas rotas y quizá un desgarre en el bazo. «Ortolan le arrebató el bate y lo golpeó varias veces en el abdomen», dijo uno de los empleados. Nick estaba sorprendido de que Helen no hubiera asesinado inmediatamente a Ortolan. Quizá ello se debía a que nunca había podido soportar a Colin.
Antes de llevárselo, Colin quiso hablar con Nick. Este se inclinó hacia él. Colin lo tomó de la mano.
—¿Vas a declarar a mi favor, Nick? Seguro que me llevan a juicio y me meterán en el mismo saco que a Helen… Pero yo nunca habría disparado, yo me decidí por los bates. Por favor.
A Nick le costó trabajo liberarse de la mano de Colin.
—Eso es… Demasiado pronto por ahora. Quizá. Sí. Déjame, por favor.
—Tampoco fui yo el del incidente de Jamie. ¡Te lo juro!
—Lo sé —dijo Nick.
Se llevaron a Colin a la ambulancia y Nick siguió a los policías al interrogatorio en la comisaría.
Liberarse es muy fácil, si uno ha decidido hacerlo. Vuelvo la mirada y lo que más me gustaría es reír. Todo esto será cosa del pasado y yo mismo solo seré un recuerdo, para algunos doloroso y para otros vergonzoso..
Mi trabajo se ha completado. Lo que suceda a partir de ahora, ya no lo sé. Qué bien. Así no caeré en la tentación de intervenir y dar volantazos.
El futuro guarda un sinnúmero de posibilidades que pueden realizarse. No tengo ninguna curiosidad. Si fuera curioso, ¿me quedaría? No lo sé. Estoy cansado. También esto hace fácil soltarse.