Capítulo 29

Al día siguiente no se encontró ningún cartel y tampoco Brynne apareció por allí. No era muy difícil entender la razón por la cual había preferido quedarse en casa. «No haría ninguna tontería, ¿verdad?». Nick consideró la posibilidad de llamarla por teléfono, pero decidió que lo mejor era dejarle esa desagradable tarea al señor Watson, por eso se reunió con él durante el descanso.

—En los últimos días Brynne Farnham no se sentía bien que digamos… Solo quería hacérselo saber, quizá usted pueda hablar con ella.

—Lo que no me quiere usted decirme también es importante: esta mañana, la madre de Brynne me llamó por teléfono y justificó su ausencia por dos semanas. Está muy mal, tiene problemas psicológicos. Al parecer piensa cambiarse de instituto —la cara del señor Watson estaba seria y mostraba cierto reproche, como si supiera que Nick solo le había contado una parte de la historia.

«Claro que esa también es una posibilidad —pensó Nick—. Maldita sea. ¿Brynne le habrá confesado a su madre lo que hizo?».

Emily parecía confundida y estaba más cansada que ayer. Esquivaba las miradas llenas de curiosidad de Nick, aunque un poco más tarde encontró un mensaje de texto en su móvil:

Jugué hasta las 3 AM. Recibí un encargo insoportable. Pronto me echarán, lo presiento. Hasta luego, ¡tengo muchas ganas de verte! Emily.

Nick leyó las últimas cinco palabras por lo menos veinte veces. «Tiene muchas ganas de verme».

Se esforzó para no mostrar una sonrisa el resto de la jornada, pero la verdad es que se sentía liviano, muy liviano. Pronto llegaría la tarde, y entonces habría té en casa de Victor, posiblemente también algunas teorías y, por encima de todo, allí estaría Emily.

A veces era como si la vida fuese un círculo perfecto.

Cuando acabó la última hora de clases, Nick corrió al metro. Acortaría su recorrido lleno de rodeos y solo haría trasbordo en dos estaciones, tres como mucho. Después cambiaría de tren y de alguna manera llegaría a King’s Cross atravesando el centro de la ciudad.

Todo iba viento en popa, nadie lo seguía: ponía mucha atención en todo lo que ocurría a su alrededor. También tuvo suerte con las conexiones y no esperó mucho en cada transbordo.

«Pronto», pensó.

Se hallaba de pie en medio de los apretujones del andén de Oxford Circus y escuchó que se acercaba el tren.

«Pronto estaré allí».

Solo tres estaciones lo separaban de Emily y la colección de tazas de té de Vic…

El empujón fue fuerte y llegó por la espalda. En un primer momento, Nick no pudo entender qué pasaba: solo vio que el símbolo del metro que estaba frente a él se le venía encima. Escuchó los gritos de la gente, y sintió cómo el suelo desaparecía bajo sus pies.

Luego, como a cámara lenta, observó cómo su pie perdía apoyo.

Vio los raíles. Comprendió que iba a caer a las vías del tren.

Escuchó el metro. Luchó por mantener el equilibrio, y solo se encontró con el aire. Los faros del metro brillaban en la oscuridad del túnel. La gente gritaba.

«Pronto». El pensamiento que había tenido retumbó en su cabeza con un significado completamente nuevo.

Algo tiró de él.

«¿El metro? No, una mano».

Una mano tiró de él hacia atrás y lo arrojó al suelo mientras el tren entraba retumbando a la estación.

Gente a su alrededor, muchas, muchas voces.

—¡Lo han empujado!

—No, yo lo habría visto.

—Eso le ha pasado por los apretujones.

—No, ¡fue adrede! ¡El tipo se escapó!

Nick se levantó con mucho esfuerzo. Un espigado hombre con uniforme de trabajo azul lo ayudó a ponerse en pie.

—Ha estado cerca —jadeó—. Dios mío, ya te veía bajo las ruedas del tren.

Nick no podía pronunciar palabras. Se tambaleó, el hombre lo sostuvo. Se agarró fuertemente de las mangas y descubrió unas manchas blancas sobre la tela azul.

El tren se fue. Entonces apareció un policía que llevaba un chaleco amarillo de seguridad y le hizo algunas preguntas. Nick recobró su voz con esfuerzo: sí, creía que le habían empujado. No, no vio quién lo hizo. Sí, el hombre con el uniforme de trabajo le había salvado. No, no necesitaba ayuda médica.

El policía tomó nota, también apuntó los nombres y direcciones de los testigos. A uno le pareció haber visto que un chico escapaba con el rostro oculto bajo una capucha y prometió estar en contacto con la autoridad, claro, si es que las cámaras de vigilancia mostraban las imágenes que le permitieran reconocerlo.

Nick se subió en el siguiente tren. Apenas sentía las piernas. Con cuidado, ponía un pie delante del otro. Tenía que dejar de pensar. Ya lo haría después. Ahora era mejor inspirar y espirar. Fijó la mirada en el mapa de metro que había en la pared del vagón. Agradeció la distracción.

La imagen le dio tranquilidad y le recordó el juego de pregunta y respuesta al que jugaba con su padre. ¿Central Line? Rojo. ¿Circle Line? Amarillo. ¿Piccadilly Line? Azul marino. ¿Victoria Line? Azul claro. ¿Hammersmith & City? Rosa.

Sintió cómo su corazón se tranquilizaba y su respiración se volvía más profunda. No estaba muerto. Tampoco estaba en coma. Más tarde pensaría en todo lo demás.

—¿Que alguien ha intentado qué? —Victor tiró de Nick hacia la habitación de los sofás. Su retorcida barba temblaba y Nick, a pesar de todo, estuvo a punto de reírse.

—No pasó nada —miró el rostro de Emily, blanco como la cal—, pero todavía estoy un poco mareado. ¿Podríais darme algo de beber?… ¿Algo frío?

Victor corrió a la cocina, donde obviamente algo se le cayó de las manos y se estrelló haciendo tintineos en el suelo. Se le escuchó maldecir y hablar en voz baja, luego se le oyó barrer.

—Deberíamos haber venido juntos —dijo Emily.

Se sentó muy cerca de Nick y le rodeó con los brazos.

—No, tu camuflaje se habría echado a perder… Me alegro de que no te tengan en el punto de mira.

—De todos modos, mi camuflaje se acabará muy pronto. Estoy segura de que no podré cumplir con el próximo encargo.

—¿De qué se trata?

—Nada de lo que quiera hablar ahora. Todavía estoy espantada.

Victor regresó con un enorme vaso de té helado.

—¿Pudiste ver quién fue? —preguntó.

—No… Tampoco creo que lo reconociera, todo el tiempo anduve con mucho cuidado y buscaba gente conocida.

Estuvieron sentados un rato sin cruzar palabra. Nick vio cómo esto inquietaba a Victor y habría querido tranquilizarlo. «No me va a pasar nada». Pero ¿podía sostenerlo con certeza?

Para distraer un poco a los demás, preguntó por el ausente Speedy.

—Está bien, solo está esperando a que Kate necesite un novato para volver a registrarse. Bajo un nombre falso, claro. —Victor señaló con su índice lleno de anillos la habitación de las ordenadores—. Tengo seis identidades falsas distintas de Internet… Speedy puede elegir una. Tiene que funcionar, porque mis otros yos virtuales tienen direcciones registradas —alzó las cejas—. Nick, si tú quieres, también puedes usar una de ellas… Podrías volver a jugar, solo tienes que esperar hasta que Speedy II reclute a alguien…

«¿Quería hacerlo?», Nick escuchó su interior. La respuesta fue un no rotundo. Erebos ya no le tentaba, al contrario. Se alegraba de ser solo un observador.

—Mejor déjalo, Victor. Creo que no quiero volver a jugar, pero me gustaría mucho saber si hay novedades. ¿Cómo van las cosas?

—Inquietantes… Tengo la impresión de que todo está alcanzando su punto álgido. Anoche hubo una batalla contra monstruos terrestres que disparaban cabezas con sus cañones, mucha gente salió herida. Eso significa un montón de nuevos encargos.

—Como el mío —añadió Emily—, pero yo no estuve en la cosa esa de los cañones, tuve que defender una fortificación de los fantasmas fluviales.

«Monstruos terrestres y fantasmas fluviales. Cañones que disparan cabezas. Cañones». Nick sintió una presión en las sienes y un cosquilleo en la cabeza. Ahí había algo. Algo que había pasado por alto durante todo el tiempo. La última vez había estado cerca, lo sabía, y hoy también, aunque de otra forma.

—¿Te gustaría jugar un poco? —lo invitó Victor—. Me gustaría mucho mirar… Claro, no existe «un poco» en Erebos. Una vez que empiezo me quedo colgado varias horas, ya lo sabes. Así que no habrá más conversaciones agradables con té y galletas —un resplandor cruzó por su rostro—, aunque, por otro lado, ¡podríais darme de comer! Eso sería el paraíso terrenal: ¡jugar y mientras tanto ser alimentado!

Llegaron a la conclusión de prepararle el paraíso y dispusieron bolsas de cacahuetes, galletas, ositos de goma y llenaron la gran tetera, mientras que Victor «despertaba» a Squamato, como él solía decir.

El hombre lagarto estaba solo, parado en medio de una amplia pradera cuya hierba parecía reseca. Por ningún lado había adversarios. A través de los auriculares de Victor penetraba una música tenue. Nick escuchó con atención; la melodía no era la misma que él conocía de su juego con Sarius. «Cosa extraña».

Squamato se dirigió hacia un seto, lo que seguramente era una buena idea. Siempre que uno encontraba un seto y lo seguía, conducía a interesantes parajes; algo parecido pasaba con los ríos. A Nick, el seto le resultaba familiar. «Sarius también caminó por ahí, y no hace mucho». Era de noche. Las flores amarillas con forma de embudo brillaban y solo crecían de un lado del seto. «Exactamente igual que aquí». Nick frunció el ceño.

—¡Ositos, por favor! —Victor interrumpió sus pensamientos y abrió la boca para que Emily se la atiborrara con una horda de ositos de goma.

Squamato siguió caminando. Allí delante había algo grande, blanco, se movía, se trans…

—Ahí también he estado —exclamó Nick—. Es una escultura… tres hombres estrangulados por unas serpientes… Por lo visto es muy famosa.

En ese momento Victor clavó en él la mirada.

—Es el grupo de Laocoonte, amigo mío. De nuevo algo de la antigüedad griega. Muy oportuno, por cierto.

En esta ocasión, algunos combatientes estaban parados alrededor del monumento. Nick reconoció a BloodWork con su círculo rojo brillante alrededor del cuello y, a poca distancia, Nurax.

—Esto es una advertencia, supongo —dijo Victor—. Laocoonte no quería que introdujeran el gran caballo de madera en Troya. Espero que conozcas la historia —añadió con una mirada de reojo hacia Nick—. Por ese motivo, Poseidón envió unas serpientes marinas que no solo mataron a Laocoonte, sino también a sus hijos. El juego tiene mucho del caballo de Troya… me parece.

Nick hizo una mueca y Emily le dio a Victor un puñado de nueces para interrumpir su palabrería.

Eso fue cuando el mensajero le dijo algo antes de enviarle allí. La escena le pareció muy divertida, sus ojos amarillos brillaban más claro que de costumbre. ¿Fue la alusión a Troya lo que encontró tan gracioso?

Nick volvió a concentrar su atención en el grupo de Laocoonte. Los gestos desgarradores de los hombres, sus intentos desesperados por zafarse de las serpientes… más allá estaba el seto, verde y amarillo, con las flores plantadas en línea recta, que ningún jardinero jamás habría podido crear. De nuevo, Nick vio al mensajero ante él.

«Si sigues por el lado oeste del seto, te toparás con un monumento; en realidad es una estatua».

Por un instante, a Nick se le nubló la vista.

«Era eso… podía ser… estatua…».

—¡Ya lo sé! —gritó Nick, pero su voz bajó de tono, y cuando se puso de pie de un salto también se vino abajo su silla—. Ahora lo sé. Ya lo sé.

Victor lo miró con los ojos bien abiertos y se quitó los auriculares.

—¿Cómo? ¿Qué es lo que ya sabes?

—¡El código! ¡Ya sé dónde estamos! Es… mira… ¡amarillo y verde y la estatua!

Emily y Victor intercambiaron una mirada de desconcierto.

—¿Qué quieres decir exactamente? —preguntó Emily con voz tenue.

—Ya sé dónde estamos. Ya he entendido el código. Verde y amarillo, rojo y azul.

Ellos todavía no sabían de qué hablaba.

—Los colores representan las líneas del metro. Esta es Monument Station, por ahí pasan las líneas Circle y District. Amarillo y verde. Como el seto. ¿Os dais cuenta?

La mirada desconcertada de Victor se dirigió a la pantalla y al rostro de Nick.

—Pero claro —susurró—. Claro… Maldita sea.

Con un gesto solemne, extendió la mano hacia Nick.

—Me retracto de todo lo que dije sobre tu cerebro. ¡Eres un genio!

En los siguientes minutos, Victor sufrió como un animal herido porque, mientras Emily y Nick buscaban en todos los cajones un mapa del metro, él cuidaba a Squamato.

—Que no haya ninguna pelea, ¡por favor! ¿Creéis que aún puedo salirme rápidamente? Por el momento no se mueve nada. ¡Nada! Pero si un gnomo me quiere enviar a la siguiente batalla, me quedaré colgado durante horas. Pero qué digo… el mensajero puede irse a freír espárragos.

Hizo clic varias veces y se levantó de un salto.

Mientras tanto, Emily había encontrado el mapa y lo había extendido sobre una de las mesitas de la sala de los sofás.

—Tienes razón —dijo absorta y tomó la mano de Nick—. La primera de las luchas que tuve fue a orillas de un río rojo, donde estaban los molinos de viento derruidos. Primero pensé en don Quijote, pero eso fue una tontería, es Holland Park en la Central Line del metro.

Puso el dedo sobre ese lugar del mapa y siguió buscando.

«El río rojo». Nick recordó su odisea en el inframundo y que el río le había guiado a la Ciudad Blanca.

—White City —dijo—. Después continué avanzando… siguiendo el seto color rosa, y luego seguí la línea Hammersmith & City. Allí, la primera estación: Shepherd’s Bush, «el arbusto del pastor» —alzó la mirada—. No llegasteis a ver a esas ovejas tan asquerosas. Ya casi no quedaba nada que sacar de ellas —continuó buscando con el dedo—. Goldhawk Road, «el camino del halcón de oro»… que por cierto casi me elimina.

—El seto rosa —exclamó Emily—. ¡Yo también estuve allí! Allí también había un árbol enorme con la corona del rey encima —y tocó el mapa varias veces con el dedo—. Royal Oak, «el roble real». Creo que me volveré loca.

Victor aún no había dicho nada, pero vibraba lleno de emoción.

—Ayer, y también los días anteriores —empezó a decir—, nos explicaron varias veces que estábamos cerca de la fortaleza de Ortolan, allí donde tendrá lugar la batalla decisiva —su dedo índice trazó círculos sobre las líneas Circle y District.

—Temple —dijo—. En Temple el nerviosismo de los gnomos estaba al máximo. Hoy nos subimos en Monument. Y mirad: Cannon Street, «calle Cañón», está justo al lado. Sin embargo, ¿por qué dispararon cabezas los cañones?, eso no lo entiendo.

Entre los tres miraron el colorido mapa de las líneas del metro.

«La estación de Knightsbridge —pensó Nick—. Ese fue mi final. Caballeros gigantescos que te empujan del puente… ¿por qué no me di cuenta?».

—Cerca de Temple está la fortaleza de Ortolan —pensó en voz alta—. En el centro de la ciudad de Londres.

—Seguro que no es una fortaleza en el sentido tradicional —dijo Emily—. ¿Alguien tiene alguna idea de cómo podremos encontrarla?

Ese problema mantuvo a Nick ocupado toda la noche. Solo estaban ellos tres. ¿Cómo podrían tener bajo control la zona de influencia de cinco estaciones de metro? ¿Qué debían buscar? Y el tiempo se acababa, si es que Victor estaba en lo cierto.