«Pan tostado, mermelada y té». A la mañana siguiente, Victor les llevó el desayuno a la cama.
—Fortalecimiento para la siguiente pelea —dijo.
Emily agradeció entre bostezos. Nick no supo si su parálisis se debía a su brazo dormido o al efecto que le había causado el albornoz de Victor: iba con estampado de Snoopy.
Nick vivió los combates en la arena como si estuviera en trance. Cambió los puestos de observación corriendo entre Emily, Victor y Speedy, que ya estaban ubicados con sus respectivos pueblos. Como siempre, la zona asignada a los humanos estaba casi vacía. Sin embargo, LordNick aguardaba con Hemera en el mismo recinto, y Emily le guiñó el ojo a Nick de manera expresiva.
Por su parte, los bárbaros eran una gran multitud: Quox parecía el más débil de todos. Todavía era un uno, pero gracias a las habilidades de Speedy, Nick no se preocupaba mucho por su futuro. Lo mismo valía para Victor y Squamato. Aunque el hombre lagarto entró a la arena como un tres, probablemente la abandonaría con algunos niveles más.
Entonces hizo su aparición el grandullón de los ojos saltones. Ahora que Nick conocía su procedencia, lo encontraba mucho más lúgubre. «Un enviado del inframundo».
Esperó con la mayor impaciencia la llegada del círculo privilegiado; se quedó sin aire cuando los vio entrar sobre la plataforma dorada.
BloodWork aún seguía ahí y parecía más grande que nunca. También estaba ahí la elfa negra, Wyrdana, a la que Nick conoció durante la pasada lucha en la arena. Otro bárbaro más llamado Harkul, un hombre lobo de nombre Telkorick, «¡y Drizzel! ¡Drizzel logró entrar al círculo privilegiado!». Impactado, pero no sorprendido, Nick vio balancearse en su cuello el redondo símbolo dentro de una cadena al cuello.
Antes de que comenzaran las luchas, el maestro de ceremonias se ubicó en el centro de la arena.
—Observad a los combatientes del círculo privilegiado. Aún tenéis oportunidad de arrebatarles sus lugares, si demostráis habilidad y si al final queréis ser iniciados en los más profundos arcanos de Erebos. Hoy algunos triunfarán y otros morderán el polvo. ¡Que comiencen los duelos!
Nick no recordaba que las cosas ocurrieran tan rápido. Luchador tras luchador eligieron sus contrincantes. Así le llegó el turno a Quox, retado por un bárbaro que también tenía nivel uno. Speedy trabajó con rapidez y precisión y venció a su adversario en un visto y no visto.
Hemera venció a una mujer lobo pero resultó herida; Emily sufría por el ruido que le penetraba por los auriculares.
Squamato tuvo que esperar bastante tiempo y peleó muy duro, pues retó a un fuerte adversario y apenas pudo vencerlo por un pelo.
Aunque Nick se esforzaba, no era capaz de descubrir ningún mensaje en los acontecimientos: nada de los combatientes, nada de las palabras del gran ojos saltones, nada en los rostros de los espectadores. Tampoco descubrió más personajes fuera de lo común en la galería. El combate en la arena era una carnicería muy común, nada más y nada menos. En definitiva, no le aportaría más conocimientos.
Ya bien avanzada la tarde, después de que los duelos se decidieran, Nick y Emily hicieron sus mochilas y tomaron rumbo a casa. Hemera había alcanzado el nivel seis, Victor el siete y Speedy había ganado tres niveles más y ahora era un cuatro, sin que hasta entonces hubiera tenido que cumplir ningún encargo.
—Estamos atascados —señaló Victor mientras acompañaba a Emily y Nick a la puerta—. Las cosas se nos dieron bien en el juego, pero aún no comprendemos el fondo de su enigma. Si hubiera más tiempo, intentaría integrarme al círculo privilegiado. Pero presiento que esa dichosa batalla final de la que todos hablan no tardará mucho en ocurrir… Nos queda muy poco tiempo.
Mientras iban de pie en el metro y viajaban en dirección a sus casas, Nick no apartó la mirada de Emily.
—¿Cómo será a partir de mañana? —preguntó—. ¿Podríamos… bueno, también nos veremos cuando estemos en el instituto? ¿Comemos juntos? ¿O seguiremos haciendo como si no tuviéramos nada que ver?
Emily le cogió de la mano.
—Lo último, me temo… pero solo hasta que todo esto se haya arreglado. Solo como camuflaje, ¿vale?
—De acuerdo. ¿Me mantienes al tanto por sms? Creo que con los móviles no corremos peligro, siempre y cuando nadie les ponga las manos encima.
—Lo haré. Y el miércoles por la tarde nos volvemos a ver en casa de Victor.
A pesar de que lo hablaron, y aunque Nick ya lo esperaba, le dolía la ostentosa y clara indiferencia de Emily. Sobre todo porque se comportaba con especial alegría con Colin, Alex, Dan, Aisha y hasta con Helen. Se colgaba del cuello de Colin y pasaba los descansos con Aisha. Nick casi moría de tanto echarla de menos. Una vez observó cómo Eric hablaba con Emily y cómo ella, después de dos frases, lo dejaba plantado. A él tampoco le iba mejor, «por lo menos».
En la hora libre después de la clase de Matemáticas, Brynne irrumpió en los sentimientos encontrados de Nick.
—¿Puedo hablar contigo un momento?
Él miró su rostro pálido, lleno de ansiedad, y suspiró para sus adentros.
—Claro.
—Lo he dejado —susurró ella.
«Eso sí que es una sorpresa».
—¿Por qué?
—Porque es… malvado. Creo yo. Y… me persigue día y noche —se dio la vuelta hacia un lado—. Tú también has dejado de jugarlo, ¿verdad?
Se resistía a hablar con Brynne.
—¿Cuál es la diferencia?
—Una enorme. Podríamos ir a ver al señor Watson y contarle nuestras experiencias. Sé que él se muere por saberlas… Podríamos formar un movimiento en su contra.
«Oh, no. Brynne y Nick contra el resto del mundo, eso no va a suceder».
—Búscate a otro, ya hay suficientes ex jugadores.
Con el rabillo del ojo, Nick vio que Dan ralentizaba el paso conforme se acercaba. Estaban llamando la atención.
—¿Qué quieres decirle a Watson? —susurró Nick—. ¿Que Erebos es responsable de los acontecimientos del instituto, aunque eso ya lo sabe desde hace tiempo? Necesitaría los nombres de los que hicieron algo malo. Si los tienes, ve a verle. A mí déjame fuera del asunto.
Ahora Brynne parecía perdida.
—Ya no aguanto más.
—¿Por qué? Ya estás fuera, fin del problema.
Dan estaba quieto con marcada indiferencia a tres pasos de ellos, supuestamente concentrado en el cartel que anunciaba las clases de ballet. Nick tenía que irse, no quería continuar siendo un blanco. Cuanto menos llamara la atención, mejor para su equipo de investigaciones.
Brynne aceptó su rechazo, aunque no se fue sin replicar.
—Nicky es un cobarde —dijo ella, tan fuerte que Dan tuvo que haberlo escuchado sin lugar a dudas. Y también otros alumnos más al final del pasillo.
—Óyeme, conmigo no cuentes —dijo y la dejó.
—¡Muy bien! —le gritó—. ¡Entonces lo haré yo sola! ¡Y lo lograré! ¡Y lo haré pese a todos vosotros!
Aunque no quería hacerlo, Nick giró sobre sus talones y regresó.
—¡Cállate! ¿Quieres tener problemas?
Ella se rió y esa risa fue horrible. Sonaba como si estuviera loca o a punto de perder la razón.
—¿Problemas? Nick, no tienes ni idea… Ni la menor idea. No puede ser peor, para nada.
El resto del día, Nick tuvo la sensación de que caminaba con la cabeza gacha, a la espera de que en cualquier momento sucediera una catástrofe. Pero no pasó nada. Las cosas estaban más tranquilas que de costumbre. El cansancio se deslizaba en el instituto como un velo gris.
Sin embargo, en la clase de Literatura inglesa el señor Watson llegó con una novedad.
—El estado de Jamie ha mejorado tanto que los doctores le despertarán en los próximos días. Aún no saben cómo evolucionará una vez esté consciente. Hay que seguir esperando para hacerle una visita.
Por un rato muy breve, la noticia levantó el ánimo del grupo. Cosa rara, a Nick lo dejó impasible, tenía muy clavada en la carne, como un garfio, la palabra no pronunciada: minusvalía. No era fácil alegrarse.
«Van a despertar a Jamie y lo único que podrá hacer es balbucear. No volverá a reconocerme. No volverá a hablar. Jamás volverá a gastar una broma».
Nick se frotó el rostro con las manos hasta que le quedó caliente.
«Eso no pasará. Punto».
Por la tarde, se quedó en su casa, mirando su móvil como hipnotizado. Victor le dijo que le enviaría un sms, y también Emily. ¿Por qué ninguno le escribía? Qué lástima que no hubieran quedado de verse hoy por la tarde. Faltaba una eternidad hasta el miércoles.
El martes transcurrió tan gris y sin alegría como el lunes; Nick no pudo quitarse la impresión de que el tiempo había dejado de fluir, que estaba atascado y que muy lentamente se desgajaba en pequeños trozos. Sin embargo, todo cambió cuando poco antes de las doce le llegó un mensaje de texto:
¡Alarma! Necesitamos tu consejo. Ven aquí lo más rápido que puedas. Victor.
Con esta noticia, la clase de la tarde quedó totalmente olvidada. «Rápido, eso quiere decir ahora mismo… claro, dentro de lo posible». Iría antes del almuerzo. ¿Debía informar a Emily? La buscó y la encontró en el patio: estaba oprimiendo las teclas de su móvil. Cosa rara, se encontraba sola. Nick arriesgó un rapidísimo intercambio de información.
—¿También has recibido un mensaje de Victor?
—Sí.
—¿Sabes qué ha pasado?
—No.
—Voy para allá. Ahora mismo.
—Está bien.
—¿Nos alcanzas?
—Aún no lo sé. Tal vez.
Victor abrió la puerta. En su rostro no había ni rastro de alegría, y tampoco le ofreció una taza de té.
—Te voy a enseñar algo y espero que no pierdas la cabeza. Probablemente sea mentira… pero Speedy y yo no sabemos qué hacer.
Los tres se sentaron en la sala de los sofás, y el hermoso recuerdo del fin de semana se apoderó de Nick.
—¿Qué ha pasado?
—A Speedy le dieron un encargo… Esta madrugada tiene que pegar unos carteles en tu instituto… Por lo menos diez y deben ser tan grandes como sea posible.
«Hasta ahora no suena tan grave».
—¿Y luego? —preguntó Nick.
—El problema es el texto. Es… Bueno, yo tampoco sé. En el mejor de los casos es una difamación… En el peor, un asunto para la policía.
Speedy le entregó a Nick un trozo de papel doblado.
—Eso es lo que tengo que poner en los carteles. Por lo menos no me toca hacer grafitis —añadió con una sonrisa forzada.
Nick desplegó el pedazo de papel. Lo leyó, pero no atinó a entender. Volvió a leer.
—¿Crees que es verdad? —preguntó Victor.
«No. O sí. Probablemente. Tiene sentido». Con una ira llena de desamparo, Nick fijó su mirada en el papel: «Brynne Farnham manipuló los frenos de la bicicleta de Jamie Cox».
—Si pego esto en tu instituto, la tal Brynne Farnham está perdida, sin importar si realmente fue o no la culpable —señaló Victor—. Speedy y yo discutimos desde hace horas qué podemos hacer… Si no se pega los carteles, seguramente saldrá volando del juego, ¿cierto?
Nick estaba como sedado, también sentía los labios adormecidos y casi no podía formular un sí. «Brynne. Por eso estaba tan echa polvo. Por eso se salió del juego». Él deseó no haberse enterado. Deseó que Emily estuviera allí y no tener que decidir solo.
—Voy a hablar con ella por teléfono. Pero ahora está en el instituto.
Nick sacó su móvil y tecleó un mensaje de texto: «Llámame al móvil, es urgente»..
—Me llamará tan pronto como pueda, o al menos eso creo. Mientras tanto, ¿podría tener una taza de té?
Victor se deslizó rápidamente hacia la cocina.
—Por cierto, pude reclutar a Kate como novata —le informó Speedy—. Lo hace muy bien. Es una elfa negra, igual que tú antes.
Nick sonrió, hasta eso le costaba trabajo. No era capaz de sostener una conversación. En su cabeza se cruzaban los pensamientos tan rápido que casi no podía seguirlos. Si Brynne fue la responsable, entonces se merecía los carteles, eso estaba claro. Por eso actuaba como si estuviera a punto de volverse loca. «El instituto tiene siete pisos». De pronto, Nick se imaginó a Brynne saltando desde el último…
Si Speedy no cumplía con su encargo, entonces quedaría fuera del juego. De la gran multitud de testigos que había en el instituto de Nick, ninguno podría informar sobre los carteles.
«Quox o Brynne. Brynne o Quox».
Nick enterró la cabeza entre sus manos. ¿Por qué no estaba allí Emily? No quería ser el único responsable de lo que le pasara a Brynne. Le daba lástima pero, en cuanto empezaba a pensar en Jamie, la odiaba. ¿Cómo podría tomar una decisión?
Victor regresó con una bandeja llena de tazas de colores y una humeante tetera.
—Ayer fue un día muy revelador. Estábamos en una bodega localizada bajo las sombras de un templo, y un montón de gnomos nos dijeron que debíamos estar preparados porque estábamos muy cerca de la fortaleza de Ortolan. Entonces, de pronto, saltaron desde los arbustos todo tipo de criaturas y se lanzaron sobre nosotros: orcos, zombis, gigantes y cualquier tipo de especies. A algunos les fue muy mal —sirvió té en las tazas; el aroma se esparció por toda la sala—, tengo la impresión de que las cosas están llegando a su término. Pero todavía no soy capaz de dilucidarlas. Es como para echarse a llorar. Mañana intentaré…
Sonó el móvil de Nick. Respiró profundamente. Era Brynne.
—¡Hola, Nick! ¿Has cambiado de opinión?
—No.
¿Por qué de pronto se le llenó la boca de saliva?
—¿Dónde estás?
—En el parque que hay enfrente del instituto.
—¿Sola?
—Sí.
—Acabo de enterarme de algo y tengo que hablar contigo.
—Está bien.
¿Advirtió la amenazante desgracia en la voz de Nick? ¿O de verdad era una ingenua?
—Se trata de Jamie. Acabo de enterarme de que su accidente no fue un accidente… alguien manipuló su bicicleta. Dime, Brynne, ¿fuiste tú?
La pausa fue larga. Nick escuchó la respiración de Brynne.
—¿Qué? —acabó por musitar—. ¿Por qué?… ¿Por qué yo?
—Simplemente di sí o no.
—¡No! ¿Cómo se te puede ocurrir algo así? Yo… no —su voz temblaba y Nick sintió cómo se llenaba de rabia. Estaba furioso y ya no podía parar.
—Estás mintiendo. ¡Puedo notar que estás mintiendo!
—¡No! ¿De dónde sacas todo esto? Solo quieres acabar conmigo, ¡y yo no te he hecho nada!
Nick intercambió una mirada con Victor, que tenía el aspecto de un oso de peluche afligido.
—Al contrario… quiero advertirte. Es muy probable que mañana por la mañana haya carteles pegados en todo el instituto, en ellos se podrá leer que fuiste tú quien saboteó los frenos de la bicicleta de Jamie. Y que por eso tuvo un accidente.
—¿Qué?
Ahora era ella quien tragaba saliva, a pesar de que Nick podía oír cómo intentaba contenerse.
—P-p-pero eso no es c-c-cierto.
—Claro —dijo él y al mismo tiempo se sorprendió de cuán seguro estaba de que ella fue la culpable—. Anda. Dilo. Mañana todos lo sabrán de todas formas.
—¡No! ¡Yo no fui!… ¿Por qué dices eso?
El pánico en su voz era denso como el jarabe.
—Lo dice el juego y ¿quién puede saberlo mejor? Él quiere que todos lo sepan.
Nick se había preguntado cómo sabría la victoria. El placer de coger por el cuello al responsable del estado de Jamie. Pero no sentía eso, solo compasión y un poco de asco.
—¡Pero no quería hacerlo! —ahora era ella la que gritaba—. Como mucho pensé que se habría ido al suelo de cara, quizá una muñeca rota, ¡pero nada más! De verdad que no —dijo cortante. Nick supuso que Brynne tenía en la cabeza la misma imagen que él: Jamie con las extremidades retorcidas en un charco de sangre—. Bajó la calle a toda velocidad, y yo le grité que tuviera cuidado, pero él no me escuchó, y aceleró más…
«Esa es mi parte en la catástrofe», pensó Nick.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó con voz más seca.
—Porque el mensajero quería. Me describió la bicicleta y me dijo cómo cortar los frenos. Hasta me dio una hoja de instrucciones con imágenes —se le escapó una breve risa—. No te puedes imaginar cuántas veces he deseado que todo esto no pasara nunca. Ahora solo tengo miedo, día y noche. Siempre sueño con que él se muere. Y, después, que viene a visitarme.
Otra vez se echó a reír, una aguda e incontrolable risa que le puso a Nick la piel de gallina. Miró a Speedy y a Victor.
—Escucha —dijo él—, quizá pueda impedir que se cuelguen los carteles.
Speedy asintió.
—Claro —susurró él—. Quox obtendrá un rinconcito en el cementerio. Un verdadero héroe se sacrifica con gusto por una dama.
—Bueno. —Nick se frotó la frente—, escúchame muy bien, ¿de acuerdo? Vas a aclarar las cosas… con la policía o con el señor Watson, como tú quieras. Pero sobre todo con Jamie, en cuanto esté despierto… Eso será menos trágico para ti.
Brynne no dijo nada durante un largo rato, y cuando pronunció su respuesta, casi no se escuchó.
—No sé si puedo hacerlo. Tengo que pensarlo.
—Una cosa está clara… le diré a Jamie lo que pasó.
«Si su cerebro está lo suficientemente intacto como para entenderme».
—Sí, claro —ahora casi sonaba razonable—. Por allá viene gente, Rashid y Alex, creo. Mejor cuelgo. ¿Nick?
—¿Sí?
—Yo no quería que todo esto pasara. Cuando te di el juego, solo quería alegrarte.
—Lo sé.
—¿Puedes decirme quién eras? Es decir, ¿qué jugador eras?
—¿Para qué?
—Me lo pregunté muchas veces.
—Sarius.
—¿En serio? No se me hubiera ocurrido —suspiró otra vez—. Yo era Arwen’s Child.
Dos horas más tarde llegó Emily. Se la veía muy cansada, pero sonrió cuando Nick la estrechó entre sus brazos. La puso al día y se sintió feliz cuando ella aprobó su manera de actuar.
—Obviamente, puede ocurrir que alguien más tenga el encargo de los carteles —dijo—. Pero, por lo menos, Brynne ha ganado algo de tiempo. Quizá sea inteligente y vaya a la policía. ¿Por qué el juego le hizo algo tan cruel?
—Ella decidió luchar contra Erebos, y ayer lo pregonó en el instituto.
—Mal momento… Aquí hay gato encerrado. Algunas personas cuchichean constantemente sobre el gran objetivo y sobre su cercanía. Alex, por ejemplo. Colin, por el contrario, se hace el misterioso. A ratos la vida se me hace muy pesada.
Mientras tanto Nick, volvió a descubrir que, desde que Emily estaba allí, todo era mucho más bello.
Antes de despedirse, ambos observaron durante una hora más cómo jugaba Victor.
—Despídete de Quox —suspiró Speedy—. Le fue otorgado un temprano final. ¡Qué pena!, era un buen tipo.
—Mañana nos vemos aquí, ¿verdad? —preguntó Nick en la puerta para asegurarse.
—Tan pronto como hayáis cumplido con las obligaciones escolares… El tío Victor no quiere tener la culpa de que termines fregando baños.