Por fin llegó el sábado. Y por fin llegó una invitación de Victor. Todos iban a pasar la noche en su estudio, como él lo llamaba.
—Jugar, charlar, tomar té —dijo por teléfono—. Tienes que venir no importa cómo. ¡Ha encontrado algunas cosas muy interesantes!
—Me alegro de que vuelvas a salir con gente —dijo su madre cuando Nick le contó sus planes—, últimamente ha sido muy difícil apartarte de tu mesa.
Nick emprendió el camino con un saco de dormir, una colchoneta aislante y una enorme provisión de comida basura. Debía de tener un aspecto muy extraño. En cada cruce, en cada esquina, miraba a su alrededor para cerciorarse de que nadie lo seguía. Además, dio muchos rodeos y tomó varias líneas del metro para sacudirse a los perseguidores invisibles.
—¡Bienvenido, amigo! —Victor abrió la puerta y le cogió las cosas—. ¡Hace mucho que no hago una fiesta de pijamas! ¡Espero que digas sí al té y hola a Emily!
Emily estaba sentada en el mismo lugar que la última vez. Cuando Nick entró, alzó la mirada, como disculpa hizo señas hacia su portátil y se entregó al juego. Detrás de ella, en la pared, estaba apoyada una mochila roja de camping. «¿Ella se quedará a pasar la noche?».
Sobre el rechinante sofá de la habitación de al lado se encontraban Speedy y una chica con el cabello teñido de negro azabache y uno de los lados de la cabeza completamente rasurado.
—Kate —la presentó Speedy—, mi novia.
—Mucho gusto.
Kate sonrió y dejó al descubierto unos incisivos con adornitos baratos.
—Ya es tu hora, Speedy —dijo Victor—. Sabes que no se puede dejar colgado al campeón.
—No soy idiota —gruñó Speedy y se fue.
Se sentó ante un ordenador distinto al de la última vez.
—Así tiene que ser —explicó Victor, a quien no le pasó inadvertida la mirada de Nick—. Seguramente, lo que primero revisa el programa es la dirección IP. Si la reconoce, no te deja ver el más diminuto arbolito de la secuencia de apertura.
Nick no iba tan desencaminado con la idea de usar el portátil de Finn.
—¿Cómo te fue con tu grafiti?
—Ah, bien, todo es ponerse. —Victor dejó ante Nick una taza con la figura de un pulpo, dos de sus tentáculos se entrelazaban para formar el asa—. Encontré la papeleta, fui a la dirección, hice los trazos con el aerosol y nadie me descubrió.
Quitó algunas revistas de informática y sacó una foto: sobre el muro de una casa, en letras de color azul oscuro, estaba muy bien escrito «Quien nos roba nuestros sueños nos da la muerte».
—Es una cita de Confucio —explicó Victor—. Quienquiera que sea el programador de Erebos, le gustan mucho las citas.
Nick debió de poner cara de desconcierto, pues Victor sonrió satisfecho.
—Hazte a la idea de que Erebos no se inventó a sí mismo. Alguien escribió el código fuente, como en todos los programas. Solo que este es el campeón de los programas… Una cosa inconcebiblemente buena.
Nick habría jurado que a Victor le lloraban los ojos.
—¿Sabes cuántos años se ha intentado escribir un programa que piense y hable como un ser humano? ¿Cuánto crees que vale este desarrollo? ¡Millones, Nick! ¡Miles de millones! Pero nosotros recibimos el juego gratis, ¡como el regalito que viene en una caja de cereales! ¿Por qué?
Nick no lo había visto desde esa perspectiva. Desde el principio, el juego le pareció una persona viva, y no se le ocurrió pensar en su valor financiero.
—Porque… ¿persigue un objetivo? —retomó la pregunta de Victor y fue compensado con una mirada exultante.
—¡Premio! ¡Es una herramienta, la herramienta más cara e ingeniosa del mundo! En mi mente me arrodillo con humildad y adoración ante su creador —tomó un trago de té—. Quienquiera que sea su programador, no se anda con chiquitas. ¿Qué nos está diciendo, o mejor dicho, qué le está diciendo pues al desconocido dueño del garaje?
«Quien nos roba nuestros sueños nos da la muerte».
—¿Que quiere matarle? ¿O que el otro lo amenaza de muerte?
—Exacto. A mí me suena a un toque de atención. En todo caso, no es una cita cualquiera, así como no era una dirección cualquiera.
Victor desmenuzó una galleta mientras Nick casi reventaba de impaciencia.
—¿Y? ¿Quién vive allí?
—Bueno, por desgracia eso no es tan emocionante… Un contable, divorciado, sin hijos, con un cargo directivo medio en una compañía exportadora de alimentos. Casi no puede imaginar nada más trivial que eso. Aunque claro, en su vida privada puede ser un verdadero diablo.
«Un contable». La verdad, no era muy emocionante.
—Y tú ¿encontraste piezas del rompecabezas? —preguntó Victor.
—Me temo que no. Solo encontré a una ex jugadora con ganas de hablar. —Nick le informó sobre los encargos de Darleen: el robo de los ordenadores, los documentos fotocopiados y la tarjeta para el móvil.
Victor lo anotó todo.
—Quién sabe, quizá algún día comprendamos —dijo—. Vamos a concentrarnos en las pistas escondidas en el juego. Tal vez nos revelen algo más. ¿Cómo eres de bueno en historia del arte?
«¡Ay, ay, ay!». Nick sacudió la cabeza.
—Lo siento, diste en la dirección equivocada.
—Bueno, está bien. Entonces comencemos con ornitología. ¿Qué te dice el término Ortolan?.
—Es el enemigo contra el que luchan los jugadores de Erebos —dijo Nick, contento de saber una respuesta.
—Muy bien. —Victor retorció una de las puntas de su bigote entre los dedos, y ahora parecía un mago antes de sacar el conejo de la chistera—. Te puedo enseñar una imagen de Ortolan, ¿quieres?
«¿Hay una imagen?».
—Claro que quiero —dijo Nick.
Victor cogió otro ordenador portátil de la habitación de al lado.
—Este no tiene nada de Erebos. Quiere decir que podemos movernos en Internet sin que el programa se dé cuenta o nos dé una colleja —levantó la tapa del ordenador—. Bien, ahora busca «Ortolan».
Nick lo escribió en la página de Google. El primer resultado llevaba a Wikipedia e hizo clic en el link.
—Pero esto es ridículo —exclamó.
Ortolan solo era el nombre del escribano hortelano, un pájaro cantor de Francia e Italia. «Esto es una estupidez».
—Muy desconcertante, ¿no te parece? —murmuró Victor—. Por desgracia tampoco he podido descubrir qué nos quiere decir con esto el señor programador. Porque de que nos quiere decir algo no me cabe la menor duda. He descubierto otra cosa, y estoy seguro de que te gustará.
Victor aplaudió como un niño ante su pastel de cumpleaños, puso los dedos cubiertos de anillos con calaveras sobre el teclado, pero cambió de opinión.
—No, primero quiero preguntarte algo. ¿Estuviste en alguno de los combates en la arena? Mañana por la noche habrá otro, y todos los héroes se mean de emoción en los pantaloncitos de malla de sus armaduras.
Nick sonrió.
—Sí, estuve en un combate en la arena. Me fastidió mucho no participar en el segundo. ¡Es emocionante, ya verás!
—Excelente. Lo más seguro es que tuvieras que inscribirte, ¿verdad? Dime con quién.
Victor amaba las adivinanzas, sin duda.
—La segunda vez, directamente en la arena, con el maestro de ceremonias. La primera, con uno de los soldados que se encontraban en la taberna de Átropos.
La sonrisa de Victor dejó lugar a una expresión graciosa, pero perpleja a un tiempo.
—¿Has dicho Átropos?.
—Sí. ¿Pasa algo?
—Adónde van a ir a parar estos tiempos —dijo el otro con fingida desesperación—. ¡Los niños ya no aprenden nada en el instituto! Por lo menos dime si algo te llamó la atención en el maestro de ceremonias.
—No parecía que encajase con el juego. No era como las otras figuras, sino que parecía… falso, de alguna manera. Siempre lo llamé «el grandullón de los ojos saltones».
Victor se divertía de lo lindo.
—Muy bien, muy atinado. Pero ¿no te recordaba a nada que ya conocieras?
Victor abrió los ojos e intentó imitar la expresión del rostro del personaje.
—No. Lo siento.
—Entonces mira esto.
Tecleó una dirección en el servidor y se abrió la página principal de los museos del Vaticano. Dos clics más y giró el portátil para que Nick viera la pantalla.
—Aquí tienes a tu Ojos Saltones. Pintado personalmente por Miguel Ángel.
Pasaron unos momentos antes de que Nick comprendiera de qué se trataba. Lo que Victor le estaba mostrando era una enorme pintura en la que se amontonaban cientos de personajes. En el centro se hallaban Jesús y María, y en torno a ellos —sobre varias nubes— estaban de pie o sentados hombres y mujeres semidesnudos. Más abajo, unos ángeles tocaban sus trompetas y otros alzaban con energía a los humanos desde el suelo hacia el cielo. En la parte más baja de la pintura se retorcían personajes en el lodo y, más allá, un poco a la derecha del centro… estaba él. El maestro de ceremonias, tal como Nick lo había conocido en Erebos. Desnudo salvo por el taparrabos, con el extraño mechón de cabello sobre la cabeza y el largo bastón que aquí balanceaba como si quisiera golpear a los humanos que estaban sentados en su barca.
—Sí, ¡es él! —gritó Nick, emocionado.
—¿Sabes cómo se llama?
—No.
Victor se puso de pie y adoptó una expresión de importancia.
—Es Caronte… El barquero que en la mitología griega transporta a los muertos en su barca sobre el río Estigia al reino de los muertos.
Nick observó la imagen con detenimiento y se estremeció sin querer. Aquí Caronte más bien molía a palos a los muertos al otro lado del río.
—Quizá valga la pena mencionar a los padres de tu grandullón de los ojos saltones: Caronte es hijo de Nyx, la diosa de la noche… y de Erebos.
A Nick le zumbaba la cabeza.
—¿Y qué significa todo esto?
—Difícil de decirlo. Pero tal vez nos acerquemos a la respuesta si vemos el título de la obra maestra de Miguel Ángel. ¡Mira! —dirigió el cursor hacia las palabras que estaban al pie de la foto.
Miguel Ángel Buonarroti.
El Juicio Final.
Capilla Sixtina.
—En el Juicio Final, Dios separa a los que han sido salvados de los condenados —dijo Victor—. No es un panorama especialmente agradable. Y me pregunto si el juego hace algo semejante… Una selección. ¿Por qué razón elimina de forma tan despiadada a los que fracasan en sus encargos?
—¿No está un poco desquiciado?
Dando unos cuantos clics, Victor agrandó la imagen de tal manera que pudieran ver el gesto de Caronte.
—Puede ser que esté un poco desquiciado, pero pensó hasta en el último detalle. ¿Qué acabas de decirme? ¿El sitio donde te inscribiste para los combates en la arena se llamaba La Taberna de Átropos?
—En realidad, se llamaba El Último Corte —precisó Nick.
—Oh, mi niño, ¡mi pobre niño ciego! —espetó Victor teatralmente y tecleó otra vez algo nuevo—. Mira: Átropos es una de las tres moiras, es una de las diosas griegas del destino, la más vieja, la más desagradable, su labor consiste en cortar el hilo de la vida de los hombres. El último corte —con un suspiro bajó la tapa del portátil—. El programador tiene debilidad por la mitología griega. Eso por un lado. Cada uno de los símbolos que utiliza tiene que ver con la perdición y la muerte. Eso por otro. Sumado a la genialidad del programa y el factor de adicción… un barril de dinamita bajo el trasero me inquietaría menos.
Sin embargo, Victor no parecía inquieto; al contrario, parecía muy contento. Volvió a llenar su taza y se apoyó contra el respaldo.
—Bonito y bueno —dijo Nick, después de que ambos guardasen silencio por un rato—. Pero ¿qué hacemos ahora con lo que sabemos?
—Disfrutemos por ser tan inteligentes —dijo Victor—. Y ahora tratemos de encontrar otras pistas… En algún momento aparecerá alguna con la que podremos hacer algo.
Nick se pasó la siguiente media hora observando a Speedy mientras se transformaba en Quox, el bárbaro. Victor le dio una libreta y un bolígrafo y él anotó cada uno de los detalles que descubrió en la torre. Las placas eran de cobre, «¿esto significa algo?». Anotó cada frase que pronunció el gnomo y buscó mensajes ocultos. Kate le ayudó buscando raspaduras en la pared de la torre y Nick las dibujó. «¿Hay alguna imagen escondida en ellas, un plan, un nombre… algo?».
Victor permanecía sentado ante su ordenador y conducía a Squamato blandiendo la espada sobre un árido paraje. A cada par de pasos que daba saltaban víboras del tamaño de un hombre, intentaban atraparlo y desaparecían bajo tierra. Pero Victor parecía poseer un sexto sentido, pues siempre las esquivaba y no se dejó morder ni una sola vez.
Mientras tanto, Hemera estaba de pie ante la hoguera junto con cuatro combatientes, entre ellos Nurax, y hablaban sobre las próximas luchas en la arena. Nurax le explicaba que se había propuesto ascender por lo menos dos niveles más y, si todo funcionaba como lo tenía planeado, tal vez hasta lucharía por obtener un sitio en el círculo privilegiado.
Emily se mecía inquieta sobre su silla. Nick supuso que la ponía nerviosa que la mirara por encima del hombro, así que se retiró con sus anotaciones a la habitación de al lado, se sentó en el sofá con rosas y barcos de vela y abrió el portátil que Victor le dijo que estaba limpio. La idea de que su ordenador quizá ya no lo estuviese le ponía los nervios de punta. «¿Por esa razón me insistió Emily en que no debía enviarle mails?».
Si Erebos no vigilaba este ordenador, ¿qué pasaría si Nick consultara a Google sobre Erebos?
Escribió «Erebos» y encontró el link «Erebos: el juego»… Ese fue el que le llamó la atención en su última búsqueda. Luego hizo clic en el link y el texto que apareció era completamente distinto.
¡Alegría, hermoso destello de los dioses,.
Hija del Elíseo!
¡Ebrios de entusiasmo entramos,.
Diosa celestial, en tu santuario!
Tu hechizo une de nuevo.
Lo que la acerba costumbre había separado;.
Todos los hombres vuelven a ser hermanos.
Allí donde tu suave ala se posa.
Mientras sacudía la cabeza, Nick cerró la página. Eso ya lo conocía: era parte de una sinfonía de Beethoven. El texto no tenía ningún sentido. Solo estaba ahí para reservar un espacio para los jugadores no registrados que por casualidad entraran a la página. «No importa». Había que continuar con la investigación.
Abrió Google y escribió «placa de cobre». Solo encontró un montón de proveedores y fabricantes de placas y láminas de cobre; además, le quedó claro que las placas de cobre tenían algo que ver con la impresión de ilustraciones en los libros antiguos. Eso era, al parecer, un fracaso total.
Lo siguiente que buscó fue la combinación entre «serpientes» y «mitología griega». Allí estaba Hidra con sus nueve cabezas. Pero las serpientes de Victor solo tenían una. Había una serpiente que estaba enrollada en el bastón de Asclepio y otra más que vigilaba el oráculo de Delfos. Ninguna que saliera del suelo. «Hasta el momento, muy mal. ¿Qué más?».
Echó una mirada a la habitación contigua a través de la puerta entreabierta. Todos estaban concentrados en el juego, solo Kate hacía ruido en la cocina. Se dirigió allí para ver si podía ayudarla en algo, pero las dos bandejas de pizza ya habían desaparecido dentro del horno.
—Dime, ¿cómo se apellida Victor? —preguntó Nick.
—Lansky. —Kate puso el regulador de temperatura del horno un milímetro más alto, suspiró y volvió a bajarlo—. Los hornos extranjeros son horribles, mis pizzas van a salir crudas o quemadas… solo me queda esperar que te guste el jamón italiano y un montón de cebolla.
—Oh, sí, claro que sí. Gracias. —Nick volvió a su sofá y escribió en Google «Victor Lansky». Encontró un Victor Lansky en Canadá y otro en Londres. «Lotería». Victor era una persona con muchos antecedentes en el mundillo de los juegos de ordenador: hasta publicaba una pequeña revista sobre juegos que, aunque no salía con regularidad, tenía buena reputación en el medio. «Ah», y aquí había algo más: un tal Zobbolino escribió en su página web que él era buen amigo de Victor Lansky, quien gozaba de buena y mala fama.
Victor y yo compartimos valiosísimos recuerdos de la época en que no había ningún muro y ninguna vía de escape segura para nuestro arte. Pintar con aerosol o no pintar con aerosol, esa nunca fue la pregunta. Nosotros éramos los coloridos dioses del medio del grafiti y, si no nos hubieran pescado esa única vez, aún estaríamos brindando colores a Londres.
Nick leyó el texto completo varias veces. Ahí estaba claramente escrito que Victor alguna vez tuvo que ver con los grafiti y que fue atrapado. Erebos pudo leerlo y por eso exigía que cada uno de los jugadores se registrara con su nombre. Probablemente investigaba a cada uno de los novatos. «¡Vaya!».
«Erebos extrae información de Internet —anotó Nick—. Eso no lo habíamos considerado hasta ahora. ¿De todo Internet? Seguro que Erebos analiza con detalle los discos duros y que sigue las páginas que uno visita en la red. De esta manera el juego se vuelve omnisciente».
Si eso era correcto, el juego había leído el protocolo de mensajes de texto en el ordenador de Nick y había evaluado su diálogo con Finn. «Por eso sabía lo de la camiseta de los Hell Froze Over…».
Le habría gustado compartir sus reflexiones con Victor, pero Squamato estaba muy ocupado escalando una gigantesca muralla. Impaciente, Nick se tomó dos tazas de té que para ese momento ya estaba helado. La tercera la volcó cuando intentaba coger su cuaderno para revisar sus anotaciones.
—¡Mierda! —hizo a un lado el portátil, cinco kilos de revistas de informática y sus anotaciones. A estas últimas les había caído bastante té encima.
—Vaya, ¿así que también aquí hay problemas?
Emily estaba de pie en la puerta con una sonrisa cansada y los ojos irritados.
—Sí, soy un torpe, espera, voy rápido a por un trapo.
Nick corrió a la cocina, rebuscó y encontró un rollo de papel de cocina y regresó a toda prisa. Mientras tanto, Emily intentaba impedir con unos pañuelos desechables que el té se derramara al suelo.
—¿Cómo está Hemera? —preguntó Nick, mientras limpiaba a la carrera.
—Tiene una herida en el abdomen y otra en la pierna. El chirrido que escuchaba por los auriculares era casi insoportable. —Emily se dejó caer en el segundo sofá más feo y bostezó—. Necesito un café urgentemente, pero Victor no tiene café en casa… y todavía tengo que cumplir un encargo… Nada complicado, por suerte. Aunque se trata de algo que no haré encantada —volvió a bostezar.
—Voy al Starbucks y te traigo un café —le ofreció Nick.
—Está muy lejos —dijo Emily y con el mismo aliento agregó—, te acompaño. De todos modos necesito aire fresco. Y una cabina telefónica.
—¿Para el encargo?
Ella asintió.
—Cualquier cabina. Lo que quiere decir que, al menos, no tengo que recorrer todo Londres.
Nick no escatimó precauciones para asegurarse por la ventana de que nadie acechaba en la oscuridad. No encontró nada sospechoso. En el umbral de la casa volvió a mirar exhaustivamente a su alrededor.
—Si alguien nos está espiando, por lo menos anda muy bien escondido.
Caminaron a lo largo de Cromer Street y giraron en Gray’s Inn Road que a esa hora aún estaba animada. Cada vez que cualquier grupo de jóvenes se cruzaba en su camino, Emily miraba sobre sus hombros. La inquietud los hacía avanzar más rápido. Llegaron a la estación King’s Cross, las primeras cabinas telefónicas estaban a la vista y Emily se detuvo un poco antes de llegar.
—No puedo hacerlo —exclamó con claridad.
—¿El qué?
—Una amenaza telefónica —se volvió hacia Nick con una mirada suplicante, como si esperara que él la sacara de su dilema—. Ni siquiera puedo tratar de decirlo con un tono suave porque me han dado el texto por escrito.
—Eso sí que es una faena —dijo Nick, bien consciente de que estas palabras las había dicho con mucha lentitud—. Pero míralo así, es para propósitos de investigación. Tú no tienes malas intenciones. Lo haces para que podamos seguir la huella de Erebos.
—Pero mi víctima no lo sabe —murmuró Emily.
—Piensa en Victor y su cita de Confucio.
—Me temo que mi mensaje no es de Confucio, seguro que no.
Con cara de rabia, Emily se dirigió hacia la primera cabina telefónica.
—Me lo voy a quitar de encima —murmuró y sacó de su mochila unas monedas sueltas, su iPod y un papelito.
—¿Para qué el iPod?
—Tengo que grabar la conversación. Y luego subirla a la red. Como si esto no fuera lo bastante horrible.
Nick observó cómo marcaba mientras le brindaba algo parecido a una sonrisa desesperada. Encendió el iPod y lo sostuvo ante el auricular.
Apenas empezó a escucharse el sonido de que no estaba ocupada la línea, cerró los ojos. Nick escuchó que alguien contestaba.
—Esto no ha terminado —dijo Emily con voz sepulcral—. Su tranquilidad ha terminado para siempre. Él no ha olvidado nada. Él no le ha perdonado nada. Usted no saldrá de esto sano y salvo.
—¿Quién es? —Nick escuchó a un hombre gritar en el otro extremo—. ¡Os voy a mandar a la policía a todos vosotros, malditos criminales!
Después no se escuchó nada, solo un ahogado «¡maldita sea!» y la señal de ocupado. Emily colgó el auricular con las manos temblorosas.
—Creo que tengo náuseas —dijo con voz áspera—. Qué mierda tan asquerosa. No lo vuelvo a hacer nunca más. Y ahora necesito un café.
Encontraron un rincón acogedor en el Starbucks de Pentonville Road. Emily pidió un capuchino doble con un chorrito de café exprés. Nick pidió lo mismo, además de varios pastelillos con topping de chocolate y le encantó que ella le permitiera invitarla.
—¿De qué conoces a Victor? —preguntó después de haber comido la mitad de los pastelillos. Soplaban en sus tazas, el café estaba hirviendo.
—Era amigo de Jack —sonrió meditabunda—. Claro, Victor dice que él es amigo de Jack, la amistad no pudo haberse ahogado así como así.
Antes de que saber realmente qué estaba haciendo, Nick puso su mano sobre la de Emily. Ella no la retiró; al contrario, entrelazó sus dedos con los de él.
—Victor me ha ayudado mucho. Me adoptó como hermana pequeña.
—Es fantástico —dijo Nick de todo corazón.
No pudo decir más, tenía la sensación de que en cualquier momento saldría volando y flotaría. Para disimular su timidez, dio un sorbo al café, que por fin tenía una temperatura tolerable.
—Vamos a tener problemas con Kate —explicó—. Estamos llenándonos de pastelillos y ella está horneando unas pizzas.
—Puedo comer pastelillos y pizza sin ningún problema —dijo Emily—. Y Victor también puede hacerlo. No te preocupes. Pero de todos modos debemos regresar pronto. Primero, porque esta zona no me inspira mucha confianza a esta hora y, segundo, para meter el teléfono de mi víctima en Google.
Afuera, Emily tomó la mano de Nick como si fuera lo más normal. La zona no se prestaba realmente para paseos románticos aunque, si fuera por Nick, este paseo podría durar toda la noche.
Cuando regresaron al apartamento de Victor solo quedaban unos pedazos de pizza.
Kate levantó los brazos con un gesto de disculpa.
—Victor dice que un genio necesita alimento. Mucho alimento. Todavía queda la mitad de una pizza. Podría cocinaros pasta, si queréis.
Ellos hicieron un ademán negativo, se comieron el resto de la pizza y abrieron una lata de cacahuetes. A partir de ese momento, el sofá con las rosas y los barcos se volvió el lugar más hermoso del mundo. Nick abrió el ordenador y tecleó en el buscador el número que Emily le dictaba.
—Sin resultados, lo siento.
—Casi contaba con eso —dijo Emily—. Supongo que es un número secreto. Qué pena que no haya contestado el teléfono con su nombre, sino únicamente con un «hola».
La palabra secreto hizo que unas cuerdas vibraran dentro de Nick. Tenía que decirle algo a Emily. En ese mismo instante.
Ojalá que no se esfumara inmediatamente la sonrisa de su rostro.
—Quisiera confesarte algo. Desde hace unos meses he estado leyendo lo que escribes en tu blog en deviantART. También tus poemas. Son hermosos, lo mismo que tus dibujos.
Ella tomó aire.
—¿Cómo supiste que esa era mi cuenta?
—A alguien se le escapó sin querer. No te enfades, por favor. No debe avergonzarte, de verdad.
Ella miró hacia un lado.
—Lástima.
—¿Por qué dices «lástima»?
—Porque me hubiera gustado enseñártela yo misma. Algún día —recostó su cabeza en el hombro de Nick y bostezó.
Nick, que de tanto alivio sintió cómo bailaba en sus adentros, se dio cuenta de que Victor estaba de pie en la puerta.
—Alrededor de la hoguera los jugadores se están haciendo mimos —dijo—. Así que pensé en venir para saber cómo andabais. Pero también aquí toca mimos, ¿eh?
Se dejó caer en el sofá de enfrente.
Emily le informó de su encargo.
—Amenacé a un completo desconocido. Quién sabe qué estará pensando ahora. Supongo que no tiene ni idea de lo que se trataba.
—¿Qué tenías que decirle exactamente? ¿Lo sabes?
Emily le entregó a Victor el papelito.
—Esto no ha terminado. Su tranquilidad ha terminado para siempre. Él no ha olvidado nada. Él no le ha perdonado nada. Usted no saldrá de esto sano y salvo.
Victor vibraba de tanta agitación.
—Esto es una locura. Bien, déjame atar cabos: un tal él está muy cabreado con tu interlocutor. Apostaría que le encantaría tenerlo en la barca de Caronte o dejar que Átropos se diera un homenaje cortando el hilo de su vida.
Emily parecía confundida, y eso le dio a Victor la oportunidad de fanfarronear con su cultura.
—Es una lástima que este teléfono no sea del dueño del garaje, podría hacerle una amigable advertencia. —Victor buscó más té en la tetera, pero ya no encontró y comenzó a retorcerse la barba—. Si me lo preguntan, para mí Erebos solo tiene un objetivo: vengarse de alguien. De Ortolan, nuestro pájaro cantor.
—Pero hablamos de garajes grafiteados y llamadas intrigantes. Yo me imagino la venganza de otro modo —replicó Nick.
—Me sorprendería mucho que las cosas se quedaran como están —dijo Victor—. Me parece recordar que me habías contado algo sobre una pistola en una caja de puros.
Nick tuvo la sensación de que le daba frío, luego calor y luego otra vez frío.
—¿Pretendes decir que Erebos quiere que matemos a alguien?
—Es posible. Si no me equivoco, el juego está intentando formar una tropa de élite para llevar a cabo encargos especiales. —Victor sonreía, pero esta vez no se le veía contento—. Estaría bien saber quiénes son los miembros del círculo privilegiado.
Durante la siguiente media hora, a Nick le dio vueltas en la cabeza el círculo privilegiado como si fuera una rueda en llamas. «Una tropa de élite. Una orden de venganza. Pero ¿con qué misión?».
Después de que Victor regresara al juego, Nick y Emily fueron a la cocina para poner agua a hervir y preparar más té.
—Vas a volver a entrar, ¿no es así? —preguntó él—. Ahora que ya has cumplido con tu encargo.
—Lo antes posible. Quiero estar presente en la lucha en la arena… quizá pueda obtener alguna clave. Qué pena que no sepamos quién se esconde detrás de los demás jugadores —sirvió agua hirviendo sobre las valiosas hojas de té de Victor—. Por cierto, en el juego anda merodeando uno que se parece mucho a ti.
—Ya lo sé. No me hizo maldita la gracia ni un segundo, pero ¿qué puedo hacer?
Emily sonrió.
—Me parece que tiene la mirada cada vez más alegre.
Al regresar a la habitación del sofá, le habló a Emily sobre Sarius.
—Era muy eficiente, ¿sabes? Muy rápido con la espada y podía caminar muchísimo. A partir del quinto nivel se había quitado a todos de encima.
—Y entonces ¿por qué te expulsaron?
—Por el señor Watson y su termo. —Nick le habló sobre su encargo y que estuvo a punto de llevarlo a cabo—. De verdad que estuve muy cerca, estuve muy tentado.
Emily se sacudió como si estuviera helada por el frío.
—El juego se defiende muy bien de sus adversarios… ¿Crees que la historia de Aisha y Eric surgió por la misma causa?
Nick la miró de reojo, pero no descubrió nada más que un sincero interés.
—Es muy posible. Hasta casi parece cierto.
—Debemos tener mucho cuidado, Nick. Sobre todo tú. Hace poco Colin hizo un comentario muy extraño: «Ya es hora de pararle los pies a Nick». Eso fue poco después de que os pelearais delante de toda la cafetería. No lo eches en saco roto.
«Sí —pensó Nick—, pero a Colin le gusta mucho hablar de más».
Sirvió té en la taza de Victor y se la llevó al ordenador. Squamato conversaba con Beroxar sobre las ventajas de las hachas en comparación con las espadas.
Beroxar. Nick cogió un bolígrafo y una hoja de papel. «Beroxar estaba en el círculo privilegiado antes de que lo desbancara BloodWork», escribió.
Victor alzó uno de sus pulgares.
La noche ya había avanzado. Emily deshizo su mochila y se envolvió en su saco de dormir. Conversaban sobre sus compañeros del colegio e intentaban ponerse de acuerdo en quiénes se ocultaban tras cada personaje. Pero casi siempre tenían opiniones contrarias.
Poco después de medianoche, Victor entró dando tumbos en la habitación.
—Por hoy es suficiente. Estoy muerto. ¿Alguien tiene algo de comer?
Emily sacó de su mochila una barra de chocolate y Victor tomó la mitad lanzándole una mirada de disculpa.
—Aquí hay gato encerrado —dijo mordiendo el chocolate—. Los gnomos hablan y hablan sin cesar, todos cuentan tonterías sobre una gran batalla y que se acerca el momento de la prueba final.
—Supongo que mañana habrá una lucha tremenda para obtener un lugar en el círculo privilegiado —dijo Nick—. Yo lo habría intentado, si no me hubieran expulsado. El mensajero me dijo que podría nombrarme el combatiente más débil dentro del círculo privilegiado. Seguramente lo habría hecho, si… hubiera cumplido su encargo.
Victor asintió con la boca llena y alzó un dedo.
—¡Correctísimo! Te hubiera dado consejos para mantenerte allí. Pregunta: ¿por qué habría querido tenerte allí? Respuesta: porque tú demostraste que pasarías por encima de cadáveres con tal de ascender en Erebos. O que estabas dispuesto a ir a la cárcel.
Nick y Emily intercambiaron una mirada. A alguien no le había importado pasar por encima del cadáver de Jamie. ¿Mañana estaría en el estrado dorado?
—Por lo demás, pasar por encima del cadáver de un maestro no es cosa del otro mundo —murmuró Victor y tomó el resto de la barra de chocolate—. En otro tiempo yo habría tenido ganas de hacerlo… varias veces, y sin que un mensajero me hubiera motivado.
En un momento dado, Victor se retiró a su habitación. En un momento dado, Speedy dejó de jugar y extendió un enorme colchón inflable en la sala de los ordenadores.
En un momento dado, Nick y Emily juntaron dos de los sofás para formar un espacio enorme donde acostarse, los respaldos los protegían del resto del mundo.
—Buenas noches —susurró Emily, y le dio un increíblemente suave y delicado beso en los labios. Sus dedos acariciaron el cuello de Nick—. Buenas noches, Cuervo.
Luego reposó la cabeza en el hombro de Nick y cerró los ojos. Él sintió el roce del cabello de Emily en su cuello y escuchó cómo su respiración cada vez se hacía más profunda. Quería que todo se quedara así, como estaba en ese instante. Quería quedarse ahí, acostado para siempre. Quería que el mundo se detuviese.